% Ams ií üttiltíKSKílV SOBRi LAS CONSTITUCIONES PUEBLOS UBRES 4i¿'¿ó¿¿A¿ii Y COMI 1 A NIA n u mero V SOBRE LAS CONSTITUCIONES BE LOS PUEBLOS LIBRES, ESCRITOS EN FRANCES vori SOCIO CORRESPONSAL DEL INSTITUTO DE FRANCIA , ACADEMICO DE LA IMPERIAL DE SAN TETERSBURCO, DE LA REAL DE CIEN- CIAS DE PRUSIA, E INDIVIDUO DE LA ACADEMIA Y SOCIEDAD DE ARTES DE GINEBRA, &e. &C. Traducidas al castellano POR DON JOSE AMADOR DE LOS RIOS, Académico Je número Je la Sevillana Je Buenas Letras, y Socio corresponsal y Je mérito Je otras corporaciones Jel reino JL 5P ^ _ I Jtíi -r >— <.* SEVILLA. ALVAREZ v COMPAÑIA, IMPRESORES V EDITORES t caite [losillas, número 27. .liarlo de 1 873 Esta obra es propiedad de los ~Sres^ D. francisco alvAlIiez y compañía ^ im- presores de esta capital, y nadie podrá reimpr hitarla con arreglo á las leyes vigentes* PREFACIO. ^Jü n hombre, que ha vivido mucho y escrito largo tiempo sobre política, se vé siempre colocado entre uno de los parti- dos , que dividen al mundo. Preténde- se saber cual es el pensamiento que lo anima, tal vez con mas seguridad que él mismo lo sabe y apenas se le pregun- ta por lo que escribe 7 pero se miran al mismo tiempo los axiomas, inscritos en la bandera, que se le ha supuesto seguir. El vulgo los tiene, en efecto, por verdades fundamentales, y está dispuesto á repc- i til* el dicho que se atribuye á Omar: Si todos estos libros contienen alguna cosa mas que nuestra profesión de fé, son fal- sos*, si contienen lo mismo, son inútiles.)) suscribo, debo advertirlo, á ningu- na confesión de fé, ni en política ni en crematística 5 conozco en una y otra cien- cia pocos principios, que aparezcan á mi vista tan claros y demostrados con tanta evidencia, que no deban, sometcisc a un nuevo examen 3 y ninguno, del cual no nos baya ensenado la esperieocia a sacar con- secuencias enteramente nuevas. Protesto que no quiero afiliarme bajo bandera al- guna; porque si tal vez me be mezcla- do frecuentemente en las discusiones polí- ticas, lia sido solo para añadir el peso de mis razones, por lijero que fuese al eje de la balanza opuesto al que, en circuns- tancias dadas, me parecía pronto á per- der el equilibrio. Quizá no sea esto rendir el liona cnagc debido á mis convicciones, presentándo- las asi aisladas, mas bien que sometién- dolas á falsas interpretaciones. Quizá de- ba yo dar una nueva esplícacion de escri- tos ya voluminosos, y esta sea el anunciar francamente el conjunto de mis opiniones y mis deseos, esponiendo lo que juzgo co- mo verdadero en política* Hace cuarenta años que emprendí una obra bajo el título de la que hoy publi- co. Entonces la destinaba á ser muy vo- luminosa, comprendiendo en ella la espo- sicion y la crítica de cada una de las cons- tituciones libres, cuyos monumentos lie- mos conservado. Cuando estallan ya pre- parados para imprimirse los dos prime- ros tomos, me propuso Benjamín Gonstant que los presentara al Instituto ; y IMi. Champagne, que era entonces secretario, los recibió con lecha del de p radial de año XI. Sin embargo mis Estudios sobre las constituciones de los pueblos libres no se imprimieron, y mas adelante conocí la * _ m m 1 f j A _ ^ ^ ! .1 ^ . ! / 1 o Im/Wkl* ! — i,: oí/v ricas mucho mas cstensas, á cuyo trabajo he consagrado gran número de años; y la esperieneia de medio siglo, tan fértil en 8 = acontecimientos, no ha sido en verdad, es- téril para mí. Asi, pues, la presente obra no tiene relación alguna ni en el plan, ni en la composición, con la de mi juventud. Y no obstante be visto con sorpresa, ho- jeando aquella , que mis principios ape- nas lian variado* Puede juzgarse de esto, por las siguientes citas, tomadas de libro 1, capitulo II, de la « Soberanía del pueblo.» «Nada es mas fácil que probar la sobr- ina ia de una nación unánime: nada mas diíicil que pasar desde este punto á es- tablecer la de la mayoría Hay algu- na prueba para que el imperio esté reser- vado ala mayoría en cada contrato social y para que el derecho del mas fuerte es- té fundado en el consentimiento del par- tido mas débil ? — No: es necesario de- cirlo con valor : el derecho de la mayo- l ia es solo el derecho del menos fuerte: es sin duda injusto ; pero mas lo seria aun que la autoridad del mas déb 1 se apo- derase de él.... Pío creo inútil dar á co- nocer toda la servidumbre , que sufren las miembros de una minoría. ., De aquí = 9 = deduciremos que una nación no es ver- daderamente libre y soberana hasta que no adopta sin cesar medidas conciliatorias y en lugar de contar ásperamente los vo- tos, aspira sin descanso á reunir los áni- mos*, que no es verdaderamente libre bas- ta que sepa conservar tanto á una como á otra fracción, sus derechos á la sobe- ranía, y los medios de hacerlos valede- ros*, y que es tanto mas libre, cuanto es mas insignificante la minoría, y tanto me- nos libre, cuanto sostenga el equilibrio entre uno y otro partido.» «La oposición de la minoría, es tam- bién mas ó menos insignilicante, según la cualidad de los individuos, que la com- ponen. Todos los hombres no son igua- les en inteligencia, ni en el conocimien- to de los negocios públicos, ni en cla- mor á la patria. Solamente los que reú- nen estas tres diferentes cualidades en un grado eminente, pueden tener una mis- ma voluntad. Los demas re dejan , como cu otros tantos espejos, las impresiones, que de estos reciben. La violencia, que f = 10 = á los primeros se hace, sometiéndolos á pesar su y o , os mucho mas grande fjuc la que se puede hacer á los segundos. Los unos no pueden resolverse á obedecer, los otros obedecen, aun cuando ellos mis- inos imperen.» La obra, que ahora ofrezco al público, no es otra cosa mas que el desarrollo y la aplicación de estos principios, habien- do ensayado al mismo tiempo el discu- tirlos aisladamente. Be los ocho ensayos que contiene este tomo, han sido publi- cados dos, casi íntegros, en la Revista de Economía política de M. Fix, y otros dos han sufrido grandes alteraciones. Los demas no se han dado al público y la cir- culación de los primeros ha sido limita- da en es tremo. líe creído, pues, que se- ría conveniente reunirlos de nuevo, co- mo en un solo punto, puesto que presen- tan un cuerpo de doctrina política, estra- ña en verdad, á todos los partidos, pero que no carece de solidez, puesto que lia resistido cuarenta años, al chocuc de tan- tas revoluciones. ESTUDIOS SOBRE LAS CIENCIAS SOCIALES. INTRODUCCION i rílX AA ase dado el nombre de riendas sociales á aquella fcJÜ P parte de las ciencia! hu- ® manas, que tiene relación *m con la formación y sos- hn i i « /-Tíic? nnn de la teoría, y con el fnx- k&i¡lé SSbííí®!® to de la esperiencia, que II 58 ^ ®’ W£ puede ilustrar íi los hom- bres y conducirlos con mas seguridad al objeto para (pie se unen y asocian, cual es el bien-estar Sí ^ ten de los sociedades, con todas las especulaciones ^ 4 „ t «1 j *ll* = 12 = común. La ciencia social se divide en un gran número de ramos: puede, en efecto, comprender- se bajo este nombre la educación, que forma á los hombres para la sociedad, la religión que po- ne á esta sociedad en relación estrecha con su creador, la ciencia militar que ensefia á la mis- ma á defender contra todas las demas los de- rechos, que ha hecho comunes; la jurisprudencia, que le enseña también á defender los derechos de cada uno de sus miembros; la historia que representa como en un gran espejo, el porvenir á todas las sociedades, los resultados de todas las teorías y de la esperiencia de las sociedades, que fueron. No es nuestro objeto abrazar todos estos ra- mos de la gran ciencia social, y solamente pre- sentamos al lector estudios y ensayos sobre aque- llas partes que nos han parecido mas importan- tes y que hemos creído tener mas ocasiones de ilustrar. Los primeros de estos se ordenarán en dos series, á saber: la teoría de la asociación hu- mana ó de las constituciones de los pueblos Ii- bres , y la teoría de las distribuciones de las riquezas entre los miembros de esta asociación ó la Economía política. Todos los hombres abrigan al nacer, el espí- ritu de asociación: en cualquier estado salvaje, en que los hayan encontrado los viajeros, por feroces que les hayan aparecido, no han podi- do menos de reconocer en ellos el amor de su especie y el deseo de estrechar con ella relacio- nes. Ll hombie se instruye por medio de la imi- tación, y se anima por el ejemplo: no busca so- = 13 = lamente el placer que esperimentan los animales llevados por la naturaleza á juntarse en reba- ños, al verse rodeados de sus semejantes: tiene ne- cesidad de operar sobre ellos por medio del pen- samiento, y de hacer uso con ellos del medio su- perior de comunicación, que les ha sido conce- dido, la palabra. Jamas se ha encontrado raza alguna de hom- bres, por mas desposeída que se viese de las venta- tas "sociales , que no estuviera dotada de es- te poderoso instrumento, concedido á cada indi- viduo para comunicar sus necesidades y placeres á sus semejantes; nunca se han hallado hombres, que no hubiesen hecho uso del lenguaje, para convenir en ayudarse mutuamente, para defen- derse y para trabajar de consuno en hacer su débil, temerosa y necesitada condición mas lle- vadera y fuerte. Por tanto no podemos obser- var al hombre, en parte alguna aislado, y solo por un efecto de imajinacion pudiéramos figu- rarnos cuán miserable sería, sino formara par- te de una sociedad, donde todos ayudan , don- de todos protejen y defienden á sus seme- jantes. Pero conocemos aun mejor por la esperiencia, el efecto que puede ejercer sobre la felicidad y el desenvolvimiento dei hombre la forma mas o ménos perfecto, mas ó ménos viciosa de su aso- ciación; podemos observar, en efecto, en la cons- titución de la sociedad humana las mas _ señala- das diferencias. Vemos en ella tantos miserables que estamos á pique de creer que el hombre ga- narla mucho en romper lazos tan mal trabados = 14 = y que quería mas bien estar solo, que asocia- do á tan duras condiciones. \ emos también otras que juzgamos tan perfectas, tan bienhechoras, que nos parecen no detener el yucIo de los des- arrollos del individuo, no contradecir ninguno de sus saludables deseos y precaverle, sin embargo habí tu al mente contra las pasiones de los demas, y contra las suyas propias. Allí multiplica el trabajo del hombre, sin cesar los medios de su felicidad, mientras que el mismo hombre mues- tra mas medios de capacidad para gozar de ella. Mas siempre influyen las condiciones de la asociación directamente y de una manera deci- siva tanto en la felicidad, como en la perfección de sus miembros. Dase en las ciencias físicas el nombre de cons- titución al conjunto de las condiciones , bajo las cuales existe un cuerpo , asegurando su vida y el ejercicio de sus funciones. De aquí se ha to- mado por analogía en el orden político el dar el nombre de constitución á la manera de exis- tir de una sociedad, de un pueblo ó de una na- ción. Esta palabra representa la reunión de las leyes y de los usos, que hacen de los individuos reunidos un solo cuerpo, un solo todo, obrando por su propia conservación conforme á una vo- luntad común. En este sentido seria imposible que existiese un estado sin constitución, sin manera alguna de vida. Pero en general, báse introduci- do el uso de señalar solo con el nombre de constilucion a las combinaciones que se acercan mas al objeto para que se han asociado los hom- bres, á aquellas que tienden á hacerlos mejores y = 15 s= mas felices, y no á asemejarlos á los irraciona- les á aquellas en fin que la ciencia aprueba, Y ^ en este sentido es como se distinguen los Es- tados constitucionales de los que no lo son. Eii los primeros esta obligada la sociedad a asegurar á todos ó al mayor número, la seguri- dad la paz pública, el respeto de sus derechos y el goce de los frutos de sus tareas y de su propiedad; trabaja en el desarrollo de sus facul- tades, en su progreso hacia todas las virtudes, por la educación, por la religión, por. el ejemplo, y por la cooperación de todos, al bien-estar publi- co. En los segundos se ha visto alguna vez sa- crificar brutalmente la sociedad, el derecho del individuo á lo que se lia pretendido, ser la se- guridad de todos; dejar sin garantía las vidas y fortunas del mayor número, y no hacer na- da en bien del desenvolvimiento moral del hombre, ó lo que es peor poner en juego con- tra él todos los intereses seductores, que le ai - rastran sin cesar liácia las pasiones odiosas ó egoís- tas, hácia la disimulación y el fraude. Dos móviles, el amor y el temor, parecen di- rigir, sobre todos los demas, las acciones huma- nas: y estos mismos son también los que se cm- ican para mantener a los hombres en la aso- ciación, que han formado. El amor, que un ciuda- dano esperimenta por las instituciones de su pais, es susceptible de diversas foimas; algunas \e- ccs es solo el sentimiento de un inteics bien en- tendido, otras es alimentado por la personifica- ron de la patria. Se ama á esta por el respeto que se tiene á todo lo que es antiguo, por el a pe- = 16 = go de sus propias costumbres, por un sentimien- to de deber y de reconocimiento hacia este ser protector, que se eleva sobre todos los seres de la tierra, y otras veces, finalmente, se le ama como á una parte de sí mismo, porque se sien- te con orgullo que ha influido sobre las leyes, sóbrela voluntad y sobre el destino. Cualquie- ra que sea la forma con que se revista esta san- ción de amor, la constitución, que en ella en- cuentra apoyo es liberal, siendo adoptada por hombres libres, que han escogido lo que les con- viene. La constitución, que por el contrario descan- sa sobre el temor, es servil: en lugar de admi- tir como base que la asociación se ha realizado en bien de todos los individuos, reconoce que se ha verificado en beneficio del menor número á cs- pensas del mayor ; que seria d ¡suelta, si estos miembros fuesen Ubres y que no se mantiene, sinó como se mantienen los esclavos en la obe- diencia, por el temor de un grande mal. Ni tenemos, ni podemos tener la intención de proponer al estudio y á la imitación de los hombres mas que las constituciones liberales aquellas cuyo móvil es solo el amor y que se pro- ponen por objeto la felicidad y la perfección de la humanidad: estas son las únicas, cuya combinación ha podido ser el objeto de una ciencia. Las demas, que ha establecido la violencia y que mantiene el temor, las demos, que no respetan en ma- nera alguna las mas preciosas atribuciones de la naturaleza humana, y que solo aspiran á conte- ner en la obediencia seres degradados, viciosos y desdichados, deben ser consideradas como ac- cidentes que nos señalan los peligros, que debe- mos evitar á toda costa. Sin embargo, es demasiado cierto: el pensa- miento humano, que parece dirigirse de todas partes con amor y con entusiasmo hacia la li- bertad, se lia resfriado y relajado. La duda ha ocupado el puesto de la firme confianza, que ani- maba á todos los pueblos, la senda del progreso aparece incierta de nuevo, y el mayor número de los que deseaban con ardor el establecimien- to de constituciones liberales, apartan su pensa- miento de un objeto, que no presenta ya á sus deseos una forma precisa. Los amigos de la libertad, en casi todas las parles del globo, están desalentados y desconcer- tados al par: las revoluciones á que han dado fugar, ningún fruto ventajoso han producido: los principios, que declaraban haber conquistado, no producen ninguna de las consecuencias benéficas que se habían esperado, y los espedientes que pen- saban haber descubierto, ya para dar garantías á los derechos de todos, ya para hacer al pue- blo ejercer los poderes, delegados antes á ¡os señores, se han visto sin eficacia. Un exámen mas detenido de los pueblos, que han invocado el nombre de la libertad, pondrá aun mas en claro este desaliento. Entre los Es- tados que en Europa se honraban hace cincuen- ta años con el título de repúblicas, todas las de Italia y de Alemania están ya destruidas: la re- pública real de Polonia ha sido anegada en san- gre, y las de las Provincias unidas, convocadas ba- wüam o r= 18 = jo el nombre de Holanda, no solamente se so- meten al estado monárquico, sino que parecen también colocarse entre ios campeones délas ideas retrógradas. Las antiguas repúblicas de Suiza lian sido en su mayor parte trastornadas por las re- cientes resoluciones: los que lian causado estas re- voluciones, poco contentos de su obra, piden una Constituyente para dar una forma nueva ú su pa- tria, y entre los qué las han padecido, olvidan- do muchos el título de hijos primogénitos de la libertad cu Europa, con el cual debían de enor- gullecerse, parecen prontos á renegar de la liber- tad y del republicanismo* En las monarquías constitucionales está dudo- so también el progreso. La Inglaterra, mas sa- bia y venturosa que todas las demas, ha intro- ducido un cambio esencial en la parte popular de m constitución; pero léjos de afianzarla de este modo, la ha quebrantado desde entórteos en todas parles: las mas violentas ideas se han desperta- do, hánse combatido con mas encarnizamiento los bandos opuestos, se han visto amenazadas to- das las antiguas instituciones y los amigos de su país han podido temer que nada restase bien pronto de la constitución, que había sido lar- go tiempo su gloria. En Francia obtuvo el pueblo en 1830 una vic- toria señalada en favor del progreso contra el partido del movimiento retrógrado, y sin embargo, si escuchamos las voces, que en aquella nación se . propalan, verémos que convierten en afirmar que desde entóneos, en lugar de adelantar el país en su marcha, ha retrocedido. Los republicanos acu- = 19 = san de traidores á una parte do los gefes, que ios habían conducido á la victoria; los legitimistas asientan que una autoridad usurpada es siempre violenta y tiránica; y los ministeriales convienen en que el país después de haber sufrido una re- volución, se halla quebrantado en demasía para so- portar aun las libertades, de que pudiera gozar en tiempos de calma. Las i risquerías, monarquías de Alemania, después de haber obtenido, casi todas, Cartas constitucio- nales, se aperciben con admiración de que nada tienen aun: los diputados de las unas se ven obli- gados á dar su asentimiento á cuanto se les pro- pone, los de las otras no son escuchados ó son a- menazados por una potencia estrangera, ó desa- creditados por los esfuerzos que se hacen para darles la nota de incapacidad y de ignorancia. Los gobiernos, nacidos momentáneamente de las revoluciones de Italia, han sido acusados por los que los habían levantado de haber dejado perder su causa por impericia, debilidad ó consideraciones tenidas fuera de sazón. Portugal , que tanto ha combatido y sufri- do tanto por el establecimiento de una constitu- ción libre, que ha sido tan poderosamente asisti- do para alcanzar su objeto, ya por el oro ó las armas de los cstra ajeros, ya por ios consejos de su esperiencia y de su prudencia, vó inseguras y comprometidas sus instituciones y su propia exis- tencia por los caprichos de una jóven princesa. España hace esperimentar un sentimiento aun mas amargo. ¡Después de haber llorado so- bre su esclavitud, sobre la atroz y absurda tira- nía de un monarca ingrato y perjuro , había sa- ludado con gritos de alegría el manifiesto, que su viuda y su hija dieron á la nación, vara deten- der los derechos que le devolvían. Lsla libertad solo ha producido una espantosa guerra civil: desde entóneos dos partidos lian luclumo con ferocidad inaudita , y entrambos lian pretendi- do ser el partido del pueblo. Aquel , por el cual se arman (1) en el norte las campiñas y el popu- lacho fie las ciudades , es cabalmente el que re- chaza toda especie de innovación , y toda os- tensión de los derechos nacionales, el que se adhiere i arioso 6 todos los abusos, á todas ios supersticiones y a todos los hábitos de la servi- dumbre. El partido contrario no inspira en verdad mas confianza y esperanza al par : básele visto vio- lento en la destrucción é inhábil para construir de nuevo ; atacar la religión , tomando por pro- testo la superstición, y la dignidad real , que le había dado la existencia , por los vicios de la córte ; las franquicias y las libertades de las pro- vincias por un vano amor de la uniformidad ; la propiedad y la fé pública , para esquivar el pago de sus deudas ; y sobre todo se le lia visto in- (I) La goorra civil, h que alude el autor Trances, lia lerat i na- do luitiü cuatro anos: la España sin embargo, se vé combatida mas qué nunca por la furia de los partidos, que mutuamente aspiran al poder , si bien no está muy lejano el /? - * M l*' DEUFCnOS que EL VUEIíLO PUEDE Y DERE CONSERVAR. ENSAYO PRIMERO. De las pretensión os de la tlmocrácia á la soberanía, y dpi suíVapio universal . ' ' 9 as asociaciones, que ahora com- ponen los pueblos, se han for- mado en un tiempo, que uo esta al alcance de nuestras in- vestigaciones. M ('írnoslas engran- decerse por medio de nuevas p t complicaciones; las vemos tam- bién dividirse algunas veces y arrojar con fre- 6 cuencia fuera de sus límites enjambres de hom- bres y fundar colonias. Pero nunca liemos po- dido observar todavía la primitiva asociación, que uniría los seres independientes, est ranos, y ene- migos bajo la condición de hablar un mismo lenguaje , de ayudarse mutuamente , de de- fenderse y de considerarse solo como una fa- milia. Concebimos que la curiosidad, la afec- ción y la necesidad han debido atraer al hom- bre hacia su semejante: concebimos la primera asociación de la familia y la dominación de su ge- fe sobre su esposa y sobre sus hijos, y conce- bimos también la asociación de muchos gefes igua- les é independientes ai par; y nuestra vista no puede abrazar, no obstante, ninguna parte mas que las sociedades organizadas, en que un po- der de hábitos, un poder de recuerdos y afec- ciones ha creado un interés mútuo, una con- fianza, una consolidación, y una comunidad de or- gullo, de preocupaciones y de esperanza, que dan al pueblo un carácter y un espíritu individuales y al mismo tiempo una fuerza vital, necesaria pa- ra mantenerlo unido en medio de los embates, de los intereses y de las pasiones. Sin embargo de ser anterior á la observación, nos invitan algunos filósofos ó remontarnos Ini- cia este tiempo , para concebir del modo que, reunidos los hombres y sintiendo la necesidad de ser dirigidos por una voluntad común, no halla- ron otra espresion mas simple de esta voluntad que la de preguntar á cada uno su Opinión y someterse á la del mayor número. Nuestra irna- ; i nación nos los representa, en efecto, como ¡n- u o dependientes y teniéndose por iguales: recono- cieron que les faltaba un poder y el primero que debió presentarse á su pensamiento, como el pri- mero, que al nuestro se ofrece, fué el del pue- blo mismo. Nuestra imaginación, no obstante, y nuestro ra- ciocinio han marchado mas de prisa que ios su- yos , si después de haber reconocido la ne- cesidad y admitido la conveniencia del poder del pueblo , hemos deducido inmediatamente que el mas corto número de individuos te- nia obligación de someterse al mayor. Arrastrados estos hombres los unos hacia los otros por ins- tinto mutuo, pudieron muy bien, al salir de los bosques, convenir en que se asociarían para su común defensa, para recoger unidos los frutos de la tierra, para alcanzar por medio de esfuerzos combinados la caza, que huía delante de elIOvS, para asegurar mutuamente los productos de su grosera industria y para proteger, en fin, las es- posas y los hijos de los que se apartasen de ellos en comunal servicio- Pero la idea de someter su voluntad no es una consecuencia de estos deseos diversos. Luchando constantemente contra la necesidad, no tuvieron tiempo de desenvolver en sus cerebros sino es muy pocas ideas. Parecióles que el objeto de su so- ciedad era una cosa tan sencilla, que todo es- taría de acuerdo para alcanzarla. Parecióles tam- bién poco necesario el investigar por que dere- cho seguiria un hombre la voluntad de otro mas bien que la suya propia, porque creían ver una sola voluntad en todos. Engañáronse sin embar- go y no tardó la espcriencia en demostrárselo. Encontrábanse ya entre ellos ancianos y jóve- nes, unos distinguidos por su destreza, otros por su valor; estos famosos por su prudencia y aque- llos por su temeridad. Desde la primera delibe- ración (hasta enmedio de los bosques de Amé- rica) sobre un proyecto de caza ó de pesca, so- bre la emigración de la tribu, sobre la guerra contra otra población, conocióse que no estaban conformes los pareceres; que con la mas grande identidad en los intereses, la igualdad mas com- pleta en las condiciones, lo que á unos parecía evidente era para otros objeto de dudas; que el bien-estar común aparecía á cada uno bajo un aspecto diferente y que con la mejor fe del mun- do no bastaba la razón para convencer, ni para persuadir la elocuencia. Las sociedades, empero, no han permanecido en esta igualdad de despojos: cada uno de sus progresos ha atraído alguna diferencia sobre los intereses de los que las componen, diferencias, que han provenido do la inteligencia, de la ri- queza, de la imaginación, de la sensibilidad y del saber. Cuando muchas sociedades pequeñas se re- funden en una grande, se ven aparecer nuevas di- ferencias de raza, de lenguage y de religión y cada progreso de la sociedad hace mas nol ables estas diferencias; porque cuanto mas se desar- rolla el hombre, tanto mas se estienden sus ideas y mas vasto llega á ser el campo, en que pue- den formarse sus opiniones. La civilización contribuye á señalar siempre la individualidad con mus seguros caracteres; pue- rr 56 = de muy bien enseñar á ios hombres a inves- tirse esteriormente de una uniforme aparien- cia ; pero cada idea, cada pensamiento, v cada afección , de que dota ai ser civilizado, es para él una ocasión de diferenciarse de sus semejantes. Por grande que sea una nación, ja- mas se encontrarán en ella dos individuos, cu- yo pensamiento sea idéntico. La cuestión, que se ofrecía al salvaje primeramente, á saber: por- qué derecho debía someterse una voluntad á otra, se presenta también al hombre social en todos ios pasos de su perfección. Mientras mas ade- lanta, es mas difícil cíe resolver este problema, Pero pues que no se resolvía por si mismo en el origen de las sociedades, pues que entre los pueblos, que nos parecian mas cercanos al estado primitivo, no encontramos que haya sido uniformemente resuelta por la sumisión del menor al mayor número, paréennos inútil en demasía ei seguir una hipótesis, que no puede prestarnos ob- servación alguna. No en el origen de las socie- dades, sino en su estado actual debemos esfor- zarnos para hallar el principio del poder y el de ía obediencia. ^ 1. anto en el origen de las sociedades como en sus íntimos desenvolvimientos, ha debido ser siempre fd objeto de los hombres e! mismo, á saber:" el bien de todos los individuos. Este objeto ha sido, puc^ ti que ha dado nacirnieiito ai poder, es- te e que je mantiene ahora y el que sancio- na la obediencia. Pero tratando de considerarlo mas profundamente, se advierte desde luego que es e- o >jefco se presenta bajo dos aspectos di ver - 5 “ sos. La sociedad exige ante todas cosas, que la autoridad esté confiada á aquellos, que la em- plearen en bien común, á aquellos que supie- ren conocerlo y quisieren alcanzarlo. Necesario es, pues, que encuentre medio de elegir, pa- ra cgercer los poderes sociales, á los hombres mas ilustrados y virtuosos de la nación. Esta es la constitución del gobierno. Como es de otra parte, una verdad demostra- da, por la espertada de todos los tiempos y de todos los pueblos, que cualquiera que ejerce un poder político está dispuesto á abusar de é!, y que cualquiera que está privado de todo derecho, de todo poder político, se halla en peligro de ser oprimido; es necesario también asegurar no so- lamente á todos los ciudadanos, sino á cada cla- se de ciudadanos, á cada interes del Estado y w tz á cada opinión independiente y concienzuda la garantía de que no serán atropellados locamen- te, ni arbitrariamente sacrificados. Esta es la cons- titución del pueblo. Este doble aspecto, bajo el cual es importan- te considerar las constituciones políticas, no ha sido reconocido por los que en nuestros días se atribuyen esclusivamente tanto en Francia co- mo en Inglaterra , el nombre de liberales. Lejos do reconocer , como los antiguos filó- sofos, como los antiguos legisladores, la difi- cultad infinita, que debe encontrarse para obli- gar al hombre libre (\ someter su razón y su vo- luntad 6 otra voluntad y á otra razón, ya sea la de los sábios ó ya la de la multitud, y la difi- cultad no menos ardua de obrar de modo que = o8 = después de haberla sometido, nunca tenga de que arrepentirse; creen que una idea esencialmente sen- cilla, un cálculo matemático en cierta manera re- solverá el problema fundamental de la organiza- ción político. Que sean los hombres iguales ó desiguales, di- cen, en capacidad, en talento y en esperien- cia, poco importa. A cada uno de ellos es cara la existencia : cada uno tiene un derecho igual y cada uno conoce probablemente lo que le conviene mejor que puede otro conocerlo. ¿Porque, pues, someterse á la tutela? Que nombre el pueblo, añaden, aquellos, á quien confia la autoridad, que los nombre solo, que los delegue todos los poderes de esta sociedad, que el pueblo solo com- pone, siempre él será el que se gobierne, y siem- pre se gobernará bien. ¿Puede suponerse que el pueblo quiera dañarse á sí mismo? ¿Puede supo- nerse que no sepa lo que le hace falta? ¿Y puede creerse, en fin, que todos no participen délas luces? Pero hablando asi, eluden ja primera dificultad en lugar de resolverla. Hablan del pueblo. ¿Qué es ío que ha hecho el pueblo? ¿Qué es lo que ha podido mover a la minoría á abandonar su parecer, porque ha abrazado otro la mayoría? . No consiste todo, en efecto, en tener un go- bierno popular: es necesario ademas que llene su objeto. Y té jos de que sea tan sencillo, de que esté tan al alcance de todos, es al contrario Ja mas importante, la mas complicada y la mas difícil de as tareas, a que el hombre puede consagrar sus es uerzos. La antigua máxima de los economistas ranceses. Icnsscz- futre ct kussez pcisscv que dieron por regla al gobierno en la legislación, respecto al comercio y todos los progresos de la riqueza nacional, lia dispuesto al público en demasía á creer que la acción del poder social debia ser negativa y que, destinada solamente á estorbar el mal, era su mas importante papel el mantenerse tranquila. Se le ha persuadido demasiado de que bastaría disminuir las fuerzas al gobierno, y se lia olvidado la acción, á que se destinaban estas fuer- zas y la ciencia que debia dirigir esta acción. ¿Cuál es el objeto del hombre? ¿Cuál el de la sociedad humana? No olvidemos que estos dos ob- jetos tle nuestros votos debían estar reunidos, ni que la prosperidad sin perfección no seria bas- tante para nuestra felicidad. Queremos estas co- sas para todos y para cada uno; las queremos para el pueblo entero para cada familia, y cada individuo, de que se compone. Para alcanzar este doble objeto, no basta el conocimiento de las leyes que existen, de esta ju- risprudencia, que ha dado celebridad á muchos hombres eminentes: necesario es elevarse á la fi- losofía de la ley, á la teoría de la acción, de la administración y de la justicia sobre los hombres. No basta conocer las ciencias diversas y cuanto se ha hecho en las diferentes sociedades: para abrir la entrada a la juventud, necesario es ele- varse á la filosofía de la educación, á la teoría de la distribución de la luz moral é intelectual, para animarla y estenderla al propio tiempo. No basta adherirse de corazón y de con- ciencia á la religión que se profesa: es nece- sario elevarse muy alto para juzgar del eapíri- fti religioso de los hombres, clel bien ó el mal, que se puede esperar de él; es necesario sobre- ponerse al espíritu intolerante y estrecho de las sectas y abrir en la religión misma las puertas al progreso. No basta aprobar ó entender la cre- matística de dejar obrar y dejar pasar la ri- queza; es necesario saber dirigir su distribución de modo que se ofrezca mas comodidad mate- rial y mas tiempo libre al pobre jornalero, pa- ra dar asi mas ejercicio á su intelijencia y des- envolver en él mas virtudes, mas conocimientos de sus deberes v mas celo para llenarlos cum- plidamente. No basta, en fin, al poder social el haber dotado de todas estas ventajas ni pueblo, que dirige; debe aun pensar en que los demas pue- blos no se las arrebaten. También es llamado ai conocimiento de las fuer- zas comparativas de las naciones, de sus intere- ses y de sus afecciones, al de aquellas obliga- ciones, en que hayan convenido por sus trata- dos y que imponga el derecho publico, y al de todos los medios, en fin, de la hacienda y to- dos los recursos nacionales de la crisológía, 6 teoría del numerario y del crédito, de feestra- tegia, de las máximas y de todas las arles de la guerra. Ciertamente, cuando se mide el círcu- lo de las ciencias sociales , nos espantamos al ver cuantos estudios exigen, cuanto talento, ge- nio y elevación de carácter. Existe una opinión mas espiritual que la del hom- ne en el mundo, decía Madmmo Staél, una opinión (pie tiene mas fuerza, la del público ; porque esta opinión reasume todas las mas distinguidas, las ilustra, las utiliza y es, en fin, la suma de todo lo mejor (pie encierran y no la medianía pro- porcionada entre las mas afianzadas y las mas ab- surdas. Existe también en la opinión pública una ciencia social entera desenvuelta y mas profun - da de lo que ha podido nunca alcanzar ningún publicista. A esta opinión llamamos, pues, á la acción y al poder, cuando proclamamos la sobe- ranía del pueblo. Invocamos esta soberanía, por- que es la de la inteligencia nacional y de la opi- nión ilustrada, virtuosa y progresiva, (pie se ha for- mado en la nación misma. Ninguna nación puede nunca estar mejor gobernada que cuando los mas virtuosos é ilustrados ciudadanos toman á su car- go este empeño. Y no son ellos los que, en ra- zón de su virtud é inteligencia, tienen el dere- cho á la soberanía, sino la nación como soí ve- rana tiene derecho á toda la inteligencia y vir- tud que poseen. Si se los separase, para formar con ellos una aristocracia gubernativa, se les daría un ínteres de casta, que probablemente habría de desí ruir esta virtud é inteligencia. Foro si por temor de atribuirles mas que una parte igual á la de los de- mas en el poder supremo se les deja en la minoría, en que lian de hallarse necesariamente, se pierden todas las ventajas de esta virtud y de esta in- teligencia, que pertenecían á la nación, y no se lo- gra el objeto. Ciertamente es mas difícil la navegación de un Estado que la de un navio; y sin embargo, si este se encuentra en un mar desconocido y en- tre mil ignorantes solo contiene un piloto, estos ig- = 62 = ñora ntes serian ai temas insensatos, sino le cedie- sen el limón ó si pretendieran arreglar la nave- gación por la mayoría de los sufragios. No es el piloto quien tí erre el derecho de gobernar el na- vio; solo dirige su rumbo, porque todos los de- nlas tienen derecho á aprovecharse, corriendo una fortuna común, de la habilidad del mas sá- bío y diestro p¿ira poner en salvo ias vidas y las propiedados de todos. El objeto de la asociación es efectivamen- te el de señalar el mayor talento y la mas alta virtud para emplearlos en el bien-estar de los individuos. En un gran peligro, en una profun- da emoción, no falta el instinto para reconocer su grandeza ó las masas y el genio llega con fre- cuencia espontáneamente a ocupar su verdade- ro puesto. ¡?ero es estraño que las cuestiones eo- líticas inspiren al mismo tiempo al pueblo el sen- timiento del peligro y la necesidad de la con- fianza. Si preguntásemos, generalmente hablando, á ca- da individuo su parecer, estaríamos muy Iéios de obtener en respuesta la espresion de las opiniones nacionales. El vulgo, privado de instrucción y entregado casi en todas parles á preocupacio- nes i e tragadas, se negaría á favorecer su pro- pio progreso. Mientras mas ignorante es el pue- 10, mas se opone á toda especie de desarrollo, mas privado está de todo otro goce y mas se ad- nert con obstinación , con encono á sus costurn- Hcs, como la única propiedad, que ya le resta, orna os votos en Portugal y en España: aun estaban ayer por el sostenimiento de la inqui- == G3 = sicion. Contadlos en Rusia y estarán por el des- potismo del Czar. Contadlos, finalmente en todas partes y estarán por las leyes , por las habitudes locales , que tengan mas necesidad de ser cor- regidas ; estarán por las preocupaciones. Pare- cía que este nombre reservado á las opiniones adoptadas por el vulgo, sin ser discutidas, decía bastante y era suficiente para enseñarnos que las masas se atienen siempre á opiniones for- madas y que el pequeño número de los pensa- dores solamente se eleva sobre ellas para juz- garlas de nuevo. Hay siempre oposición absoluta, efectivamente, entre el voto nacional, es decir: entre la suma de todas las voluntades, de todas las inteligencias y de todas las virtudes nacionales; suma en la cual se cuenta cada cantidad por lo que es, y las ne- gociaciones cuentan por nada, y el pronunciamien- to del sufragio universal , que hace prevalecer á los que no tienen voluntad sobre aquellos que quieren, como á los que no saben lo que de- ciden sobre aquellos que lo saben. ¿Cómo, pues, eligiendo la voluntad nacional, se puede desechar la integridad de voluntad de aquellos, cuyos votos se cuentan? ¿No se sabe que cuando una cues- tión presenta alguna oscuridad, no tienen la ma- yor parte de los hombres respecto á sí mas que una voluntad sugerida, y que millares enteros solo representan frecuentemente un solo vo- to, un solo individuo, eligiendo él mismo y ha- ciendo elegir á los demas? ¿No se sabe que cuan- do están los ignorantes de buena le, preferirían siempre no votar, por que conocen que su yo- # to es una mentira? ¿Ignórase tal voz que entre dos nombres, igualmente desconocidos para ellos, de los cuales deben elegir uno, se deciden ó por la intriga, que le recomienda el candidato de una facción ó por la casualidad que los detiene so- bre el primero de entrambos? «¿Nos dirigimos sobre la China ó sobre la California?» se pre- gunta á cada marinero de ios del bajel, que suponemos perdido en medio de los mares deí Sud,» Pero no sabemos en donde nos bailamos, responden; no sabemos cual es la distancia que hay de aquí á las costas, é ignoramos también que exista tal China ó tal California. No queremos votar, porque no nos encontramos en estado de hacer una elección, ni de tener en este punto una voluntad.=No importa, se les replica : votareis, y vuestro voto tendrá tanto peso como el del mas entendido.=Entónces, á la China: el nom- • mas corto y nos acordarémos mejor de él.» El sufragio nacional se eleva á la misma altura que cuanto mas elevado existe en la na- i ion respecto á inteligencia y virtud. El su- fragio universal al contrario (y conforme al prin- cq)¡o, que le dá vida, debían también ser lia- manas las mugeres y los niños) rebajando cuan- o se eleva hasta una igualdad ilusoria, se apar- ca pieeisamente de toda clase de distinciones, ,' dn cuanto que toda distinción es rara en la sociedad. Si debe tomarse la decisión por el patnotismo, d desinterés y el valor, ¿cómo es po- hallar una mayoría de Kégulos ó de Arís- p ‘ . . I o debe ser P° r l£ > ostensión de los ajamientos ¿se hallará tampoco una mayoría de Montesquieus? Y sí lo debe ser, finalmen- te, por la energía de la voluntad ¿hay acaso una nación, en que los Napoleones formen el mayor número? ¿Puede, pues, lograrse la espresion de la opinión pública, que comprende cuanto bueno y grande se encuentra en la nación, contando to- das estas individualidades tan eminentes, como simples unidades, que se pierden en la multitud? Lo mas que puede esperarse del sufragio uni- versal es que produzca una medianía proporcionada entre todas las diferencias; que las minorías emi- nentes acierten á modificar las mayorías vulga- res, precisamente en razón de su número; y que si hay, por ejemplo, entre los que son llamados á votar, nueve ignorantes por cada sabio, el re- sultado de la votación no sea mas que las nue- ve décimas partes poco mas de la ignorancia de los unos que del saber de los otros. Pero con mas frecuencia, en lugar de modificarse recíprocamente las dos porciones de la asamblea, chocaran alterna- tivamente y entonces triunfarán ios ignorantes por una inmensa mayoría. En ambos casos el sufra- gio universal, que considera á los hombres como simples cifras, como otras tantas unidades iguales y que los cuenta en lugar de pesarlos maduramente, despoja á la nación de cuanto posee mas precioso, que es la influencia de sus hombres eminentes. Basta con figurarse cual seria la decisión de la mayoría sobre todas las cuestiones, ya decid i- didas por la ciencia, la voluntad ó la virtud na- cional, para reconocer su completa oposición. P ran- cia, Inglaterra y Alemania saben sin duda que la tierra gira alrededor del soL Consultad, sin Tomo l.° 5 " embargo» en estos tres países ía mayoría por medio del sufragio universal» y os responderá que el sol gira endeirédor de la tierra. Descenda- mos de una noción científica á lomar una decisión en un caso vulgar: arrojan las aguas un ahogad® á la ribera: consultad por medio del sufragio uni- versal á la mayoría sobre lo que debe hacér- sele y responderá que es necesario suspender- lo de ios pies, para que arroje el agua que ha bebido. Durante la agonía de la Polonia, cuanto exis- tía dotado de un carácter enérgico y virtuoso en Francia é Inglaterra hubiera querido salvarla á precio de los mas grandes sacrificios: puede de- cirse que la Francia y la Inglaterra querían la guerra; porque la suma de las voluntades enérgi- cas, reíiccsivas y virtuosas, es verdaderamente la voluntad de una nación. Pero el sufragio univer- sal hubiera producido la suma de las apatías, la su- ma de las indiferencias ó la de los intereses per- sonales. Los unos sabían muy poco lo que era Po- lonia, fiara querer; los otros rechazaban con mu- cho egoísmo la formación de nuevos egércitos y las contribuciones para hacer sacrificios. Consul- tar al mayor número es querer llegar al justo medio. El sufragio universal puede alternativa- mente arrojar á la nación en los dos estreñios; pe- ro su punto de reposo es el justo medio. Estamos acostumbrados en nuestra moder- na Europa á tener gobiernos , que no han sido fundados para el bien-estar común, gobier- nas patrimoniales» en que no eran considera- dos los pueblos siaó como propiedades mas 6 ménos provechosas; sus señores se ocupaban úni- camente en esplotarlos con ventaja y no en con- ducirlos hacia la prosperidad , la virtud y la in- tclijencia. Cuando estos pueblos comenzaron á re- conocerse, á sentir sus necesidades y hacer que fuese su voz oida, admirados ó espantados sus monárcas de este nuevo sacudimiento, solo pen- saron en imponerles silencio. Ya engañaron ai pueblo por medio de sacerdotes vendidos á la au- toridad; ya lo corrompieron por medio de la frivolidad y los placeres, ó por el cebo de una falsa gloria; y ya le impusieron silencio con el terror y los suplicios. Jamas consintieron en es- cucharle, ni menos en tomar sus consejos. Esta hostilidad del poder contra la opinión públi- ca nos ha acostumbrado á no ver nunca en él mas que el obstáculo material, que la comprime. He- mos invocado la soberanía de esta voz pública y no nos hemos curado de inquirir el modo con que se forma. Los antiguos tuvieron mas esperiencia que nosotros de los gobiernos libres y de todas las formas republicanas. Los que invocan su autori- dad en apoyo de lo que ellos llaman principios» deben admirarse, si alguna vez les acontece al abrir no solo á Aristófanes» sino á Platón ó á Aristóteles, de verlos pronunciarse tan enérgica- mente contra las democracias puras. Todos los filósofos griegos, que las vieron en acción» no- taron en ellas ía dominación constante del princi - pio retrógrado sobre el principio progresivo y de la brutalidad del mayor número sobre la deu- da y la virtud del mas pequeño. 68 Ifabian también observado la opresión habi- tual de la minoría por la mayoría, la dureza de los señores para con sus vasallos, cuando la ciudad mandaba á las campiñas ó la dcmocrá- (ia ora conquistadora, el favoritismo popular, no menos temible que el de las cortes y la ra- pidez de las revoluciones, que producía el cntu- Ma smo de la multitud, tan violento y fugitivo. Yo nos detendrómos á discutir sobre su testi- monio; pero no podemos menos de preguntar ■* los partidarios del sufragio universal con ad- miración, no en donde está su experiencia, sino o donde se encuentra su teoría. Desechan cuan- io es antiguo, quieren cambiar la faz del mun- do y no solo no presentan un legislador, sino que ni un filósofo, un sabio, un gran escritor, ¡ue baya admitido y desenvuelto loque ellos lla- man pus principios. Respecto á nosotros, miraremos en nuestro alre- dedor y la esperienda de nuestros dias sobre el espí- rdu retrógrado de las masas , no nos faltará, ¡lección demasiado triste para la humanidad bandado España y Portugal, desde que fu é el P 1! °bío puesto en movimiento en la península ibéri- ca! Entre los habitantes de estas dos comarcas, las peor gobernadas de Europa, (1) cuantos tie- nen valor ó inteligencia, que son en gran nú- mero, desean ardientemente una reforma funda- mental, y no temen manifestar esta voluntad ( l) He ;n¡ní a lo que dan Junar nuestros enhornantes . ... y" s c< mi untos despiertos : la Europa que los vé y que Lame o t: 1 < S|jt acias nuestras, no puede menos de lanzar sobre ellos tai amargas acusaciones. (Y. de (vs Edil.) ron * títn en medio de ios mas grandes peligros y á cos- ía de los mayores sacrificios. Pero las masas, confundiendo los despojos de lo pasado con sus trofeos y atribuyendo la antigua gloria nacional á los abusos, que la han destruido, han mani- festado una voluntad no menos enérgica por el sostenimiento de cuanto á España avergüenza. Las poblaciones, sublevadas y conducidas por los sacerdotes, que son los mas peligrosos de todos los demagogos, lian combatido con encarnizamiento contra el progreso de las luces, contra la libertad y contra toda clase de clemencia. Estallaron las insurrecciones en 1832 en Toledo y en León, para rechazar la amnistía ofrecida por la reina. Renováronse en 1833 , por haber sospechado solamente que esta princesa abrigaba intencio- nes liberales y una revolución absolutista ce hu- biera verificado contra ella, si su adversario no hubiera estado falto de valor y de capacidad hasta en las familias reales. La parte mas ignorante, la mas fanática, pero la mas numerosa de los portugueses, permaneció fiel al monstruo don Miguel, despees de haber perdido sus dos capitales, sus tesoros > sus arse- nales y á despecho de la hostilidad mal disfrazada de Francia, Inglaterra y España, Encontrar fase indudablemente el heroísmo en esta constancia, si fuese posible admirar el encarnecimiento contra cuanto bueno y honroso existe en las sociedades humanas y el apego á cuanto en ellas hay de cri- minal Los fuer/os y vergonzoso. patriotas italianos, que tan generosos están haciendo para restituir á su tria aquella libertad, que creó su independen- cia y su gloria, que sobre una tierra anegada con la sangre de tantos mártires, ofrecen aun diariamente á su patria sus fortunas, su feli- cidad y sus vidas en sacrificio, son demasiado jóvenes en su mayor parte, para haber visto, co- mo nosotros, estallar la insurrección por todas partes en su hermoso país y a los gritos de ¡m-~ va María! norte á la liberta , perseguir y saquear y degollar el populacho á los patriotas y aco- ger delirante de alegría las banderas de sus opre- sores austríacos. Hoy, sin embargo, aseguran los italianos que este yugo estrangero lia desengañado al pueblo, que sus sentimientos han cambiado en mochas provincias, y que en otras se podrían ligar los habitantes de las campiñas á la causa liberal, por medio de la abolición de ciertas cargas ¡Triste modo deseducir una opinión proclama- da como soberana!.... No obstante, la mayoría no está por ellos: bien al contrario, Roma po- dría aun soltar contra ellos la gran jauría ; cuya frase empleaba en Francia ei mismo par- tido, eí partido de la oscuridad en i 562 , cuan- do desencadenó el populacho y los habitantes de las campiñas contra los protestantes. La re- forma, dominante ya en la nobleza y en la ciu- dadanía, triunfante ya en los estados generó- le^ de Orleans, y de Pontoise, fue entonces comba- tí a por cuantos hombres ignorantes y groseros encerraba Francia y en todas partes se vio aho- gada en sangre. Pero se dirá que la esclavitud envilece al hom- 71 hrc hasta el punto de hacerse amar y se dirá una verdad: se nos exigirá que busquemos ejem- plos en los Estados libres, en que los ciudada- nos han recibido la educación vigorosa de la pla- za pública , en que se han ilustrado con la esperiencia sobre sus intereses, justificados por la virtud é inflamados por todos los nobles senti- mientos. Ciertamente no serénaos nosotros quie- nes negaremos la superioridad ó la excelencia de ha educación republicana: no seremos quienes pon- gamos en duda el poder de estas instituciones, p % $y m ^ «p» blo ola democracia, que recha- ^ySIStl zainos, y la admisión en la so- beranía nacional del elemento #§|$> democrático , que juzgamos * 4 §K»comg esencial á todo buen go- %" bienio, á todo gobierno libre. Decimos como los demócratas : « todo para la nación y todo por la nación ;» pero aunque parezca sin duda que estas palabras : la naekm y el pueblo designan una misma y sola cosa, 1 0 1 insistimos sobre su diferencia, no solamente por <>1 sentido, que pretendemos darles y que de- pende de las definiciones, sino por la impre- sión irrellexiva y universal , que recibimos al escuchar una ú otra cspvcsion. Indudablemente el principio fundamental de toda política estriba, á nuestro entender, en que la asociación general ha tenido por obje- to desde su origen, y debe siempre (ener igual- mente, el bien de todos los individuos, el bien moral y físico, el desarrollo del ser intelectual y sensible, tanto como la prosperidad material. Creemos también indudablemente que la socie- dad, que ha conferido con este objeto todos los derechos, los ha conferido á todos sus miem- bros, de modo que todos los cuerpos, que ha constituido ó que ha dejado constituirse, for- man parte de la nación y están comprendidos en el gran poder nacional. Así, pues, no nos oponemos á admitir la soberanía de la nación. Pero aunque los nombres de pueblo y na- ción sean empleados con frecuencia como sinó- nimos, aunque cuando están opuestos sea reservan- do el primero á las pequeñas sociedades políticas, y el segundo á los grandes, ó bien señalando con el primero las sociedades, que tienen un gobierno in- dependiente, y con el segundo las familias (¡epilo- bios de una misma raza ó de un mismo lenguage; las ideas que despiertan estas dos palabras, cuando no están aun definidas» son diferentes y de sus di- ferencias lian resultado grandes electos noli lí- eos. Tiónese por costumbre ol comprender ba- jo el nombre de nación á los que, mandan y = 102 = á los que obedecen , y acostúmbrase también oponar el gobierno y el pueblo. Hablando de la soberanía de una nación so- la, se piensa en su independencia al par de to- das las demas, sin juzgar que encierra en su seno la distribución de los poderes soberanos. Cuando se habla de la soberanía del pueblo, se sobreentiende por estas palabras la naturaleza misma de la constitución, y asi las ha enten- dido siempre el pueblo. Siempre ha compren- dido que era el pueblo aquella parte de la na- ción, que no estaba constituida en autoridad, y que esta era soberana de la otra. Siempre ha comprendido que la palabra pueblo no admitía distinción alguna; que eran iguales todos los hombres considerados como del pueblo, que to- dos debían participar de la soberanía de este de la misma manera, y que emanaba de su so- beranía el sufragio universal. Considerando á la nación como un todo, com- puesto de partes desemejantes , admitimos de una manera distinta que este todo tiene sobre sí mismo un poder ilimitado; ¿pero no pregun- taremos cómo espresa su voluntad?... .Entónces vemos que en una misma nación se manifiestan tantas voluntades, como partes contiene y con- cebimos fácilmente que la obra del legislador es la de armonizar y reunir estas voluntades en una sola, obra difícil, considerable y de mucho tiempo, obra que no se llevará á cabo hasta que la mas alta razón , las mas altas virtudes y facultades de la nación en todos géneros, ha- yan calmado las pasiones, disipado los agüeros* puesto en claro el bien-estar común y enseñado á conformar con él el de cada individuo para que todos concurran á la voluntad general con su asentimiento. Es , á nuestros ojos, una ficción cruel por sus consecuencias el considerar á todos los horn bres como iguales en capacidad, en interes pol- la causa pública, en conocimientos adquiridos, en intensidad de voluntad, en virtud y por con- siguiente el reclamar para todos una parte igual en la dirección de los negocios públicos. Esto es despojar á la sociedad de las ventajas ad- quiridas por cada uno de sus miembros ó al nénos hacerlos inútiles para el bien general. Esto es sacrificar la voluntad á la indiferencia, los conocimientos á la ignorancia, y la sabiduría de los consejos á la incuria. Pero después de haber rechazado la sobe- ranea do la dcmocrácia ó el sufragio universal, no 65 de ménos importancia el hacernos cargo tan- to dd interes como de la dignidad de este mis- mo piéblo , que no queremos reconocer por so- berana ; porque á nuestra vista resaltan dos máximas fundamentales de la observación de todas as sociedades humanas, de todas las es- periendas consignadas en la historia. La prime- ra es (fie cualquiera que no tiene un medio para defenderse es oprimido siempre, tarde ó temprano: la segunda que cualquiera que no to- ma parto en los negocios públicos y no tiene por ellos interes, está moralmente degradado. Toma ido, pues, la palabra pueblo en su acepción ordinaria, por oposición á la de { jobierno , y emn- prendiendo bajo aquel nombre cuanto no ha alcanza- do alguna elevación social, creemos de nuestro de- ber ocuparnos de él ante todo, y considerar sucesi- vamente las atribuciones de los poderes sociales, que se han podido conceder al pueblo, para darle la posibilidad de defenderse; asi como también los medios que se lian empleado para interesar- lo en la causa pública con el fin de que apren- da á respetarse. En Europa ha prevalecido en nuestros dias el uso de distinguir los poderes sociales en tres clases principales, á saber : el poder legislativa, el ejecutivo y el judicial, y de requerir su in- dependencia absoluta mutuamente. Consideramos esta independencia mas bien como un hec T io, que se presenta en muchos gobiernos estima- liles y que es por tanto digno de la observa- ción y del estudio, que como un principia, y no olvidamos que en los demas gobiernos que han levantado sus pueblos á un alto gmlo de prosperidad y de gloria, estaban habitudmen- te confundidos estos poderes. Por lo cieñas nos parece que el pueblo debe, como pueble, par- ticipar de cada uno de ellos y que sol debie- ra ser por la universal cooperación, quí presta, para entender en la causa pública, para inte- resarse y hacerse digno de ella. Los pueblos que conviene estudiar, Síbre todo, fiara determinar el progreso de las cencías so- ciales, no son en verdad los cazadores de las sel- vas primitivas, desprovistos y amenazólos por la necesidad, é ¡guales todos, salvo las diferencias qur entre ellos ponían su fuerza ó si destreza. 105 ó las facultades mas desenvueltas, que engen- dró una lucha continua con las privaciones. Las teorías constitucionales deben aplicarse á 1 ¡is na- ciones tales como la civilización las ha forma- do, (i las naciones, que leen, que estudian y que pueden por sí aprovechar la experiencia de los demas. Desde la abolición de la esclavitud, son eje- cutados les trabajos corporales en estas nacio- nes por hombres, que se dedican á ellos volun- tariamente. Tienen derecho <\ la protección com- pleta de las leyes. Han debido suscribir por elec- ción el contrato, que Ies obliga á consagrar sus fuerzas y su tiempo á una ocupación, que dá vida á la sociedad y que produce todas sus ri- quezas. Pero tienen derecho aun á alguna otra cosa mas: obligados por la necesidad, no son realmente libres en el comercio , que hacen pa- ra espender sus producciones: necesario es que la sociedad, que solo existe por este comercio, los proteja para que sea equitativo. Tienen derecho ú un alimento saludable, á un ho- gar, y vestidos, que los pongan complot nmeute al abrigo de la intemperie de las estaciones; á una ga- rantía de duración en su bien-estar, que no Ies haga temer todos los dias por el de mañana; a una ganancia suficiente, para (pie después de haber provisto á sus primeras necesidades, sosten- gan también sus hijos, curen sus enfermedades \ atiendan á su ancianidad; á un reposo, en fin, en sus trabajos, que es indispensable para conservar su salud, para dar algún encanto á su > ida y para que su talento recibir alguna cultura. = 106 = He aquí el derecho del pobre: su parto en las riquezas, que produce, no puede ser menor; pe- ro sin ella esperi me litaría un tormento agudo, trataría de cubrir sus necesidades por medio de la violencia, destruiría la riqueza pública léjos de cooperar á su fomento, y perecería finalmen- te de miseria. En el punto, á que han llegado, í>or otra parte los poderes productivos del tra- bajo y con la concurrencia, que sin cesar tiende á limitar la parte del pobre en su recompen- sa, es difícil hacer que esta parte sea mas con- siderable, y mantener al mismo tiempo la acti- vidad industrial de que la prosperidad de la nación depende. Mas antes de estar en estado de designar cua- les son los poderes constitucionales, que pueden atribuirse al pueblo, y de preveer el uso que liará de ellos; sería de desear que se conocie- se con es actitud la proporción en que se ha- lla en este pueblo la clase pobre, que vemos a go viada por un trabajo corporal y para la cual pedimos un corto descanso, destinado á ocupa- ciones, que fortalezcan el pensamiento, y un cor- to egercicio de estas facultades de la inteligencia, que bastan solas á elevar la especie humana so- bre las irracionales. El trabajo es una de las condiciones impues- tas al hombre por su creador. Con cierta medi- da no solo fortifica los órganos, sinó que desen- vuelve la inteligencia. Ayuda al hombre á triun- far sucesivamente, por medio de su industria, de todas las fuerzas de la naturaleza. No obstante H hombre no puede consagrar todos sus esfuerzos ==¿ 107 = al desarrollo de una de sus facultades, sin que to- das las demas experimenten un movimiento con- trario. Cuanto adquiere en valor y en destreza, lo pierde en poder de meditación y de rcflecsion. Los trabajos corporales perjudican paulatinamen- te al pensamiento; lo perjudican siempre, cuando son prolongados hasta la fatiga y el cansancio y cuando son monótonos. En el estado actual de la sociedad un núme- ro de hombres bastante considerable, pero cu- ya proporción con el resto no nos os conocida esáctamente, está dedicado á un trabajo, que el progreso de las máquinas ha hecho de cada vez mas monótono y que la concurrencia ha hecho también mas penoso. El trabajador no puede pen- sar, no puede reflexionar durante el esfuerzo corporal, á que es llamado, y en el momento en que puede, en fin, disfrutar de algún reposo, se baila entregado mas bien á una inacción comple- ta que dispuesto á la meditación. En un tiempo, en que los trabajos estadís- ticos han progresado tanto, es en verdad estra- to que no se puedan representar por números precisos los hombres de la acción muscular \ los hombres del pensamiento ; que no se pue- da calcular cuantos hay en la sociedad, que hacen para vivir el sacrificio de una porción mayor ó menor de su inteligencia, cuantos que al contrario trabajan sin cesar en desenvolver- la. Este conocimiento, sin embargo, seria abso- lutamente necesario para distribuir cotí algún juicio y conveniencia al par los poderes políticos entre el pueblo. Las investigaciones estadísticas de Mr. de Cha brol sobre la dudad de París y e) departamen- to del Sena nos parecen el cuadro mas com- pleto de población que Francia posee: estas ob- servaciones tienen por objeto la capital, en donde todos ios hombres ricos del reino se reúnen , la ciudad al mismo tiempo de la literatura y de la ciencia y del gran comercio de la inteligencia y del talento. Ninguna de las demas poblaciones de Francia puede ofrecer una proporción igual, ya de los hombres que viven de sus rentas, sin tomar parte en el trabajo corporal, ya de los que viven del ejercicio de sus facultades mentales en las letras, las ciencias , la iglesia, la abo- gacía, la medicina ó la administración. La proporción de los hombres que desenvuelven su fuerza intelectual con los que desarrollan la muscular debe hasta en los barrios estra- muros de san Dionisio y de Sccaux, ser mucho mayor que en el resto de la Francia. Entre los cuadros compuestos por Mr. (llia- broj es el que arroja mas luz sobre la divi- sión de la población entre diversos trabajos aquel que ofrece la recapitulación de las diferentes profesiones de los jóvenes, comprendidos en la lista departamental de reemplazos. (1) Halla- mos en él desde luego que sobre una medianía de ocho años entre mil jóvenes, llamados á for- mar el contingente espresado, no se encontra- ban en todo e! departamento mas que veinte v cinco, que subsistían con el fruto de sus reñ- ías, ó con mas esaclitud veinte y siete en la ciu- ' I j Clin brol, RceluTohes sladhd irpií f, en 109 dad de Par's, cuatro en el barrio de san Dionisio y siete en el de Sccaux. Este resultado está bastante conforme con e ! que ofrece otro cuadro , á saber : el de la me- dianía de los recmplazamientos : en los mismos ocho años se han contado en él veinte y seis por mil en Paris ; veinte en el citado barrio de san Dionisio y doce en el de Sccaux; en me- dianía veinte y cuatro por todo el departamen- to. Se puede, pues, asegurar que en París mis- mo no hay nías que un hombre, que esté de cada cuarenta esentó de todo trabajo y que muy aproximadamente no hay mas que uno de cada sesenta en toda Francia. Pero aun es mas importante notar esto mismo entre los diversos trabajos, á los cuales se consagran las demas clases; por que no deben contarse por hombres do fatiga todos los que no viven de sus rentas. La clasificación de Mr. de Ch abrol es des- graciadamente muy incompleta, dándonos solo ¡i conocer el número de una parte de las profe- siones manufactureras, asi como de las demas. Tal cual es, hela aquí sin embargo. Guéutan- se sobre mil jóvenes. C tiulad Barrio Barrio dr de san de París. Dion ¿sí o. Seca h.t. \ Yaba ¡adoros en madera: carpinteros ovan islas , ramíferos n aserrado- ras íkc Traba j;ulnrr& cu metales : cerrajeras, forjadores , cucii idlcros . armeros, al licitares , fcc ■ - 1 Idem en pieles: ^iiarnirionoroSj sille- ros ) zapateros ? Mein en piedra: alhamíes, jiimpedn- 7S US ■ w KVi i ■ * * f >.» 2o F I- * 21 110 = vos. y minadores Idem apl icólas: labradores, desmonta - 24 50 id! itorcSj carreteros, i\c, Sic . . . . , tlovarhol islas v escribanos públicos ú 27 500 525 particulares t . * . 120 d!) 52 10 htisl rt s. , . . , . . - * » . « * * . * ' * 8 M *> Bateleros y marineros* Sin profesión: jovenes (\uc aun no han abrazado una determinadamente . 5 o 17 7S 48 50 Que viven de sus rentas 27 •i 7 todas las demás profesiones junios. . 1 fP-* CT A i o 400 Total. ...... 1000 1 000 1 000 Fácilmente se comprenderá la importancia de la última clase, que forma sola las dos quintas partes de la población, cuando se recuerde que en ella deben contarse: todos los artesanos (sa- biéndose que es boy Paris una de las grandes ciudades industriales de Francia) ; lodos los / 7 guisanderos, panaderos, carniceros, taberneros &e. Iodos los sirvientes, el comercio de poca monta y finalmente las profesiones literarias, á saber: los ministros de diferentes cultos, los autores y pe- riodistas, los legistas ó abogados, los médicos y los catedráticos. Este cuadro, aunque incompleto, debe pro- ducir sin embargo una penosa impresión y des- pertar al mismo tiempo útiles reflexiones políti- cas. Queda demostrado que en la mas rica é in- teligente ciudad de Francia están obligados, al ménos nueve de los diez individuos y con mas pro- babilidad diez y nueve de los veinte, á proveer á su subsistencia, sacrificando la parte intelectual de su ser y cultivando sus facultades físicas á cos- ta de su ingenio. H abríase, pues, cometido la mas alfa imprudencia en darles la dirección de lus negocios públicos. Y no por que deban ocu- parse en esto los filósofos y legisladores , ía clase que trabaja, esta clase, que compone esen- cialmente el pueblo, por oposición ai gobierno, debe también tener una parte en él ; por- que abriga la doble creencia de que es para ella mas fatal la opresión de los que no esperi- rnenlan necesidad alguna; porque la opresión lle- ga mañosamente á arrebatarle lodos los place- res déla vida y hasta lo necesario y por ene, no obstante, ni tiene tiempo, ni saber suficiente para defenderse. Para mantener la libertad del pueblo, debe, pues, tratar la constitución de atribuirle los de- rechos políticos, que no estén fuera de su alcan- ce , porque debe vivir solo de sus rentas y bastan para vedarle, sin embargo, lo (pie le es absoluta y debidamente necesario. Menester es que todos estos derechos le enseñen a! mismo tiempo á comprender la marcha de los nego- cios públicos y á tomar parte en ellos, y so- bre todo (pie le inspiren la dignidad de ca- rácter y el valor, sin los cuales le serian inú- tiles todos los derechos imaginables. Ante todas cosas os importante tener en cuenta que el traba jo corporal de iodo el din reduce a los hombres á un estado de apatía , del cual no es fácil sustraerlos habitúa Imcnte. El objeto del legislador, que concede al pueblo derechos po- líticos, es el de sacar al artesano de su indolencia, de su apego á los placeres físicos, y de su con- centración en el egoísmo, y cuando mas en el Ínteres de su familia , [vara hacerle; peasar sobre el bien-estar de la sociedad humana y de su patria. Nada seria mas fácil, sin duda, que encender en él las pasiones políticas, so- bre todo el odio y la cólera, señalándole con los nombres de partidos aquellos, de quienes de- biera vengarse Y' sublevándolo contra los Ilota- o «* bies, que como enemigos del pueblo se le de- signaron. Pero no ha menester la sociedad de pa- siones, ni de venganzas; sino de estudios, de meditaciones y de simpatías entre todos los hom- bres. El llamamiento, que la sociedad debe di- rigir á todo hombre, que trabaja, y á quien el trabajo fatiga, debe encaminarle á ensanchar gradualmente el horizonte, en que están con- finadas naturalmente sus ideas, debe conducir- le á considerar desde si mismo á su familia, desde ésta á su profesión, á su aldea ó ciudad na- tal, de aquí á su provincia, y finalmente des- de su provincia á la nación, de que forma [varíe. La imaginación tiene otra marcha distinta: unas v eces abraza los objetos en razón á su gran- deza y salvando lodos ios grados intermediarios, conmueve al hombre por la nación, de que es ciudadano, haciéndolo indiferente á cuanto le ro- dea. Grandes acciones y sacrificios pueden na- cer de estas emociones, sin que nos curemos de rechazarlas; pero cuando se trata de con- fiar poderes sociales, solo es la razón acreedora á esta confianza, podiendo garantizar el bien-es- tar común, y siendo por tanto la facultad, que es necesario desenvolver en los hombres» que se quieren admitir en ¡a participación do la sobe- ranía. =: 1 13 = La comunidad, ó el gobierno de familia de los lugares en donde se nace , es el primer ob- jeto que seria conveniente presentar á la conside- ración y á las afecciones de aquellos, en quienes difícilmente germinan las ideas sociales. La comu- nidad no es un ser ideal, ni fantástico: es la ver- dadera patria, la que Y ernos y conocemos en to- dos sus pormenores y circunstancias; la que ven claramente todos nuestros sentidos. La comunidad está poblada de todos los recuerdos de nuestra infancia, contiene todos los objetos, que nos son caros, todos, aquellos en fin, cuyos intereses influ- yen inmediatamente sobre nosotros. La comunidad es la sociedad primitiva; y fre- cuentemente sellan formado las naciones con la reunión de las comunidades. lía reunido, pues, originariamente en sí misma lodos los derechos de la soberanía y los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial , que ahora están opuestos entre sí, debieron ejercerse en su seno simul- táneamente. Tres grandes ventajas se presentan ligadas á la existencia de las grandes naciones. La que primeramente hiere la imaginación de los pueblos es la independencia y eí poder fren- te á frente de los estrangeros; pero no es sola. El poder es necesario de la misma manera para las grandes empresas, destinadas á do- minar las fuerzas de la nación; el poder del va- lor, se reconcentra por sí en una grande hogue- ra y solo adquiere su completo desarrollo en las grandes capitales. Fue necesario que la comunidad adquiriese la participación de este poder nacional por medio del sacrificio de una parte de su so- Tomo l.° 8* — 114 S5B Iteran ía, lo cual se llama central izacion. M lidias ventajas se hallan ligadas á la acción regular, uniforme y enérgica del gobierno con* tral; pero muchas también á la acción libre, espontánea y patriótica del municipal. Im- posible es pasar de uno de estos sistemas al otro, sin contrariar muchas costumbres, que lian llegado á arraigarse profundamente en todos los corazones: los sentimientos son entonces mucho mas vivos por los bienes (pie se abandonan, que el aprecio de los beneficios que en cambio se adquieren. Por esto el legislador sabio exami- na cuanto existe, antes de pensar en lo que de- be existir después. Pero aunque pueda inclinarse desigualmente á uno ó otro sistema, no debe abandonar en- toramente á uno de entrambos. Asi por ejem- plo, por mas inclinación que manifieste el pue- blo hácia la centralización, debe el legislador con- servar ó dar bastantes privilegios á las comu- nidades para que tengan un principio de vida, para que sea el ciudadano despertado por su in- teres propio y para que se honre con las fun- ciones, que desempeña en nombre de ellas. Jamas debe olvidar el legislador que la comunidad es la gran escuela de la ciencia social y del patrio- tismo y que la nación, en que no ha tomado el ciudadano ningún interes en las cosas, que en su alrededor suceden, nunca encontrará bas- tante adelantada á la masa de los ciudadanos pa- ra (jue puedan comprender lo que léjos de ellos acontece y dirigirlos sucesos útilmente. Cuando se llama al pueblo (y bajo este nom- = 115 = bre comprendemos tanto al hombre de trabajo como aquel, cuyas tareas son recompensadas lar- gamente) á tomar parte en ios negocios de la comunidad, se está casi seguro de fijar su aten- ción y de sacarlo de su egoísmo para hacerle volver la vista y los pensamientos hácia la socie- dad. Todos los intereses están efectivamente á su vista y al mismo tiempo tan inmediatos, que el hombre mas escaso de talento puede com- prenderlos y conocer la relación que tienen con- sigo. La mayor parte délas antiguas comuni- dades gozan de bienes administrados en común y para el provecho general: por ellas participa cada comunidad de la dignidad de los sentimien- tos y de la instrucción ele los propietarios ter- ritoriales: por ellas se inculcan en el corazón de todos los individuos el amor y la confianza debidos a este sistema protector de las propieda- des rurales, de que hubieran podido, como po- bres y esentos de defensa, notar quizá solamente las desventajas. Las comunidades tienen pobres que mante- ner: el individuo de ellas, que advierte que pu- diera acaso verse reducido á cstremo semejan- te, invocando su asistencia, realza su carácter, participando de esta beneficencia social. Cono- ce los límites que deben guardarse, las reglas que deben seguirse esencialmente, y la osten- sión del fondo de que es posible disponer. La comunidad tiene obras públicas que ejecutar; caminos cubiertos, fuentes, arrecifes , diques y senderos, cuya utilidad y conveniencia serán dis- cutidos en sus consejos al par que los gastos, á que den lugar necesariamente. Cada individuo co- noce, al tomar parte en la deliberación, que so- lo se han tenido presentes sus propio bene- ficio en su establecimiento; y si la comunidad tie- ne después que establecer cotos y repartirlos, cada uno conoce también que consagra en bien de todos una parle de sus rentas, lo cual re- dunda al mismo tiempo en beneficio común. La comunidad tiene, en fin, que hacer con frecuencia elecciones ó sancionarías: nombra ma- gistrados y agentes desde el alto consejero has- ta el humilde guarda de campo, y algunas ve- ces también hasta su pastor y su médico. Es- ta es una ocasión para el hombre del pueblo, para el hombre de trabajo de alzar la vista y estenderla mas allá de su esfera, de apreciar los talentos y las caracteres de los que en una mas elevada situación se encuentran y de concederles un favor, en lugar de demandarles sin cesar otros mil. Todas estas funciones del hombre del pue- blo son en la comunidad otras tantas ocasio- nes de generalizar sus ideas y sus intereses, de levantarse desde el individualismo al pensamien- to social y de acostumbrarse, en fin, á ver su bien propio como el bien de todos en el or- den v la ley. Casi todas estas funciones entran en la división de los poderes ejecutivos y estos son en efecto, los que el pueblo comprende mas fá- cilmente: su atención se ve fijada desde luego en el objeto material, no conoce nada mas que lo que encuentra mas en relación con sus diarias ocu- paciones, y solo por un esfuerzo grande y extraor- dinario se eleva después á las regiones de la abs- tracción. 1 17 lista abstracción es la ley, porque considera las acciones y no los hombres, las reglas y no las cosas. Sin embargo, el poder de crear las le- yes ha debido pertenecer primitivamente á las comunidades, del mismo modo que todos ios po- deres sociales, y aun hoy entra en sus atribu- ciones este mismo poder mas ó ménos modifi- cado. No hay país alguno, en donde no ÉSb ha- ya encontrado algún poder reglamentario y se- ria muy extraño que fuese de otra manera. La participación del pueblo en la legislación es lo que mejor le enseña á distinguirlo arbitrario de la influencia benéfica del poder. Parece desde lue- go que todo es fácil al que todo lo puede or- denar; que si él mismo fuese déspota baria que los pobres vivieran en la abundancia y pondría re- medio á los males , cuyos padecimientos solo conoce. Con la csperiencia solamente aprende que es- te remedio no está en la mano del poder; con- curriendo á las deliberaciones, reconoce que ca- da uno procura por el bien-estar común y que no lo alcanza; viendo nacer las dificultades, se resigna con las imperfecciones del érden social y acaba en fin, por sentir el amor por las ins- tituciones, en tas cuales tiene una parte activa, en lugar de obedecerlas solo por temor. La sociedad necesita que todos los hombres obedezcan el érden social, y que todos Te amen para facilitar y mantener la obediencia. Cualquie- ra que sea, pues, el grado de autoridad que conceda á las comunidades, tiene necesidad de llamar al mayor número posible de hombres á participar de esta autoridad: tiene necesidad de (¡ue todo hombre sepa que es alguna cosa en su lugar nativo, para desenvolver en ¿1 las virtudes del mismo modo que las luces del ciu- dadano. Pero también necesita que la comuni- dad sea bien dirigida, que sus intereses sean cuidados con inteligencia y con economía, que no sean sacrificados á las preocupaciones, ni á las pasiones populares y que no sean tampoco olvidados mas bien por un ínteres de oficio que por un ínteres de familia. Cualquiera que sea el grado de autoridad, que la nación confia á la comunidad, debe exigir y querer la nación que sea egercida con sabi- duría. Desde enlónces la dificultad, que liemos examinado ya, al hablar del sufragio universal, se presenta al legislador respecto á la comu- nidad, como respecto á la nación entera. ¿Co- mo obrar 6 que partido tomar para que par- ticipen todos de la autoridad y para que la di- rección de lodos los asuntos no caiga en ma- nos de los mas ignorantes, de los mas irreflcc- sivos é incapaces de conducirla? La primera ojea- da, que se eche sobre la tabla que hemos in- sertado mas arriba, basta para convencer á cual- quiera de que en París, en la ciudad de la ri- queza y de Ja inteligencia, obtendrían una ma- yoría inmensa las clases que trabajan corporal- mente doce ó catorce horas diarias y que es- tán obligadas por consecuencia á vedarse el eger- cicio del pensamiento. Poco importa que sepan ó no leer, porque si saben no pueden emplearse en ningún es- 119 ludio formal , ni adquirir verdadera instruc- ción: la lectura les dará cuando mas algu- nas opiniones agenas, que no valdrán tanto co- mo las que Ies haya sugerido la esperiencia. Poco importa también que deliberen por sí 6 por sus delegados en las plazas publicas, por- que si la representación es verdadera, partici- parán los diputados del espíritu de sus comiten- tes; si es falsa, el nombramiento de los dipu- tados es solo una vana ostentación y el pue- blo deja de interesarse en los negocios, sobre que no ejerce influencia alguna. Si se tratan de investigar de un modo mas especial las atribuciones que las comunidades tie- nen ó quisieran tener, conocerásc aun mas del modo que la igualdad de los sufragios entre to- dos los ciudadanos que las componen daría re- sultados falsos y perniciosos. Los intereses ma- eriales, los intereses de la vida jornalera de- jan ser los primeros sobre los cuales pensasen 1$ hombres reunidos en sociedad para estable- cr determinadas reglas. Cuando recordamos que en París mismo de eda diez habitantes hay nueve que adquieren el aliiento semanal con un trabajo asiduo y difjl, no debemos admirarnos en modo algu- no de que el pan y el trabajo sean las dos pri- meas ideas de la población; ni de que vele en estalecer reglas, desde el momento de reunir- se, ibre estos dos objetos. Efectivamente to- das is comunidades de Francia sin escepcion, que staban á cubierto de la opresión feu- dal , le Itália , donde eran soberanas , Sui- 120 za, donde lo son aun, de Alemania, de Es- paña y de todas partes Han formado leyes ó reglamentos sobre el gran cangeo entre las cíu- dadesy las campiñas y sobre el derecho de Ira- bajar y de establecer tiendas. Todas estas le- yes de las ciudades se han hecho en perjuicio de las campiñas y de la agricultura: la mayor parte han sido dictadas por un interes priva- do: el de las profesiones, que formaban las ma- yorías. Apercibidos ahora los economistas de todos los defectos y trabas de la libertad, que un inte- res siempre personal y algunas veces mal enten- dido, ha sugerido á los legisladores de las ciu- dades en la edad media; han proclamado la máxi- ma de que la autoridad no debe enten- der en todo dejando al comercio y á la in düstria la libertad mas lata. Esta máxima e sin duda mas conveniente; pero ¿cómo se seña Jarían desde luego límites á la soberanía, de- signando al par los objetos, sobre los cuales o debiera ejercerse? ¿Cómo, sobre todo en un mo- mento de miseria, de padecimiento univeral, se estorbaría á una asamblea popular el poer remedio á los males que esperimenta y fijarlos precios de los comestibles, tasando los ala- rios, el número de las horas de trabajo del artesano, los derechos de cuantos han aprndi- do un oficio relativamente ó los que iniciaban aprenderlo ó á los que tienen necesidad dé dos? Después no creemos que esta doctrina d con- templación sea verdadera: creemos que iauto- ridacl tiene algún deber que cumplir, cundo se encuentra en lucha con los mayores padecimien- tos y peligros de la sociedad y que el mal éxi- to de la manía reglamentaria no prueba la con- veniencia de arreglarlo todo. En otro tratado de estos estudios examinarómos estos peligros, es- tos sufrimientos, los medios que se han puesto en práctica para remediarlos y los que podrían aun ensayarse. Pero estamos persuadidos de que no se hará nada bueno sobre este asunto, si no se consultan también las autoridades comunales. Allí y no en un senado legislativo es en don- de están los hombres en presencia de los ma- les vulgares de la vida, en donde los hechos ocupan el lugar de las abstracciones , en don- de las variaciones diarias del mercado, respecto á los hombres y á las cosas, son conocidas y en donde finalmente se ostentan mas claramente los pormenores dé la organización social. Estas cuestiones delicadas en las cuales es ne- cesario pesar tan elevadas teorías contra las ne- cesidades presentes y pasiones tan impetuosas, no podrán juzgarse de otra parte ni sobre la pla- za pública, ni en una asamblea, que represen- tase á esta fielmente: la mas profunda medi- tación, ilustrada por la esperiencia de los siglos y por la del universo, basta apénas para apre- ciar justamente las dificultades, mientras que no existe hombre alguno, á quien no sugiera un Ínteres inmediato, una voluntad y una voluntad a- pasionada. Evidentemente, para esta decisión capi- tal es indispensable escuchar á todo el mundo, sin que por esto se cuenten del mismo modo los sufragios de todos los hombres. Necesario es es- cuchar al que tieive hambre para poner en ella remedio; pero si en lugar de escucharle, se re- cibiesen sus órdenes» su hambre causaría la fal- la de alimentos para toda la sociedad. Toda de- cision tomada por la mayoría entre opuestos in- tereses llevaría en sí el sacrificio tan cruel co- mo injusto, de uno de estos intereses; todo lla- mamiento al sufragio universal entre profesio- nes rivales, entre los maestros y los jornaleros, entre los compradores y los vendedores, no pro- duciría nunca un acomodamiento equitativo, y sí solo el triunfo de los vencedores sobre el ven- cido. Las repúblicas de la edad media, que con teo- rías ménos brillantes tenían mas práctica de la libertad que nosotros, habían esperi menta do es- te inconveniente y todas habían puesto remedio en él de una manera mas ó ménos ingeniosa. Ha- bían dividido, en general, la población en cor- poraciones iguales en derechos, pero muy desi- guales en el número. Las corporaciones de los legistas, de los médicos, de los banqueros y de los comerciantes por mayor, tenían los mismos privilegios en el Estado, que las de las mayo- res manufacturas; ios primeros no contaban, sin embargo, mas que un corto número de cabe- zas, pero eran cabezas pensadoras: los segun- dos contaban con muchos millares de brazos. _ La república de Florencia desde el año de 1226 dividió toda su población en doce corporaciones, a las cuales llamó arles , distinguiéndolas en artes mayores y artes menores, y concediendo á las primeras algunas prerogativas sobre las se- gundas; pero admitiéndolas alternativamente á nombrar cada una un miembro de la magistra- tura suprema. Cada una de estas corporacio- nes tenía su casa de asambleas, en donde nom- braba sus oficiales ó representantes; cada una era llamada á estudiar sobre sí misma, á conocer sus intereses, á recomendarlos á su prior, uno de los diez miembros de la suprema magistra- tura. Cada una tenía también una organización militar, una bandera, y la conciencia de (pie po- día resistir á la opresión. De este modo hacía oir su voz la instrucción, la educación» la como- didad, el comercio, asi como los trabajadores; todos los intereses eran consultados y la deci- sión , en fin , concedida á la prudencia mas bien que al número. Florencia era entóneos al mismo tiempo una municipalidad y una república: la comunidad com- prendía toda la patria y su voluntad era sobe- rana. Dando iguales derechos á sus corpora- ciones desiguales, Labia sabido evitar esta re- pública la abstracción tan irracional como iunes- ta de las democracias de nuestros dias, (pie qui- sieran por medio del sufragio universal some- ter la sociedad á una sola pasión, un solo ín- teres y una absoluta ignorancia. í labia evita- do también la clasificación imprudente y ofen- siva de los autores de las constituciones mo- dernas, que han dividido las naciones en elec- tores que lo son todo y en no electores, que nada representan. Todo fiorentin, por pobre que fuese é ignorante y aunque estuviese condena- do á trabajar con sus brazos desde el alba has- ta la noche, sabía que era algo en su patria, participaba de los derechos políticos y de la so- beranía, como miembro de su corporación, y sin embargo no estaba la soberanía abandonada á la pluralidad, que es en todas nuestras socieda- des necesariamente pobre, ignorante é incapaz de juzgar sanamente. El objeto que los ÍTorentincs, y como ellos todas las comunidades de la edad media , tuvieron presente en sus repúbli- cas, es el mismo hacia donde debemos enca- minarnos en nuestras municipalidades. Desde que estas ejercen algún derecho , es necesario y esencial qué no abusen de él y que la prepon - derancia esté entre ellas librada á la justicia y á las leyes. Desde que representan al pueblo, es esencial que atiendan á todos los individuos, pa- ra que cada uno pueda pleitar por su causa y hacer que su voz sea oida. Efectivamente, el derecho de levantar la voz es esencial á la libertad mucho mas que el de pronunciar. La verdadera soberanía del pueblo es la dominación de la razón nacional, y cs- la no es otra cosa mas que la Opinión pública ilustrada y concienzuda. Instruyese por medio de la discusión y no se haya nunca en estado de pronunciar, sin que no hayan sido antes com- prendidos todos los intereses. Una de las conse- cuencias de la reunión de un gran número de comunidades en una sola nación es que la deci- sión de estas comunidades no puede ser defi- nitiva. En el seno de cada una de ellas debe bailarse siempre el representante de ia autori- dad central, para que el interes de lodo nac-io- 125 nal no sea jamas sacrificado al de las partes. El corregidor que represente al príncipe puede óno ser el mismo personage que el nombrado por el pueblo: pero la presencia del corregidor del prín- cipe-, su autoridad y la intervención continua del poder central en el poder comunal son ne- cesarias para que haya identidad de legislación, de administración, de derechos desde la una a la otra estremidad del imperio; para que todos los miembros de la gran familia sean tratados como ciudadanos y no como estrangeros; y final- mente para que haya una nación y no una fe- deración entre las comunidades independientes. El grado de centralización o de independen- cia, que debe ser la base del régimen comunal, se reglará conforme á las costumbres, las afec- ciones, las preocupaciones de cada pueblo, del mismo modo que conforme á las luces derrama- das en estas pequeñas comunidades. Su ignoran- cia y sus primeros pasos, dados en falso, no deben hacer renunciar á llamarlas á la acción, porque precisamente sus deliberaciones y su in- tervención en todo lo que a sus intereses ata- ñe, Istenderán entre todos los ciudadanos los co- nocimientos políticos y las virtudes públicas. También es importante dar á estas 1 unciones cierta dignidad é Ínteres pava que los miem- bros de las comunidades se adhieran á ellas. Un concejo municipal, que sobre todo delibera, que sobre todo representa los votos de la población, ouede en visor no votar sobre nada, de nada i ir, sin ser por eso inútil y sin caer en el ridículo. Ha llenado sus funciones, cuando ha sido el órgano de la opinión pública; pero un concejo municipal, del cual están separados la mayor parte de los hombres de discusión, en que todas las juntas son vigiladas con descon- fianza , en que las sesiones anuales sin cerra- das precipitadamente y que ademas debe recur- rir á la capital para tomar cualquiera determi- nación, será bien pronto mirado por los que son llamados á él como una pesada carga y por los demas como un objeto de irrisión. No debe olvidarse tampoco, que la ponzoña que mas seguramente mata las instituciones li- bres es el hastío. Hay necesariamente en las formas parlamentarias de las asambleas una cau- sa de hastío , cual es la continua furia por hablar: y esta comezón llega á hacerse tanto mas fatigosa cuanto el poder desciende mas ba- jo en la sociedad. Para hacerlo soportar, justo es que cada uno de los que concurren á la ad- ministración comunal, esté animado por el sen- timiento del bien que hace, por los efectos que ve seguir á sus palabras y por aquella impor- tancia personal, que debe conceder como recom- pensa á los ciudadanos, cuyos servicios son gra- tuitos. En todas las comunidades de la edad media estaba ligado al poder municipal el derecho de justicia y contribuía singularmente á realzar la dignidad del magistrado del pueblo, á reconciliar- le el respeto de sus subordinados y á hacerle co- nocer que con su hábito senatorial estaba in- vestido de mas estrechos deberes. La justicia de as ciudades no ha estado esenta de los errores y barbarie de la edad media; pero al pedirle cuenta de sus defectos, es necesario no olvidar la situación en que estalla colocada. La desorga- nización, que hirió de muerte al imperio de los sucesores de Garlo-Magno, se detenía en las ciu- dades ante las asociaciones de los ciudadanos, aun- que era aun general en las campiñas. Gloriábase cada uno de dar un curso libre á sus mas impe- tuosas pasiones: el gen til-hombre miraba el sa- queo como una cosa legítima, todas las querellas se ventilaban á mano armada, eran las calles ensan- grentadas diariamente por los combates; los ul- trages hechos al bello sexo, á las casas y á las propiedades obligaban á los magistrados de las comunidades á pedir sin cesar la ayuda de los habitantes de las ciudades. Y mientras ahora es- tá fija toda la atención de los amigos de la li- bertad y de los filántropos sobre las garantías que deben asegurarse á los reos, entonces se unía un sentimiento de cólera al sentimiento de la justicia: entóneos el juez creía deber todas sus garantías á los ciudadanos pacíficos y los tribuna- les se manchaban con la tortura, condenacio- nes sumarias y atroces suplicios. Los tribunales de las ciudades no permane- cieron mas puros y esentos de estos horrores que los de los reyes; pero al menos no los in- ventaron, no los introdugeron en sus códigos y solamente siguieron con lento paso el ejemplo de las córtes eclesiásticas, de los reyes de Fran- cia y de los emperadores. Desplegábanse por otra parte en estos tribunales del pueblo altas vir- tudes frecuentemente y cuando la literatura ha 4 í - ‘HJ presentado en la escena al Alcaydc de Zalamea 6 el paisano magistrado lm hecho vibrar una cuerda sensible aun en la memoria de los pue- blos. En nuestros dias se ha abierto una hueva senda para concurrir al poder judiciario al simple ciuda- dano por medio déla institución del jurado. Oreemos que seria supérfluo el repetir aquí lo que tan bien espuesto lia sido en tantos libros sobre las ventajas de este tribunal. No repetiremos del modo que esta institución arrebata al príncipe el ar- ma temible del poder judiciario y lo pone en la imposibilidad de gobernar y de hacerse te- mer con la amenaza de los tribunales, del mo- do que ha desarmado al mismo juez de cuan- to pudiera tener de temible; porque el ciuda- dano 110 ve ya en ninguna parte en una gc- rarquía mas elevada, al hombre que dispone de su fortuna y de su vida. Creemos inútil repe- tir también que el jurado, llamando siempre nue- vos hombres á pronunciar sobre la suerte de sus semejantes, estorba aquella incuria y prevención de desconfianza, ó aquella insensibilidad, que pue- den sei producidas por el uso do juzgar; que esía institución lia hecho descender ó todas las clases de los ciudadanos, que tienen asiento en los bancos de los jurados, el respeto del derecho, el amor á la justicia y el estudio con Ja ob- servación del corazón humano y últimamente que ha ilustrado y simplificado la jurispruden- cia , separando completamente en cada juicio, sobre todo en materias civiles , la decisión del hecho con la del derecho. Pero para comprender la institución del jura- do en toda su belleza, en su acción lenta y bené- fica , es necesario verla allí en donde hace mucho tiempo que está establecida, en donde ha tenido el tiempo suficiente para cambiar el carácter lau- to de los jueces como de la abogacía y del pú- blico y allí es precisamente también en donde ménos se pone en evidencia. Cuando se observan las córtes inglesas, olvídase casi siempre al jura- do para ocuparse solo del juez: tan diferente aparece allí de cuanto se ha visto en otros paí- ses. Este hombre grave, calmoso y de un sa- ber sorprendente, no es mirado como el defen- sor de la sociedad, ni como el vengador del cri- men : es indiferente á las causas , que han de ins- truirse ante él y no desea la condenación del reo , ni su absolución, el descubrimiento de sus secretos, ni su ocultación, en fin. Solo es el guardián de las leyes: sus miradas no se apartan de ellas jamas, para que nunca sean falseadas, ni violadas. Sube á su tribunal, sin conocer siquiera la distribución de las declaraciones, sin tener una idea de las causas, que han de someterse á su examen. El nombre de las partes le es descono- cido, asi como el asunto de los procesos: todo lo que de ellos sabe, lo inspecciona á vista del pú- blico y siempre está preparado para dar cuenta de sus impresiones todas, á medida que nacen en su corazón ; porque su corazón y su conciencia están abiertos constantemente al público. Las relaciones entre el tribunal y la abogacía the bench and the bar , llenan del mismo modo de admiración al estrangero. El juez dá el nom- Tgmo l.° I)re de hermano á todos los abogados: siempre se ludia dispuesto á recibir de lodos igualmente, estén ó no ligados á la causa, la luz que pue- den darle; y sin embargo un respelo profundo, absoluto, rodea constantemente al juez por par- le de la abogacía, del tribunal y del reo. Res- pecto al último está mezclado este respeto con la confianza mas absoluta en tan alto personage so- bre su imparcialidad y sobre su misma protección, coala cual cuenta, sin sombra de la mas leve duda. Entre estos jueces hay muchos que son hom- bres 4e partido y muy pronunciados : ¿cuanta ad- miración debemos tributar á las costumbres na- cionales, que Ies prohiben el llevar nunca estos re- cuerdos de partido hasta el tribuna!, que les hacen deponer todos sus odios, todas sus pasiones, al in- vestiise con la toga de juez! No puede dudarse que estas costumbres han sido forma- das por la acción constante sobre los jueces del jurado . de la abogacía y de la audiíncia , 6 mas bien para resumir á todos tres en una sola causa , por la acción de la publicidad mas absoluta. La parte, que el jurado toma en esta publicidad pudiera muy bien pasar desapercibida Los que no han observado los tribunales inge- ses no pueden formar una idea del número de causas, que son juzgadas en un sólo dia, en una so.a sesión, habiendo entre estas causas muchas ei: las cuales el jurado no ha abierto siquiera la boca. Muy á menudo se admiran los espec- tadores de que el juez haya sabido la decisión del tribunal; pues no solamente no han dicho una palabra los jurados , sinó que no lian hecho sig- no alguno, ni faltado un punto de la presencia del público. Su confianza en el juez es merecida; pero es estr ciliada y solo en casos estraordina- rios se les vé pensar ú obrar por sí mismos. La institución del jurado hn sido aun mas be- néfica para la América : allí se lia asociado el pueblo, mas aun que en Inglaterra , á la distribu- ción déla justicia. Pero es necesario aprender su importancia y sus efectos en la admirable obra de M. de Tocquevillc, obra que todos los que estudien sobre las constituciones, deben meditar i' I ni iv j * «El jurado, dice, y sobre todo el jurado civil sir- ve para imprimir en el espíritu de todos los ciuda- danos una parte de las costumbres del espíritu del juez; y sus costumbres son precisamente las que preparan mas bien al pueblo para ser libre. En todas las clases esliendo el respeto hacia la cosa juzgada y la idea del derecho. Quitad es- tas dos cosas y el amor de la independencia no será mas que una pasión destructora. Ensenad á los hombres la práctica de la equidad. Juzgan- do cada uno á su vecino , piensa en que podrá á su voz ser juzgado : esto es exacto, sobre todo acerca del jurado en materias civiles: casi no hay persona alguna que tema ser un dia el objeto de una persecución criminal; pero todo el mundo puede tener un proceso. »E1 jurado enseña á cada indivi tr oceder delante de la responso pios actos, disposición varonil sin virtud política. Reviste á cada ei a no re- de sus pro- la cual no hay udndnno.de una = 132 = especie de magistratura, da a conocer a cada uno cuales son los deberes que tiene (pie Henar en la sociedad, y que están comprendidos en su gobierno, y obligando á los hombres á no ocu- parse solamente en sus propios asuntos, combate el egoísmo individual , que es Ja polilla de las socie- dades. El jurado sirve de un modo increíble pa- ra formar el juicio y aumentar las luces natura- les del pueblo. Este es , á mi entender, su mayor beneficio. Debe, pues, considerársele como una escue- la gratuita y siempre abierta, donde cada jurado vá á instruirse en sus derechos, donde se pone en comunicación diaria con los mas instruidos miembros y los mas esclarecidos délas clases ele- vadas, donde las leyes le son enseñadas de una manera práctica y expuestas al alcance de su inteligencia por medio de los esfuerzos de los abogados , los pareceres del juez y las mismas pasiones de las partes. «Yo creo que debe atribuirse principalmen- te la inteligencia práctica y el buen sentido de los americanos, en materias civiles, al largo uso que han hecho de los jurados. No sé si el jurado es útil á los que tienen procesos; pero estoy seguro de que lo es mucho á aque- llos que los juzgan. Lo miro como un medio de los mas eficaces, de que puede servirse la sociedad para la educación del pueblo. «¿Es necesario esplicar la causa porque me siento poco movido de los argumentos sacados . . J a Rapacidad de los jurados en materia cml hn los procesos civiles siempre que no se trate al menos de cuestiones de hecho, e! jurado solo tiene la apariencia de un cuerpo judicial. 1 .os jurados pronuncian la sentencia que ha dado el juez: prestan á esta sentencia la autoridad de la sociedad, á quien represen- tan, y él la de la razón y de la ley. En Ingla- terra y en América, ejercen los jueces sobre la suerte de los procesos criminales una in- fluencia , que jamas han tenido los jueces de Francia. El magistrado ingles 6 americano halla establecido su poder en materia civil: no ha- ce mas que ejercerlo en seguida sobre otro teatro, pero no lo adquiere.» (1) La institución del jurado, necesario es decir- lo, ha fracasado en Francia casi enteramen- te: los jurados son en este país considerados mas bien como jueces que como testigos. Es- tán animados de una desconfianza habitual del juez y de la parte pública, escepto en los ca- sos en que las pasiones populares se hallan exiladas contra el acusado , lo cual es aun mu- cho mas deplorable. Los franceses han creído que no encontrarían nunca un jurado unánime para condenar; pero deberían atribuir esta di- ficultad á los vicios de sus procedimientos, que son demasiado largos, demasiado recargados de pruebas subsidiarias, de declaraciones y conje- turas. En lugar de un resumen claro y pre- ciso solo presentan al poco ejercitado talento de los jueces un laberinto, en donde se pierden y confunden. (I) Tocqucvillc.—bc la Dcmocrncitt edición, tomo II, p. IS5. oí A mi'WctK— Seguniia = 134 = Los abogados aumentan esta confusión: se íes permite, no como en Inglaterra, solamente el interrogar y argumentar con los testigos; sinó hacer una oración en defensa de su parte, es decir: un llamamiento á la imaginación y á la pasión, recurriendo á toda especie de sofis- mas. Despees del debate tan corto y preciso de Inglaterra, sobresale la evidencia clara y convincente : si así no sucede , el juez inri- ta cntónces al jurado á cumplir con su obli- gación. Después del largo debate y las ora- ciones mas largas aun de la defensa de Fran- cia, no queda ninguno de los concurrentes esento de dudas. La esencia del jurado es la unanimidad: la sociedad no ha podido con- fiar el derecho de la vida y de la muerte á doce hombres, llamados al acaso y con mucha frecuencia sin instrucción alguna, hasta que ya no resta duda de ninguna especie en el juicio de estos hombres. La división en mayoría y minoría es la prue- ba de la duda, porque es la espresion de lo que ha pasado en la cabeza de cada uno de los jurados. Cuando algunas absoluciones escan- dalosas, que en efecto han sido frecuentes en Francia, han venido á alarmar á la sociedad, Iéjos de reformar los procedimientos, se ha per- vertido aun mas el jurado. Se ha dejado sub- sistir la confusión en el debate, la divagación en las oraciones de defensa, la animosidad de la parte pública y hasta del juez. Se ha vis- to con admiración que ni los testigos , ni los jurados habían tenido respeto alguno á la ley. = 135 = ó la verdad, ni á sus juramentos; y se ha continuado interrogando al reo en ia audien- cia, lo que en cierto modo es invitarlo á mentir; pero al mismo tiempo se lia autori- zado al jurado para tomar sus decisiones en su mas insignificante 1 mayoría; se le ha pro- hibido en cierta manera la discusión, imponién- dole el secreto, y se ha quitado a todos sus miembros la responsabilidad de su voto ante la opinión pública. Se ha creído también ponerlos á cubierto «e la intimidación de los partidos, cosa que no es probable en el carácter francés, mientras que se les ha despojado de toda garantía contra la influencia poderosa de estos partidos, que era el caso mas probable. Mutilado asi el jurado, Iéjos de ser una institución liberal, es muy inferior á un tribunal, que solo tuviera la ga- rantía de una publicidad absoluta. No hay nación alguna, á la cual no desee- mos la institución del jurado; pero tampoco hav ninguna, que deba esperai alcanzarla de un solo salto. Antes de introducir el ju- rado en un país, que no está acostumbrado á él, es necesario veri ficar una reforma en las leyes, una reforma en las pruebas admi- tidas ante los tribunales , una reforma en la pro- longación de los procesos y de las audiencias, una reforma en el estilo de las oraciones ce defensa, una reforma en la preocupación que interesa A todo un pueblo en favor de un reo, mientras que en un país libre el publico debie- ra interesarse por la sociedad olcndidu y poi =±= 136 = la ley violada; una reforma, en fin, en las costumbres para que den, como en Inglaterra, una alta sanción ú la ley, á la justicia y á la fé del juramento. Si España ó Italia intentasen adoptar el ju- rado, antes de haber comenzado al ménos estas reformas, es probable que la justicia no se cum- pliese en estos países y que resultara una preo- cupación funesta contra una institución esencial á la libertad y á la moral pública. Comiencen los países, que entran en la carre- ra de la libertad por establecer una publi- cidad completa en sus tribunales , á fin de acos- tumbrar sus ciudadanos á la ley y á la justicia. Mucho habrán hecho ya por la libertad , por- que habrán asi asociado la opinión pública al poder judicial. Hemos visto como podria ser llamado el pue- blo en su comunidad respectiva á tomar una par- te activa y lata en los poderes ejecutivo, legis- lativo y judicial. Pero no es esto todo: pue- de aun conservar la fuerza activa, que es la san- ción de todos los poderes. Puede ser armado y acostumbrarse á combatir. El servicio del pue- blo en la guardia nacional, no es tanto una obligación como un derecho : es una poderosa ga- rantía dada á todo los demas derechos. Nin- guna nación, en donde todos sus ciudadanos es- tán armados , puede ser tiranizada, ni se dejaría tampoco avasallar en modo alguno, máxime cuan- do su unión constituye la fuerza pública. En este derecho, mas aun que en su constitución, es ne- cesario buscar las verdaderas garantías de los = 137 = pueblos libres de la antigüedad, ó délos de la edad media. Pero si el armamento de todos los ciudada- nos es una garantía eficaz contra la tiranía del príncipe , necesario es saber del modo que pue- de proteger á la sociedad contra la tiranía del pueblo. Armar igualmente á todos los hombres, cuando las clases , que viven en las privaciones, en el trabajo constante, la pobreza y la ignoran- cia son tan escesiv ámente numerosas sobre to- das las tiernas ¿no seria recurrir al sufragio uni- versal en su último grado de brutalidad?.... ¿no seria contar las bayonetas y no las bolas de una votación?.... Los últimos acontecimientos de América pue- den exitar la inquietud mas viva sobre este ar- mamento universal. Allí se ha esper inventado que cuando las pasiones populares se hallan exiladas, es imposible de todo punto obtener justicia en un pais, en donde todos son soldados. En vano se ha invocado á la humanidad y á la razón , á la religión y á la libertad : no ha sido posible : ¡roteger ú los que deseaban la abolición de la esclavitud contra las violencias y las atrocidades de la multitud. La forma monárquica , federa- tiva, 6 unitaria del gobierno nada influiría pa- ra estorbar este resultado. Ln rey , un diiectorio, un senado hubieran sido del mismo modo impo- tentes para dirigir la masa de los ciudadanos americanos cu un sentido opuesto a las preocu- paciones y á las pasiones, (pie la animaban. Sin embargo, cuando se examina mas des- pacio la organización de los guardias nacionales = 138 = américanos , se bailan bastantes razones para creer que se hubiera podido por medio de una disciplina mas severa, teniendo mas cuidado en entretener las costumbres militares , poner tre- no á tan espantosa anarquía. El servicio mi- litar es ademas la grande escuela de la obediencia : cada uno conoce empeñándose en el servicio y vistiendo el uniforme, cuán necesa- ria es la disciplina á un cuerpo armado. Todos temen la confusión y la violencia de una demo- cracia militar. También evita nuestra admiración el ver como adoptan los milicianos rápidamente él' espíritu y las costumbres de subordinación y de obediencia pasiva de las tropas de un ejército. Pero los américanos han desatendido particularmente el introducir y alimentar este espíritu en sus mi- licias, que han tenido pocas ocasiones de tomar- lo prestado por la imitación de las tropas de lí- nea , que rara vez reconcentraron en la Union. No se vé una revista américana sin que no lla- me la atención su falta de uniformidad, su inmovilidad y desobediencia. Los ciudadanos ar- mados momentáneamente creerían comprometer su libertad, obrando como los demás ó sometién- dose á la voluntad agena ; y sin embargo la ma- rina américana puede señalarse entre todas por su estricta obediencia y disciplina. El carácter nacional y las instituciones no po- nen, pues , osbtáculo alguno á que el mismo es- puitu domine cp las milicias. Esta reforma dis- ciplinaria es de la mas alta importancia paca la existencia de la América. Los Estados-Unidos han sufrido en la guerra graves reveses, lujos de la falta de disciplina de sus soldados y aun pueden sufrir otros mas graves. El peligro , no obstante, que los amenaza es tal vez mas temi- ble durante la paz que la guerra ; porque la disciplina de los campamentos, aquella discipli- na t!m severa y poderora en las milicias libres de los romanos y de los antiguos suizos, es el único preservativo eficaz contra el peligro, á tino debe esponerlos el poder militar puesto en ma- nos de la clase mas abyecta del pueblo. En nuestros dias la población entera, de Sui- za está armada y regimentada, y en estos cin- co años de revolución ha sobrepujado el éxito á las esperanzas. La milicia ha sido el freno de las democrácias, que frecuentemente no teman otros. Ella se ha mostrado eficaz y obediente para reprimir las pasiones populares, cuyo ger- men abrigaba en su seno: ella ha marchado sin distinción de partidos con una prontitud es- traña contra los perturbadores y contra todos los que daban margen á la guerra civil. En Inglaterra al contrario, en donde las clases pobres gozan de tantos derechos como les fueron rehusados en otro tiempo , se les ha arrebatado astutamente la fuerza publica , los cuerpos de milicia, llamados Yeomann, no son mas que compañías de elección, escogidas con gran cuidado entre los mas adictos al gobier- no. La masa de la nación se ha dejado desal - mar y toda Inglaterra se alarmo, cuando los trabajado res en manufacturas ensayaron el adies- trarse en el manejo del arma con ganóte*. = 140 = En Francia llama la . ley á lodos ios ciuda- rlanos á la guardia nacional; pero en la ejecu- ción se aprovecha la repugnancia, que los po- bres manifiestan en perder su tiempo y en uni- formarse, para separarlos de ella. Esta política puede tener graves consecuencias. Si se acier- ta á sostener la esclusion de la guardia de las ciases pobres, habrá peligro de opresión para ellas; sinó quieren someterse á esto, habrá pe- ligro de trastornos para la sociedad. Hemos seguido la acción popular desde su origen, hemos demostrado como puede el pue- blo, sin dejar de ser pueblo, ejercitarse alter- nativamente en arreglar los intereses diversos, que chocan entre sí y se quebrantan en la so- ciedad, generalizando de esta manera las ideas, que le son mas familiares. Le hemos visto ocu- parse de las haciendas en la sección de la so- ciedad, de que formaba parte su comunidad, y vigilar sobre su inversión para su beneficio pro- pio, ocuparse en la inspección de los trabajos públicos, cuyo cumplimiento desea, y en el nom- bramiento de los agentes, que ejecutan su vo- luntad. Lo hemos visto después asociarse á la administración de justicia, y aprender, aplicando la ley. conocerla por sí mismo, á penetrar- se de su utilidad y de su razón y á conside- rarse como el guardián del orden y de la justicia. Lo hemos visto últimamente someterse vo- luntariamente á las leyes rigorosas de la disci- p ma militai , y á aquella escuela, en donde la pi ontitud, el orden y la regularidad son indispen- sables, formarse en la obediencia también co- 141 == rno en el mando y aprender á respetar las su- perioridades sociales. Porque como estas están fundadas sobre la educación, sobre el conoci- miento de los hombres y de las cosas y so- bre la cortesanía de las maneras tanto como sobre las riquezas, se ofrecen al par con mas ventaja en el roce diario del servicio militar. Esta educación multiforme, debe realzar y ennoblecer el carácter de un pueblo. El hom- bre que gana su subsistencia con el sudor de su frente, el hombre, que ha tenido poco tiem- po para instruirse y menos aun para rcflec- sionar, el hombre que, á su primer golpe de vista sobre la sociedad, lia podido creerse in- justamente recompensado, cuando es desenvuel- to su talento por tales instituciones liberales; comprende cuantos conocimientos debe á una patria, que le concede una parte tan preciosa en la dirección de los asuntos comunes, que respeta en él de tal manera el carácter del hombre libre y que confia altamente en su va- lor para defender sus instituciones. Los derechos populares, estos poderes confiados al pueblo , estos poderes á que todos concurren, que todos ejercen en persona son, pues, al mis- mo tiempo la grande escuela del patriotismo y de la razón. El ciudadano conoce en sí mismo to- da la dignidad de su ser y aprende á respetarse, co- mo ha sido respetado. Compárase con los hom- bres de la misma condición en los demas Es- tados y reconoce fácilmente que no son igua- les á él. Las gentes de fatiga no son por otra parte mas que los instrumentos del trabajo , y los medios de crear la riqueza, mientras que él es el objeto de su propia existencia y de to- das las perfecciones sociales á que concurre. ¿Qué no debe á la patria, que le ha hedió lo que es? ¿Qué no sacrificará por ella? ¿De qué generosos esfuerzos no se mostrará capaz en su obsequio? Téngase presente: estos son los sentimientos que es necesario despertar y en- tretener en las masas si se quiere crear uií gran pueblo. Nosotros no concebimos dignidad sin distin- ción , ni sin superioridad. Si se enseña sola- mente un pueblo á rebajar á todos los demas á su nivel, á negar todas las distinciones, á demoler todas las grandezas , se le hace envi- dioso, inquieto, é impaciente, pero sobre todo egoísta, (mando se traía de que todo haga rela- ción á sí mismo , no sabrá concebir que se presente la ocasión de esponer&c y de sacri- ficarse por un ser, que vale mas que este si mismo, que para él se ha colocado en el cen- tro del universo. Pero si se enseña al pueblo á admirar esta organización social, en la que se le ha concedido un puesto tan precioso; si se le da á conocer su grandeza, comparativamen- te con los demos pueblos, si se manifiesta del modo que la constitución le ennoblece, cómo tiende á ennoblecerlo aun mas por los mismos grados que le hace sobre él; si puede decir con orgullo: «yo soy republicano suizo, yo soy francés, yo soy ingles» su nombre solo le re- cuerda iodos los derechos que ha recibido de la sociedad y nada poseerá que no esté pron- to á sacrificarlo por esta sociedad y esta patria. Sin embargo, aun no hemos recorrido mas que una parte de los derechos, que en un Estado libre pueden ó deben estar reservados al pueblo. Ahora nos resta formar una idea de los derechos que delega el pueblo á los representantes , que deben en su nombre con currir á la dirección general de la sociedad. Pe- ro estos tienen relación con otro orden de ideas: estableciéndolos, limitándolos, no es tan impor- tante tener presente el poder .que ha de con- ferirse á cada ciudadano, como observar el efec- to, que estos poderes ejercen sobre la socie- dad. Están, pues, destinados solamente á for- mar, á robustecer la opinión publica, á juntar en un solo punto todas fes luces, todas las vir- tudes diseminadas en la nación, á dar la gra- vedad y la calma necesarias á las deliberacio- nes y á confiar, en fin, la verdadera soberanía, la soberanía activa á la razón nacional. Cree- mos necesario remitir estas investigaciones á otro ensayo sobre el elemento democrático. * 4 * * ) DF. LA DI' LIBER ACION nacional y de los medios de llama ¡i I, i RAZON PUBLICA A LA SOBERANIA. n el ensayo precedente he- mos demostrado que el ele- mento democrático podia y debía estar asociado á todos los poderes en las eomunida- l« des y en las municipalidades. Indicamos que debían verse en estas comunidades los primeros materiales del edificio social, las piedras cuyo conjunto for- maría un suntuoso palacio. Consideramos al mis- mo tiempo al pueblo , no de una manera abstrac- ta sino tal como es : rio hemos querido ver en él mas que la reunión de todos los hombres, que no han llegado á ocupar ninguna clase de S puestos eminentes, ni por el poder, ni por la riqueza, ni por tas luces , por las virtudes, ni por las cualidades innatas en fin. Sabemos que estos hombres forman el número mayor de la sociedad y no se nos ha oscurecido que podrían hacer mal uso frecuentemente del poder, que se les confiara. Pero hemos creído que ha- bría aun mas peligro en negárselo. Este peligro era el de su opresión, si care- cían de armas defensivas: era el de su envileci- miento, si eran solo impuestos por el temor: el de su embrutecimiento , si no eran nunca lla- mados á reflecsionar sobre el bien de sus seme- jantes ; y últimamente el de un trastorno social si ninguna afección , ni reconocimiento los li- gase á las instituciones políticas, liemos recor- dado, no obstante , el modo con que se había sa- bido hacer intervenir la concurrencia de to- dos los individuos , sin someter su suerte á la brutalidad y á la ignorancia del mayor número, y hemos declarado que sin una combinación se- mejante seria la sociedad indudablemente sacri- ficada. Pero hemos insistido, por otra parte, en la sinceridad de conservar en el seno de todas las asociaciones particulares un agente del gobierno para representar la fuerza y la razón centrales, para contener los descarríos de las pasiones y las preocupaciones locales y para hacer en fin res- petar la unidad del imperio, la uniformidad de sus leyes, la concurrencia de todas las partes al bien común y la subordinación de los derechos municipales á los grandes derechos del mulada- Tomo l.° 10* 146 no. Est a subordinación supone que el poder cen- tral, el poder nacional es superior en luces, en espíritu de justicia, en patriotismo al poder particular y esta superioridad es, en efecto, <>| punto hacia el cual es necesario encaminarnos. Para crear el poder nacional es indispensable pensar mas bien en el derecho que tiene la na- ción á alcanzar la felicidad que en el que cada ciudadano puede tener á concurrir á su forma- ción, para ser bien gobernada aquella. La sobe- ranía nacional pertenece á la razón nacional, á la razón ilustrada por todas las luces y anima- da por todas las virtudes , que en la nación se encuentran. Nada bastaría para impedirle su di- fícil carrerra por entre los obstáculos, que le im- ponen sin cesar los celos de los Estados vecinos, las resistencias do los intereses privados, las ti- nieblas de todas las preocupaciones y el desenfre- no de todas las pasiones al mismo tiempo. La razón nacional es algo mas elevada que la Opinión pública , porque esta , aunque en gene- ral perspicaz , es también á menudo precipitada, apasionada y caprichosa. Después que se han cal- mado estas tempestades, después que se han con- cillado las discusiones, después que todos sus des- tellos se han reunido en una sola antorcha, vi- va, t ) ío¡( juila y siempre igual, es cuando la razón nacional pronuncia y cuando su fallo debe ser la lev. Dos cosas son en consecuencia igualmente necesarias para que la razón nacional ejerza su sobei anía : primera, que la opinión tenga am- plia libeitad para formarse, esclarecerse y arrai- garse: segunda, que nunca arrastre con precipi- 1 47 (ación la decisión soberana; pero 'que a! contra- rio se apoye la sociedad sobre sus áncoras y que sean preparadas las resistencias constitucionales de tal suerte (pie todos los cambios aparezcan graduales. o La formación y el desarrollo de la Opinión pú- blica se verifican en los Estados libres por dos medios: la discusión espontánea de cuantos diri- gen los pensamientos hacia los negocios públicos y la discusión oficial de cuantos nombra la socie- dad para entender en sus asuntos, y espresar sus voluntades. Mientras mas libre y digno de su libertad es un Estado, mas penetrado está cada ciudadano del respeto que debe a ios derechos y á las opiniones de los demas y mas importan- cia adquiere en ella la discusión espontánea. Es- ta discusión se ejerce en las asambleas cuotidia- nas ó periódicas, en los círculos y en los clubs, en que se reúnen los hombres de un mismo sen- timiento, de una misma comunión ; en las jun- tas que en Inglaterra se llaman lo mismo que ( i n América debal hig sacie lies, sociedades de dis- cusión, en dónde se reúnen para ejercitarse en la palabra sobre objetos públicos, y final- mente en las asambleas populares de las ciuda- des de las provincias ó de los condados, que tan frecuentemente se celebran en América é Inglaterra, ya para ilustrar una cuestión de la política del dia , ya para preparar una elec- ción, dando á los elegibles margen para espo- ncr sus principios. Ejércese aun por medio de los escritos, que se hacen circular; por medio de memorias, li- = 148 = bros y diarios. Esta discusión espontánea tiene la gran ventaja de que siendo común á lo- dos y apareciendo como la obra de la socie- dad entera, es solamente la espresion de su parte inteligente. No se cuentan los votos por cabeza en la apreciación de la opinión pública, desde que esta opinión debe ser desenvuelta y alimentada por discursos, que requieren talen- tos oratorios, por escritos que exigen la re- flexión y el estudio y por diarios para los cua- les es necesario reunir la prontitud de las in- formaciones á la prontitud del pensamiento. La opinión pública, que nacida de la discusión es- pontánea, pesa los sufragios en vez contarlos, es mas bien la espresion de la aristocracia de la inteligencia que la de la democracia. Esta discusión tiene, sin embargo, sus peligros y está espucsta también al exceso; pero exceso que es de la misma naturaleza que los de la discusión oficial y que no es ménos imposible tal vez el reprimir por medios análogos. Mucho gana la discusión oficial con ser pre- cedida por la discusión espontánea. Pocas cues- tiones políticas habrían sido nunca ilustradas, si los pensadores no hubieran abierto en su lu- gar el camino por medio de obras profunda- mente meditadas, si los oradores y los perio- distas no se hubiesen después apoderado de sus ideas, para someterlas á la prueba de la con- tradicción y para hacer resaltar otras nuevas en medio del calor del debate ó de las ins- piraciones del momento. No pueden, sin em- bargo, las naciones, ni deben confiarse solamen- te á estas representaciones voluntarias para im- pulsar en su adelanto á las ciencias sociales. Estas tienen deseos, necesidades, y padecimientos, que el espíritu no adivina, pero que la espe- riencia revela. Reinaba en Francia una gran libertad espe 1 - culativa respecto á los libros desde antes de la revolución: donde habían escrito Montesquicu, Rousseau, Turgot , Necker y otros economis- tas, se había pensado indudablemente en el or- den social. Y sin embargo, cuando se com- paran sus escritos con ios discursos de los di- putados del pueblo, después de la introducción del sistema representativo, creemos pasar des- de la religión de los sueños á la de la realidad; no porque los sucesores de aquellos grandes hombres íes sean superiores en talento, sino pon pie cono- cen profundamente de lo que hablan, mientras que aquellos podían solo formar conjeturas. Para formar, para esclarecer la opinión pú- blica sobre las necesidades de la nación, sobre sus padecimientos, sobre los medios de redimir- los, y sobre todos los pormenores de la cien- cia social, es pues, necesario dar á las divisiones é intereses diversos, de que esta nación se com- pone, el medio de espresar oficialmente sus ne- cesidades y sus votos. Los votos, que llegan de las provincias no deben aun considerarse co- mo nacionales, porque está en su naturaleza el ser divergentes y tal vez contradictorios. Rcúnense todos precisamente para modificarlos, para conciliarios entre sí. Por esto es un ab- surdo el dar á los diputados órdenes impera- (ivas: esto es suponer que la decisión precede á la deliberación, que las partes saben mas que el todo, que los intereses particulares no deben ceder en nada y que es imposible toda espe- cie de reconciliación. Pero también se caerá en el mismo error, dando el nombre de diputados á ios partidos y no á los intereses ; porque los partidos, esas grandes fracciones de la nación, de las cuales pueden cuando mas existir tres solas, tienen también su símbolo deliberado , sus empeños ex ij idos por la pasión y sancionados por el honor y finalmente sus principios sobre los cua- les no pueden transigir, sin merecer el nom- bre de apóstatas ó desertores. Sin embargo, la libertad, ex i je continuas transacciones, por- que no puede una voluntad determinada so- meterse á otra sin padecimiento ni servidum- bre; y los diputados de la nación se juntan para reconciliar estas voluntades contrarias, mas bien que para contender sobre ellas. El objeto que, por otra parte, se han pro- puesto las naciones, al reunir estos diputados, es el de hacerles representar otra cosa distin- ta de sí mismos , es el de hacerles llevar al haz común, no voluntades inmutables, sinó con- vicciones que representen un ínteres ó una opi- nión. Tía y ademas en una nación intereses y opi- niones de muy distinta naturaleza y esto es lo que debe transigir entre ellos la legislatu- ra. Se lian adherido frecuentemente á la re- presentación de los intereses locales. Sin duda estos intereses son algo: los países de viñedos y de cereales , los puertos de mar y las ciu" dades del interior, los países manufactureros y los agricultores tienen intereses diversos y al- gunas veces opuestos , que merecen ser al par apreciados. Mucho se habrá hecho , sin em- bargo , cuando todos se hayan comprendido en los de la nación. ^ * * a En cuanto al modo de hacer representar las localidades , tendría su representación algo mas de verdadero, alguna animación mas, si los diputados recibieran su investidura de cuerpos, que tuviesen ya una existencia , mas bien que de una simple circunscripción electoral. En las antiguas córtes de España, en los parlamentos de Inglaterra de igual época, en los estados provinciales y generales de Francia y en las dietas de Alemania y de Italia, los diputados de las ciudades eran nombrados por las mu- nicipalidades , tales como cntónces existían. Por consecuencia representaban las opiniones domi- nantes de sus comunidades , conocían todos sus intereses y habíanse ya acostumbrado á discu- tir todas las cuestiones que eran llamados á sostener en el gran concejo nacional. Es ver- dad que mas adelante dejaron los electores de las villas y de las ciudades de elegir los pa- res en Inglaterra, y buscaron los diputados en un orden superior por su educación y su opu- lencia. Sin embargo, aun ahora comienzan los re- presentantes por ponerse de acuerdo con los re- presentados, dirigiéndoles sus discursos sobre los huslings. No hay identidad de posición entre los = 152 = electores y el diputado; pero existe al menos una comunicación pública , circunstanciada y pro- longada , que supone ó debe suponer una re- lación íntima de opiniones. Estaba reservado á Francia el romper esta conexión, exigiendo co- mo garantía constitucional que los representan- tes no dirigiesen su voz a los representados, que no hubiera discusión alguna , ni comuni- cación entre ellos y que las asambleas electorales fuesen mudas é mas bien que no fueran asam- bleas y sí solamente el tránsito sucesivo, delante del banco de aquellos que llegan á poner su voto en la urna. Tanto hubiera valido decretar que no se eligieran los diputados , teniendo presentes sus capacidades ó sus talentos, sinó solamente sus pasiones ó el partido á que pertenecen; porque no se ha querido que se diesen á co- nocer mas que por la bandera, bajo la cual se habían inscrito, ni que pudiese ilustrarse an- te sus conciudadanos ninguna de las modifica- ciones , de que en su concepto podía ser sus- ceptible el espíritu de sus partidos. Los diputados de todas las corporaciones, que en el territorio del imperio existen, represen- tarían en el senado nacional una Opinión , ro- bustecida ya por las discusiones, elaborada ya y sometida al choque de opiniones contrarias; pero es necesario recordar que las provincias, las ciudades y las aldeas no son las únicas cor- poraciones que reconocen las leyes. Grandes in- tereses nacionales, que no son intereses de lo- calidad, han sido objeto de los estudios espe- ciales ó de los trabajos de hombres reunidos en = 153 = asociaciones legales. Para el bien de la nación, para el progreso de la madurez de la opinión pública , seria conveniente que se les escuchase. Asi , pues , el primero de los grandes inte- reses de la humanidad es el de la religión, y sin embargo han sido los sacerdotes esclui- dos de la representación nacional. Se ha ale- gado, para establecer contra ellos esta escep- cion , que el carácter sacerdotal rebaja su dig- nidad y pierde su imparcialidad, mezclándose en las facciones políticas : se ha temido también el ver usurpar en las asambleas nacionales las controversias y los odios teológicos el puesto que se quería reservar únicamente á los inte- reses de la tierra. Estos motivos no están ver- daderamente exentos de valor : sin embargo, el poder , la riqueza y la legislación del cle- ro ocupan un lugar eminente en las decisiones que debe tomar una nación, que sea justa y prudente, al dejarle sin voz para defenderse. No seria mas justo, ni mas sabio por otra parte el dejarle hablar solo. Independiente del rebaño que le está confiado y que á veces tie- ne intereses opuestos al suyo ; pero que está representado por la generalidad de los diputa- dos; las opiniones disidentes de los que forman una iglesia y de los que no la forman tienen ne- cesidad de poder levantar su voz. Han sido, en efecto, oprimidas frecuentemente y pueden ser- lo aun y la generalidad de los ciudadanos, si no es ilustrada , piensa poco en los desmanes que pueden sufrir estas opiniones. No seria tampoco menos ventajoso el dar á las Universidades , á las Academias y á los de- más cuerpos, que se ocupan en la enseñanza, voz activa en las indicadas asambleas , sin que esto fuera reclamar para ellas un derecho, y si solo exigirles el tributo que de sus luces re- dama la sociedad. Pudiera aun exigirlo con no menores ventajas á la abogacía , á la medi- cina y á todas las facultades literarias. Estas profesiones presen tarian tal vez mas lu- ces; pero las profesiones industriales llaman con mas frecuencia la atención de la sociedad: sus intereses son mas urgentes y algunas veces com- prometen el reposo común sus padecimientos. Por esto la industria de las campiñas pone en oposición los intereses de cuatro clases: los pro- pietarios, los arrendadores, los quinteros y los jornaleros. Nosotros quisiéramos que cada una de estas clases tuviese una representación espe- cial; que estuviera autorizada para formar aso- cia -iones, que correspondiesen de una á otra provincia, y para delegar después en nombre de la clase entera sus facultades á algunos hom- bres encargados dé sostener sus intereses. X>a industria de las ciudades presenta un nú- mero mayor de profesiones 6 de clases, que ' están en oposición y rivalidad continua. Pue- den enumerarse el comercio con el estrange- ro, el comercio con el interior , el comercio al por menor, los empresarios de manufactu- cas, y los trabajadores y artesanos, que no se reúnen ó comprenden en las manufacturas; pe- ro puede asegurarse que esta enumeración se- yí\ aun muy incompleta. | M ■ ■ 1 ü.> En el sistema de representación, que pre- valece ahora, se abandona á la casualidad la defensa de todos estos intereses: se supone que en las diputaciones provinciales se encontrará fácilmente algún miembro, que á ellos perte- nezca, y que este individuo tomará la defensa del ínteres comprometido. Pero esta suposición es desde luego demasiado gratuita, y muchos intereses no se vén jamas représfentados : y eitaí# 16 son, es por hombres, que no han sido elegidos en razón dé su inteligencia. cu las cuestiones debatidas. No son en manera algu- na lo que se llama en nuestros dias una es- leíd; y sí al contrario hombres, que no se han penetrado de los intereses de sus cla- ses, ni ménos ejercitado en defenderlos. Mas la principal objeción contra e! sistema actual es el que sacrifica igualmente los inte- reses de las clases mas pobres y menesterosas, ya se eleve un miembro de estas clases á la diputación , ó no; Represéntese, en efecto, á un jornalero de la campiña, *á un quintero, ó á un tejedor de lana ó de seda, no dueño sino trabajador, á un albañil, á un carnicero llegando por una casualidad á la diputación de su provincia y entrando en el salón de los di- putados nacionales. Desconoce lodos los usos so- ciales, apenas habla el idioma de la asamblea y no puede comprender el objeto de su deli- beración. Atónito, deslumhrado, é intimidado tendrá gran cuidado en no abrir la boca , y cuando la cólera ó la vanidad le hagan alguna vez levantar la voz, se vera abrumado por el =* 156 — ridículo y dañará la causa que intente defender, Pero que en su lugar se presente en la mis- nía asamblea un hombre, á quien todos los quinteros de Francia, ó ya todos los jornaleros ú otra cualquiera clase de proletarios hayan confiado sus intereses: ¡con qué noble orgullo se presentará como el abogado del pobre, de aquel que no tiene otro alguno!.... ¡cuán caro le será este título! ¡cuán honrado se juzgaría al me- recerlo por medio de un estudio profundo y de un celo sostenido!,... ¡De qué modo seria escu- chado!.... ¡cómo contribuiría á ilustrar las cues- tiones, que son tal vez vitales para millones enteros de indvidüos!... El mas grave inconveniente de las represen- taciones puramente locales, es el que solo ponen en juego las notabilidades de sus respectivos contornos; notabilidades absolutamente descono- cidas á diez leguas de distancia y que no mere- cen mas dilatada nombrad ia. Por esto la elec- ción de un gran país, dividido en distritos, no puede dar, ni dá por resultado mas que una estraña y humillante mayoría de la incapacidad. Quita, efectivamente, la representación nacio- nal á la capital para darla á las provincias: la quita del mismo modo á las ciudades para darla ú las aldeas, y la quita en fin á todas las distinciones, para darla á todas las medianías. La representación de las facultades, de las profesiones y de los intereses ama, al contrario, la concurrencia de hombres diseminados en un vasto territorio y por consecuencia solo admite los candidatos entre las celebridades nacionales. Será, = 157 = pues, un hombre conocido por su fama y que ha me- recido bien de los pobres el que ofreciéndose para representar los quinteros, reúna los sufragios del viñador del Garoita y del Saona, ó el que de- mandando los votos de los obreros de manufac- turas, sea al mismo tiempo nombrado por los proletarios de Mulhouse y por los de san Quintín. Esta representación de los intereses disemi- nados presenta algunas dificultades , es ver- dad; pero inténtese una sola vez y serán in- dudablemente vencidas. En esta época de in- venciones ingeniosas, no faltan espedientes, asi como tampoco es desconocido el objeto, á que deben encaminarse. Al investigar cuales son las bases de una buena representación, no hemos hasta ahora tratado del derecho que cada ciudadano tiene á concurrir con su voto á la elección de un diputado, y sí solo del que á la nación se de- be para que reúna las mayores luces posibles en todas las cuestiones que debe decidir, cues- tiones que comprometen á menudo su justicia, su felicidad y su propia existencia. Cada ciu- dadano participa , al concurrir al nombramien- to de un diputado, de la soberanía ; pero su parte es una cantidad tan infinitamente peque- ña, que no vale el trabajo de apreciarla. En Francia, donde entre treinta millones de ha- bitantes no hay mas que ciento cincuenta mil electores, parece desde luego que cada uno do estos tiene una parte muy desproporcionada con la de sus conciudadanos. ¿Qué es, sin embargo, esto nías que una ciento-cincuenta' milésima par- — 158 — \e de ima de las tres ¡divisiones de la solie- ran í a? Pero aun es mucho mas necesario que la par- te de la soberanía de cada elector sea igual á esta fracción: ninguno es lilac y tiene tan- ta mas enérgica y mas soberana razón cuanto mas se concierta su propia voluntad con otra contraria a la sipa. Si un diputado ha votado ron la mayoría, que la ley sanciona, ha tenido quizá una pequeña parte en la soberanía: si está en la mino- ría* ha sido avasallado. «Si he votado por él y él ha votado por la ley, y si ai mismo tiem- po yo no apruebo la ley, soy esclavo: si es- tando en la mayoría no he concurrido á la %jí elección, lo soy también * sino no tomo par- te en la cuestión , ni en nada me intere- so sobre ella , no habré sido tampoco mas libre! «Mas al contrario, sea ó no elector, mi in* teres es directo y grande en que la nación esté bien gobernada. Como elector, no toco mas que á un número infinitamente pequeño de las leves: como ciudadano todas rno atañen. Las nociones verdaderas ó falsas del legislador sobre la estabilidad de los impuestos, sobre el numerario, y sobre el papel moneda decidirán de mi bienandanza ó de mi ruina: el orden ó el desorden que en las haciendas introduzca, decidirá también, respecto á mí, de la fortuna de mis hijos. Sus nociones sobre el derecho ó sobre la justicia afirmarán no solamente ó que- brantarán asi la propiedad ; sino que podrán también fundar ó arruinar la moral públi- ca. Su sabiduría , su moderación ó su picar- día frente á frente de los estraugeros dividi- rán de la paz ó de la guerra, es decir: di' mi vida y de la de mis hijos; tal vez de su ho- nor ó del mió al par que de nuestra fortuna.» La acción del poder social sobre el individuo es inmensa, es incesante, y es en fin decisiva al mismo g rado de cuanto existe para él mas querido. Y no es una abstracción, sino el pri- mer interes del hombre, la primera de sus necesidades el reunir , para formar el poder so- cial, cuantas luces encuentra, cuantas virtudes halla en la sociedad. Los diputados de la nación se han reunido, sin embargo; suponemos que se ha acertado á convocar en el senado todos aquellos hombres, cuyo genio puede ilustrar la nación, todos aque- llos cuyas virtudes pueden mantenerla en la in- vestigación de lo justo y bueno, todos aquellos finalmente que no brillan sino como especiali- dades, es verdad; pero que llevan, no obstan- te, á la asamblea el conocimiento preciso de un cierto número de hechos, de intereses, de opi- niones y de sentimientos, que debe conocer ple- namente el legislador, sino quiere destruir al- ternativamente las diversas clases de ciudadanos, ísta aun poner en cocimientos, ilustrar las opininiones mutuamente, fijar á cada interés el límite (pie otro ínteres, no menos importante, le señala, facilitar el cam- bio de las luces entre aquellos que solo cono- cen los hechos y los que no conocen mas que las teorías y despertar, en fin, la Opinión pú- = 160 = blico, esclareciéndola y calmándola después; por que la razón nacional no comenzará á elevar su voz hasta que las pasiones hayan recobrado su tranquilidad y silencio. La asamblea nacional tiene, pues, (los fun- ciones muy importantes que ejercer . primera, deliberar desde luego para hacer que iesalten las verdades diseminadas; y segunda, pintarlas en un mismo punto para deliberar al momento. Se ha perdido casi absolutamente de vista la primera, para ocuparse solo de la segunda , y sin embargo es la primera la que ha redama- do una representación nacional, y por ella solo se exige á los diputados una buena calificación en todos sentidos. Llevan, en efecto, al cen- tro común todos los pensamientos, todos los sen- timientos, que en las masas circulares han hallado y concurren á elaborarlos; pero cuando después pronuncian, no debe olvidarse que son las mismas partes, que acaban de pleitear unas con otras y que juzgan su propio proceso. No se les exi- ge su propio asentimiento, sinó el espresar lo que la razón nacional decide sobre la cuestión da- da. Necesario es, pues, calmarlos, obligarlos á reflexionar, antes de dar su fallo, y recordar sobre todo que este fallo no es definitivo y que la razón nacional que hubiesen formado con sus debates, destruirá su decisión, contando las razones y no los sufragios y mirando á las lu- ces, mas bien que al número. El sumario de todo sistema de libertad res- pecto á las asambleas deliberantes se reduce, por tanto á proteger la minoría durante la dis- cusión para que tenga la libertad mas lata de espo- lín* todas sus razones para que no sea ni intimida- da, ni interrumpida, y para que- obligue , cu íin, á los oradores á eslender la discusión so- bre todos los puntos y á profundizarlos todos. La mayoría, en general no necesita de pro- tección alguna: por el Contrario es ella la que, conociendo sus fuerzas, se muestra las mas ve- ces imperiosa é impaciente. Es sin embargo sa- bido de todo el mundo que si la minoría se mostrase á su vez provocante y tumultuosa, la misma protección exijirian los demas, y que no es libre una asamblea mientras que no puede en ella defenderse plenamente cada opinión, sien- do de todos respetada. Pero aun hay mas: para que la simple ra- zón nacional decida , es indispensable que los obstáculos sean vencidos sometiéndolos á una pron- ta resolución, es indispensable que la concur- rencia de muchas voluntades sea exigida para que la ley se constituya, no por medio de la violencia de una asamblea tumultuosa, sino por la vo- luntad tranquila de aquella razón, que después de haberse esclarecido suficientemente, pronun- cia independiente de todos los poderes políticos y los arrastra tras sí victoriosamente. El choque de las opiniones es necesario lia- ra encontrar la luz: el choque de las pasiones al contrario solo puede traer consigo confu- siones y i urbulencias. No os además una cosa fácil el poner frente á frente las mas opuestas opiniones, apoyadas á menudo en intereses dia- rios y ligados á la existencia de cuantos las Tomo 1 lt‘ abrazan, y al mismo tiempo mantener en su discusión la calma, el orden y la buena fé, sin los cuales jamas se llegará á la verdad, que se ape- tece. Hemos visto en las cuestiones teológicas á qué grado de odio lian llegado los hombres , que profesaban la caridad y la resignación y que sa- bían ademas muy bien que discutiendo sobre su dogma, no cambiarían por esto en nada los he- chos, que están fuera del alcance del poder humano. Hemos visto también otros hombres, que haciendo profesión de filósofos y de científi- cos , se dejaban arrebatar por la cólera y pol- la envidia , cuando discutían sobre abstracciones. de las cuales no habían de obtener resultado al- guno personal. ¿Cuánto mas espuesta estará una asamblea á veces combatida de furiosas tempestades, cuan- do trata de cuestiones políticas? Estas, en efec- to quebrantan lodos los intereses y todas las existencias: atajan el destino de aquellos mis- mos que combanten contra una medida y quizá con el de ellos el de un millón de seres. La primera 1 regla de la sabiduría y de la libertad en una asamblea deliberante es, pues, la de trabajar sin descanso en calmar todas las pasiones. Esta regla no se aplica solamente á la deli- beración oficial de los diputados nacionales. He- mos observado mas arriba que existia una deli- beración espontánea al mismo tiempo , la cual giraba sobre las mismas cuestiones políticas, y que se ejercía en las sociedades privadas por medio de los discursos, en el gavinete de Jos pensadores, por medio de los escritos j en todos los salones de lectura, por los periódicos. Esta deliberación puede ser igualmente emponzoñada por la pasión , por las injurias, por la calumnia: puede corromper también la opinión pública y retardar la decisión de la razón nacional. El consejero del común , el magistrado, y el diputado , que en las asambleas provinciales , en los ti ibunales y en las asambleas de la nación trabaja en despertar las pasiones odiosas, en ex- citar la desconfianza, en sembrar la calumnia, en herir á sus adversarios por medio del sarcásmo, la ironía, ó la injuria, desprecia las obligacio- nes , que ha contraido para con la patria, acep- tando las funciones públicas. El hombre privado, el orador de los salones ó de los clubs, el abo- gado , el autor y el periodista, que cae en los mismos excesos, es un mal ciudadadano. La represión de este género de ultrages es sin duda en todo tiempo muy difícil; deman- da una justicia pronta , inteligente y arbitraria basta cierto punto, porque ios delitos del espí- ritu son naturalmente los que se cometen con mas destreza y los que mejor se acierta á di- simular. Agrávense, ademas, justificándolos y los procesos, para reprimirlos, pueden turbar la sociedad é inflamar las pasiones aun mas que el mismo No hay, pues, represión posible para esa tea arrojada en medio de la discusión, para ese crimen de lesa ma gestad contra la razón sobe- rana , si el público no se asocia á ella de to- do corazón, sino mira á lodo el que locamente la 164 = ultraje como á im enemigo de la paz, del orden y del decoro público; si lejas de cubrirlo de ignomi- nia, lo anima, corno se hace ahora, can sus aplausos. Mas para que el público sea justo y severo con este género de ultrajes , necesario es que conozca que es él mismo ó quien defien- den los tribunales y no el poder: necesario es que esté intimamente convencido de que lodo es- fuerzo hecho para ensangrentar las pasiones, pa- ra mezclar la injuria, el sarcasmo y ei ultraje á la discusión, será reprimido del mismo modo, cualquiera que sea la parle de donde proceda; que el tribunal protege la libertad de la discu - eion y castiga las excitaciones al odio como tur- badoras de esta libertad; y que finalmente no considere nunca el lbndo de las cuestiones sobre las cuales versa la discusión , sino solamente su forma. En las repúblicas de la antigüedad era man- tenida casi severamente la urbanidad en las discu- siones. Se habla de la vehemencia de Démoste- ríes, la cual estaba licúa de miramientos y de mo- deración en contraposición do la profunda maligni- dad, con que en nuestros días se comba leu los parti- dos. La dignidad de carácter de Cicero» ó la de! Senado Roma no , delante del cual hablaba, le hu- bieran permitido mucho menos el acercarse a este tono despreciativo é injurioso. Hablamos del género deliberativo v no de la acusación contra un personage público , sobre' la cual era llamada la atención de! cuerpo , á quien el orador se dirigía. Cuando Cicerón pi- de los últimos rigores de las leyes para Cata- lina , pasa desapercibido el decir que no quiere con él mas contemplaciones. En todas las asam- bleas de la edad media , ya republicanas ó ya monárquicas había enseñado el uso de tomar ven- ganza de los ultrajes con el acero , á pesar de la rudeza de las costumbres, á respetar los ad- versarios, que no hubieran soportado provoca- ción alguna; y como todas las discusiones eran orales, nadie podía ser insultado bajo el velo del anómimo. Cuando el insulto, sobre todo, aparecía por una escepcion desdé la tribuna, eran al menos las pasiones reales las que asi se ostentaban, pasiones que el orador había pugnado en valde para contenerlas. Después de haberlas proferido, se avergonzaba de sí mismo y conocía que ha- bía ofendido hasta su reputación de hombre hon- rado. En nuestros dias la invención de los perió- dicos, cubriendo con el velo del anónimo los ataques diarios, ha permitido el ir mucho mas allá sin peligro alguno, y lo que es mas est ra- no aun , siu cólera. ¿Quién no ha visto , quién no podrá nombrar periodistas, hombres de opi- niones moderadas, de elegantes maneras, punti- llosos sobre el pundonor y que conciben por con- secuencia la susceptibilidad de los demas, los cua- les se muestran, sin embargo, en sus escritos in- finitamente mas amargos que pueden sí' rio en su lénguage....? V VJ En nuestros dias se lia proclamado que c! mas firmé apoyo dé la libertad era la libertad de imprenta ; que sin esta libertad, la discusión se- ria sofocada, avasalladas las opiniones y triunfa- rían todos los abusos, desde el punto en que. deja- ran de denunciarse. Aunque es necesario tener presente que la prensa periodística es la que asi pleitea en favor de su poder, dice bien: ninguna invención humana había favorecido tan podero- samente la discusión, ni la había hecho tam- poco tan es leus i va á todas las clases de la socie- dad. Pero la prensa solo es benéfica, solo pro- duce el efecto deseado , cuando sus trabajos se enderezan á la verdad: todos los odios, que excita, todas las desconfianzas, que despierta, to- das las injurias, que prodiga , son otros tantos velos , con que cubre la verdad y las calamida- des , que al mismo tiempo prepara al Estado. ¿Se ha olvidado tal vez que la paz y la con- cordia son los primeros bienes de las naciones' ¿Puede ignorarse por ventura que la acción del gobierno dulce y bienhechora , cuando es secun- dada por la mas lata confianza , llega á ser brusca y violenta , cuando sabe que á cada pa- so tiene repugnancias que vencer de gran ta- maño? Algunos ánimos generosos han sido se- ducidos indudablemente por el sentimiento de que, combatiendo sin cesar los actos de las au- toridades, luchaban con un ser mas fuerte que ellos mismos , consagrando asi su existencia á la sociedad. Y como al mismo tiempo, no se ha intentado nunca la represión de la prensa en favor de la libertad de opiniones y sí en favor del poder , ha mirado el público todos los fallos lanzados contra ella, como otros tantos 167 actos de tiranta, y todas las invectivas que diri- gía aquella al poder como oíros tantos excesos dé valor y esfuerzos heroicos por la libertad. Se han tributado ovaciones á los mas fogosos declamadores de la prensa periodística, como en otro tiempo se hiciera con los héroes romanos. La mayor parte de estos héroes contaban sin embargo con su librero ; sabian que la sátira, el epigrama, la caricatura y la malignidad eran las mercaderías de mejor venta; sabian que las denuncias y las calumnias despertaban al pú- blico adormido, y que mostrándole siempre el poder pronto á hacerle traición , suponiendo perfidias, inteligencias secretas con los enemigos, revelando los errores , la debilidad , la inercia de los funcionarios públicos, lograrían que fue- sen leitlos Sus artículos, y venderían su diario; y tan sacrificado sin escrúpulo alguno la paz de u patria,, la libertad de lá discusión , el lio- nr de su nación y su seguridad para con los etrangeros, á un cálculo mezquino de un con- vtiio. Este tono injurioso, estas sospechas ofenso- ras y amargos sarcásmos han pasado desde la presa á la tribuna. El misino refinamiento del ingenio ha permitido á algunos oradores dese volver con las formas de la buena socie- dad os mas insolentes ataques: otros mas gro- seros han descendido á las injurias y á las ame- nazas. Henos visto al senado, cuya misión era con- ciliar as opiniones diversas, pesarlas , conservar ó cada una su influencia y hacer, en fin, resal- 168 tar de una discusión luminosa ios fallos do la razo n pública, lo liemos visto repetimos, se- mejante á un circo de gladiadores, que encar- nizados se juntan para combatir y despedazarse; lo hemos visto rechazar igualmente las pala- bras ele un orador de opinión contraria y las de su presidente; lo hemos visto finalmente con el ademan imponente y con la amenaza en los labios asordar los salones con furiosos gritos y algunas veces liemos sentido que no hubiesen te- nido armas, semejantes combatientes para dar fin dignamente á una escena tan escandalosa. Cualquier tumulto, que comedio de una asam- blea del pueblo se levanta, cualquiera demasía en el _ lenguaje, cualquiera provocación colérica y odiosa, no solamente es una ofensa dirigida á la dignidad nacional, sino también un atentado con- tra la libertad, contra la soberanía de la razoi nacional, que es la mas alta prerogativa de lo pueblos. listas tormentas populares han ahogado o Francia el espíritu de la representación y ap- eas lian dejado subsistir Ja forma. Han desace- dé ado á la asamblea á quien por la salud d la nación , era esencial el tributar toda clase de es- petos. ¿Cómo, pues, no colocaría la opinionpú- blica al jado del mas insignificante agente *e la autoridad á mía asamblea, siempre i ropa chite, siempre colérica, cuando no desatenta? ¿’uede figurarse la nación que esta asamblea reflei sus luces > resume su espíritu.. Léjos de ca, ciliar los intereses los quebranta y despedaza de mis- mo modo : lejos de hacer que las leyes sen reci- bidas con amor y confianza, se excita contra ellas la desconfianza y el ludibrio. En Inglaterra ha acertado el parlamento á conservar por mucho tiempo en los debates el tono y las maneras de (jenlfemen ó de la buena sociedad , cualidad a que áán los ingleses tanta importancia como á la de hombres libres. Sin embargo el contagio de sus periódicos, impreg- nados de odio y de calumniosas insinuaciones, le há alcanzado también. Las habitudes mas tumul- tuosas y querellosas de los miembros irlandeses han tenido, ademas, sobre los debates una in- fluencia? funesta y lian sufrido por tanto los ne- gocios de la nación entera. En América se en- cuentra aun menos delicadeza y algunas veces hasta una afectación de grosería, que es tenida por el símbolo ele la igualdad universal. La suerte de la libertad , el triunfo final de la causa de los pueblos en todo el género huma- no, está no obstante comprometido por esta moda funesta, que invade todos ios consejos re- presentativos, lo cual proviene de los aplausos, que recogen los que se exceden en el acento de las pasiones ó en el talento del sarcasmo, del deseo de brillar, (pie les obliga á abandonar el tono de la verdad y los métodos de la sabiduría por el éxito de la tribuna. Pero este es solo el éxito de un dia , seguido bien pronto de la re- probación del cuerpo, de que son miembros y del clamor de las instituciones de la libertad. Tiempo es ya de (pie la Inglaterra vuelva ásus antiguas costumbres parlamentarias y a su an- tiguo sentimiento do las conveniencias: Lempo ■ k = 170 = f's ya de que iodos los demas Estados libres aprendan de Inglaterra que las formas represen- tativas pierden toda su utilidad y caen en el des- precio, sirió son realzadas por la gravedad , la urbanidad y la calma en los debates. En efecto, solo se trata en Inglaterra de volver á las vie- jas costumbres; por que ha dado largó timpo el ejemplo noble de una asamblea deliberante, que uniera Ja libertad mas lata de opiniones al mas escrupuloso respeto hácia las opiniones a senas. Trátase también en los demas Estados libres de aprender del parlamento británico, que es li- bre una asamblea en cuanto obedece y respe- ta á su gefe, porque de este modo viene ella misma á respetarse. El speaker lleva al me- dio de la cámara de los comunes ci bello y noble carácter del juez ingles. Siempre se vé tranquilo enmedio de la borrasca, siempre im- pardal, siempre olvidándose de los hombres, pa- ra contemplar solamente la regla abstracta. Ja- mas se pregunta allí! si el miembro, que aca- ba de hablar tiene el asiento á la derecha ó t'¡ izquierda de la cámara, con la oposición ó el ministerio; si está en el error ó si ha al- canzado la verdad; si sus doctrinas son útiles ó peligrosas. Solamente se inquiere si obser- va el orden establecido ó si lo ha alterado. Para conservar , ademas, las consideraciones, que un cuerpo general debe á todos los cuer- pos del Estado, altera el orden cualquiera in- dividuo í que nombra solamente en la cámara si rey 6 á la cámara de los pares: para con- servar también los miramientos que estas grandes corporaciones se deben guardar mutuamente, al- tera el órden cualquier diputado, que no ate- niéndose solamente á los hechos <5 á los dis- cursos, única cosa de que puede juzgar, ha- bla de las intenciones del que le combate: cual- quiera que ataca la veracidad de otro, aten- ta contra el órden, y finalmente, el que ha- ce uso de una imputación repugnante ó de una palabra que rechaza oí pundonor mas cosqui- lloso. Al momento es requerido para que se re- tracte, haciendo una apología satisfactoria, y si esquiva el someterse, es entregado a! sargen- to de la guardia para que le custodie, en cla- se de preso , hasta que reconozca su falta ó hasta la prorogacion ó disolución del Parla- mento. Y para evitar, ademas, cuanto pudie- ra cxsacervar los debates , ha prevalecido el uso de no nombrar nunca á ningún miembro, designándole solo indirectamente y de no di- rigir nunca la palabra ni á su adversario ni á la asamblea, sino solo al presidente. Nece- sario es conocer la autoridad de este presiden- te, la deferencia, que muestran todos los miem- bros hácia sus decisiones y su sumisión In- mediata, cuando ha hablado, para comprender toda la admiración, que inspira al espectador una asamblea, que sabe respetarse de esta ma- nera en su órgano. Que haga uso en Inglaterra el speaker de todo el poder que la Opinión y las costum- bres de su nación le han confiado; que se pe- netrc bien de la idea de que debe mostrar to- da la susceptibilidad de un juez del honor, que debe ser para todos los miembros tan sensi- ble á las ofensas, como el mas coguijoso de ellos y encontrará la asamblea, que preside, tan acostumbrada á respetarle y obedecerle , tan orgullosa de las maneras elegantes que quiere al mismo tiempo mantener, que le prestará un apoyo tal, como no pudiera esperarlo en nin- gún otro país. La tarea del presidente es mas difícil cu Francia y en todos los nuevos Esta- dos libres. El presidente es un hombre de partidlo, lla- mado como tal por los ministeriales ó por la oposición: se le exigen la firmeza, el órdefc en las ideas y el talento de la redacción, que le son necesarios para conservar una marcha ló- gica en la discusión; pero no se piensa en que mas bien que un lógico debe ser un juez aca- tado y obedecido por todos. Es verdad que el carácter de un verdadero juez es desconocido en estos países: jamas se ha visto el ejemplo de aquel olvido absoluto de los personas para ocuparse solo de la regla, que distingue al juez de Inglaterra. Ninguna legislación imparcial y severa sirve de defensa al presidente: los re- glamentos han sido trazados por una mano tí- mida y tales como existen no quieren tampo- co respetarlos los individuos. [El respeto! ¡Ay! , Prtpí's flr ¡\I;r/nrim. mímpn> = 180 = En efecto, lodos los leyes son preparadas y pre- sentadas por im miembro del gobierno, y sos- tenidas por toda la autoridad del ministerio. Si sucede por casualidad que una ley, presentada por la oposidon es adoptada, el ministerio se retira; pero la misma oposición es demasiado sábia para querer encargarse de lijar los por- menores de una medida, que no había de eje- cutar en modo alguno. Cuando conoce su poder y está seguro de la mayoría sobre cualquiera cuestión, se" contenta solo con adoptar una resolución . Esta no es mas que un principio, á que se adhiere y que proclama, dejando al ministerio actual ó futu- ro el cuidado de incorporarlo en una ley. Los bilis ingleses son, en verdad, mal compilados por el ministerio; pero esto es mas bien por la adhesión á las antiguas costumbres y á las fórmulas respetadas, que por incapacidad. Todos los miembros de las dos cámaras go- zan de nuevo del mas lato derecho de la en- mienda, mas tienen delicadeza bastante para ensayar la corrección de las faltas de redac- ción en la obra: dejan todo el honor y toda la carga á los primeros autores del hií], y no fa- tigan a la asamblea con votaciones sucesivas sobre todas las circunstancias de una medida. La oposición so concierta para presentar una sola enmienda, que reasume todo el sistema y es seguro que esta enmienda exije toda la aten- ción y buen juicio de la cámara: the sen se óf t he Housse. Si la enmienda es admitida, el ministerio aban- = 181 = dona el bilí ó se retira de su puesto. Se ha visto recientemente al partido tory atacar con un espíritu de facción, parte por parte, las me- didas ministeriales y despedazarlas; lo cual ha prolongado desmesuradamente los últimos Parla- mentos, y si continua semejante abuso, llega- rá á perderse la acción regular de la asamblea. En Francia, en donde una puntillosa y per- sonal vanidad ha seducido frecuentemente á los legisladores, es al contrario la discusión gene- ral un debate académico ó una lectura de pe- queñas obras, preparadas á placer y que no con- ducen á resultado alguno. La discusión de los artículos es únicamente la que puede tener el nombre de efectiva: pero aquella discusión, en la que se retocan las leyes, cambia su espíritu de dia en dia, conforme ai de la mayoría ac- cidental de la asamblea, forma muy á menu- do un cuerpo sin concierto y sin armonía y que avergüenza frecuentemente á cuantos han teni- do parte en las enmiendas. Hemos dicho que se ha debido tener por ob- jeto, al formar la representación nacional, la reunión (Ib todas las luces, de todas las opinio- nes y de todos los intereses. Cada cuestión es debatida en su lugar también por ios que es- tán mas inmediatamente interesados en aque- lla. Estos se dividen en dos partidos, que ha- cen el papel de abogados y del resto de la asamblea, qué no participando ni de sus afec- ciones, ni de sus preocupaciones, puede ejercer con imparcialidad las funciones de juez. Y es- ta es una nueva razón para dar el nombre á = 182 = la asamblea de representación del mayor mí- mero de intereses diversos. Si lodos los diputados son nombrados por dos ¡acciones solamente, no podrá nunca verse en- Irc ellos mas que un combate y una victoria. M representan, al contrario, especialmente vein- te o treinta intereses diversos, cada uno de ellos podrá a su vez pleitear por la causa de los que le han diputado, con todo el calor une pondría en un negocio que le fuera propio; se- i juzgado por los que han permanecido im- parciales, que no tienen interes directo en la y el mismo recobrará después toda la imparcialidad de un juez, cuando escuche v cuando decida sobre la causa de Jos demas. fero es necesario penetrarse de que no es á onie.fm 1 - 8 '° S /^sentantes nacionales, á derecho de la opmion pública, ilustrada lo muy lúMka r',' !labei ; llegad0 a eri S' rse en rasan rfcbf 'r l CaS -, re|n ' eS, í ntati ' aS * P° r( l ue « les e ñor sí nt PnV ! g, ° dft decidir semariamcn- p L solas las cuestiones, que Jes hahnn StS" £• «• '*** " Demandaban i- í >ueb, °* a Jpi® representaban, remandaban las causas de haber nuestn in sion á á S h V< ? luntad ? de hal,er opuesto su deci- r/rtr^V. l0S vmsrn ó á una cáma- pensar P ™ S rfpf StílS - f amb,eas se engañaban, al fhílT y de , Ca, ' aCt , er ’ de *I ue «tabeo ¡nvcs- ' • ( los Poderes, que suspendían sus = 183 decisiones. El privilegio, que reclamaban para sí mismas, era el de querer antes de reflexionar: el privilegio, que la constitución oponía al suyo en bien cíe la nación, los obligaba á pensar an- tes de querer. Consideremos, en efecto, detenidamente las operaciones que deben sucederse, para recoger y alimentar ó robustecer la opinión, antes de que la razón nacional pueda pronunciar un fa- llo, y se verá que exijen indefectiblemente mu- cho tiempo. Los diputados llegan de todas par- tes á la asamblea» llevando en sí la es presión de los intereses locales. Espresan los deseos, Jas necesidades, y los intereses de una provin- cia, de una ciudad, de una facultad, de una cla- se ó de una profesión. Para ser buenos dipu- tados, deben sobre todo, estar penetrados de esta voluntad parcial,, lo cual los pondrá en es- tado de defenderla con denuedo. Su mérito, respecto al mayor número, es al ménos el de ser especialidades. Por medio del choque con las diferentes especialidades y por medio de la deliberación general, tomarán co - nocimiento de los intereses y de las volunta- des, que á los suyos se opongan. Es atribuirles demasiada esponsión de ánimo y juzgarlos exen- tos en demasía de preocupaciones el esperar que en una sola sesión comprendan el pensa- miento de los demas y conozcan el espíritu, que los anima, al mismo tiempo que conciban tam- bién todas las modificaciones, que deben reci- bir en sus creencias y pensamientos. Mas supongámoslos, al fin, convencidos: me- «84 nester será que ademas lleven su convicción á la provincia que representan y qué en ella la ge- neralicen. Recuérdese sobre cuantas cuestiones se halla dividida la opinión pública, on cuantas chocan los intereses y se encienden las preocu- paciones. Si la decisión de una de estas cues- tiones se gana por un simple voto di mayo- ría, toda una provincia, y aun la mayor parte del imperto puede juzgarse atropellada , pro- clamándose como oprimida y apelando tul ve/ a la guerra civil. Cada uno puede encontrar en su memoria mañosamente cuestiones de religión ó de to- lerancia, privilegios que protejan á los viñado- res o á la industria y á la servidumbre do- mestica, por los cuales se han visto prontas á i tu * * 4 s dos porciones de un imperio, queriendo recurrir á las armas. L a libertad de todos los individuos reclama la per- suasión recíproca. Después del choque de las ri, en n • y T b,ea ? ener;i| > es indispensable que el reflejo de estas luces se derrame sobre el pueblo. Menester es que cada ciudadano apren- da a conocer y apreciar los intereses, que s tí oponen al suyo particular, y las voluntades que contrarrestan á la suya. Menester es que cada ciudadano se modifique para enviar á la próxi- ma diputación ó legislatura no combatientes, que e ésputeu el triunfo hasta lograr la victoria' sinó pacificadores, que conciben todos los animes! s¡s]itiv r «°“ t ' PUbllCa exi ¡° Jas decisiones le- r no! T c “ > ™> solamente con pensamiento del instante, sinó con las ideas tic lo pasado y de! porvenir. Y para coordinar la legislación con la duración perpetua del im- perio, se ha querido oponer á los represen- tantes del pueblo no solamente un cuerpo, que pueda suspender sus voluntades, el sacrificio de la minoría y forzar á reflexionar antes de acor- dar, sinó también se ha tenido presente el ha- cer de este cuerpo un representante de los siglos. Se ha llamado , pues , ai elemento aristo- crático á constituirse y á pronunciar sus fallos separadamente; y se ha exijido también para la legislación y para la pronunciación de un voto nacional la concurrencia del elemento monár- quico, para evitar la falta de unidad, que se ecba de ver en todas las creaciones humanas, falta que no puede estar mas sacrificada en la redacción de las leyes que en la conducta ó marcha de un gran pueblo. En los ensayos siguientes nos esforzaremos por dar á conocer mejor la esencia de estos dos elementos; pero aunque exijamos su con- currencia mutua, no diremos que la soberanía está dividida en partes iguales entre los ele- mentos aristocrático, monárquico, y democrá- tico: dirémos si, que pertenece á la razón nacio- nal; que las prerogativas de tal ó cual cuer- po no existen, ni se mantienen mas que por que son favorables al desarrollo y á la madu- rez de ia razón nacional ; que estos cuerpos carecen de fuerza para resistir , cuando esta razón lia pronunciado una vez su fallo y (pie las conquistas, que ha hecho de siglo cu siglo, no mas, ni pueden ya perder- 180 se, por mus obstinación (pie pusiesen en cuu os cuerpos separados de la nación, y por mas abusos, que se esforzaran en hacer de' las prer- regateas, que solo en bien de todos los jtoL unidnos Ies han sido concedidas. i ’M v- Hp <\X> ■ji SOBRE LAS CONSTITUCIONES DE LOS PUEBLOS LIBRES. segunda parte. HE ufe PODUli US lSUHP ES DIENTES U EL t't’lilii.O tensión. XX i lecha en efiios tratado en la pri- mera parte de esta obra de investigar cuales eran los poderes que puede ó debe conservar el pue- blo en una constitución libre; y desde luego lie- mos fijado nuestra aten- ción en la primera pre- tmmliro íIp nnphln 188 clamando todos los poderes como esclusivos so- lamente de él. ¿Tocia la soberanía 1c pertene- ce y en él reside? ¿Puede ejercerla por medio ílel sufragio universal? ¿Debe haberlo partieu lamiente, después de haberse dada una consli- tucion? Después de haber demostrado, en cuan- to hemos podido, los errores de estl sistema, hemos tratado de formar ima idea exacta de lo que es en realidad el pueblo en oposición de cuantos en la sociedad ocupan un puesto ele- vado y liemos también investigado cuales eran los poderes, que podían atribuírsele, considerado de esic modo, y cuales los que con alguna ven- taja ó beneficio ejercía. Volviendo depues nuestras miradas, no sobre el pueblo, sino sobre la nación reunida, sobre la nación, comprendiendo á cuantos en su se- no gozan de alguna preeminencia y á cuantos no disirutande ninguna, hemos visto del modo que ejercía su soberanía ó mejor dicho , del modo que formaba una voluntad. Reconocimos también que estíi voluntad no era otra cosa mas que la razón nacional, a la cual debían obedecer todos los in- < ividuos ; y finalmente observamos como se ilustra y se desenvuelve esta razón, hija de la opi- nión publica , cuales son los obstáculos , cuales las pasiones, que estorban e impiden sus progresos y bajo cuales garantías llega á pronunciar sus 1 cllJOS* En esta secunda- parle nos proponernos fijar nuestras miradas sobre aquelloss, que ejercen ios poderes, que la sociedad no lia hecho comunes f tocIos miembros, y sobre aquellos á quienes ha permitido colocarse ó mantenerse en una si- 189 4 1 nación elevada : examinaremos del modo que los poderes, que ejercen, son ostensivos y se re- fieren á la felicidad y bien-estar común, y es- la investigación nos llevará Mudablemente al- rupas veces al mismo terreno, que acabamos de recorrer. El primer objeto, que llama nuestra atención os el gobierno , al cual conservamos con J. J. Rousseau el nombre genérico de principe y con osle nombre distinguimos y comprendemos al hombre ó los hombres , que dirigen los asuntos é invierten en provecho común las fuerzas de la sociedad. En el primer ensayo de esta parle , nos dedicarémos á consultar la historia, para com- parar los groseros ensayos de pueblos diferentes, con el objeto de formar para sí un gobierno, ó mas bien los resultados de las diversas tareas, que los han sometido á un príncipe y nos esfor- zarémos en recoger algún fruto de su esperiencia. En el segundo trataremos de llevar mas ade- lante nuestras observaciones sobre los objetos de los hombres y de poner de bulto lo que han debido desear en la constitución del príncipe. El ensayo tercero está destinado á la segunda dis- 1 incion social, (pie a nuestros ojos se oficee, «í saber : la de la aristocracia. En estos tres ensayos liemos comparado mu- chas veces del mismo modo los podei es, (pie no permanecen en manos del pueblo con el poder de este y finalmente demostrado como b a debido sei abandonada la organización de la democracia so- berana, que á primeva vista parece la mas sen- cilla, tanto en la constitución del príncipe, como en la de un poder conservador. DFa «'RíNf.iri: ó nrií roí»™ kjeci nvo k\ l.\s «onainjuías I MUi\ esperanza sola de aplicar la esperiencia de los pasados tiempos á las generaciones futuras da un grande interés al estudio de la historia. ‘Y nada pudiésemos aprender sobre el arte de alcanzar la felicidad de los pueblos ; ó si nun- ca pudiéramos hacer uso de cuanto hubiésemos aprendido, sería mas sábio y conveniente 4 apartar nuestra vista de las calamidades sin nú- mero, que han afligido al género humano. La opresión, los vicios, las matanzas, los tormen- tos y las locas pasiones, cuyo cuadro encontra- mos tan frecuentemente en todos los siglos v en todas las naciones, solo nos serian entóneos re- presentados para despedazar nuestro corazón con el recuerdo de lo pasado y para hacerle tem- blar respecto al porvenir: Los asiáticos , que creen en la fatalidad, que miran como absurda toda perfección , que renun- cian á toda influencia sobre el cuerpo social, á que pertenecen, son consecuentes consigo mismos, cuando se contraen á lo presente. La historia es á sus ojos una ciencia real y no nacional. Los G engis y los Timours pueden contemplar con ínteres los monumentos de la destrucción de la tierra; pueden exigir á un choronista la narración de sus batallas en el espíritu, que les hizo levan- tar pirámides de cabezas en los mismos sitios, en que habían destruido una nación; pero el Ara- be aparta la vista de las chorónicas de Abulfa- rnge del mismo modo que retira su arado de los a m o n t o n ad os h uesos . No juzga asi el europeo de sus propias fuer- zas, ni asi tampoco considera lo pasado y lo fu- turo. Cree que la sangre, deque tan á menudo ha sido inundada la fierra, ha dado algunas veces venturosos frutos. Compara los siglos y sigue á la raza humana, al est endorse y multiplicarse sobre el globo. Y aunque tenga á veces el dolor de verla dar pasos retrógados , le pa- rece, no obstante, que puede también reconocer en ella un progreso general. El europeo se felicita ahora de haber sido llamado á vivir en el siglo XIX y no en ninguno délos siglos, que han pro- cedido al presente. Reconoce las numerosas con- quistas, que sobre la barbarie ha hecho la huma- nidad, los muchos y escandalosos abusos , que se 392 han destruido y las odiosas causas ele los críme- nes y de ios padecimientos, que parecen ya no deber representarse; y aunque los progresos de la civilización y los déla ciencia moral se vean algunas veces comprometidos por la resistencia de lo que pudiera llamarse el espíritu de las ti- nieblas ; aunque ios puestos , que aparecen ga- nados , sean algunas veces presa de los enemi- gos, el europeo espera y cree (pie se acerca un porvenir mas dichoso y soporta con heroica constancia los males, que sufre, con la esperanza de que sus descendientes se verán libres fe ellos. Esta confianza en el porvenir es para el euro- peo el fruto de una larga y gloriosa esperjencia y mientras mas lejos puede tender su vista, al contemplar su primera historia, le parece reco- nocer que el género humano ha sido destinado al progreso. Yé en ella numerosos trastornos del orden social, es verdad: vé que se han des- plomado las constituciones, que aparecían como alimentadas por la razón y la filosofía ; que pue- blos , que parecían tener en sí mismos to- das las garantías de la fuerza y de la dura- ción lian desaparecido de la faz de la tierra; pero cada una de estas grandes catástrofes lia sido una gran lección : cada una lia revelado algún error oculto en la ciencia social, tan di- fícil e importante al mismo tiempo: cada uno lia hecho dar un paso á la razón pública , (pie es la soberanía deí mundo, y los fallos que es- ta lia pronunciado se lian grangeado cada dia mas el respeto. El número de los hombres y de ios pueblos libres se ha estendido en nuestra época mucho mas que en los siglos precedentes. La variedad de sus instituciones permite fácilmente la com- paración y autoriza á ligar con mucha mas es actitud los efectos con las causas, dando á la política las ventajas de una ciencia elemental, en lo que tendría mucha influencia para en ade- lante la manutención de las colonias, que fun- daron en América los europeos, invistiendo á es- ta ciencia con la precisión. Los pueblos de raza europea, establecidos en este rico continente, con toda la heredad de nuestra filosofía y de nuestra esperiencia, á tan- ta costa adquirida, son llamados á dar allí prin- cipio á la vida social, sin que tengan necesidad de llevar sobre sus hombros el peso, que de tal manera abruma los nuestros. Conocen todos los adelantamientos de nuestra agricultura y tienen y aun poeserán por mucho tiempo en abundan- cia vírgenes tierras, que a nadie pertenecen: conocen los oficios nuestros , las máquinas y to- da la ayuda poderosa, que las ciencias lian pres- tado á la industria humana; y no se liaban so- brecargados de una clase inmensa de proleta- rios , que piden trabajo y que aparecen próxi- mos á perecer, si ocupa una máquina eí pues- to que sus menesterosos brazos desempeñan. Co- nocen finalmente nuestro sistema de contribu- ciones, nuestra contabilidad y nuestro crédito y apenas tienen deuda alguna, que pueda entor- pecer sus negocios. Conocen también cuantas aplicaciones y ensan- ches han dado nuestros hábiles jurisconsultos á - 13 * Tomo 1 . (> 194 Ins lejos, que ¿i! iLii6ii a la propiedad y t ifiHGj) muchas ménos materias; y asuntos que liquidar, babiendo adoptado todas las garnnlias, que los amigos de la humanidad lian conquistado v asegurado á los reos ante la justicia criminal* y no contando en su sociedad hombres algunos, a quienes la malignidad y perversidad universal incline vivamente á la vida airada. Ifánsc apro- vechado de nuestros descubrimientos para la fa- bricación de las armas, de los bajeles y de las fortalezas y han aprendido nuestra táctica, tenien - do fuerza suficiente para defenderse v care- ciendo de vecinos y por tanto de objeto naí li- ra 1 de ambición. Pueden aprovecharse del mismo modo de lo do cuanto nuestra larga espe rienda nos lia pues- to en estado de aprender, sobre la dificultad de la ciencia del gobierno, sin ser inducidos a eiroies poi las mentiras obligadas, a que se ven reducidos los políticos de Europa, ni rné- nos verse imposibilitados de tender sus miradas sobre las cuestiones fundamentales, de que tan amenudo apartamos nuestra vista. Excitamos, en efecto al estudio de los prin- cipios constitutivos á los hombres de los anti- guos Estados y á los de los nuevos. Tanto á unos como á otros recomendamos la misma buena fé y el mismo esfuerzo para alimentar sin descanso la razón pública. Pero tanto á unos como á otros recordare- mos también el estudio de sus propias cir- cunstancias y el recuerdo de que la teoría de Jas constituciones no es una ciencia abstruet ji- para cada uno se funda cu lo pasado y se mo- difica por él. La constitución del poder social es la obra mas difícil de la sociedad, porque habiendo menester de la fuerza común , está sin embargo en oposición de todo el mundo. Es- lo no lo olvidaremos. Los pueblos, entre los cua- les existe este poder, entre los cuales se lia- ba fortificado por los hábitos, por las afeccio- nes y por el respeto, deben perdonarle muchos abusos, muchas debilidades , antes de destruir- lo, haciendo cuantos sacrificios estén á su alcan- ce para conservarlo, por que esperimentarian si- no con daño propio , cuanto ha costado á la libertad el reemplazar el hábito por la innova- ción, la afección por el miedo y el respeto por el cálculo y te utilidad. Pero los pueblos, que han pasado ya por el trastorno de una revolución, que han esperimen- lado sus efectos, los pueblos que tienen necesi- dad de un sacudimiento de esta clase, no deben suponer que les conviene el dar á un poder nuevo los abusos y las rarezas de un poder an- tiguo, ó que todo lo que es bueno y digno de conservarse, es también bueno y digno de esta- blecerse. El objeto es el mismo para los pueblos de Eu- ropa y de América, para los hombres libres de Francia y de Inglaterra, para los que á serlo as- piran en Polonia, Alemania, España, é Italia, y para los que en Colombia, Mágico y el Perú se ocupan en levantar de cimientos el edificio social: en todas partes se tienen presentes la fe- licidad y perfección moral de ios hombres; pe- 1 % vo ja constitución que pueda conducir á los pue- l*los a tan alto grado, no es en (odas parles uni ionne, dándose á conocer la ¡nlluenoia de lo pa_ sado en la insí itueion del gobierno ó del prin- cipio sobre todo. Este punto debe, pues, mirarlo el legislador tal cual es en si y no como debiera. No se acuse al europeo en modo alguno de presunción, cuando trata de perfeccionar ¡a cien- cía social, no solamente para sí mismo, si rióla bien para eslender sobre los estados nuevos de América las luces recogidas por su esperiencia. (t) Las teorías, con que queremos llamar su aten- don, no son en modo alguno creaciones de nues- tra imaginación, ni somos de ellas depositarios en razón de autoridad ninguna. Si nos pertene- cen, es por qué las hemos comprado con nues- tra sangre, con la de nuestros padres y abue- los. Bastarde hemos sufrido para tener el dere- cho de decir. «He aquí el precipicio: evitad nues- tra ruina é instruidos con nuestro ejemplo.» ¿Que mas noble ambición pudiera ofrecerse, il) Hn ce mas de cutorce años (¡ue pslá escrito este ensayo, y los nuevos Ufados ^ aquí o, adelante españoles , no están mas * M *"»'* *«» ™ la reconstrucción de! ¿rilen social. Li ‘ l T “* ¿vheu r ' lr probos n-alcs, h asín después de qm, "? h la *g er * ci ®“. acostumbrada a la guerra civil, í, h violen, ciu y al desprecio tlc las leyes, se haya retirado do la vida acti- va. ¡Triste ejemplo (que pueda añadirse ¡i otros muchos | de la in- capacidad do ios hombres, que lian destruido, para construir ,1c att6V f Pe, ’° q up nodebc h^er renunciar á las revoluciones cuando son necesarias. Solamente nos pone en claro el din pm .¡o! d ^uü f^ytus nos venden 1 q filjcrtst! sin embargo, a los que han estudiado sobre la- suerte de la humanidad, que el ayudar á los pueblos destinados á cubrir un tercio de la tierra habitable á esquivar algunos fatales errores? ¡Qué momento tan sublime aquel en que los padres de las naciones se ven suspensos sobre las resolu- ciones, de que dependerá la suerte de tantos millones de hombres por el espacio tle muchos siglos! — ¡Qué deber imperioso de decir la ver- dad, cuando se conoce, cuando se sabe que ha sido tan amenudo alterada y que cobardes mi- ramientos, tanto respecto al poder como al pue- blo, han acreditado una inmensidad de errores, que nadie piensa en esclarecer! Creemos que Ginebra se halla en la feliz cir- cunstancia de abordar las mas alias cuestiones de la política constitutiva. Ciudadanos de una república V escritores bajo la protección de la* leyes, estamos autorizados por la naturaleza mis- ma del gobierno tle nuestra patria á invesí igar cual es la escuela del poder y cuales sus fun damentos en la utilidad pública. Nos es permi- tido apartar de nosotros toda preocupación, lu- da especie de pretensiones ó las afecciones sim- páticas, para detenernos solo en presencia de las r Nos proponemos en este ensayo y en su con- tinuación ocuparnos del poder egecutivo , poi- que él es al mismo tiempo la paite de la política constitutiva sobre que ha adquirido Eu- ropa mas esperiencia y sobre que los escritos, que ha producido esta esperiencia, podrían acre- ditar mas los errores. L 1 * En efecto en nuestros antiguos Estados, qup han sucedido á otros antiguos también, casi nun- ca se han tenido garantías en el poder legis- lativo y judicial. Siempre ha habido un go- bierno: jamás se ha tenido presenté el bien pú- blico. Siempre se ha pensado en hacer al go- bierno sólido, pronto y enérgico: no siempre se ha propuesto obrar de modo que las leyes fue- sen la espresion general, ni que los juicios fue- ran la aplicación de los principios de una eter- na justicia. Pero siempre se lia pretendido ga- rantizar el mando y la obediencia. Siempre se ha querido oponer la perpetuidad del Estado á la efímera vida del hombre y á las fluctuacio- nes de la voluntad. La constitución de lo que J. J. Rouseau lla- maba el príncipe y de lo que ahora se llama el poder ejecutivo, forma el carácter distintivo de las monarquías y de las repúblicas, podiendo la Europa compararlas simultáneamente en su his- toria. Cuantas clases de monarquías hereditarias han existido con las modificaciones infinitas de la herencia, han tenido lugar en este vasto con- tinente, admitiéndose en ellas la división entre todos los hijos y el primogénito, la csclusiou ó no esclusion de las hembras y el derecho testamen- tario a la corona, ó el derecho imprescriptible de los príncipes de la sangre, fia visto tam- bién numerosas monarquías electivas, con un de- recho de elección confiado á todo el pueblo, co- mo éntrelos antiguos teutones; á los guerreros armados 6 al orden eqüestre, corrió sucedía en Hungría , en Transylvania y en Polonia; á oque- 199 i los que eran tenidos por sabios de la nación, como en Yeuecia; á un colegio de principes po- ro numeroso, corno en . el imperio germánico; á los gefes de la religión, como en el Estado pon - tifical y los obispados soberanos de Alemania; á los hombres que habían hecho voto de renun- ciar al mundo, como en las abadías soberanas de Fulde, de Kempten, de Murbach, &c.; y á las mugeres, en fin, sometidas á la mas rigorosa clausura, como en las abadías de religiosas de Quedlinbourg, Lindan y Hefforden. En cuanto á las repúblicas, puede comparar de nuevo la Europa en su historia el poder eje- cutivo, confiado á un solo hombre, y que se po- día considerar como una monarquía electiva > temporal, con el que ejercían dos ó mas colegas y con el que está delegado á los consejos. En- tre estos se han visto algunos, cuyos miembros son elegidos por toda su vida ; otros, en que son renovados todos al par; otros, en fin, que io son alternativamente. A suponer que el po- der ejecutivo no haya sido constituido nunca de una manera completamente racional, no debe cier- tamente creerse que ha Sido por falta de com- binaciones; y si nuestra historia no nos ofrece mo- delo alguno, digno de ser imitado en todo, es al ménos rica en lecciones sobre lo que i io debe ha- cerse. Ningún punto ha sido, sin embargo, tratado de un modo mas superficial por los escritores po- líticos, ni ha sido disfrazado mas amcmulo por falsos razonamientos, (pie á fuerza de ser repe- tidos, se confunden con la opinión pública. Nin- gima parle de la ciencia política lia sido mas ma- ñosamente sustraída á la controversia, ni á la ma- dura discusión. Asi, por ejemplo, en tiempo en que la Euro- pa contaba muchas mas monarquías electivas que hereditarias, apenas se habría encontrado un es- critor, que osase apreciar sus ventajas compa- rativas. Se ha supuesto decidida la cuestión en- tre ellas, sobre abnegaciones que no se han per- mitido examinar. La corona de tas monarquías puede al mismo tiempo descender en una par- te de Europa ú las hembras; en otra las hem- bras y su descendencia están escluidas para siem- pre. Después de disputada la sucesión, se han escrito numerosas páginas, destinadas á fundar el derecho sobre el hecho. Jamas se han atrevido los escritores á abordar el principio. La historia está llena de las consecuencias do estas leyes fundamentales: las guerras de suce- sión, las reuniones por casamiento, la pérdida de mía independencia, que había sido defendida con arroyos de sangre y que después se abandona á los cambios del heredamiento, se presentan al publicista en cada página. Ninguno ha trata- do, no obstante, de comparar las ventajas que Jos. pueblos debían encontrar en el érden de su- cesión al trono establecido en Francia con los del orden estatuido en Inglaterra. Esta ceguedad voluntaria no reina solamen- te entre los esclavos: en los países libres, en donde todas las cuestiones políticas han sido alternati- vamente la materia de Jos debates, han sido aque- llas evitadas constantemente. En efecto, íá dís- :>01 elisión puede preceder ¡d establee i miento del po- der ejecutivo y desde que este existe, no quie- re permitirla mas. Desde el primer din, desde la hora primera de la existencia de una nación, tiene necesidad de gefes, que dirijan sus esfuerzos, (pie arreglen y modifiquen sus sacrificio?, asegurando su defen- sa. Estos gefes, que lian existido en general .mies que todos los diputados nacionales y an- tes que todos los escritores públicos, han llega- do á ser para estos últimos, hechos que es ne- cesario admitir, y sobre los cuales solo les que- daba el arreglar el resto de las instituciones pú ti No estamos ciertamente en esta situación: Ira- tamos de buena fé, pero con una entera liber- tad, de averiguar cual sea la constitución, (pie conviene dar al poder para que sea verdadera- mente nacional y para que sus intereses estén siempre identificados con los del pueblo, á quien representa. Con este objeto, después de hacer algunas reflexiones preliminares sobre el poder social, examinarémos con toda la imparcialidad, de que somos capaces, las diversas formas de es- te poder, cuya esperiencia tiene Europa. Los hombres, que reducidos á sus esfuerzos individuales, se hallaban impotentes para lucha i contra las fuerzas de la naturaleza, tuvieron mas felicidad y garantía, cuando se asociaron tnú 1 ñá- mente. El espíritu de asociación distingue á su especie y la esencia de sus empeños recípro- cos, ya espresos ó ya tácitos, ha sido sido siem- pre para los individuos reunidos, la promesa de encaminarse á un objeto común y de someter su razón, su voluntad y su poder á la voluntad general, en que todos tenían parte. Desde que ios hombres comenzaron á reunir- se, se vieron estos mismos seres, esclavos de los elementos y de las intemperies lodo el tiem- po que habían estado entregados á sí mismos, dominar la naturaleza y hacer cambiar de faz ¿ la tierra, cuando obraron bajo un plan común. Asociados ios hombres en sus trabajos, abriendo al Niío sus cauces, crearon el Egipto; poniendo di- ques al Oeceano, fundaron la Holanda. Comarcas infestadas ahora por pestilentes pan- tanos, se convertirán en países saludables por me- dio del espíritu de asociación, viéndose pobladas y opulentas. Las vastas regiones, que el Or ino- ro ó el Marañon arrasan, saldrán algún dia de- bajo de las aguas; mientras que el despotismo que aísla ni hombre, trueca en desiertos espan- tosos el Asia -Menor y la Grecia, haciendo des- aparecer la tierra vegetal de las montañas y cu- briendo de cascajo el barro de los llanos en es ios misinos países, que en otro tiempo fueron famosos por su fertilidad. En todas partes se ostenta ía naturaleza mas inerte que el hombre aislado, al paso que la se- riedad humana puede donde quiera dominar á la naturaleza. De todas las asociaciones, es la que constituye las naciones, la mas vasta y la mas enérgica; porque tiene mas fuerza, mas rique- zas, mas duración y mas constancia que ningu- na otra de Jas que crea y alimenta un ínteres individual. = 203 * El poder de la sociedad seria aun mucho mas grande que lo que nosotros vemos, si los hom- con una entera confianza, reu- niéndose, abandonar el uso de sus fuerzas al go- bierno, ó al príncipe que escogieran; si conocien- do que ía voluntad de todos, vale mas que la de cada individuo, pudieran mirar ai príncipe co- mo la espresion de esta voluntad, de esta sa- biduría nacional, á ía cual desean obedecer ; y si desde que se pronunciase, reunieran todos sus esfuerzos para ejecutar sus fallos. Adquieran los pueblos la seguridad de que los príncipes tienen solo por ínteres el interes co- mún, por opinión solamente la opinión pública, y de que esta vá de acuerdo siempre con la sa- biduría y entóneos no tendrán mas razón para sospechar y precaverse de los abusos del poder, para dedicar una parte de su fuerza común a oponerse á la voluntad del director de esta fuerza, y para fatigarse, finalmente, en intro- ducir en su constitución, un equilibrio que la de- bilita. Desconfiamos y no sin motivo, de lo que el gobierno intenta hacer ahora de nosotros por su propio ínteres; pero, ¡cuán fuerte no seria la especie humana, si ejecutase en común íe que si- multáneamente hubiera querido, y cuantos pro- gresos maravillosos no haría, si jamas tuviese necesidad de distinguir su confianza de su go- bierno de la confianza propia! Sin embargo, uno de los primeros principios de la política constitutiva, consiste en (pie to- do poder absoluto llegará á ser tiránico, cual- quiera que sean las manos á que se confie. En 204 íifccfo, lo que se llama la voluntad de todos o* siempre una ficción, puesto que esta espresion supone desde luego que lodos tienen una volun- tad, cosa que está muy distante de ser ver- dad: después que todas estas voluntades soto uná- nimes, lo cual es imposible* En cualquiera parte que se crea encontrar la espresion de la voluntad pública, se supone sieni- ? ire que la mayoría liga á la minoría y sobre todo que cuantos individuos no se han molesta- do en refiecsionar sobre la cuestión, que les ha \a sido sometida, ó que cuantos no se bailan en oslado de comprenderla, son ligados y ligan al ¡‘ar á los demas por su asentimiento formal ó tácito a la voluntad que en su nombre se es- presa. La mayoría, no obstante , podría im- poner a la minoría los sacrificios mas crueles e HINCOS y los que votasen confiados, podrían también, dejándose engañar, sacrificar falazmen- te su propio derecho y el de los demas. Así, pues, cuando todos los miembros de una asocia- ción i votaran é hicieran solamente que la decisión e a mayoiía formase las leyes, esta asociación no estaría en modo alguno, al abrigo de la ti- ranía. ' U| | x\la,^ no es esto todo. No solamente no esta- i ni la sociedad al abrigo de la tiranía, si en ugar de . encargar al gobierno que por ella qui- siese y sintiese, tratase de gobernar por si mis- ma. ien pronto se apercibiría de la ignorancia y ( e la insuficiencia de muchos miembros de a asociación, á los cuales no sabría como reltu- >al guales derechos, por consecuencia de su pro- pia incapacidad, de la imprudencia de sus reso- luciones y de la precipitación de una asamblea numerosa. \ si la asociación lucra verdadera- mente poderosa, reconocería la completa impo- sibilidad de juntar todos sus miembros. Por tanto, aun cuando la nación (lo que suce- de muy rara vez) se hubiera formado en Ja cal- ma, sin oposición, sin combate y sin peligro, si' vería, no obstante, reducida á buscar la espre- sion de la voluntad general, en otra parte aneen la mayoría de todos los miembros déla asocia cionj a consultar los diversos intereses y Jas di- ferentes clases en lugar de todos Jos individuos. Pero cuanto mas se aparte la manera de espre- sar esta voluntad, mas grande llega á ser esta ta - rea, al paso que 3a voluntad, que se tiene por general, no participa en efecto de semejante ca- rácter; al paso que ios que están encargados de querer para todos, hayan considerado sus propia: ventajas y beneficios, lejos de tener presentes Jo- de la sociedad y que en la opresión de osla ha- yan buscado su engrandecimiento; verificándoM- de este modo la tiranía de los que quieren so- bre los que se han supuesto querer. Cuando se intenta confiar la soberanía á l\ vo- luntad general, se supone que nada hay mas sen- cillo que el conocerla, y que basta el proponer á todos la cuestión que se ha de decidir, con lando después los votos. Se engañan los que asi piensan. Entre los que solo responderán si 6 m>, las tres cuartas partes, incapaces de conocer la cuestión perfectamente, no habran pensado, m querido. Para salvarlos de su precipitación es in- s K 206 dispensable dar á la minoría el medio de re- sistir algún tiempo á la mayoría; es indispon- sable asegurar la lentitud de las deliberaciones, para que los que sean consultados hayan tenido es- pacio para ilustrarse, y querer realmente lo que pronuncian, antes de mandar ó de ser obedecidos. Tal es el origen del sistema do equilibrio y de balanza en los poderes, que se ha esta- blecido con tanto cuidado, en países en donde jnénos de un millar de individuos, bajo el nom- bre de rey, ministros, pares y diputados, han supuesto cspresar la voluntad de muchos millo- nes de ciudadanos. Mientras mas dificultad esperi- mentan estos ciudadanos, al hablar á su vez en per- sona, y al rectificar la voluntad que se les pres- ta, mas necesario es exigir la concurrencia de muchas voluntades constituidas, para cambiar Jo, que ecsiste; por que lo que existe, participa al parecer del general asentimiento. Si los ciudadanos no pueden manifestar lo que piensan sobre los trabajos ó la política de sus representantes mas que por medio de lina elec- ción general y esta se verifica solamente de sie- te en siete años, menester es que en cambio se aumenten las garantías, que se dan ai tiempo pasado y que se haga cualquiera mudanza tan-» to mas difícil, cuanto es mas dudoso el que es- te cambio sea efecto de la voluntad general. La sociedad tenía ante todo necesidad de en- contrar el hombre ó los hombres, que obra- sen por todos sus individuos y en bien de todos, dirigiendo su acción para la común defensa, ya contra las injurias de la naturaleza, ya contra 207 la enemistad de los hombres. Necesitaba que fuesen vigorosos, que supiesen guardar secreto y que estuviesen dotados de prudencia, de pron- titud en las decisiones, y de economía en la ad- ministración. Descansaba sobre ellos y les con- fiaba la defensa propia de cuanto á la asocia- ción fuese estraño, podiendo llegar á serle hos- ¡il, y la garantía de la misma contra todos los intereses privados. Dio á estos primeros man- darines el nombre de príncipes, poniéndolos en la primera clase, y denominólos gobierno, to- rnando la parte por el todo y poder ejecuti- vo, en fin, para que fuese mirada la administra- ción como la ejecución de sus voluntades. Pero todas las cualidades, que la sociedad atri- buyó á los príncipes, contribuían a separarlos de la nación y ,1 hacerlos peligrosos para ella, si en algún tiempo llegasen á tenor diversas vo- luntades que las suyas. Queríase que fuese vi- goroso; pero solamente contra los enemigos del orden: que guardase secreto, pero solo para con los estraños; que fuese pronto, pero para eje- cutar las voluntades nacionales; prudente, mas no para conspirar; ecónomo, mas no para ha- cinar tesoros, que no se destinasen al bien riel pueblo. Diéronse al príncipe vigilantes, que represen- tasen al pueblo, y no dejaran nunca de perter- necerle; que declarasen cual era la voluntad de la nación, pero que no egerciendo poder ningu- no, no fuesen corrompidos por la adulación. Se quiso que estos representantes expresasen la vo- luntad variable del momento y el interes na- 2 08 dono! en el dia cíe la elección. Pero como es- ta voluntad variable, no es la única, á quien de- lie consultarse v como el i ni eres del día, tiene fj ademas en las naciones un ínteres permanente, que puede hallarle en oposición con aquel, tra- tóse de combinar por diversas vías y distintos artificios una representación de lo pasado con la de lo presente* tratóse do que hablasen otras voces ademas cine las del pueblo y concedió- se solamente á los diputados de este, una par- te pequeña en el poder' legislativo ó en el cuerpo encargado en espresar la voluntad nacional, con la cual debe siempre conformarse el príncipe. De esta vigilancia atribuida á los diputados del pueblo, del recuerdo también de una antigua lu- cha, que casi en todas partes lia arrancado su- cesivamente á los depositarios del poder las ga- rantías de la nación, ha nacido una preocupa- ción peligrosa, que todos los escritores polémi- cos de Europa, tienden ahora á confirmar: á sa- ber que el poder ejecutivo es un enemigo, á quien hay necesidad de combatir, y que existe una opo- sición constante entre el gobierno y el pueblo, entre el príncipe y la libertad. No habiendo creado los legisladores el po- der, no ha sido este nunca el verdadero órga- no de ia voluntad nacional, ni el verdadero re- presentante del pueblo. Ha sido necesario el asiduo trabajo de los amigos de la libertad, si- no para destruirlo, al ménos para contrariarlo ) tenerlo á raya. Su acción ha sido siempre con- tenida, relajada y reducida á vías indirectas. Su misma existencia se ha visto comprometida fre- 209 cueniemente, y los depositarios del poder in- comodados y coartados en sus voluntades, ame- nazados por su seguridad • y humillados en su amor propio, concibieron tanto mas odio háeia los amigos de la libertad, cuanto era mayor la desconfianza de esíos. Si no pueden esterminar- los y ahogarlos en su propia nación, los comba- ten al ménos en todo el resto del mundo, aca- bando por tener intereses opuestos á su patria y pasiones mas opuestas aun, y siendo envene- nada la lucha, que una diferencia de opiniones había comenzado, por todo género de animosi- dades. Necesario es por tanto que el gobierno ca- mine: esta es la primera necesidad del estado social y la que le conduce al desabrimiento y la desconfianza. Se ha deducido que la lucha entre el príncipe y el pueblo, era la esencia del gobierno libre; que era indispensable una opo- sición para vigilar ios actos déla administración pública, para criticarla y para tenerla sobre avi- so con el objeto de estorbar por medio de la vergüenza, grandes cstravios, ó de sorprender en su nacimiento lis proyectos culpables; pero que al mismo tiempo había necesidad de que la ad- ministración triunfase constantemente de esta oposición, hasta el momento en que fuese des- I mida; que tuviese una fuerza propia para resis- tir á los ataques diarios; que se viera rodeada de riquezas, de pompa y de una clientela in- mensa, no para atender al objeto nacional, sino para no sucumbirá los primeros ataques de los diputados nacionales. Tomo 1 En el sistema de los legisladores modernos, son los Estados una especie de gladiatores par- lamentarios, cuyos combates no deben servir lia- ra cambiar la forma de la constitución, asi ro- mo los del circo no sirvieron cu otro tiempo pa- ra defender á la república romana. Guando existe una cosa por mucho tiempo creen los hombres á menudo que existe nece- sariamente. Preséntense siempre ingeniosas razo- nes, razones plausibles, para persuadir que el efecto de la casualidad, que se ofrece á nues- tra vista, equivale en ven! ajas á la combinación mas sublime de la inteligencia humana. Todos los publicistas modernos han mirado al gobierno como al enemigo de la libertad; pero no han vis- to el mal, que en considerarlo de este modo había. Han dirigido con mas ó menos ardor sus ataques contra este gobierno y han acreditado la opinión de que mientras ora menos bien go- bernado un Estado mas prosperaba; de que ca- da ejercicio de las facultades del ciudanano, que podía estar sustraído á su influencia, era una conquista para la libertad, y de que el go- bierno era, en fin, un mal necesario, como las contribuciones, debiendo tender todos Jos esfuer- zos de ios liberales á tener las ménos posibles. Otros por salvar a! propio tiempo de su nau- fragio íi la administración, han justificado al- ternativamente su numerosa clientela, la influen- cia ministerial que ejercía en las opiniones y hasta la corrupción parlamentaria. Parecía que no se podía ser libre sinó bajo la salvaguardia de los abusos existentes!.... — 2U La antigüedad nos ha demostrado, no obstan- te y hemos visto en la edad media y bajo ahm- nos aspectos podemos al ménos ver de nuevo en- ícelos Anglo- America nos, Estados en donde el pode) cgecultvo es solo una emanación de la soberanía nacional; en donde lo voluntad del príncipe vá de man-comun con la del pueblo* en donde no se ludia organizada ninguna oposición; en donde el gobierno, careciendo de intereses se- jííiicM os de los do la nación, no licuó armas que le sean propias; en donde su poder en fin, es igual ¡d de la nación pava hacer cuanto esta desea v nunca para hacer 10 que no quiero. No nos juzgaremos refutados, cuando se nie- gue que semejan les gobiernos hayan existido nunca* En la ciencia, que alcanzamos, los he- chos, están aun mas que las teorías sometidos al imperio de las pasiones, y son desnaturalizados por los ojos que los observan. Bástanos que la imaginación pueda concebir una constitución, en que el príncipe obedezca la voluntad nacional, para investigar y decidir, si merece ó nó la preferencia sobre aquellas, cuya esencia es la continua lucha contra ella. El combate empeñado y sostenido constan- temente entre los representantes del pueblo y el príncipe, alimentando los odios intestinos, pre- parando resistencias á la acción legítima de to- dos los poderes y paralizando las fuerzas nacio- nales, que se consumen en oposición unas de otras es el abuso de las constituciones fundadas sobre el sistema del equilibrio. Las mismas observa- ciones se aplican á la lucha de 3 a prensa con-* tía el poder social, á su crítica de cuanto exista á sus ultrages contra cualquiera que manda. Pue- de haber realmente un estado social, en el que sea un mal necesario; pero es un error grose- ro tomar este mal por un bien. El sistema de equilibrio en la misma mesura, con que lo han concebido sus inventores, es de- cir, como un medio de alimentar las delibera- ciones, de garantizar los derechos existentes y de dar á todos los poderes constituidos la oca- sión de defenderse, descansa esencialmente so- bre la suposición de que el Órden establecido bas- ta para asegurar el bien de todos los individuos y que tiene en pró el asentimiento general: que la tiranía, al contrario, no puede ser in- troducida sinó con las innovaciones y que la puerta no debe abrirse á estas sinó con la ma- yor dificultad, puesto que siempre tienen en con- tra suya, la preocupación de no ser presentadas por la voluntad nacional. Así, pues, es en cierto modo absurdo estable- cer un sistema de equilibrio, al principiar una revolución; esto equivale á atar las cuatro rue- das en el momento, en que se quiere lanzar un carro á la carrera. Guando una nación se determina á una revolución, pronuncia de una manera solemne, que el órden antiguo carece del asentimiento general; que en sus institucio- nes y no en sus innovaciones es dónde teme la tiranía y que léjos de querer lo que es, 9e arriesga á inmensos peligros y sacrificios, pa- ra que desaparezca cuanto existe. Espantosa es sin duda la resolución que to- = 213 = ms entonces una nación. Destruye el órden so- cial é ignora si podrá volverlo á construir. Ta{ vez no deberá esperar un progreso real, has- ta después que toda la generación, acostum- brada á la guerra civil, á la violencia y al des- precio de las leyes, se haya retirado de la vida activa. Pero por mas peligros, por mas padeci- mientos que ocasionen, han tenido lugar las re- voluciones y lo tendrán aun en adelante. Serán legítimas, cuando la falta de fé de un gobierno, cuando su obstinación y cuando su inepcia, no hayan dejado ai p ueblo otro remedio mas que la fuerza. De estos casos hallamos solamente, de esta reconstrucción forzada del orden social, de quien decimos que durante su duración debe solo do- minar á la revolución una voluntad sola. Mas de una nación europea parece haber olvidado cual era su objeto, adoptando las instituciones bri- tánicas: no se han apercibido de que traspa- saban los baluartes de los derechos que un pue- blo libre conserva en torno de los abusos, que un pueblo avasallado quería destruir. El sistema de equilibrio debe aun ser con- siderado en los momentos de peligro, como usan- do á pura pérdida de las fuerzas de una na- ción. La desconfianza está ya demasiado excita- da por una invasión estrena, y en el momento en que una constitución se establece, en el momen - to de una revolución, si dan los estrangeros la mano á uno de los partidos, que no dejan de formarse en el interior, la lucha pública y le- gal entre los poderes constituidos no dejará es- pcditas las fuerzas necesarias para contener á los enemigos estériores. Cuando un pueblo trata tic establecer su in- dependencia y de sacudir un yugo , que los defensores del poder creen estar interesados en afirmar , en todo el universo , no tiene bastante con todas sus fuerzas. La lentitud de las discusiones parlamentarias, la resistencia de los intereses hereditarios, que están en oposi- ción con ios intereses del dia, la desconfianza habitual escitada contra el poder y la lucha de los patriotas contra el ministerio serán otros tan- tos auxiliares empeñados en el campo del ene- migo. En semejante momento es necesario que cese toda clase de hechos; que la voluntad nacional que ha decidido de la revolución la ejecute; que la representación emane del pueblo y que el poder emane de la representación; que el go- bierno en fin, no sea otra cosa mas que el cum- plimiento de esta voluntad, que han manilos- do los diputados del pueblo. Entonces es cuando falta un hombre á Ja revolución; un hombre que identificándose con ella, substituya la voluntad que la nación no puede aun espresar por sí misma con la suya propia ; un hombre que lo relacione todo con un centro común, que prevea, que combine, que guar- de el secreto, que ordene sin discusión y sin dar cuenta y que por la rapidez de su pensamien- to, compense todas las desventajas de su posi- ción. La monarquía ha nacido fie las revoluciones y es la que en medio de los peligros de una lucha mortal llega á ser el refugio de los pue- blos, ya sea que un gefe de bárbaros guerreros haya sido llamado por el talento que ha des- plegado en las batallas á ser el único director de los conquistadores, á quienes guiaba, como los fundadores germanos de las monarquías que cubren aun en el continente europeo; ya sea que el héroe que sugetaba al yugo la cerviz de uu pueblo libre, haya sido constituido el represen- tante de las voluntades de este pueblo por su misma gloria ó por su talento. Subyugada la Suecia, no había tenido tiempo para combinar una representación legítima, cuan- do reconoció á Gustavo Vasa por su órgano; la Escocia estaba ya avasallada, cuando confió sus destinos á Guillermo Wallace ó á Rober- to Bruce; la Holanda estaba casi anonadada. y cuando llamó á Guillermo de Orange su libertador. Es verdad que mientras el poder de un hom- bre es mas enérgico , es mas peligroso tam- bién para la libertad, cuyo edificio emprende levantar. No es un héroe ordinario en manera alguna el que después de haber reunido todos los poderes en su mano para la defensa nacio- nal, consiente en deponer todos los que no son necesarios para esta defensa, asi que el peligro ha pasado; aquel que elevado al puesto de los déspotas, no abriga ninguno de los recuerdos del depotismo y permanece sordo á las sugestio- nes de su propia vanidad ó de la servidumbre de los cortesanos. Con frecuencia sucedo que o! defensor del pueblo no piensa roas que en defender su je- rarquía y vuelve contra los que le habían ele- vado las armas, que se le habían confiado para combatir por ellos, Por tanto funda la revolución las monarquías so- lamente, cuando falta el tiempo á las combinacio- nes; cuando el pueblo acude á detenderse en el mo- mento en que comienza á existir, no puede esco- ger su representan! e mas que por una especie de aclamación, por que la confianza nacional con- cedida á un nombre popular, á reconocidos talen- tos, es la única manifestación posible de la vo- luntad universal Si la nación está ya representada; si una asamblea de diputados elegidos libremente esta ya en posesión de la confianza de todos los individuos, tendrá gran cuidado en no desasir- se del poder, que entónces se volvería induda- blemente en contra suya. Mientras la revolución sigue su curso, mientras dura, mientras que la lucha y el peligro se prolongan, debe ser el po- der social administrado por ella ó por sus dele- gados, que son sus partes integrantes, la partí* del todo. Los crímenes del Comité de salud pública, empañando el nombre de la libertad, lian pues- to su causa cri peligro: y sin embargo debe la Francia á la unión última del Comité de sa- lud pública con la constitución lodos sus medios de defensa. En la crisis, que esperimentó, al ar- marse la Europa entera contra ella en el es- tertor y al levantarse tantos enemigos en su pro- pio seno, hubiera sucumbido, si el poder ege- 217 culivohubiese sido otra cosa masque una emanación del poder ele la Lon vención, si el uno no se hubie- ra confundido con el otro y si se hubiera visto una sola vez ordenado en vano la legislatura á los mi- nistros, resistir sus mandatos ó esperimentar por su parte resistencia. Pero esto es, se dirá, restablecer el poder ab- soluto que degenera en la tiranía, cualquiera (pie sean las manos en tpie se encuentre, y si es in- dispensable doblar el cuello al yugo de los ti- ranos, tanto vale este yugo como el que antes se esper i mentaba. Verdad es, en efecto, y en el mismo ejemplo que hemos escogido hace con- cebir todo ei peligro fácilmente. Pero la guerra es por si misma una tiranía y cuando la exis- tencia de un Estado se vé comprometida, los de- rechos y los goces de la vida pueden sacrificar- se á su conservación. Durante la calma busca la noluntad nacional en la combinación de diferentes voces: durante la borrasca, no se escucha mas que una y esta es la que en el nombre de la nación habla. La lucha para la existencia exige y llama la dicta- dura, cuyo carácter no puede dejar de ser una emanación de la legislatura, si bien se sobrepo- ne á los leyes. Cuando se aplican, en fin, estos mismos prin- cipios á los tiempos de reposo, no es estricta- mente verdadero que la libertad no pueda en- contrar su garantía mas que en el equilibrio y la oposición entre los poderes constituidos. La antigüedad, la edad media, los tiempos moder- nos han visto gobiernos verdaderamente libres, donde no se hallaba constituida la Oposición, don- de no existia lucha alguna entre los poderes egecutivo y legislativo, donde no se hacia mas que cumplir lo que habían determinado los conse- jos y donde un solo espíritu, un solo sentimien- to parecían animar á porfía al príncipe y á jos representantes del pueblo* Lo que en tales circunstancias aseguraba h libertad era el que la reunión de los poderes gubernativos estaba siempre de manifiesto pa- ra el pueblo y el que este tenia una acción eficaz sobre aquella. No se había establecido ciertamente el equilibrio entre los poderes cons- tituidos, por que todos permanecían bajo la ins- pección del pueblo y por que este reinaba como vertiere soberano. En las repúblicas de la Gre- cia ó las monarquías de la Germán ¡a, este pue- blo, poco numeroso y siempre armado, frente ¿i frente de un gobierno sin armas, se reunía en Ja plaza pública, era directamente informa- do de viva voz de todos sus mas caros inte- reses y estaba la fuerza tan evidentemente en fus manos, que en Grecia los archontes de Ate- nas, y en Germán ¡a los reyes francos, no hubie- ran pensado un solo instante en resistir á su voluntad. Era sin duda una nación poco avanzada en civilización aquella en que el pueblo podía ser considerado como no participando, ni teniendo mas que una sola voluntad , un solo interes; aquella en que todos los ciudadanos podían creerse con corta diferencia iguales en condi- ción y en inteligencia y tomar una parte casi ^ 219 = igual en la vigilancia del gobierno. No era po- sible tampoco mas que á una nación muy peque- ña, diestramente reunida en la plaza pública, 6 en el campo de Marte, el ejercer sobre su gobierno tan continua influencia- La libertad era por esta razón considerada en otro tiempo como el patrimonio de las naciones, para quie- nes el hériban (la convocación de! ejército) equi- valía á las asambleas generales. La invención del sistema representativo ha estén (1 ido en mas vastos Estados las prerogati- tas de los hombres libres y ha permitido reu- nir con el poder de las naciones la mas alta dignidad del hombre. El sistema representativo exigía el equili- brio entre los representantes para la seguridad de los representados: hizo, pues, nacer la opo- sición entre los cuerpos constituidos y la balan- za de sus derechos recíprocos. Pero un nuevo progreso en la civilización, un progreso que data solamente de nuestros dias, ha puesto, co- mo en otro tiempo, al gobierno en presencia de la nación entera. Con la difusión de las lu- ces, con la imprenta, ios diarios y la publicidad completa de la administración, pueden los servi- dores del Estado entrar en una dependencia de la nación tan absoluta, aun cuando cubra esta un espacio inmenso, como en América por ejem- plo, cual lo estaban antiguamente del pueblo de Atenas. Desde entonces no es la oposición otra cose mas que un medio de discusión, la separación de los poderes no supone ya resistencia, el pre- vicíenle ó el rey temporal puede permanecer sin pompa, sin tesoro , sin clientela y sin medio alguno de corrupción; el senado, sin aristocra- cia y sin poder territorial. Las elecciones de los diputados pueden ser anuales ó por tiem- ¡>os y llevadas á cabo por medio del sufragio universal. Los jueces pueden ser amovibles, por que no es su independencia lo que constituye la libertad; habiéndose creído encontrarla en to- da su pureza y esplendor en toda su sumisión constante y necesaria á la voluntad general. Esta presencia habitual del pueblo al frente ríe todas las autoridades constituidas ha revela- do no obstante en nuestros dias otro peligro para la libertad, de que nada se sospechaba, ó que había sido olvidado. Sabíase que en las asam- bleas del pueblo podría mostrarse caprichosa y violenta la inquieta mayoría, abandonándose á sus tumultuosas pasiones, cuando fuese inflama- da por los oradores populares. Se comprendía fácilmente la tiranía de las democracias, cuan- do el pueblo reunido veía y conocía su poder; pero se suponía que una nación tranquila era una nación sabia y que la razón pública impe- raba plenamente sobre cada ciudadano en lo mas interior de su familia. En nuestros dias solamente liemos llegado á aprender que la tiranía podía robustecerse lle- gando á ser insoportable, sin mostrarse no obs- tante, ni en el gobierno, ni en la plaza pú- blica: en los Estados-Unidos es donde, disemi- nada la nación sobre un espacio mas vasto que f'l que han ocupado los demas pueblos libres, no 22 \ tiene el pensamiento de reunirse , donde lie- mos visto, donde todos los días vemos dominar la Opinión con todos los caprichos de una reina, querer antes de haber pensado, y arrastrar to- dos los poderes del Estado con una violencia igualmente contraria á la prudencia y á la li- bertad. La América tiene leyes; pero contra la opi- nión pública no hay allí leyes, códigos, ni ju- risprudencia que sean respetados. Los mismos jueces saben que si echasen fieros, se verían espucstos á un juicio político, que pronuncióla su perdición. La América tiene un gobierno en- cargado de. tratar con los países eslrangeros: pero el presidente y el senado se reconocen co- mo esclavos de la opinión pública. Saben que sitió la lisonjean, que sino la acarician, fre- cuentemente con mengua de la justicia y á cos- ta de la seguridad del Estado, no serian ree- legidos y tal vez fueran destituidos. La América tiene una fuerza armada , una guardia nacional poderosa; pero la autoridad no osa emplearla en el sostenimiento del órdeo, y de la tranquilidad, ni ménos en calmar las se- diciones, en prevenir el execrable abuso de los juicios y de las ejecuciones, hechos por la mul- titud, el cual ha sido nombrado en nuestros días the fynch late, porque sabe que la guardia nacional no la obedecerá contra la opinión pú - blica: sabe que el que diera una urden contra- ria á la pasión popular, no sería reelegido ó tal vez se vería destituido. Mucho tiempo ha que hemos dicho que la 22 2 opinión era la reina del mundo: á la sabiduría nacional pertenece solamente la autoridad legí- tima. La opinión voluble apasionada y capri- chosa es un tirano, de quien debemos descon- fiar corno de los demás Uranos. Tan peligroso como es el escuchar solamen- te esta Opinión, tan necesario es el ilustrarla. Los periodistas han pretendido tornar sobre sus hombros este empeño: se han presentado como los dispensadores de la sabiduría y de la cien- cia, han rechazado con indignación las contribu- ciones sobre los diarios, infamándolas con el nom- bre de traba puesta á los conocimientos, (tajees upan knmvlenge.) Estos conocimientos adquiridos ayer y esten- didos hoy son en verdad muy ligeros, para que se les ponga coto alguno. Fruto son de la adu- lación dirigida al pueblo, cuya mercancía es y al mismo tiempo la fuente de donde proviene su poder. Los ingleses hablan algunas veces con donaire y otras con una inquietud muy real de este fourlh estáte o f the geni temen of the press 6 cuarto de los poderes del Estado, que son los periodistas. Saben y nos han enseñado los primeros que ninguna nación alcanza su libertad verdadera, hasta que desarrolla la inteligencia universal y que ha menester para esto poner en claro lo- dos los pensamientos individuales , ilustrarlos, y robustecerlos por medio de la discusión. Saben que no hay poder alguuo en el Estado, al cual pueda confiarse el derecho de poner límites al pensamiento* mientras que por el contrario — 223 = dehe el pensamiento inspeccionar todos los po- deres. Tales son los principios de la libertad de im- prenta ; pero al lado de la elaboración del pen- samiento, que es un derecho y una necesidad se coloca el periodismo, que es un oficio. To- do poder que se ejerce, teniendo presente el lucro, debe excitar la desconfianza, porque se encuentra en el camino de la corrupción. Es- te es el poder del periodismo: su objeto no es ciertamente el bien público, sinó el arte de ad- quirir suscriciones. Y no en bien de la patria: solo por aumentar el número de los lectores ataca el diarista las instituciones de su país, desacredita al poder faltándole al respeto y siembra de espinas la carrera pública, de la cual desvia á cuantos desagrada y molesta la intriga: espía con aquel objeto poco noble los secretas del Estado, proclama m debilidad ó su falta de resolución y revela sus proyectos á los enemigos de la patria del mismo modo que á los suscritores de su diario. La publi- cidad es indudablemente un progreso colosal en las ciencias sociales; pero la publicidad venal es frecuentemente esplotada por el crimen. Investigando cual sea la manera que mas ventajas o freza, al constituir el poder ejecutivo se ha llegado á preguntar desde luego, si con- venía mas confiarlo á un hombre solo ó á mu- chos. Si á un hombre solo ¿cuáles son las ven- tajas comparativas de la potestad real electi- va, de la potestad real hereditaria y de la po- testad real con prefijado plazo ó de la presi- dencia? Si á muchos ¿es necesario conservar, sin embargo ias ventajas de ia indis ¡dualidad, poniendo á la cabeza del gobierno dos cólegas ó dos cónsules por ejemplo? ¿O será menes- ter al contrario que desaparezca el hombre y que solo se vea un consejo, un directorio, ó una señoría? ¿Seria menester que obrase solo el poder ejecutivo ó que estubiera subí dina- do á los consejos legislativos? ¿O sería, en fin, indispensable que fuese uno ó que estuviese di- vidido?,.. Un examen profundo de todas estas cues- tiones haría desaparecer lo ¡imites, que nos he- mos señalado, nos conduciría á csponer y á juzgar después de cada gobierno sucesivamen- te y la discusión sola de los hechos podría ser infinita. Como ejemplo, no obstante de este método tratarémos de discutir en este lugar algunas de las preocupaciones universalmente estendidas sobre la potestad real electiva. Parece que esta fué la primera forma de gobierno conocida. En los pequeños Estados de la Grecia y de Italia, en los de la Arabia y de la Germania, entre los pueblos bárbaros, ó que daban los primeros pasos en la carrera de la civilización, se ha visto del mismo modo que en el origen de las sociedades, dividido el poder entré un gefe electivo, encargado de las riendas del Estado durante, la guerra y la paz, un consejo de ancianos ó de hombres re- conocidos como sabios, que secundaba sus es- fuerzos y una asamblea del pueblo , que á su vez aconsejaba antes de obedecer. El poder absoluto no es en modo alguno una idea natural del hombre: siempre se lia es- tablecido por algún accidente y casi en cada di- nastía puede señalarse el punto en donde lia comenzado. Todos los pueblos tic poco número han visto desde un principio en sus gelés lo que en efecto eran, los primeros servidores del Estado: los han nombrado en beneficio común; y á suponer que debieran encontrar después mas estabilidad, renunciando á su libre elección y confiando en la suerte de la heredad , nunca seria, al menos por medio de una combinación, como debía presentarse á su imaginación des- de luego. No hay tal vez monarquía alguna he- reditaria que no haya sido electiva. La potestad real lia precedido también á la república, como combinación mas sencilla. En la infancia de las sociedades el estado de guer- ra es en cierto modo el estado habitual; y duran- te la guerra es la superioridad de un gefe so- bre el consejo de tal manera evidente, para el secreto de la discusión y la prontitud de las dis- cusiones, para la influencia del ejemplo y del entusiasmo, excitado mas fácilmente por un hom- bre que por una idea abstracta, que apenas hay ejemplo de que se haya entregado un ejército á i iJnnhi flr* Jnc vnlnnf siripa rnnrmhlS ílfi líos hombres. Elegir un rey es escoger al mismo tiempo un general y un juez: de otro modo nunca hubie- ran creído los pueblos bárbaros tener necesidad de un gobierno. Elegir al contrario un consejo ejecutivo, es obligarlo á delegar en seguida las Tomo l.° funciones (leí generalato á un hombre, que tal vez no estará siempre dispuesto á obedecer. Pero los reyes electivos quisieron frecuente- mente apoderarse de todos los poderes y Iras- mi lirios en heredamiento á su familia: cuando acertaron á hacerlo fundaron así las monarquías hereditarias: cuando abortaron sus deseos, ins- piraron tal desconfianza, que se abolió la potes- tad real, dividiéndose el poder que se le había confiado, limitando su duración y sustituyendo los colegios á los individuos. Asi la forma primitiva de gobierno fué abo- lida casi en todas parles, y únicamente los pue- blos, que han permanecido en un estado próxi- mo á la barbarie, lían conservado la organiza- ción demasiado sencilla de un rey electivo, que divida la soberanía con el consejo de los ancia- nos y con una asamblea de todos los ciudada- nos del imperio. Las causas, que la habían he- cho adoptar, río subsisten ya entre los pueblos civilizados y en los tiempos modernos no está la guerra al alcance de los pequeños pueblos: es- tos exigen de sus magistrados mas prudencia que bravura, por lo que confian los asuntos públi- cos, los destinos de la patria mas bien á un se- nado que á un general. Esta forma primitiva, tan distinta y tan mal conocida de nosotros, no parece, pues, digna de merecer por mas tiempo nuestra atención. No debemos tal vez detenernos mucho mas, al considerar las pequeñas monarquías electivas, que á los eclesiásticos pertenecen y que se han conservado hasta nuestros dias en tan gran nú- 09 ií mero en Alemania, y que hemos visto destruir; mientras que el soberano pontificado de Koma sub- siste sobre , las mismas bases como una mues- tra de un orden social apenas creíble, sitió se le viese existir. ¿Cómo figurarse, en efecto que para formar un hombre de Estado, un legislador, un admi- nistrador y un guerrero, para obtener la reu- nión de todas las cualidades, no menos necesa- rias á un príncipe-obispo que á otro príncipe cual- quiera, estas cualidades que deben merecer la confianza de los pueblos, todos los conocimien- tos que hacen á la ciencia del gobierno mas di- fícil y nías noble al mismo tiempo que todas las demás ciencias humanas, se exige que aquel que en su vejez acaba por ser monarca, abju- re en su juventud del mundo y del comercio de los hombres; (pie renuncie á la vida acti- va; (pie sobre todo aborrezca el ejercicio de las armas y que consagre todo el tiempo, toda la energía de su alma, todas sus facultades, en fin, á un estudio, que no tiene la mas leve re- lación con las funciones que debe llenar? ¿Que después de haber recibido educación semejan- te todos los que á tan alta dignidad aspiran, esté confiada la elección del monarca á hom- bres tan completamente ignorantes corno él mis- mo en todas las materias de gobierno? ¿Que sea formado su consejo de aquellos que, como él, han abjurado del mundo y que hasta en los últimos empleos de su administración, sea la condición fundamental pava obtenerlos, la de no ser propio para 2'28 liste carácter de elecciones en las diócesis soberanas no podría aplicarse sin escepcion al pontificado: la importancia de la dominación do las conciencias en toda la cristiandad llamaba al gobierno de la iglesia hombres de Estado. Los papas y los cardenales no eran reclu- sos, ni hombres que habian renunciado á la política mundana: y en efecto la córte de Tie- rna ha demostrado en cierta línea una destre- za y una energía que ninguna otra córte ha podido igualar tal vez. El talento no obstan- te , qué los pueblos necesitan encontrar mas vivamente en sus gofos es el de la adminis- tración; y entre tantos papas distinguidos por su carácter ó por su genio, no ha habido un buen administrador. Parece que la elección de un príncipe eclesiás- tico, debería ser considerada como el último tér- mino de los absurdos políticos; por mas acos- tumbrados que estemos á que los pueblos no sean tenidos por cosa alguna en la constitución, estos gobiernos parecen anunciar mas claramen- te que ningunos otros, que han sido estatuidos en beneficio del príncipe y en el de los vasa- llos. Pero aun hay mas: había también prínci- pes frailes y religiosas princesas. Contábanse so- lamente en Alemania, cuatro arzobispos sobe- ranos, veinte y un obispos, veinte y nueve aba- des ó priores, y quince abadesas, con un gran maestre, en fin, de la orden teutónica: com- ponían entre todas, sesenta potestades reales elec- tivas, reservadas á los miembros de la Iglesia. Estos gobiernos han sido todos suprimidos en — — nuestros días; pero lo que es muy digno de tenerse presente, lodos lian sido también vul- nerados. Eran tales las condiciones de la elec- ción, que no se hubiera querido elegir pava la mas vulgar empresa, un carpintero ó un alba - |jl¿ como se elegía un príncipe. Restaba, sin embargo, que hubiese allí una elección, para que existiese una constitución en cierto modo. En cada nuevo reinado se renovaba el con - trato entre príncipe y el pueblo, las antiguas cria- turas del poder eran destruidas \ frecuentemen- te se exigían algunas nuevas garantías. Como no se hallaba, finalmente* un ínteres de fami- lia opuesto al ínteres nacional, solía producir cada siglo algún abad soberano, algún prínci- pe-obispo; que no abrigaba contra la libertad, aquel odio de instinto tan común entre los po- derosos, que consentía en ilustrar su reino por medio de alguna útil institución, destinada á du- rar siempre, mientras que él mismo no era mas que un pasagero sobre la tierra. Si sostenía lu- cha con sus contemporáneos, no por eso se ne- gaba á fundar ios derechos de las generaciones futuras. Asi es como los avaros son frecuen- temente generosos en sus testamentos á espen- sas de sus herederos. Los principados eclesiásticos existían, como una dependencia del sistema feudal, tanto en otras partes como en Alemania y el derecho de elegir, por mal ejercido que fuese, había sido también en otras parles un principio de liber- tad. La residencia de mas de un príncipe pre- lado, había llegado á ser una república. Las = 230 = primeras comunidades libertadas en Francia, las de iteins , de Laon y de Maris dependieron de un señor eclesiástico. Los príncipes prelados de Lausana, de Ginebra y de Bale y el abad de san Gall dejaron nacer en sus Estados la liber- tad Suiza: los arzobispos de Lion y de Arles, ios obispos de Aviñon y de Marsella, que ei¡ el antiguo reino de Arles, eran en los siglos XII y X1ÍI soberanos electivos, dejaron afirmar á su vista la independencia republicana de estas cuatro Ciudades. Bajo el gobierno de! pontífice romano se ba- ldan visto florecer las repúblicas de Bolofía, de Perusa y de Ancona, y aun hoy mismo el go- bierno pontifical, sino atiende suficientemente al úrden social, no adopta tampoco ampliamente el sistema de opresión de un despotismo he- reditario. El estado de servidumbre á que estaba redu- cida Europa antes del establecimiento del siste- ma feudal, ha podido permitir solamente la ins- titución del gobierno sacerdotal. No se debe creer que tales circunstancias se representen y sobre lodo que los pueblos, que pueden elegir su go- bierno, vayan á buscar modelos en las funciones piadosas de Ja edad media. Merecía, sin embar- go, llamar nuestra atención, el saber cuales ha- bían sido los efectos de las monarquías electivas en os Estados, donde un derecho cualquiera de elección era la única libertad del pueblo. Europa ha ensayado, finalmente, la potestad real electiva en algunos grandes Estados civilizados y en tina época, que no está muy distante de nosot ros. Venecia, con el nombre de república, era una monarquía electiva constitucional , en que el poder del dux era limitado por el de la aristocracia solamente. Venecia durante algún tiempo ha ocupado un puesto distinguido entre los mas poderosos Estados europeos ; y la suce- sión de cerca de ciento veinte monarcas elec- tivos, no ha causado allí turbulencias ni guer- ras civiles, ni inconveniente alguno de ios que se suponen necesariamente ligados á esta for- ma de gobierno. La defensa de la cristiandad contra los tur- cos y paganos, estuvo confiada, durante lo mas floreciente de la edad media, á las dos monar- quías electivas de Hungría y de Polonia. En uno y otro pais era el pueblo esclavo. Pero el rey dividía la soberanía con mía órden eqües- tre numerosa, guerrera é idólatra de su liber- tad. El derecho electoral ha colocado en uno y otro trono á algunos de los mas grandes prín- cipes, que han gobernado las naciones; y tal vez la Europa es deudora de su propia existen- cia á esta constitución, tan despreciada ahora, que dió un defensor al occidente en Juan de 8o- hieski. La potestad real electiva no sería no obs- tante apreciada ni en Hungría, donde la ad- hesión hereditaria á ciertas familias , asentó so- bre el trono mugeres y menores, ni en Polo- nia, donde la anarquía de todas las institucio- nes, el Uberwn veto, sofocaba todo gobierno po- sible, y entregaba alternativamente la república á todas fluencias ¡$ usurpaciones locales y á todas las in- cstrangeras. Pero la primera, en orden y en ostensión, de las monarquías europeas ha sido electiva tam- bién de derecho hasta nuestros dias y de hecho hasta el siglo XVI. Pudiéramos admirarnos cier- tamente de que mientras Alemania , Italia y una parte de Francia, dependían de una co- rona electiva, no se haya permitido nunca pre- sentar las ventajas de este gobierno, en opo- sición con las de la monarquía hereditaria, si- no supiéramos que el emperador, deseoso siem- pre de trasmitir á sus hijos la corona, y ha- bitualmente en estado de conspiración contra la constitución en nombre de la cual reinaba, hu- biera visto airadamente una apología deí go- bierno de su patria; y que todos los príncipes ale- manes, que anhelaban conservar para sí mis- mos el derecho de elegir su gefe, no pensaban en modo alguno en conceder á sus vasallos el derecho de elegir sus señores. F1 silencio de los que hubieran debido de- fender la potestad real electiva y las ruidosas apologías de los campeones de la potestad real hereditaria, han establecido como un principio, admitido en general por todos los publicistas, que no podría reservar para sí una nación la elección íc sus reyes, sin esponersc en coda interreg- no, 4 las intrigas de sus vecinos, á las pretcn- siones de los diversos partidos, prolongadas tur- bulencias y guerras civiles. Fara apreciar esta opinión, no será fuera de propósito tal vez el comparar la potestad retó 233 (le Francia y de Alemania. Las dos monarquías nacieron de la división del imperio de Garlo- Magno : su organización era entonces casi la misma; su poder casi igual también. Pero ha- biéndose estinauido la rama germánica de Car- ll-ÍT los y después de ella la casa de Sajón ia por la muerte de Otón 113 en 1002, llegó á ser la corona puramente electiva en Alemania, mientras que habiendo logrado Hugo Capelo que en Francia le eligiesen, trasmitió por de- recho de heredad á su hijo Roberto en 096 una corona, que desde entonces ¡ué hereditaria. Desde el año de 1000 hasta el de 1320, en que el imperio germánico apareció devuelto á la casa de Austria, merced á la preponde- rancia de Cárlos Y, los dos Estados mas po- derosos de Europa pueden ser considerados con justa razón, como poseedores con diferentes cir- cunstancias de los dos sistemas opuestos. Tuvo el imperio, durante este largo perio- do, veinte y cinco gefes, entre los cuales se encuentran doce ó trece, que pueden ser co- locados al lado de los grandes hombres. Este espacio de tiempo fue señalado por un progre- so constante, tanto en Alemania como en Ita- lia, hácia la libertad, la prosperidad pública y y las luces. Al final de este periodo estaba la monarquía mas unida y era mas vigorosa que al principio. Pero durante él, había también es- tado muchas veces próxima á disolverse. La lucha casi continua del imperio y la igle- sia había sin embargo, sido una fuente de re- vueltas, independiente de la forma electiva ó hereditaria del gobierno. Sobre las veinte y c irr- eo elecciones que se habían verificado para dar gefes ai Estado, hubo once muy disputadas, que fueron seguidas de sangrientas guerras. Casi siempre eran los pontífices los que exitaban la discordia entre los electores ó los que llamaban á ios pueblos á tomar ías armas. Pero estas guerras, aunque frecuentes, fueron curtas. Reasumiendo su duración, llenarían el es- pacio de cuarenta y tres años, teniendo pá- sente sin embargo que no contamos por tiempo de guerra todo aquel en que uno de los dos rivales después de su derrota, se retiraba á sus Estados hereditarios y continuaba usando de un titulo, que no trataba ya de hacer prevalecer mera de ellos. No hemos comprendido tampo- el kr S° interregno desde ~o7 hasta 1-73;. porque los dos rivales Pi- cardo de Cornuales y Alfonso de Castilla, li- jando su residencia en Inglaterra y en España no ensangrentaron el suelo del Imperio con mo- tivo de su doble elección. Durante el mismo espacio de tiempo tuvo Francia veinte y tres reyes: sus progresos fue- ron muy inferiores bajo la conducta de estos soberanos a los de Alemania. En efecto, ningu- na c p sus ciudades igualó en comercio, en in- tí us tria, en riqueza, ni en población á las ciu- dades imperiales y anseáticas de la Gemianía * ?. T noS a Ias repúblicas de Italia. Eí imt i° e as a ^ eas quedado mas sub- y gado y mas pobre; y mientras que los pe- c icros c e Alemania alcanzaron una grande re- putación militar, los pecheros de Francia es- taban desarmados y los reyes se veían obliga- dos á sostener en sus ejércitos una infantería estrangera. El derecho de los reyes de Francia á la corona fué disputado por Eduardo III y por su hijo Ricardo II, reyes de Inglaterra que pre- tendían ser llamados al trono de Francia por las leyes de heredamiento; habiéndolo sido de nuevo por Enrique Y, y Enrique VI. Si es- tas pretensiones fueron abandonadas por algún tiempo de otros monarcas ingleses, no fué cíer- lamente por que el órden de la sucesión se hu- biera aclarado, sitió porque su minoría ú otras revueltas domésticas, les estorbaron el sostener lo que llamaban sus derechos. Separando la guerra con los ingleses, por la sucesión á la co- rona de Francia, independientemente de las que eran causadas por otros motivos, se observa que en este periodo duraron sesenta y tres años. En efecto, las guerras de sucesión son mas ra- ras que las de elección, pero son mucho mas en- carnizadas, mas largas y ruinosas. En rigor se podrían contar también como una consecuencia del sistema hereditario las guer- ras en que se empeñó el reino por^ sostener la disputada sucesión de los reyes de I randa y de otras coronas. Veinte y seis años fueron en este periodo invertidos en las guerras de suce- sión de Ñapóles y Milán, las cuales comenzaron en 1404 y se prolongaron por mucho tiempo hasta en la época , en que detenemos nuestro paso. Las guerras de sucesión de los ducados y condados de Francia, reunidos á la corona, ]j ( ._ nan solas diez siglos. Mientras que la elección coloca casi Éienipre en el trono un hombre dotado de algún ta- lento, ó al menos un hombre, á quien su edad pone en estado de obrar por sí mismo, las mo- narquías hereditarias deben someterse á las fra- gilidades de la humanidad. Nos abstendremos de examinar cual finí el carácter de los so- beranos franceses durante este periodo; solamen- te observaremos que las fragilidades del siste- ma hereditario asentaron en el trono á Carlos VC que estuvo demente treinta años (t) y cu- ya locura produjo las mas fatales consecuencias para los pueblos, que estaban sometidos á su imperio. La locura es un occidente estraño: pero la minoría es una consecuencia necesaria del sis- tema hereditario de la corona. En el periodo de los 520 años, que forman el objeto de mies- ira comparación, fué gobernada Francia noven- ta y dos años por soberanos, que no contaban aun veinte, edad legal en este mismo país, y en la misma época para que ios particulares obtuviesen la administración de sus propios ne- gocios. Cincuenta años fué gobernuda también por reyes, que no tenían veinte y uno. La regencia de una monarquía durante una minoridad, es tal vez, no obstante, la peor for- mu de gobierno posible. Es una república, pues- to que el poder se halla dividido entre los in- ¡b Dos Je 1392 M2i . dividuos y los consejos destinados á sostener la balanza mutuamente; pero es una república sin costumbres republicanas, en donde no están con- fiadas las funciones ni á la popularidad, ni á la celebridad, ni ú la virtud y en donde las hem- bras estr angeras y frecuentemente enemigas, son admitidas en su mando, del cual cscluyen las le- yes á las princesas de la sangre nacional. En- tre los regentes de este periodo, se lia coloca- do en un alto puesto á Blanca de Castilla y en otro muy bajo á Isabel de Bar ¡era, quizá con tan poca razón respecto á la una como á la otra. No deben, pues, considerarse las guerras de elección, como establecedoras de la desventaja de la potestad real electiva, comparada á la here- ditaria, puesto que las guerras de sucesión, han durado, generalmente hablando, mucho tiempo mas , y que las minorías son mucho mas te- mibles para los pueblos que los interregnos. El egemplo que hemos elegido, no es el mas favo- rable ciertamente al sistema electivo. Apenas con- taríamos trece años de guerrtr de elección en toda la historia de Polonia y diez en la de Hun- gría. Y sin embargo, ni cu uno ni en otro jais, aparecía propia la constitución para evi- tar los males. Respecto ó Alemania, cuando se confió á sie- te príncipes poderosos la elección imperial, pa- recía que se habia pretendido organizar para en adelante la guerra civil, por el medio de los ejércitos quedada uno de ellos tenia preparados de antemano- Pudiérasc creer que en los fiein- pos modernos después de haberse definido me- jor los derechos, y de ser mas conocidas ing genealogías, debían ios suceesiones á la corona ser mas raramente disputadas. Pero cualquiera que así pensase se engañaría: de todas partes se han levantado y promovido cuestiones de su- cesión y muchas quizá duermen aun con la es- peranza de una guerra futura; pon pie la esen- cia de la ley de sucesión real es la condición de ser inmutable é imprescriptible. Siempre que ha sido desconocida ó alterada por la autoridad legislativa ó violada por adop- ciones, legitimaciones, disposiciones testamenta- rias ó renuncias, ios que son despojados creen que conservan el derecho de reclamar en cual- quier tiempo. Efectivamente los casos dudosos, (pie debe precaver y regir la ley real no se presentan sinó á largos intérvaíos: el príncipe reinante está siempre interesado y mas entón- eos en variar la ley, haciendo sancionar esta mudanza por medio del consentimiento popu- lar. Si, al hacer esto, liubia sido reconocido su derecho, no duraría la ley mas que el t iempo en que tuviese algo que custodiar. En Francia no reconocería la ley sálica, si los reyes unidos en los Estados generales, hu- bieron podido variarla, como intentaban en 1420 para separar del trono á Cárlcs Vil y en 1Ü88 para hacer otro tanto con Enrique IV. Fas hembras eran excluidas en Hungría es- pesamente, de la sucesión , asi como en Bohemia y en Austria. Por esta razón la su- cesión de la casa de Lorena por la de Haps~ bourg es mirada como una usurpación por los partidarios de la legitimidad , apesar del grito de la Dieta de Hungría: j moriamur jiro rege nostroy María Theresa! No tenia Felipe V el derecho de introdu- cir en España la ley sálica, asi como ningu- no de sus sucesores el de aboliría. Isabel 1 1 rei- na en virtud de la ley antigua del país que don Carlos pretende derogar. Escluían en Por- tugal las leyes fundamentales á las soberanas estrangeras del trono: don Miguel hizo una ra- ra aplicación de ellas al soberano de una par- te desmembrada del imperio; pero este sofis- ma bastó para encender la guerra civil. En la misma Francia hubiera debido suceder á la corona de Navarra la duquesa de Angulema, por ser llamadas á aquel trono también las mu- gares y esta corona hubiera debido ser des- prendida de la de Francia, como lo fué en ca- so semejante en 1328 para pasar á la familia de Luis X. En Piamonte hubieran debido la Gerdeña y el Monferral, que son feudos feme- ninos, pasar á la hija de su predecesor á la llegada del rey actual, y desmembrarse de la Sa- boya y del Piamonte, que son feudos masen- 1 1 r\ & El ducado de Modera, feudo masculino, hu- biera también debido pasar al agnado de la ra- sa de Guelfo Estense, ya fuese el duque de Brtins- vnk, ya el rey de Inglaterra, mas bien que al soberano actual, que lia sucedido en el nomine de una hembra, y que no lia podido recibir la investidura de! emperador, pava legitimar un de- rocho dudoso, porque el imperio germánico ya no existe. Sería nunca acabar el pretender enu- merar todas las querellas de sucesión, que en nues- tros dias pudieran motivar una solución debida á las armas. Y no seria probablemente muy difícil de inventar un modo de elección, que es- cluyese las intrigas estrangeras y las facciones do- mésticas, propio mas bien para la potestad real electiva que para las presidencias de los diver- sos Estados de América. Necesario es convenir, no obstante, en que es todavía muy grosera la constitución que confia al gefe de un gobierno un poder tan grande, identificando tan poco sus intereses con los del Estado. El nombre do rey exita y exitará siem- pre todos los apetitos reates en estos gefes elec- tivos. Tendrán presentes para el arreglo de sus prerogativas las mas poderosas y absolutas mo- narquías: verán siempre como una injusticia, que se les hace, todos los límites, que al cuniplimien- • o de sus deseos se opongan, y estarán en un estado de inspiración habitual contra la consti- tución del reino, con el objeto de hacer here- ditaria una dignidad, que se les ha con fiado so- lamente durante su vida. Tendrán también mu- chas ventajas, que no tienen los monarcas he- reditarios para subvertir las leyes, á saber: una actividad mayor, un crédito personal mas esten- so y una parte mas inmediata en los negocios públicos. En las monarquías hereditarias, salvo un nú- mero infinitamente pequeño de elecciones, no es el rey mas que im gran elector nacional, que 21 1 * nombra sus ministros y su consejo, y que des- carga después sobre ellos el peso todo de la ad- ministración. No solamente existe en las mo- narquías constitucionales esta limitación de la ac- tividad personal del rey, sino que es de derecho y se halla establecida por las leves. Sábese qui los discursos mismos, que el rey pronuncia, son compuestos por sus ministros; que todos los ac- tos, que en el nombre del rey se verifican, son sugeridos por estos mismos ministros, que son responsables y que en Inglaterra resisten obs- tinadamente la menor sugestión, la mas leve re- comendación, que del rey proviene. En las monarquías absolutas no tienen los reyes mas parte directa en el gobierno. Todo el poder del Estado está siempre confiado á un consejo ó á un gabinete, que se renueva por medio de intrigas poco conocidas, que divide en- tre sí todas las funciones y que impera sobre aquel á quien parece obedecer. Toda la soberanía resi- de siempre en una oligarquía estrecha. Los oli- garcas no son designados por su nacimiento, por sus riquezas, ni por su celebridad; pero sí pol- las intrigas de los cortesanos, cuando no lo sean por la corrupción y el vicio. Algunos monarcas absolutos desprecian los ne- gocios del Estado por los placeres: otros asisten regularmente al consejo, pero son demasiado tí- midos para hacer que su opinión prevalezca sobre tas de los demas hombres, á quienes juzgan ó su- ponen mejor informados: otros en fin, se figuran que gobiernan, por que dan muchas órdenes, que sus favoritos, sus damas ó sus confesores les han Tomo í.° id* sugerido en secreto. El poder pertenece ¡i Ign- eas veces A consejeros públicos , otras á con- sejeros privados; pero eseepto el grande Federi- co y tal vez el Czar Pedro, no se halla ejem- plo ile un soberano hereditario, que sea solo el alma de su gobierno. Hay ademas algunos en las monarquías elec- tivas ó bajo los fundadores de las monarquías hereditarias, que no son mas que reyes electivos. Necesario lia sido que hiciesen prueba de su ap- titud para los negocios, de su actividad y ta- lento, al mismo tiempo que de su valor para lle- gar a ocupar el puesto elevado en que se en- cuentran. líáse elegido en ellos al hombre y no A la familia: al hombre se ha creído, pues, na- cido para ser general, administrador, presidente de los dietas y orador por excelencia del go- bierno. Hemos visto lo que en Francia era Na- poleón: ninguna manera de elección produciría verdaderamente un hombre semejante. La ma- yor parte de los reyes de Polonia, la mayor par- te de los emperadores germánicos en nada se le parecían sin duda; pero tenían con él la re- lación de ser el alma del gobierno, no siendo sus ministros mas que sus secretarios \ dando ellos , como reyes, el impulso, en lugar de reci- Los que el gobierno monárquico prefieren, por que quieren obedecer mejor á un hambre que A un consejo, ó que según una espresion po- pular, lian elegido el tener un rey mas bien que un ciento, no deben oslar contentos mas que con la monarquía electiva, por que en ella es don- de reina solamente el individuo. ¡Pero cuánto mas poder tendrá un rey, que ha ejercido por sí mismo todas las funciones, que la ley le confia, que un rey de Inglaterra pa- ra destruir la constitución! El no ha elegido so- lamente sus ministros: ha designado también con- formé A sus conocimientos personales todos los distintos agentes del poder hasta los mas inme- diatos al pueblo. Sus perspicaces ojos son siem- pre los que han distiugido el mérito, los que le lian alcanzado ; pero encadenándolo a) mismo tiempo A su voluntad. En su gabinete ha preparado las leyes so- metidas á la legislatura , concibe la reunión de ellas y vé de un golpe de > isla las partes que solamente se presentaran desmembradas A los que deben juzgar de ellas. Conoce sus pro- pios proyectos y compara el porvenir (cuyo único señor es) con el presento, mas allá del cual nada ven sus consejeros. El ejército está á su devoción, porque él es quien en la guerra lo manda y conduce á las batallas, salvándole de los peligros é ilustrán- dolo con las victorias; y sobré todo porque lo ha formado, nombrando todos los oficiales, no atendiendo al favor, casi siempre degradante, de las córtcs, no teniendo presentes las inmutables reglas de la antigüedad que colocan con fre- cuencia á los mas incapaces en los primeros puestos, sino sola y exclusivamente al mérito que el mismo ira reconocido en c! campo de batalla. Entre los mejores ciudadanos hay tam- bién mi gran número, que prefieren confiar á él sus intereses mas bien que á íes consejos = 244 = nacionales. Estos no están en verdad esculos df pasiones engañosas: representando el espíri- tu-nado! i al, no pueden en modo alguno sobre- ponerse á la medianía, mientras que el genio se ennieníra en el grande hombre que la na- ción ha elegido. Siempre que sus proyectos han esíatlo en oposición con los del común de los hombres* Ies ha enseñado la esperiencia que su golpe de vista era mas veloz y mas justo, sus miras mas profundas y que obraba como si previera ya un porvenir, que los demas no al- canzan sino después de muchos años. ¡Cuán grande será sin embargo, su error, si esta confianza concedida al genio, los obliga á secundar los proyectos del elegido del pueblo con- tra la constitución de su pais!... Sucederá esto por que le contemplen como al hombre único, á quien obedecen, y el resultado de su obedien- cia será que ningún igual sujo podrá llegar á verse colocado al frente de la nación. Suce- derá porque aman á los héroes, que no se atre- ven á elegir, condenándose é no poseer mas que los hijos del grande hombre, hijos, que sin embargo un conocido proverbio declara coinod e- generados 6 incapaces de gobernar. Esía es en efecto la singular consecuencia de la potestad real electiva: mientras mas buenos resultados ha ofrecido, mas próxima ha estado á su ruina, Siempre que un grande hombre se ha asentado sobre el trono del Imperio, de la Polonia ó de la Hungría, se ha aprovechado de su reinado brillante, del esplendor con que ha ro- deado á la nación y de la prosperidad, que le ha proporcionado, para alterar la constitución, pa- ra fijar la corona en su familia y para dejar la heredad de un héroe á un hijo indigno do éi. Cuando al contrario era el talento ménos bri- llante y ménos obligatoria la popularidad, se ha aprovechado siempre el monárca elect ivo de su poder para enriquecer y engrandecer á su fami- lia á espensas de la corona, alterando asi aun- que en sentido contrario el equilibrio del Es- tado. Hánse visto los monarcas del imperio dar á sus hijos los grandes feudos, que hacían som- bra ¿ la corona. Rodolfo de Hapsbourgó dispu- so asi del Austria, Enrique VII de la Bohe- mia; y en Hungría los palatinados y los Staros- ties ( 1 ) de Polonia, que debían sostener el es- plendor de la corona, eran también usurpados por los hijos de los reyes. El celibato de los so- beranos eclesiásticos no ha puesto sus monarquías al abrigo de estos abusos; y el nepotismo de Ro- ma apareció como un mal inherente á esta for- ma de gobierno. ¿Necesario es, por tanto, renunciar á las seña- ladas ventajas, que parecen estar ligadas á la con- centración del poder ejecutivo en manos de una sola persona, al vigor, á la reunión, al conoci- miento instintivo de los hombres y al ardimien- to que á los ejércitos presta la presencia, ba- jo las banderas del gefe del gobierno? páse vis- ii) Los S tarost. íes equivalían á las capitanías gfueralus. mondo ademas el mando civil; osla palabra nn puede (radium >0 do otra manera cu easlellauu, por ijiu* hemos cun'ndu de osas di|jui dados en nuestra nao mu, N del ■! ■ = 240 = ío a los pueblos detenerse alternativamente en la monarquía temporal ó en la presidencia pa- ra aprovechar ios talentos del favorito de la nación, sin renunciar por esto á las institucio- nes, ni á los derechos, cuyos goces querían con- servar, ó adherirse al contrario á la monarquía hereditaria, como mejor y mas segura garan- tía del poder, tanto mas uniforme, cuanto es- taban de él mas lejanos los hombres de esl inor- dinado talento. V lo que es muy estraño, la historia no ha pronunciado sobre estos espedien- tes ningún fallo, que nos ponga fuera de to- da duda. La lección mas importante tal vez, que no* dá sobre esto, es la de conservar lo que exis- te, de mejorarlo sin duda, garantizando al par Jas alteraciones de que cada una de estas formas está siempre amenazada. El poder de las eos- íumbres populares lejos de destruirse, parece en electo acrecer en cada turbulencia. Todos, cual- quiera quesea nuestro número, cualquiera nues- tras creencias, tenemos cierta afección por lo pasado, en oposición á lo presento; por ({ue en esta comparación llevamos todas nuestras impre- siones personales y hemos gozado en la juventud mucho mas que en edad mas madura. Cualquiera que sea el órden público, como el príncipe se halle constituido, seremos oscilados por la autoridad á hacer ciertos sacrificios: el estado social nos hará esperimentar ciertos pa- decimientos y el peso de hoy nos parecerá mas ago vían te (pie el (pie llevamos en nuestra juventud. Precavamos de que para en adelante nos parez- ca ilcgulmcnte impuesto. = 247 = La autoridad del tiempo lleva consigo la preo- cupación de la legitimidad, mientras que cada revolución contra el órden establecido contiene en si los gérmenes de una contra- revolucioné Si un cambio llega á ser necesario, que sea santifica- do- por la autoridad de la nación casi entera, por que la minoría para desvirtuarlo y entor- pecer sus efectos será siempre secundada por to- dos los recuerdos antiguos, y el poder de los si- glos pasados. Acuérdense los pueblos de que han puesto á la cabeza de su gobierno un presidente tem- poral, de que sera probablemente tentado por el pensamiento de hacer confirmar su poder por toda su vida; prevénganse contra esta usur- pación, porque cuando, después de haber apro- vechado el vigor de su entendimiento, su acti- vidad y su valor, le vean caer en la languidez tic las enfermedades y quizá en la decrepitud, cuando le vean distribuir las riquezas y las digni- dades del Estado entre sus favoritos y sus deu- dos, gritarán contra la usurpación y la tiranía y se levantará un partido pronto á destruir por medio de una revolución un poder, que ésta úl- tima y reciente usurpación moteja de ilegítimo. Si un pueblo ha conservado hasta nuestros dias ó hasta un tiempo, que aun viva la memo- ria de los hombres, el derecho de nombrar su monarca, guárdese también de abandonarlo. Cree- mos haber establecido, que se había preten- dido fuera de razón, que la elección era una cau- sa necesaria de las conmociones y de las guerras. Pues una nación que está acostumbrada al go- = 248 = bienio cíe los grandes hombres, que une un culto personal por su rey al orgullo de pensar que este rey ha sido elegido por ella, se ve- rá disgustada cuando los achaques del here- damiento coloquen sobre el trono á un menor, á un imbécil ó á uno de estos hombres , á quienes enerva el poder y la adulación, y que ni saben obrar, ni menos pensar por sí mismos. El desprecio y la impaciencia tomarán en es- ta nación un carácter tan enérgico, como respeta- da había sido la costumbre de ver siempre al trono cubierto con un velo de oro, por entre el cual era imposible mirarlo tal cual era realmente. La usurpación de un monarca, que siendo electivo hace que le declaren hereditario , es muy ra- ra vez castigada en vida, por que el cambio es apenas percibido en tanto que el elegido de la nación conserva su poder. Pero también el que le sucede jamas se figura ser legítimo. La me- moria de ios grandes hombres, que le han pre- cedido, se levanta de una manera formidable contra él de cita en dia, á medida que se re- vela su propia incapacidad; y la primera con- moción puede darle á conocer que él que nó ha respetado los derechos del pueblo no debe esperar que éste reconozca los suyos. Mas porque algunos pueblos se hayan réscr- ; di el derecho ele otorgar la potestad real, no debe creerse que todos conocen del mismo modo que este derecho les pertenece. Hay en las ideas de heredamiento algo, (pie afecta vi- vamente la imaginación de los hombres. De- sean dar A todas sus instituciones el carácter de la perpetuidad y cuando después de muchos siglos se encuentra su suerte asociada á la de una dinastía, desean también creer que aun les restan otros muchos en el porvenir. Cuando los príncipes han pretendido que el origen de su di- nastía se ocultaba en la noche de los tiempos, los pueblos han participado casi siempre de esta vanidad, casi siempre han indentifiendo á sus ge- fes consigo mismos cu el periodo de gloria, que su historia les presenta y cuyos recuerdos traen á la memoria con dulce contento. El nombre de los antiguos reyes, habla con un poder indefinible á la imaginación nacional: sus hijos, sus nietos encontrarán siempre un partido ccsistente para secundar sns deseos: lle- varán consigo por todas partes, en el destierro el gérmen de las revoluciones futuras. Asi no ha titubeado en decir Maquiavelo; que Borja ha- bía usado del único medio que podía asegu- rar su dominación en los estados de los prín- cipes, á quiénes hnbia destronado; speg nenie il seme. Este amor dinástico no subsiste, sin embar- go, realmente, mas que en favor de la descen- dencia masculina. Ella sola presenta una iden- tidad de nombres y de recuerdos : ella sola ofrece alguna garantía á la independencia de las naciones y les asegura al ménos que sus so- beranos serán de su misma raza. El monarca que no tiene mas que hijas, está siempre {«al- tado y presto t á violar la le fundamental di* la sucesión masculina, para colocarlas en el tro- no con preferencia á los varones, sus lejanos deudos. Prevéngase la nación contra esta tentativa; sepa t que con esta mudanza y trueque de nom- bre y de raza perderá todos los recuerdos , que eran su orgullo, todas las garantías, que pen- saba encontrar en la heredad y que después de haber defendido tal vez su independencia haciendo los mas inauditos sacrificios, se verá espuesta á verla vender por su soberana en un contrato de casamiento. Esfuércese el usurpa- dor, que sube en el nombre de una rnuger al trono , reservado á la línea masculina en agra- dar á la nación y en darle satisfacción cumpli- da, obteniendo su asentimiento unánime, por que la perpetuidad en el poder, que habían que- rido asegurar los inventores de la sucesión he- reditaria, permanecerá por siempre armada con- tra él, si á tal punto no se enderezan sus es- fuerzos. Hay pueblos, no obstante, que desde las mas i emolas épocas han admitido el heredamiento de las mugeres á la corona al par que los hom- ares. En lugar de ver en el poder político una í unción, no han visto en él mas que una pro- piedad: no han pensando ni en las virtudes guerreras, ni en los talentos, ni en el carácter, ni en la gloria del pastor de los pueblos; pero at hiriéndose con una mira particular y epclusfva á su propiedad, han querido para hacerla res- petable, que tuviese también reyes la suya. Cieenios que de todas las formas monárqui- cas es la peor la que admite á las mugeres en la sucesión de la corona, Pero no por esto se eben escarnecer los pueblos ni sobre sus opiniones, m sobre sus afecciones. Es necesario admitirlas como hechos y recordar que una par- te de sus libertades estriba en creer lo que* mas lo place y amar lo que mas quieren. Siem- pre encuentran en su historia algún periodo bri- llante para justificar sus pretensiones. El rei- nado afortunado de Isabel de Castilla (la caló- iica} debe tal vez espliear la adhension inven- cible de los españoles y el respeto que tríbula- ron á Juana, la loca; los ingleses recurren á la memoria de Elisabet y á la do Ana para esta- bjecci (pie su monarquía jamas íué inas glo- riosa que bajo el imperio de las hembras y aguardan confiados el momento, en que ascien- da al trono de nuevo una princesa. (1) Esta forma de heredad es sin duda mas to- lerable en las monarquías constitucionales, ó mas bien quizá no lo es, sinó con tales institu- ciones. Sea como quiera no es conveniente vio- lentar esta afección del pueblo mas que ningu- na otra. El pais que acierta á tener un poder apoyado en la opinión pública es indudablemente (diz, porque se vé libre de la necesidad de ios calabozos, de los suplicios y de las bayonetas. Necesario es mantenerlo con el carácter, que tic esta opinión haya recibido; necesario es prestar Mi, ■- (I) Cuan Jo el autor escribía estas líneas, no había aun as- eeiuÜJo fl t trono Je Inglaterra la reina Victoria, ni podían ''Hilarse en Europa tres reinas constitucionales, ijue puestas á ta cabeza Je sus los Unios ofrezcan á mis pueblos Jias Je vonlu ‘’a Y Je felicidad. 1%'. m.L T.\ = 252 = apoyo á la fé fundamental de la potestad de los reyes, para acostumbrar asi á que sea respe- tada del pueblo. Esta forma de la monarquía puede ademas ser corrompida : un déspota puede querer dis- poner de la corona por medio de testamento, legitimación ó adopción: puede no querer re- conocer en el estado mas ley , ni regla que su voluntad; y entonces no hay que admirar- se de que el pueblo no vea en él mas que el derecho de la fuerza. Si encuentra algunos ciu- dadanos, que tengan valor bastante para resis- tirlo, que se esfuercen en mantener contra él la ley de heredamiento fundamental en su patria, aquellos habrían defendido también la única li- bertad, que les restase, habrían hecho pruebas de su patriotismo y sido ademas los verdaderos defensores del órdeu contra el déspota; porque no se hieren las antiguas afecciones del pueblo en la institución del poder, sin derramar las semillas de las revoluciones futuras. DEL l’HiNr. MM: ó IM-’.Í. t’OUl.ll EJKCITIVO r.S l.V< UFrUU.H.U STkjn' /~y¡C >íáfv ígagl príncipe, asi como es el pi i- _ témm- mero, es también el mas im- K ty% toe y *xxy , . , , , v v. v p or ^ an ^ e | os poderes socia- les para la felicidad común. En D -® ' su £r*» P día» ; .. t Jp. ( efecto, la ecsistencia de una sociedad está en lucha conlí- | b 3§§§|x nua con todos sus vecinos, nm sus propios miembros y con la misma natura- leza. Debe sin cesar defender sus derechos con- tra la intriga, la ambición y la envidia de los 2ü4 tenias estados, ya por medio de hábiles nego- ciaciones, ya a fuerza armada. El príncipe que debe ser la inteligencia y la Voluntad de este sociedad, que debe velar por ella y dirigir su brazo, que debe dar un impulso común á sus esfuerzos, prevenir ó reprimir los desórdenes in- teriores, ponerla á cubierto de las calamidades de las estaciones, de la furia de los elemen- tos ó reparar sus estragos, el príncipe, repe- timos, habría menester conocerlo todo y p re _ recrío al par; la mas ligera imprudencia por parte suya, puede esponer á los ciudadanos á enormes sacrificios o t su total ruina y á la de su patria. Su arrogancia puede también provocar la guer- ra, su humildad comprometer el honor. Su° ver- satilidad le despojará de la confianza, su prodi- galidad multiplicará los cargos ó destruirá los recursos; su mezquindad por una economía mi- nuiciosa perderá las ventaja! de las grandes ca- pí ta íes. No hay cualidad, no hay virtud algu- na, que sea ornamento del mas distinguido ca- rácter, que no deba desear una nación para su soberano y cuya ausencia no pueda causarle los mas crueles dolores. La vigilancia, la prudencia, la constancia, el valor, la dulzura, la economía, el orden y la Jus- tina, son otros tantos requisitos indispensables para gobernar á los hombres y no hay debili- dad, ni i alia del príncipe que no deban espiar cruelmente los pueblos. Las ciencias políticas no nos ponen en claro el modo de obtener en un gobierno tintas cualida- des sobresalientes ; pero nos enseñan al menos cítalos son los defectos y cuales los inconvenien- tes inherentes- casi siempre á cierta forma: nos enseñan también á cuales elementos de la sucie- dad se pueden ecsigir ciertas cualidades, esto es; á clasifica: estos resultados do la teoría v mucho mas de la espcrioncia, ñ quien pensamos consa- grar las siguientes páginas. La ecsistencia del príncipe es muy rara vez el resultado de las combinaciones del legislador, ó d producto do una (jarla: no se erijen con las palabi as de un hombre o dé una ley la auto- ridad, ni la obediencia solamente. Menester es que reconozcamos como principio que el orden es indispensable á la sociedad, que la obediencia de todos garantiza la seguridad del individuo: toda clase de obediencia causa un desordenó un sa- crificio, y si antes de someterse á Semejantes actos, ecsaininase cada uno, si té era ó no útil el verificarlo, seria la obediencia muy est rafia y el poder no procedería mas que á fuerzo de cas- tigos. Este es con poca diferencia el estado, en que se encuentra una sociedad después de una re- volución 6 alguna grande conmoción social : ía costumbre de la resistencia se ha contraído ya. la autoridad uo parece tener mas que el de- recho de la persuasión, cada orden es seguida do una deliberación, dé una oscitación v cuando la revolución ha establecido principios de gobierne mas liberales, es indispensable que el principe ten- ga mas circunspección y al mismo tiempo mas copia Je amenazas y castigos para lograr la eje- t ucion de las órdenes ménos severas, los cua- les no le eran antes necesarios para obtener los mas grandes sacrificios, cuando era completa |¡ t ilusión y cada uno tle sus mandamientos pare- cía apoyado por todas las fuerzas de la socie- dad. El poder, generalmente hablando, ha sido formado por una combinación de accidentes, que en ciertas manos se reunieron: cuando existe, se puede disponer de él y aprovechar su influen- cio, pero no se le crea. Consideraremos no obstante al poder en su origen y como si fuese el efecto de la volun- tad del pueblo é investigaremos cual es la idea (pie ha presidido á cada forma de gobierno, la idea que lo esplica: y no por que esta idea ha- ya sido realmente la causa de su nacimiento, si- no por que conteniendo la razón de los hombres en sí, justifica su obediencia, conservando un ur- den que no ha establecido. De esta manera consideramos cómo el es- tablecimiento del poder social , si no estri- ba este en el Órden de los tiempos, al ménos en e! de las ideas, el poder del mismo pueblo. Nadie, han dicho los hombres al principio déla sociedad y sobre todo cuando se componía de pequeños pueblos, groseros todavía, en donde eran todos los individuos iguales en inteligencia y animados igualmente por el común peligro, na- die pondrá en nuestros asuntos tanta vigilancia, ó no será capaz de ser engañado distraído ó supeditado: reuniremos todas nuestras luces, uanl.a prudencia tengamos, asi corno también fa- do nuestro patriotismo y la suma será mayor que habría podido serlo la parte del mas dis- tinguido. Carecemos, es verdad, de ge fes para el cómbale, de jueces, que medien entre nuestras diferencias y de secretarios para escribir las ór- denes, que dictemos. Pero los nombraremos por nosotros mismos, ios revoearémos, cuando nos venga en voluntad, sin permitirles nunca ser mas que nuestros comisionados, los instrumentos de nuestros deseos y en cualquiera grave circuns- tancia, ya en el ejército, ya delante de los ene- migos, vótarémos antes dé obrar. Tal fué con corta diferencia el origen y la constitución de las democracias griegas, que fron- terizas del imperio persiano, se organizaron pa- ra resistir al gran rey; el de los pequeños can- tones suizos que se emanciparon de la casa de Austria: y el de los suiiotas sphakiotas y manio- tas, que se mantuvieron contra los turcos. La enormidad del peligro no permitía á la pobla- ción entera mas que un pensamiento y un ín- teres: era el patriotismo, exaltado ai mas alto punto á que haya llegado jamas entre los hom- bres, y estas pequeñas democracias han ostenta- do un valor, una virtud y un entusiasmo, que oscilarán por siempre la mas alta admiración. Pero no siempre duró el peligro para ellas: la igualdad, consecuencia de su pobreza, no se mantuvo y cuando comenzaron á conocer pobres y ricos, conocieron también diferentes intereses asi como diversos grados de instrucción, de es- periencia y de agilidad. En lugar de ser mo- vidas por una voluntad común, que se podría lla- mar unánime en los tiempos de patriotismo y Tomo t.° 17 de peligro, se dividieron en mayoría y minorín, ó inas bien en conductores y conducidos. Muchas cambiaron entóneos de gobierno, algunas dejaron disolver buenamente los vínculos sociales, como sucedió á os elolios y otros muchos pueblos del archipiélago, que quedaron sin ilustración , ni ciudades, ó como á los grison.es de nuestros dias: la libertad democrática se lia conservado en las aldeas; pero el príncipe, el poder social no está en parle alguna. é Algunas repúblicas haíi sostenido su democra- cia hasta en la mas refinada ilustración, á cu- ya cabeza aparece Aténas. La antorcha del inge- nio y de la ínosofia brilló entonces en este go- bierno 6 hizo descubrir propiedades, que no se habían antes adivinado. El primer resultado de la observación es que la voluntad del pueblo, tal como por las votaciones se manifiesta, no es la suma de las voluntades y de las inteligencias de los (pie la componen, y que en toda asamblea deliberativa no es idéntico ¿1 voto de caTZo sobre la decisión que haya de temarse, á lo que realmente sería el voto de este mismo individuo si tuviese que decidir solo. En el interes do la moral , en el de la per- lección del hombre, tenemos que combatir fre- cuentemente al egoísmo, tenemos que exigir que la utilidad y el interes personal mas inme- ’iMtOs, estén subordinados -á las consideraciones de lo justo y de lo bueno; que el individuo no vea solamente su seguridad , su beneficio, y sus f mó fi ue sea accesible á las inspiraciones ™ m imaginación y de la sensibilidad; que ad- mire lo bello para sí mismo, y que obedezca A los atractivos dé la simpatía y de la benevolencia Hallando por otra parte el egoísmo sin cesar en el hombre, no liemos comprendido tal vez cuán necesario es para la conservación del indi- viduo que el ínteres sea en el fondo del corazón una centinela siempre vigilante, quedé un grito do alai ma, cuando se sienta sacrificar. Mezquina y falsa osla filosofía, que busca en el interes el único móvil de nuestras acciones; pero sería ne- gar la evidencia el negarse á admitir su influencia constante. Necesario es ver en este egoísmo mas bien una ley de la Providencia para la conservación de las especies, y un avisador atento siempre co- mo es el temor del dolor en el orden físico sin el cual no evitaríamos el mal á tiempo y no acertaríamos á preservar de él nuestra vida. A liora bien: los cuerpos sociales formados por el hombre lian menester de este avisador, que Dios lia puesto en el corazón de cada individuo. Necesario es, por tanto, un egoísmo nacional, que no decida solo, pero que se haga oir ante todas cosas en las deliberaciones. Jí.1 príncipe debe ser el órgano de este egoísmo, yes preciso que con preferencia á cualquiera otro pensamiento esté siempre afectado por el ínteres del cuer- po, que dirige, só pena de verlo bien pronto pe- recer. * La esperiencia ha ensenado ademas, que en las democracias jamas se presenta este senti- miento en primer término. Cuando todos con- curren al poder, ningún ciudadano se despoja del suyo individual para tomar parte en el go- — 260 = bienio; mientras que si se tratase de tomar una decisión por él y para él solo, vería en prime- ra línea su in teres propio, y después sobre el segundo plan solamente el sentimiento del de- ber, la simpatía , la sensibilidad y la imagi- nación. En el momento en que el ciudadano es llamado á votar con sus compatriotas sobre la conducta del pueblo, de que forma parte, al- tera completamente sin apercibirse de ello tal vez, Jos motivos de su determinación, 6 mas bien los vuelve á encontrar en el orden , en que tienen alguna relación consigo mismo y no con el pueblo. Ei ínteres de este pueblo no se muestra al mismo mas que en tercera ó cuarta línea. Es- cucha ante todas cosas su interes privado, cuan- do por casualidad se encuentra en oposición con el interes público, sobre el cual va á dar su voto. Pero después vuelve á encontrar ínte- gras todas sus facultades , como son la sim- patía, la generosidad, la cólera, el temor, el pun- donor, el arrebato por la elocuencia ó la imagina- ción; cada uno habla con imperioso tono sobre los negocios públicos mas bien que sobre los privados, mientras que el verdadero interes público, el egoísmo nacional, llega siempre el último ó ejer- cer su influencia y solamente en proporción con ia parte infinitamente pequeña, que como hom- bre privado ejerza el ciudadano en la decisión ^ue va á tomar. Frecuentemente sucede que en las deliberaciones de la plaza pública no tiene el ciudadano mas que la percepción mas vaga deI ínteres público ó del ínteres privado. Vota 261 poi costumbi e y siguiendo la forma estableci- da, sin reílecsionar, sin detener un punto solo su . . ^ í * a el momen- to en que su imaginación, su sensibilidad ó sus pasiones son osciladas. Entonces solamente toma parte con toda su alma en la formación de la voluntad pública. Este adormecimiento del egoísmo nacional mientras que son escitadas vivamente las demás facultades, dá á la marcha de las democracia* un carácter muy particular. El pueblo sobera- no, el pueblo príncipe es mucho mas suscepti- ble de emociones generosas que ningún otro so- berano; pero también lleva siempre en su con- ducta mucha menos firmeza y sabiduría; se com- promete, se esponeyatrae sobre sí calamida- des, que hubiera evitado un recuerdo constante de sus intereses. Será profunda su piedad, cuan- do los males agenos estén presentes, sus deci- siones serán al contrario frecuentemente crueles, si la reílecsion, que jamas conoce, puede hacerle concebir el mal que la cólera, el orgullo ofendido ó la venganza le harán cometer. Si se trata de declarar la guerra, no calcu- lará los peligros , ni los sacrificios; porque el empleo individual de cada ciudadano tiene poca consideración y valimiento, y es su responsabi- lidad aun mucho menor, mientras que la satis- facción, que le causa el desarrollo de sus pa- siones es mucho mas viva, que si se tratase de él solo; porque todas las pasiones se exaltan en la multitud. Cuando por otra parte llega á ser conveniente establecer la paz, se humillará tal vez el pueblo soberano mas que ningún otro; porque entónees solo le aconseja e! miedo y el miedo es contagioso. Un cálculo bastante natural había hecho su- poner que reuniéndose muchas cabezas, se reu- nían muchas luces y virtudes: solamente nos ha enseñado la prueba que cada uno de los indi- viduos congregados llegaba á la deliberación, de donde salía formada la voluntad común, con una atención ménos fuerte, una voluntad rnénos fir- me y un aprecio menos exacto de las conse- cuencias que si hubiera tomado solo una determi- nación. Su responsabilidad sobre el evento se dis- minuye ú proporción del número de sus cólc- gas y ha dado algunas veces tan poca impor- tancia a estos actos, que se le ha visto hur- larse en alta voz del disparate, que iba á co- meter. Reia con Aristóphanes de la i mágen del ancia- no imbécil Demos , que aquel le presenta- ba; lisonjeábale el mas amargo sarcasmo por- que no quería ver mas que la parte que caía sóbrelos demas y sin embargo contribuía, co- mo los demas , á que la votación fuera desven- tajosa y falta de razón. Ora, por pereza de es- píritu ó por indecisión descansa el ciudadano sobre los demas individuos; ora por el deseo de brillar propone el mas aventurado medio y que dé al par la mas alta idea de su heroís- mo y de su desinterés, sin tener en cuenta las consecuencias; y ora en fin, por el contrario, cediendo á mas bajas sugestiones, se adherirá al partido mas cobarde, mas pérfido y cruel porque juzgándole útil, cuenta con que su nom- bre se pierda en el tumulto de ia muchedumbre librándose de este modo de la infamia. ’ Algunas veces hará también entrambas co- sas, si la votación es secreta: hablará en un sen- tido por la reputación y votará en otro por el piomho. lodas las asambleas numerosas, que toman porte en el gobierno pueden hasta cier- to punto dar la idea de las asambleas popula- res y t rancia pudiera también atenerse ai es- tudio de las votaciones de la Cámara de dipu- tados para comprender del modo que un cuer- po numeroso puede mostrar menos conocimien- to de lo que decide, ménos firmeza, prudencia o elevación de alma, que la que en cada uuo de Jos miembros se encontrase, si hubiese decidido se- paradamente. El pueblo soberano obra en todo, como pu- diera hacerlo un hombre que obedeciese á todos os móviles de las acciones humanas, escepto al egoísmo; que estubiera privado de la garantía del ínteres personal, que la providencia ha da- do á todos los individuos para su propia con- servación y que por tanto alternativamente com- prometería por su generosidad, su imprudencia ó su pasión, su ecsistencia propia. Pero el pueblo que gobierna, el pueblo príncipe, como era el de Atenas, estaba ademas espuesto a todas las sedue- ciónes del poder, yá todas las corruptoras intrigas, que se ponían entónees en juego, para obtener los favores de los reyes. El pueblo de Aterías elegía los generales, los embajadores y todos los oficiales, encargados de los trabajos públicos, de la policía y los (le- mas pormenores de la administración. Cuando se trataba no obstante de las mas elevadas fun- ciones mostraba un tacto muy fino para ele- gir los mas hábiles; pero también aparecía a- menudo accesible á las seducciones, á la adula- ción, á las fiestas y á las dádivas: preferia ai hombre que le daba divertimiento, al hombre de genio; empeñábase obstinadamente á favor de despreciables favoritos, tales como Geon, á quien hizo célebre la pluma de Arratóphanes, y dejá- base llevar con tanta impericia como el déspo- ta mas cercano á la decrepitud. Como responsable de la seguridad del Estado fué sobre todo del modo que el pueblo de Aténas pu- so en claro los defectos y los peligros de las democracias. Va sea que tomara las armas sin causa ó que las dejase impulsado del terror pá- nico; ya que arruinara á sus aliados, exigiendo de ellos exorbitantes auxilios <5 que disipase su hacienda en fiestas y juegos escénicos; ya en fin que descargara su cólera sobre hombres inocen- tes ó apenas culpables, 6 que mirase con impru- dente indulgencia las mas criminales empresas. Por esta razón la antigüedad, ilustrada enión- ees por una esperiencia, de que ahora carecemos, reprobó unánime el gobierno democrático ó et sistema, que pone al poder ejecutivo bajo 1; dependencia absoluta del pueblo. Condenó, pues, al pueblo príncipe como el mas imprudente, inconstante y presuntuoso en la prosperidad, e mas fácil de abatirse en las adversidades ; e mas obstinado en rechazar los impuestos , al 865 mismo tiempo que ei mas pródigo en sus gas- ios de todos los príncipes, á que pueden estar los hombres sometidos. La observación contemporánea no tiene in- dudablemente tan grandes desvarios, que reve- lar, cuando se aplica á los cantones pequeños do la Suiza; pero se resiste del misino modo á elo- giar la prudencia de las democracias, mientras que les echa en cara la necesidad, en que se hallan los elegidos del pueblo, de adular las pasiones de la multitud, cediendo á sus capri- chos; la dificultad de que sean respetados los magistrados ó las leyes por los hombres, que después de haberlas hecho creen que les asis- te el derecho de deshacerlas , la indisciplina que en las guerras del siglo XVI sometía con tan- ta frecuencia los capitanes suizos á las fogosas decisiones de los Icinds-íjeiMi mío, asambleas en- tre sus propios soldados; y la disposición, en fin, á la tenacidad y favoritismo, que sino da tiranos á los cantones, como los daba á las de- mocracias griegas, los somete, no obstante, casi siempre á la dominación de algunos conductores. Ora tenga el pueblo en sí mismo el senti- miento de su incapacidad para el gobierno y de sus padecimientos bajo su propia dominación; ora la disposición al retroceso le haya hecho depositar todas sus prerogativas en manos de un favorito; ora se haya elevado un hombre po- deroso por medio de la violencia y la astucia al poder, á despecho de la voluntad popular, se ha visto siempre fundar el gobierno de uno solo sobre el principio diamctralmente opuesto al de = 266 = muchos. La experiencia demostró que cada uno do ios individuos tomaba poca parte en los ne- gocios comunes: se quiso, pues, ensayar si uno solo mas hábil desempeñar ia mejor los asuntos del pueblo, cuando estos hubieran llegado á ser sus negocios propios. Sí el gefe del pueblo consideraba el honor de los ciudadanos, su poder y sus riquezas co- mo suyas, y tal vez como un buen padre de familia, solo pensaría en aumentarlos; y al me- nos no podría abrigar el pensamiento de opo- ner su persona y su hacienda á las personas y haciendas de sus vasallos, «¿Porqué, digeron los ciudadanos al hombre, á quien encargaron el cuidado de sus destinos, querréis llenar vuestros tesoros? Vuestra riqueza es la nuestra : mien- tras mas desahogo nos dejeis, mas trabajare- mos en vuestro beneficio de un modo provecho- so. ¿Por qué os reservareis fuerzas para avasa- llar nuestra voluntad? Nuestra voluntad es la vuestra: cuanto habéis decidido es para nosotros *ey. ¿Por qué pensareis en engrandecer á vues- tros hijos á nuestra costa? Vuestros hijos son oh nuestros: así como habéis sido nuestro se- ñot, Jo serán ellos también. Os hemos entrega- do todos nuestros intereses para que entre no- sotros no haya nunca ocasión de decir lo tuyo ni lo mío.)) Haya expresado ó no el lenguage es- tos pensamientos, haya sido 6 no formulado el contrato á priori poco importa: esta es la idea racional del despotismo, este el terreno, sobre el cual se defiende ahora, cuando sus partida- rios ó sus servidores tratan de explicarlo. = 267 ^ Debe haber siempre alguna verdad en el fondo de un sistema, seguido por multitud de hombres ; y ha vivido y vive aun una parte tan grande del género humano bajo el despo- tismo, irritándose y defendiéndose, cuando se ha pretendido que lo abandone, que es indis- pensable el que una idea verdadera sea tal vez en su dictamen el áncora que le sostenga en sus naufragios. La necesidad de confundir en el sentimiento y en el pensamiento de los gobernantes el in- feres personal con el ínteres del Estado, es en efecto una idea verdadera. El negocio de todo el mundo no es asunto de nadie. Asi como ca- da depositario del poder pesará a su vez el bien público con el privado, se puede, despertando su virtud y su honor, hacerle conocer el deber que tiene en preferir el primero; pero todos los intereses, todos los apetitos naturales torce- rán la balanza de su voluntad hacia el segun- do. Si cede á ellos, lo cual sucederá probable- mente con frecuencia, habrá corrupción y dila- pidación en los negocios públicos: si los resis- te muellemente , lo que es aun mas fácil, habrá incuria ; mas si de ellos triunfa se dará á conocer siempre el doble impulso en él y no se entregará con alma y vida al de- sempeño de los asuntos públicos, como si se con- sagrase al de los suyos propios. Mas no basta que una idea sea verdadera para que el sistema que en ella descansa, sea también verdadero. No basta que el déspota h a ya dicho: yo soy el Estado ; ó que obre siem- 268 prc conforme á este pensamiento para que e! Estado se encuentre tan bien asistido, como su propia persona por el cuidado que por él se to- ma. Hay en la palabra yo i pasiones nobles y pasiones mezquinas, sentimientos elevados y sen- timientos groseros. Nuestra esperiencia nos en- seña ademas que es necesaria cierta violencia para que el hombre se acostumbre á preferir los primeros á los segundos, de modo que el que se coloca fuera de toda violencia hará habitual- mente la elección contraria. «Fo soy el Estado , dice el déspota; pero yo pretiero el placer del dia á las esperanzas del porvenir, y todas las garantías de previsión, que se habían creído dar á sus vasallos, desaparecen con solo esta elec- ción, y (a virtud deja su puesto á lo licencia y un solo hombre consuma en un dia lo que todos no podrían hacer en muchos años. «Fo soy el Estado ; pero estoy cansado de ver que nada me resiste, tengo necesidad de mas fuertes emociones, hé menester avasallar las vo- luntades que á la mía se oponen y que no quie- ro en mi casa. Tengo necesidad del grande jue- go de la guerra, que me seduce tanto mas cuan- to que son sus cambios mas azorosos y que des- pués de todo este padecimiento, á que espongo mis provincias, no altero mis sueños. «Fo soy el Estado : pero hay fuera de este yo voluntades que me resisten y que me ofenden, tan- to mas cuanto que estoy mas acostumbrado á que odo ceda á mi poder. Yo daré mi sangre, como f?y a l ^ e m * s vasallos para vengarme.» Y ñanse mostrado efectivamente los déspotas lu- “ 269 = juriosos, pródigos , ávidos de guerras , venga- tivos y crueles , no como los demas hom- bres, sino infinitamente mas; porque han sido también infinitamente mas osciladas sus pasio- nes é infinitamente menos contenidas nara for mar su virtud « su inteligencia. La confusión del Estado con su persona solo puede aumentar los padecimientos del primero, cuando son los reyes estúpidos y viciosos. La misma fatiga de las convulsiones popula- res, la misma impaciencia de ios reveses atraí- dos por las faltas sin cesar repetidas, que ha- bían movido á muchos pueblos á confiar el po- der á uno solo, obligaron á otros á recurrir á la dirección de un corto número de sabios, á remitir, según la etimología de la palabra' la fuerza y el imperio Gratos á los mejores y mas estimados Aristús; de donde nadé la aris- tocracia. Habiendo pecado conslanlenaene el gobierno del pueblo por su naturaleza contra el principio de hacer cuidar los intereses de los gobernados por los gobernantes, como los suyos propios , tratáronse de introducir hasta en las constituciones mas democráticas, de que* tengamos conocimiento, cuerpos casi independien- tes del pueblo y consejos destinados á temperar su autoridad ó á poner límites á su soberanía. Quisiéronse dar de esta manera representan- tes y guardianes al espíritu de conservación: quí- sose introducir alguna fijeza, algún recuerdo de to pasado y alguna previsión para el porvenir en medio de las fluctuaciones democráticas, y qui- siéronse sobre todo, consagrar al culto de la pru- = 270 = dcBoia, de la perseverancia y de; la economía, algunos ancianos menos accesibles al entusiasmo, menos llevaderos de la elocuencia y menos Avi- dos de las emociones de la imaginación que las asambleas, en que eran admitidos todos y en que ios jóvenes debían formar necesariamente la gran mayoría. Si en nuestros días, que las probabilidades de la vida han sido tan prodigiosamente au- mentadas por los progresos de la higiene y de la medicino, no llegan la mitad ele los indivi- duos, que nacen á la edad de treinta años, de- bían ser infinitamente mas raros los ancianos en el origen de las sociedades, cuando eran las pro- babilidades de la vida mucho mas escasas. Co- locados en medio de una asamblea, en que eran todos los votos iguales, formaban los ancianos una minoría insignificante y sin influencia política: la asamblea debía, apesar suyo, ostentar en todas sus decisiones la fogosidad de la juventud. Las costumbres habían puesto dichosamente en el principio de las sociedades un correcti- vo poderoso A esta Opresión legal de la ancia- nidad en el respeto, que á los cabellos blan- cos se profesaba, respeto que hoy es casi desco- nocido. Casi todos los pueblos, hasta los mas ce- losos por su libertad, conocieron que la pru- dencia de los ancianos y su espcriencía no les daría fruto alguno, si eran contados sus votos con los de la multitud y se hallaban de este mo- do arrojados en la minoría. En casi todos los pueblos indica el nombre de las primeras dis- tinciones sociales que eran destinadas A la ve- * 271 jez. Los liúdos de senadores, patricios y señores recuerdan todos la misma idea. formando un cuerpo separado df ancianos y llamándolo A pronunciar su fallo ó antes ó des- pués del voto general, no se lograba aun mas que ponerlos en el mismo grado de igualdad con la generación, que bien pronto los segui- ría. Asegurábase solamente que asi sería escu- chado su dictámen, puesto que la esperiencia había enseñado que las cualidades y los defec- tos de la ancianidad contrastan en general con los de las mayorías , en que los jóvenes do- minan. No se atendió, sin embargo, en parte algu- na solamente A la distinción de la edad, para admitir á los ancianos en Jos senados y cuer- pos aristocráticos, que se destinaban A equili- brar el poder del pueblo. El progreso de la edad ( l ue robustece y purifica los espíritus elevados, debilita al contrario y hace casi inertes A los in- genios medianos: no se pretendía dar A la re- publica un apoyo en la decrepitud; había necesi- dad de una elección. Siempre y en todas par- tes se puso por obra algún medio de distinguir álos hábiles y virtuosos, para confiarles sepa- radamente el poder moderador, cuya necesidad era reconocida. Quísose sobre iodo que no recibieran su de- nominación de las manos del pueblo, por que se conocía perfectamente que las barreras que es- te leyantára, modificándolas ó destruyéndolas A placer, no constituirían garantía alguna contra sus caprichos. Si los senadores hubiesen sido cíe- gidos por el pueblo, se hubiera querido aí me- nos que lo fuesen por vida, para hacerlos en adelante independientes de sus electores , ó ya se habría dejado al senado el derecho de reemplazar sus miembros, ó tal vez el de pre- sentar al pueblo los candidatos, ó el de esco- ger en fin entre los nombrados por el pueblo. Tratábase de este modo de inspirar á los ele- gidos un espíritu de corporación, que les diese bastante energía para decir á la asamblea po- pular: «hasta aquí llegarás y no mas lejos.» Lo hemos dicho ya: no hay democrácia al- guna (cuyo espíritu hayamos esplicado) del me- dio de la cual no se haya visto surgir algún senado, encargado de dirigir y asistir á los ma- gistrados, en los que hemos reconocido los man- darines mas inmediatos del pueblo. La inconse - cuencia, los caprichos y la falta de previsión de las asambleas populares eran tan notorias que ninguna democracia creía poder despojarse de es- tos conservadores de la prudencia nacional; pe- ro la envidia escitada contra las distinciones, la impaciencia que contrastaba la resistencia, no per- mitían á estos senados el uso de sus preroga- tivas: eran frecuentemente combatidos por los de- magogos en el nombre de la soberanía del pue- blo y las dudas destruían bien pronto el dique, que se esforzaban por levantar. Por esta cau- sa la mayor parte de las ciudades griegas, Até- nas y los pequeños cantones de la Suiza, perma- necieron siendo democráeias; á pesar de las dé- biles instituciones aristocráticas, (pie en sus cons- tituciones habían introducido. Pero no tardó en haber pueblos, que dije- ran á Jos aristócratas, como habían otros dicho á los déspotas: «miradnos como vuestra pro- piedad, cuidadnos como vuestro heredamiento: no pongáis jamas nuestro ínteres en oposición con el vuestro: porque queremos que para siem- pre estén nuestras riquezas á vuestra disposi- ción, que nuestro valor esliendo vues tío imperio, que nuesti a ghnia sea la vuestra y que nunca podamos espresar nuestra voluntad sitió tenién- doos por órgano de ella.» Consternados los pue- blos poruña calamidad, que sobre sí atraen, avergonzados de los resultados de sus delibera- ciones, irritados de los vicios y supercherías de sus mandarines, pasan algunas veces con una ra- pidez estremada de un extremo á otro. Después de haber demostrado el mas violen- to celo contra las ilegalidades y las distinciones, se disgustan repentinamente de sí mismos , se abaten bajo el peso de los reveses, solo ven en sus consejos propios errores é incapacidades y so arrojan ciegos y sin condición alguna en brazos de aquellos que tienen por mas hábiles ; pero cuando una sola vez se han entregado á la aris- tocracia, no depende ya de ellos el desasirse y verse libres de su poder. Antes deque pasemos mas adelante, es ne- cesario protestar contra un abuso del lenguaje, que las pasiones lian introducido en nuestros dias y que dificulta el alcanzar ninguna idea cia- ra sobre lá política constitutiva, liemos visto no solamente cual era el sentido de ia palabra aristo- cracia, el poder de los mejores, sino también cua Tomo ;í.° ly* era el origen y ia causa de este poder, la dis- tinción de la ancianidad, Existe, sin embargo, sobre todo en las ideas modernas una dase, cuyo origen es en gran manera diferente y cu- yo espíritu io es mas aun. Esta es Ja nobleza, que todo el mundo conviene en llamar también aristocrácia. La nobleza de las monarquías tiene un do- ble origen: una parte es feudal y no ha sido creada con un objeto social, habiéndose consti - tuido por sí misma. En medio de las convul- siones de una sociedad, que se disolvía, se apo- deraron de las tierras, que al mantenimiento de los hombres obligados á obedecerlos bastaban, los gefes de soldados y ios señores de esclavos; edi - ficaron fuertes castillos, desde donde podían re - chazar las incursiones y ataques estrangeros; per- suadieron á aquellos entre quienes repartían sus tierras de que les debian su alimento y fundaron su denominación sobre el interes, !a fuerza y el terror. El feudalismo era una federación de^pe- queños oéspotas; el bien ó el mal que ha pro- ducido no tiene relación alguna con el origen de la aristocrácia republicana. En el feudalismo se ingirió cuatro siglos des- pués una nonleza mas reciente, producto del fa- vor ó de la servidumbre de las cortes y del servilismo de los empleos dados ó vendidos por Jos mon áreas. Esta nobleza cortesana y esta no- bleza togada, tampoco guardan relación alguna con la aristocrácia de las repúblicas: sus cualidades y sus defectos tienen caractéres enteramente opues- tos v sería imposible el aplicar á la nobleza los resultados de la experiencia sobre la aristocracia, sin acreditar los mas falsas ideas. Nos someteríamos, no obstante, i corrupción semejante del lenguage, resultado de las pasio- nes políticas, que han formado de aristócrata y de (¡eni ñ-hombre dos palabras casi sinónimas, si nos dejai a otra para designar las creaciones sin- gulaies de un sistema diferente en su esen- cia, como son las aristocracias de Grecia y de Roma, de Yenccia y de Berna, que nos ofre- cen resultados tan dignos de estudio sobre los elementos de los gobiernos. La aristocrácia republicana , es decir: la con- centración del poder en las manos de una cor- poración formada de ancianos, elegidos como los im,s hábiles, ha presentado siempre por sus vir- tudes y defectos un carácter diametralmente opuesto al de la democracia. En efecto, mien- tras que el simple ciudadano llega á la asam- blea popular con el vago deseo de hacer lo que mejor estuviere al bien de su patria, deseo mo- dificado, no obstante, por sus intereses perso- nales, presentes siempre á su pensamiento; mien- tras que interrumpiendo apenas sus ocupaciones diarias, solo conserva un recuerdo incierto de io pasado respecto á los negocios públicos; mien- tras que no tiene formado ningún sistema pa- ra Jo presente y conoce muy bien la vanidad de pensar en lo futuro, el senador ha hecho de sus funciones públicas la pasión de su vida, ha preparado para ella desde su juventud, como para la mas alta distinción, que puede obtener en su paig , como la recompensa de todos sus esfuerzos; el interes de la corpora- ción y de los asuntos públicos , que mira co- mo propiedad de aquella, se ofrecen á su ima- ginación antes que el interes persona!. El egoísmo nacional de que carecen absoluta- mente las democracias y que se encuentra en las monarquías, aunque ciego y corrompido, es el alma de las aristocracias: es el objeto úni- co de todos los ingenios, de los ingenios que se desarrollan por medio del roce y del estu- dio de las tradiciones y por la emulación. No es necesario exigir de! senado de las aristocra- cias que tenga presentes con preferencia la uti- lidad pública, la generosidad, eí reconocimien- to (5 la piedad: la simpatía apénas tiene in- fluencia sobre él, y la elocuencia, Mjos de ar- rebatarlo, excita su desconfianza. La conciencia privada de cada senador está reducida al silen- cio por el nombre de patria ó de interes pú- blico , que á todos representa el primer ín- teres y el deber primero. La única virtud de las aristocráciás es el amor de la patria, tal como la han formado; pero sus cualidades son numerosas y no se encuentran en otro gobier- no alguno. Aplicando los mas entendidos de la nación sin cesar su pensamiento á calcular los resul- t idos de cada circunstancia, adquiere la repú- blica un tesoro de experiencia, que una tradi- ción no interrumpida trasmite á la posteridad, abrazando con sus miradas constantemente lo pasado y lo futuro. Vónse cambiar con cada ieinado el espíritu y la conducta de las mo- = 277 = narquias , 0 modificarse de día en día á me- dida que el príncipe adelanta en edad: vénse correr las asambleas populares de estremo á es tremo, según que á las impresiones de la ima- ginación ceden, ó á la sensibilidad ó á las pasio- nes; pero el senado de una aristocracia es siem- pre inmutable en su pensamiento. La renova- ción sucesiva de los miembros no altera su espí- ritu: antes bien los que mueren lo transmiten á sus sucesores con su esper ¡encía, como una heredad sagrada. Su prudencia, su moderación en las prosperidades, su constancia en las adver- sidades forman parte de este sistema inmuta- ble. Y en efecto el término medio de la sabidu- ría de los mas hábiles de una nación debe ser siempre el mismo. Cuando el pueblo dijo á los reyes que á eiíos se entregaba sin reserva alguna, lo creye- ron los reyes y se figuraron bien pronto que tenían sobre sus vasallos un derecho divino. Cuando el pueblo usó del mismo lenguage con las aristocracias, jamas se han engañado estas : co- nociendo que el poder de que gozaban, estaba en razón de su superioridad intelectual, y vien- do al pueblo adormecido, no se olvidaron de la fuerza, que al despertar podría mostrarles y se precavieron sobre todo contra cuanto podía os- cilar sus pasiones. Desconfiadas y crueles, cuan- do de los negocios del Estado se trataba, quisie- ron prevenir los primeros ataques contra su autoridad por medio del espionaje y el terror de ios suplicios ; pero cuando su prerogativa no les pareció puesta en peligro , mantuvieron rou vigor la justicia, sobrepujando en econo- mía y en el orden de la hacienda pública á todos los gobiernos; por que temían sobre todo cí tener que pedir dinero á los pueblos. Quisieron también imprimir á los goberna- dos el respeto y el temor de los gobernantes; pero trataron al mismo tiempo de ocultar las personas, presentando solo á los pueblos la idea abstracta de la república ó su imagen, el león de san Marcos y el oso de Berna: ningún nom- bre se ha dado á conocer y todo el esfuerzo de las costumbres se ha dirigido á mantener una igualdad con dos niveles, uno entre los que man- dan y otro entre los que obedecen. Con este objeto han inventado las aristocra- cias las leyes suntuarias para que los senado- res, sus esposas ó sus hijos no oscilasen nun- ca la envidia del pueblo por sus trajes ó sus sé- quitos. En casi todas las aristocracias de Itália y de Suiza no se permitía llevar en la ciudad mas que un trage uniforme, sencillo y negro: los ve- necianos añadieron la costumbre de aparecer siempre al público enmascarados, para que no puaiese abrigar el pensamiento de hacer osten- tación de su opulencia ningún rico ó poderoso pues que no debía ser conocido. Hasta en las repúblicas se ha podido distin- gue la aristocracia de los cuerpos y la de las lamillas ; habiéndose también observado que en unas se reconcentraba el poder v la vida del i-stado en los cuerpos electivos y que en otras e " ,as raMS hereditarias. Bajo cuaí- I i-i a forma que se presente el gobierno del ¿ 7 !) menor numero, se esforzará siempre, en men- gua de las leyes, en limitar sus distinciones á algunas familias solamente. Pero la aristocracia no es poderosa, no es rica, ni se halla enrique- cida de las virtudes que le son propias, mas que cuando la elección, distinguiendo el mérito, abre únicamente la puerta á los consejos. Corrómpese al contrario é inclínase ya á su ruina, cuando liega á ser aristocracia de las ra- zas, cuando basta nacer de familia patricia pa- ra estar seguro de alcanzar el poder. La aris- tocrácia es el mas durable de todos los gobier- nos; pero como todas las cosas humanas son perecederas, caen también las aristocracias, cuan- do tratan de confundirse con las noblezas de las monarquías, sucumben, cediendo completamente á su inclinación para encerrarse en el círculo estrecho de algunas familias, y admitiendo la he- rencia del poder sin elección, pierden el sello de la ancianidad, que la elección les había im- preso. En la encantadora Ve necia , hija primogénita del imperio romano, que por largo tiempo se mantuvo al nivel de las mas poderosas monar- quías, vióse sobrepuesto, después de doce siglos de sabiduría, el espíritu de familia, al de cuer- po: entóneos la ambición privada dividió entre si las riquezas del Estado; entonces los jóvenes venecianos, que no habían menester para en- trar en eí consejo mas que probar su noble na- cimiento y acreditar que tenían veinte y cinco años, hicieron ostentación de sus vicios é inso- lencia á vista dé un pueblo, á quien tenían por eos- = í>80 == lumbre despreciar, y los antiguos senadores fa- vorecieron también la licencia pública, para que nadie tuviese derecho de echar en cara á la aris- tocracia la corrupción de las costumbres, no atre- viéndose á contar ya con las antiguas virtudes. En la época misma, en que las aristocracias están en posesión de todas sus virtudes, no res- ponden, ni llenan el objeto, que debe proponer- se una nación, al constituir un gobierno. Cuan- do se olvidan los hombres, para no pensar mas que en el Estado, no se sabría encontrar for- ma alguna de gobierno, que le asegurase la es- tabilidad : casi nunca esperimentan mudanzas, ni conocen conmociones interiores de ningún gé- nero. Piensan solo en la seguridad, en la bie- nandanza y el esplendor del Estado con ménos gasto que ningún otro: cuidan de lodos los in- tereses materiales del pueblo, protejen y desen- vuelven su comercio y su agricultura, man te- men fio la paz honrosamente y la abundancia sin sacrificio; pero al mismo tiempo presentan un escollo, casi insuperable á la perfección moral, que es también uno de los grandes objetos de la asociación. * ir m r * » La vista de los ciudadanos está sin cesar cir- cunscnia y es atraída hacia la tierra solamente: cualquier njnvi ¡liento de ¡a inteligencia, cual- quier istmcion exita la envidia del poder, cual- quiera gloria es un principio el© peligro y desde que el ciudadano se separa del surco, que se le había trazado anteriormente, es vigilado, perse- guido y oprimido por una enemistad invisible y poderosa: no existe ya para él libertad, justi- = 281 cía, ni seguridad al lado del hogar doméstico, ni encuentra garantía alguna en las leyes comu- nes á la humanidad. Para sor grande id Estado, parece exigir que todos los hombres sean pe- queños. Era, hasta nuestros dias al menos, una ver- dad por mucho tiempo reconocida que ninguna de las tres formas sencillas de gobierno basta- ba para asegurar á un pueblo la unión de la fe- licidad y de la perfección, únicos objetos que debe proponerse. Era una verdad reconocida por los filósofos de la antigüedad, como por todos los publicistas del último siglo que no se alcan- zaría ninguna constitución verdaderamente sabia, libre y protectora, sin que se tomase prestado de cada una de estas formas lo que mejor tuviesen. Por esta razón nos liemos propuesto ménos, exa- minándolas, el confirmar esta verdad, que el in- vestigar cual es la virtud eminente de cada for- ma , reconociendo al par las cualidades, y ven- tajas, que convenía adoptar de cada una para alcanzar la posesión de una constitución sabia- mente equilibrada. Parece, sin embargo, prevalecer un nuevo sis- tema en nuestros dias bajo el nombre de sobera- nía dd pueblo , el cual hace oirá vez cuestionables estas verdades establecidas tanto tiempo liá por la espeneneia. La revolución violenta, que substrajo á la Francia del yugo y mas aun de la insolencia de la nobleza feudal y cortesana, ha dejado la ul- ceración en los corazones; y entregándose en- trambos partidos á su odio recíproco, no com- prenden corno podían concurrir á formar par- fe del mismo gobierno. Repítese frecuen temen- fe que la nobleza no existe ya mas que en las costumbres del siglo, que ha muerto y que su influencia se ha extinguido para siempre. La prevención y los celos, con que sin em- bargo, se le vigila , y el odio que estalla cuan- do recibe alguna distinción, dan á conocer que aun remueve fuertemente las pasiones popula- res ; pero lo que hay mas raro es que des- pees de habérsele combatido con el grito de /Quena a la ctnsiocrácut! no se quiera recono rer mas aristocracia que ella. En vano toma por carácter la gerarqaia do las ciases y la desigual - dad; cu vatio cree brillar soló por la elegancia valor la frivolidad y la obediencia: nunca liante ^ nomi)re ííe dé joven, ni de bri- Conforme á ella se juzgan también las arís- .acias, cu >'o carácter es la templada pru den- na de la ancianidad, el orgullo que no reconoce superiores, la supresión de toda pompa y faus- \ ,a economía y el silencio, lfáse establecido asi como un principio que la aristocracia, de uf'" genero quesea, no puede en modo e 7 ' tlfía m el S° bierno )ibre - Llá- mase a la formación de esta el elemento mo- ~ .rqu ieo al mismo tiempo que al elemento po- puar, esto es verdad; pero no se quiere dejar ¡e ne ! y ,',na C y T' ! 11 '; 1 . 8 a í suna ’ ni derecho para miento i 0 untad . : Sü 0 se * exije el nombra- dánados 1 ° S , ni ' niStr0S tales 001110 Ie sean de- substituirá con otros, cuando hayan perdi- = 283 = do el favor de una asamblea puramente popu- lar. Fúndase esto sobre la soberanía del pue- blo; pero al mismo tiempo le induce á una confusión de ideas, que ie arrebatará bien pron- to su libertad. La organización constitucional de una nación, la legitimidad de todos los poderes , que Con- tiene ®n«u seno , y ({ue deben concurrir á cui- dar y asegurar su bienandanza, existen induda- blemente en nombre de una voluntad nacional tácita ó espresa ; porque el único objeté de su creación ha sido la mas completa felicidad M común y el único derecho de la existencia es también aquella. Manifiéstase también esta vo- luntad soberana en medio de las revoluciones, como remedio terrible de los grandes males, porque entóneos destruye por largo tiempo an- tes que piense en construir. Pero esta soberanía, que ha establecido las ¡s de la sociedad, no debe confundirse con la acción popular egercida en las formas de- terminadas antes por la constitución : ontón- ces no es ya la democracia la nación ente- ra, la nación soberana , y si solamente una de las voces , que á espresar el voto na- cional concurren. Debe ser independiente, pe- ro también debe dejar su independencia ai ele- mento monárquico y al elemento aristocrái ico! Si los domina, si pretende ejercer sobre ellos la soberanía, no hay equilibrio, ni constitución, ni posibilidad, en fin, de gobernar. De este modo es como despliega á nuestra Vista el partido republicano su bandera, en la 281 ci/ai ha escrito la palabra újualdaií, la cual hace imposible la república. «El gobierno, luimos o¡d 0 decir al emperador Napoleón en los cien di as, < (0 i “gobierno es una navegación: para navegar se ne- cesitan dos elementos y p:u’a dirigir ia nave del «Estado son necesarios otros dos, por ser indis- «pensab|e el apoyarse en uno y otro. Nunca se di- rigirán las velas, porque volando en un solo «elemento, no se encuentra en ellas ningún ¡mui- «lo de apoyo para resistir á las tempestades «que Jo agitan. Tampoco hay punto de apoyo «alguno, n'nguna posibilidad de dirección en «la democracia pura; pero combinándola con la «aristocracia se opone la una á ia otra y se di- «rige el bajel por medio de encontradas pa- «siones.» Consideremos estos elementos diver- JI ue es necesario reunir en la constitución del Estado y veamos bajo que relación concur- re; cada uno de ellos al objeto común, que es la bienandanza y la perfección de todos los iu- üjvid nos. E! ínteres general reclama una parle del ao- bierno para el elemento monárquico é para la atribución del poder en cierto número de cir- cunstancias, dando preferencia á la voluntad de un hombre solo, á ía de un consejo ó un cole- gio. Hemos visto ya cuán lejos estaba el resill- ado de una deliberación común de presentar minf ma i d t la prudencia ó ** 1® virtudes do cuantos habían tomado en ella parte, cuán lé- l^ r i? , aa Cada afeante de prepararse para dar ip.,« ta i men P ° r lnedi0 de una «tericion tan in- tensa , de un aprecio tan completo de todos los punios de vista de la cuestión y de un senti- miento tan profundo de su responsabilidad, co- mo si debiera tomar aisladamente esta reso- lución. A estas causas para diferir el mando á uno solo (este es el sentido propio y etimológico de la palabra monarquía) se une la necesidad de una decisión pronta, la necesidad de un secre- to absoluto, la necesidad de llamar en ayuda del Estado la adhension y el entusiasmo, que ha inspirado un solo hombre por medio de sus cua- lidades personales á los demas hombres; la ne- cesidad de aprovecharse del golpe de vista pronto y seguro con que separe de los demas hombres los talentos , las virtudes, los defectos por medio de signos, que no podría espresar el lenguage y que no podrían tampoco ser apre- ciados por un consejo; la necesidad, en fin, de conducir basta el teatro de las acciones á un juez y un apreciador del mérito, que sepa recompensarlo. En la mas importante función y la mas crí- tica del gobierno, cuando la existencia del Es- tado depende tal vez del golpe de vista del príncipe, de la prontitud de sus decisiones y del secreto jen la guerra, se ha reconocido gene- ralmente la necesidad de recurrir al poder mo- nárquico. En tiempo de guerra es llamada to- da la energía de un pueblo á la acción, y to- dos los ciudadanos á hacer grandes sacrificios, debiendo sin titubear poner en riesgo sus for- tunas, su libertad y sus vidas: todos los bie- que g . v * ] I t, * * 4 ■ . B , A ¿a el orden social, se ven eú- 286 tunees abandonados á discreción del gobierno v ia consecuencia de sus hechos será terrible. Y sin embargo, es este el momento en que todos l»is pueblos libres han conocido la necesidad de echar á un Jado toda su desconfianza, abando- nándose sin reserva alguna al poder de un hom- bre solo y redoblando la severidad de la dis- ciplina para que la costumbre de Ja discusión o de la desobediencia, no pasase de la plaza pú- blica á los campamentos. En el origen de las sociedades fue también confiado habilualmente el poder judicial al prín- cipe. «Elijamos un rey para que nos juzgue:» tai es el grito que atribuye la historia á mas de . un pueblo. \ en efecto las decisiones ju- diciales i aclaman la unidad de apreciamientn y la responsabilidad indivisible, que damente se encuentran en el individuo y nunca en los colegios. Después de nuestra larga esperiencia IJeutham, que había hecho su principal estu- dio sobre los tribunales y cu yas opiniones son mas democráticas que las de ningún otro ük>~ soto pedia sin embargo como una garantid de las luces, r.e la atención y de la conciencia del juez que estuviese siempre solo en el tribunal 1 «retíate que la sociedad había menester de a completa independencia de] juez frente á fren- te del pueblo soberano, como de otro cualquier prfnc'fie y de una confianza ilimitada en su t nciencia individual, para hallar en sus juicios a gaiantia de su carácter, de su convicción to d „r, ,eSPMSabll!(ia ' 1 lnoral ' » llamamien- to, que las naciones han creído que debían ha- (&r tanto (le tas lucos como de la conciencia del individuo til demento monárquico para d pronunciamiento de los juicios, se encuentra tam- bién en las instituciones, que parecen separar- se mas y cuyo mismo principio debe csplicar esla rareza. Eos ingleses formaron su jurado de doce ciu- dadanos; pero les erigieron que sus fallos fue- sen unánimes, porque no tenían confianza alguna en las deliberaciones de un colegio, ni en su ma- yoría. Apelaron á la conciencia del hombre solo, queriendo que el ciudadano pronunciase el fallo por sus propias luces y sin asociarse á la opi- nión de otio; mas quisieron también que este falio individual bese repetirlo doce veces, poi- que tratándose de la evidencia de un hecho, su- ponían que estos doce juicios debían hallarse acor- des . En todas las decisiones prontas , en todas las ocurrencias de la salud pública es llamado á obrar también el poder monárquico con inde- pendencia, para procurar á una gran nación to- das las ventajas del golpe de vista comprensi- vo, de la prontitud y la energía de un hombre solo. En todas las negociaciones con el estran- gero se nota la necesidad de un secreto abso- luto, de una decisión pronta y de la reunión en un mismo espíritu y bajo un punto de to- das las cuestiones, de todos los intereses que se hallan suspensos. Si el individuo á quien se ha conferido el mando , no puede Henar por sí todas las fun- ciones, que la sociedad difiere á un solo hom- 288 bre, los mismos motivos parecen exigir quesea él al menos el que nombre los demás indi\i- duos, que deban reemplazarle, tales como to- dos aquellos que sean llamados á obrar solos, y egercer una autoridad personal, todos aque- llos que en algún modo lo representen y sean virreyes, todos los oficiales de los ejércitos de mar y tierra; todos los jueces y sostenedo- res del Orden público , todos los embajadores, en fin , negociantes y agentes en el estrangero. ’ Parece imposible que no escite la admira- ción esta enumeración sola de las atribuciones monárquicas. La nación pone en manos de su gefe todos los medios de detenía <3 de poder, ya en el interior, ya en los ejércitos, ya res- pecto á las relaciones estrangeras. Pero no hay entre estos ninguno que no pueda convertirse en un medio de ataque contra ella y contra sus libertades: no hay uno que por los goces que procura, no escite la ambición del depositario, disponiéndolo á querer aumentarlo siempre mas y apropiárselo: no hay uno, últimamente, que por las luchas, en que empeña al príncipe, no le acostumbre á desear la supresión de toda cla- se de resistencia. Aunque la libertad puede pere- cer también, ó por medio de la usurpación ó por los errores de los olios dos poderes, debe la na- ción precaverse habitualmente, sobre todo, con- tra las empresas del poder monárquico. Los limites impuestos á este poder son de muchas naturalezas: el mas importante es el que atañe á su duración, puesto que sobre ella se lia fundado la distinción catre las repúblicas y bis monarquías. En muchos Estados Ubres se ha divido también entredós ge íes el poder real. En otros se ha asociado el gefe al senado de tal suerte que el primero no ejercía mas que aquellas funciones, para las cuales era imposi- ble toda consulta; mientras que en las demas se veia vigilada y limitada la autoridad del ge- fe por la aristocracia de las familias en las mo- narquías; finalmente, se han puesto á las monar- quías en la imposibilidad de ejercer las funcio- nes, que parecían haberse creado solamente para ellas. Lo repetimos: no es nuestro sistema decidir cual sea el mejor de estos sistemas diferen- tes. Creemos que según lian sido los anteceden- tes de cada nación han sido también los sis- temas, que se le han dado; que los hechos la dominan, que los poderes existen antes que las leyes, que forman para constituirse, y finalmen- te que la grande obra del legislador consiste en respetar estos hechos, en aprovecharse de estos poderes y en poner en armonía lo pasa- do con lo futuro. Pero yo soy republicano; lo soy por la Suiza y por Ginebra, mi patria, por la América y todos los países nuevos; lo soy para todas las naciones trastornadas de tal modo por las revoluciones que hayan desapa- recido de ellas los vestigios de lo pasado, y lo soy finalmente por los recuerdos de amor, de deber y de reconocimiento, que han ligado todos los mios á las repúblicas de Pisa y de Gi- nebra. Creo que es tan posible la libertad en las m o Tomo i.° [jarquías constitucionales como en las repúbli- cas; y que la via del gobierno representativo es la que mas seguramente puede conducir á la i* perfección á muchos pueblos. Pero siscquier comprenderen este número á mi patria, opi- no que no habría ningún suizo que no es- tuviera pronto á sacrificar su fortuna y su vi- da, antes que someterse al establecimiento de un rey en su país. Lo que constituye al elemento monárquico es, como hemos observado ya, la unidad de volun- tad y no la duración. Esta unidad no solamen- te se encuentra en el nombramiento de un pre- sidente, que impere en nombre de la ley por el espacio de tres ó seis años, como sucede en los Estados-unidos, sinó en el de dos cón- sules, que solo ejerzan el poder anualmente. Los cónsules no deliberaban, en efecto, entre sí, ni obraban por una voluntad común: cada uno era un rey en su patria y en la provincia, que le era consignada por suerte; cada uno era un rey y ejercía por sí mismo con su propio pensa- miento y voluntad todas las funciones reales: ca- da uno era jefe supremo del ejército (y de la jus- ticia hasta las institución de tos pretores), ge fe supremo de la administración para prevenir y conjurar cualquiera tempestad que á la repúbli- blica amenazase y el único que tenía derecho para nombrar sus subordinados en el egército y sus agentes en las negociaciones con los eslran- geros. < Jbá igualdad entre los cónsules y su indepen- da era considerada, como la garantía contra la usurpación mutua, y efectivamente, aunque co- locados siempre á la cabeza del ejército, aun- que embriagados á menudo por la victoria, du- rante el periodo de cuatrocientos veinte y dos años, nunca se les vió intentar el hacerse due- ños absolutos del poder, ni el perpetuarlo: min- ea fué despedazado el seno de la patria por una guerra civil. Ningún otro gobierno, de los que ha tenido el mundo, ha presentado una garantía tan segura contra la tentativa de la usurpación: cuando ya no fué suficiente, fué por que corrom- pida Roma por la dominación del universo, no era susceptible de ningún gobierno. Una de las causas principales de la mucha duración de la libertad romana y de la impo- sibilidad, en que se hallaban los depositarios del poder monárquico de atacarla , aun cuando este poder estaba reunido en manos de un dic- tador, fué sin duda la fuerte constitución del ele- mento aristocrático , puesto bajo la salvaguar- dia del senado. La constitución de Roma, esta- ba en efecto tan perfecta y admirablemente equi- librada, que los cónsules ejercían la totalidad de los poderes, que en bien común, estaban mejor á cargo de un hombre solo que de muchos, y el senado todos aquellos, en que pueden los cuer- pos aristocráticos desplegar sus virtudes propias, mostrando la superioridad sobre el poder de uno solo ó sobre el del pueblo . La república encontraba culos cónsules ele- vados talentos militares, unidad en tas miras, pron- titud en la decisión, secreto y tacto para ele- gir los hombres y señalar las recompensas': el senado a, todas las cualidades, que deberían sostener ¡'o partido moderador en el Estado, cuales son: a pnioencii) la fijeza de principios, la volun- ‘ . ma teiable. Cuando se halla bien orsrani- zada, cuando no está abierta laentradadelse- na o mas que á los talentos eminentes vá la i ignidad de carácter, realzando siempre la di¡r- , 1 ‘ e os ai,os > confunde sus intereses coa .... las ley f Y, la patria , colocándose fuera ■ a can = do los hombres y el derecho de ser juzgado solo por tribunales independientes , son á me- nudo olvidados, y despreciados por las pasio- nes de una multitud sublevada? Si desaparecie- sen los recuerdos de nuestra Europa, los ejem- plos muy recientes de América bastarían á en- señarnos fie nuevo cuán mal garantizada se en- cuentra la libertad allí donde el pueblo puede apoderarse de ía soberanía, cuando se lo sugie- re su capricho. Desde que la América cuenta tres grandes ciudades, se ha tenido el pueblo de las pla- zas públicas por soberano: sus insurrecciones y sus actos violentos han sido frecuentes en los últimos años y cada cual de ellos ha sido ul- trajante para la verdadera libertad. Sublévase unas veces el pueblo para castigar á aquellos que por humanidad ó por religión quieren ver en ios negros hombres: otras destruye un estable- cí míenlo de educación católica, otras arroja del pulpito y quiere despedazar ú un predicador protestante, porque habla contra el catolicismo y otras finalmente rompe las prensas de un pe- riodista que combate alguna opinión dominan- te, y siempre y en todas partes pretende ad- ministrar justicia á sí mismo, substrayendo á los que acusa tanto de la protección como de la jurisdicción de los tribunales. Y no es solamente la insurrección, quien cau- sa los desórdenes en nombre de la soberanía del pueblo. Siempre que es reconocido como prin- cipio el que el poder procede del pueblo por la elección, los que obtienen mas inmediata- = 330 = mente el poder de parte del pueblo , aquello* cuyos electores son muy numerosos, deben tam- bién tener su poder por mas legítimo. Los con- sejeros de la comunidad son verdaderamente los hombres del pueblo, pues que son elegidos por sus conciudadanos, los conocen y han dic- tado algunas veces sus sentimientos, fiándose de lleno en ellos. Los representantes de la nación, aun cuando procedan de una elección directa, son al con- trario desconocidos siempre del mayor número estraños y nombrados por un número limitado de electores; siendo aun peor cuando su elec- ción se hace en muchos grados, que entonces ' solo por medio de una ficción puede llamárse- les representantes del pueblo. Por esto, cualquie- ra que sean las funciones, que atribuye la ley á unos y otros, los primeros que son llamados á obedecer, se consideran como verdaderos miembros del soberano y los segundos que de- ben mandarlo, no aparecen á su vista mas que como intrusos que ha colocado una decepción sobre ellos. Todas estas autoridades provinciales , consti- tuidas mas inmediatamente por el pueblo, tie- nen sin embargo que defender con frecuencia contra las autoridades centrales los intereses de sus comitentes: su resistencia puede ser virtuo- sa, patriótica y hasta ilustrada, pero ilustrada por aquella luz que se derrama sobre una par- te y no sobre el todo. El deber de un go- bierno de una gran nación le impone el de lla- mar a esta á hacer grandes sacrificios: cada dia le demanda ó su dinero, por medio de impues- tos, ó lo mas puro de su sangre, por medio de levas forzadas de soldados y marineros. Las provincias no entienden esta necesidad: en los siglos pasados, sus diputados reunidos en el par- lamento de Inglaterra ó en los Estados gene- rales de Francia, querían la guerra y rehusa- ban á los reyes los medios de hacerla. Llega- ban á estas asambleas con los verdaderos sen- timientos del pueblo; no habiendo comprendido los parlamentos hasta hace muy poco, cuando va habían llegado a ser los grandes consejos de la nación, las necesidades del gobierno. Los asambleas locales no los han comprendido todavía. Juzgan las cuestiones de paz ó de guer- ra en su relación con la provincia solamente, con la seguridad ó el peligro á que se verá es- puesta, con su industria y la interrupción de su comercio ó con sus rivalidades ú odios de vecindad. Juzgan las cuestiones administrativas en su relación con su distrito: una rechaza el embellecimiento de una capital que no ha de ver; otra los canales y los caminos que no Je servirían de nada; y otra en fin los gastos cien- tíficos, las universidades y los museos, á los cua- les permanecerá su población estro ña. Cada autoridad provincial ó comunal nom- brada por el pueblo, resistirá en su nombre, porque participa de sus sentimientos. Resistirá sin cuidarse de las frases constitucionales, que limitan su atribución á la policía administrati- va, á los grandes caminos y á los intereses locales : resistirá porque tendrá profundas raí- ees en el pueblo y en los representantes na- cionales» debiendo sus poderes á una elección ménos directa» serán denunciados por ella co- mo mucho mas estraños ai pueblo. La república francesa, durante su corla y anárquica ecsist encía, no presentó mas que es- tas luchas constitucionales entre la autoridad central y la local, emanadas ambas del pueblo. Lo mas frecuente, parecía estar el derecho de parle de la antoridad local y la razón de Es- tado á favor de la autoridad central. Amenudo era invocada la fuerza y entonces el triunfo de la au- toridad local era señalado por la anarquía y el de la autoridad central por la opresión. ¿Y no nos avergonzamos de nuestra frágil memoria cuando vemos invocar en nuestros dias la mis- ma teoría, después que ha producido semejan- tes resultados? La esperiencia debria habérnoslo ensenado: el dogma de la soberanía del pueblo llega á ser falso, cuando para inler pretorio, se dá origen a todos los poderes sociales en la elección del pueblo ; cuando no son aquellos considerados sino como delegaciones de una voluntad sola, que puede suspenderlos, cuando le plazca; cuan- do todas se confunden finalmente en la demo- crácia, sin que para temperarla ó resistirla quie- ran admitir ios publicistas coetáneos el nombre de aristocracia solamente. Es al contrario una . preciosas ventajas de la aristocrá- cia el poder apoyar sobre ella cualquiera de os poderes sociales, de tal suerte que no pro- ceda del pueblo, que no cambie con sus capri- chos y no caiga al impulso de su soplo. — 333 = Consideramos que las ciencias sociales han progresado en gran manera, cuando la opinión pública ha reconocido que no hay otro objeto en la asociación mas que el bienestar común Y que no hay otra fuente del derecho en la nación mas que el derecho de todos los indi- viduos de ella. Vero justamente en nombre de este bienestar común y de este derecho uni- versal, reclamamos en el cuerpo social la exis- tencia de una voluntad y de un poder inde- pendientes, que sean algo mas que el capricho de la multitud: de una voluntad y de un po- der que comprendan en una sola mirada el porvenir y lo pasado, que se ocupen del todo Y le subordinen las partes, (pie gai anticen no la satisfacción de la pasión del dia, sinó el i espe- to A los principios sociales , la prudencia , la constancia, el valor, la economía, el honor y las cualidades, en fin, sin las cuales no puede gobierno alguno hacer que una nación florezca. ° Entre estas cualidades, se encuentra cada cual mas ó menos colocada bajo la garantía de al- guna de las aristocracias naturales, de alguna de las causas de la ilustración. La de naci- miento yendo A buscar la fuente de su crédi- to por entre las tinieblas de los siglos, consi- derándose como luja del tiempo, y poderosa por la gloria de lo pasado, se mantiene inde- pendiente de las circunstancias , que no pueden aumentar ni disminuir la gloria de sus abuelos, adhiriéndose fuertemente a la delicadeza del pundonor, que forma todo su patrimonio. Su primera atención es la de no dejar en moc o = 334 = alguno comprometer el honor tíe un nombre, que quiere trasmitir puro de edad en edad. For- zada á escoger preferirá el peligro, las priva- ciones, los padecimientos, la ruina y hasta la falta de probidad al deshonor. No basta, pues, admitir en el gobierno una infusión de las cua- lidades caballerescas, porque algunas veces son también dañosas; pero seria un gran mal el es- clu irlas, no dando siempre á estos sentimientos una voz para hacer oir, y abandonando el po- der sin participación alguna , á cuantos saben que sus nombres desconocidos y do los cuales nadie fiara, han de substraerle á la responsa- bilidad de la fama póstuma. t La aristocracia de las maneras no puede as- pirar á una delicadeza tan señalada sobre el pundonor. Esclava de la moda que le lia da- do el ser, venciendo con ella y complaciéndose en borrar las huellas del tiempo, en renovar- se sin cesar y en ponerse en oposición con lo pasado, no presta á las instituciones ni la ga- rantía de h duración, ni la de la elevación de alma. A menudo llega á ser moda un cierto grado de truaneria y los favoritos de la opinión del día no temen entonces el imprimir al go- bierno el carácter de una perfidia de buen to- no. La aristocracia de las maneras se forma por otra parte, en la atmósfera de las corles y allí es donde alcanza su perfección; siendo ja flexibilidad de Opinión y de principios, que hace adquirir con mas rapidez las bellas ma- neras, la cualidad que mas agrada ai monarca , m, Vmo tiempo que conviene ménos á la na- ción. 33o Es sin embargo , una gran ventaja el que cuando la aristocracia de las maneras conser- va bastante influencia para introducir un siste- ma de miras en la vida pública, enseña á res- petarse mutuamente á todos cuantos son de- positarios de alguna parle social, y á darse á res- petar, respetando á ios demás. Solo en nuestros dias se ha dado al olvido en las disensiones po- líticas cuan importante es al bien de la patria el no ofender, ni mortificar á los adversarios, cuanta amargura adquieren los viejos rencores y cuanta persistencia con las pérfidas insinua- ciones, de que en los debates usan los orado- res , con los sarcasmos agudos que se lanzan y con las intenciones malévolas , que se atri- buyen. La prensa periodística, que recoge con avi- dez estas acusaciones, á veces calumniosos, que los dá la publicidad, no de una asamblea , sino de la nación entera y la duración no de una palabra pasagera , sino de un escrito, ha he- cho casi imposibles el perdón y el olvido, acos- tumbrando al mismo tiempo al público á una desconfianza habitual y aun desprecio absoluto y hácia todo cuanto debía respetar. Ninguna desleal tad , ninguna perversidad, ni perfidia le parecen ya inverosímiles por parte de los hom- bres del poder , teniendo por fiadores de sus sospechas las insinuaciones de aquellos á quie- nes supone en mejor situación para juzgar, por que frecuentemente se hallan en contienda con ellos. Indígnase desde luego de la corrupción de la moral público , que se le representa como = 336 = carácter de la política, y acostúmbrase después á ello, bajando de cada dia mas -el nivel de la probidad necesaria para no ser. Con profundo sentimiento hemos visto en nuestros dias á los hombres que por su posi- ción social eran llamados á mostrarse como los guardianes de las bellas maneras, los corifeos de la aristocracia de las cortes y de los sa- lones, descender también á esta vergonzosa are- na y esforzarse por cubrir de cieno á sus ad- versarios. Los hemos visto atacar con la mis- ma grosería, 6 bien con una impertinencia de buen tono en estremo insultante, á los repre- sentantes de la autoridad, cuando se apartaban de sus preocupaciones, y á los ministros del rey cuando los juzgaban demasiado liberales. Sus periódicos se han distinguido entre todos los de la oposición por la amargura, por las persona- lidades, por la perfidia de las insinuaciones y algunas veces por la indecencia del escándalo. Entre todas sus faltas esta es la que debe ser juzgada con mas severidad, porque peca- ron contra el espíritu de su raza y de sus prin- cipios , entregando a! enemigo el honroso pues- to de cuya defensa estaban encargados. La aristocracia de los talentos, la que debe su ilustración á la educación y á la estension de los conocimientos, es esencialmente la que ha de servir al poder para reclutar sin cesar sus miembros. El gobierno de los hombres es una obra del pensamiento y de todas las ciencias es en nuestros dias tal vez la mas difícil, la ciencia social. Comprende en sí en cierto mo- do el resumen y la aplicación de todas las de- mas y exige , de otra parle, prontitud en las miras, pureza en las ideas y decisión al mis- mo tiempo en el carácter, sin cuyas prendas no se podría ser un sabio de primor orden ni tampoco un hombre de Estado. La educación liberal es ademas necesaria para enseñar á los hombres á influir unos sobre el espíritu de otros. Seríale inútil al hombre de Estado la mayor fuer- za de concepción, sinó estuviese unida al talen- to de hacer adoptar sus pensamientos por los que deliberan con él ó defenderlos contra sus ataques. Introducir hombres idiotas en el conse- jo de una nación es hacer descender á la are- na para un combate de gladiatores hombres de- sarmados , al mismo tiempo que se dejan pro- veer á sus contrarios de armas las mas agudas. Pero el saber, el valor y el talento no for- man familia: los que lo poseen , distinguidos profundamente por un carácter individual, re- presentan no un sistema, sino al contrario to- das las ideas y todas las voluntades. Esquivan ei ser regimentados no solamente por el gobier- no, sino también por la oposición. \ éseíes dis- cutir sobre todo y combatir en todas partes, pero no puede formarse de ellos una falange ni para el ataque ni para la resistencia. Así, pues, cuando la aristocracia de los talentos y de la educación quiere formar cuerpo no es ya mas (¡ue una aristocracia de maneras. No es el saber quien la distingue, sino la elegancia de la forma, ba jo la cual lo ha adquirido. El hom- bre bien educado es, por tanto , señalado tai ri'’ i n + ) 4 ) * I ÚMO I . Inglaterra por su profundo conocimiento délos clásicos y por la certidumbre de su oido ó de su memoria respecto á la prosodia latina y griega. No se le exige el haber exornado su ca- beza, ni ejercitado su pensamiento, mas sí el que de desde sus primeras palabras pruebe que ha recibido su dispendiosa educación en Oxford ó en Cambridge. A medida que Las demás distinciones desapa- recen, la de la fortuna se pone de dia en día mas en claro. Hemos visto cuán grande es el V poder que los ricos ejercen sobre los pobres so- lamente por la organización económica de la sociedad: su poder político se ha aumentado tam- bién desde que el crédito llegó á ser el grande arsenal , á donde los gobiernos recurren para abastecerse de armas. Desde entonces los títu- los y las dignidades, han sido el patrimonio de los capitalistas , que abren y cierran los em- préstitos, haciendo subir ó bajar los fondos pú- blicos, y estos, sin embargo, ciudadanos de toda Europa 1 ', y tratantes con todos los principes, están menos adheridos que todos los demás ricos á ninguna patria. Sus especulaciones son algunas veces lucrativas á proporción de sus de- sastres y la inmensidad de Jos intereses, á que atienden. Ies hace olvidar á menudo las calami- dades, á las cuales lo deben. Difícilmente pue- de elegir una corona peores consejeros que los que esten ganosos de hacer con ella grandes 'negocios. Respecto á los ricos que no son jugadores, es el carácter que distingue sobre iodo su aris- tocracia el deseo de la estabilidad. Mientras que se haya escluida del poder y lo vé ocupado pol- la aristocracia de nacimiento, puede dar de su seno gefes para la oposición. Estos gefes á las causas virtuosas de las simpatías hacia las nece- sidades y los deseos de los pueblos, unen tal vez un celo bastante natural contra los superiores que apenas le parecen sus iguales. Pero desde que se han asentado en las sillas curules, su inquietud por la conservación de su opulencia viene á aguijonear la que por sus nuevas digni- dades esper i mentaban. Sus sospechas velan sin descanso y su libe- ralidad desaparece á la conmoción primera. Pa- recen reconocer que solo el cambio de fortuna los distingue de sus conciudadanos y que cual- quier mudanza puede rebajarlos, como los ha levantado, haciéndolos entonces desconocidos. Por uuemu 4UU ?u gLcuiutuu i*:s suio material, re- curren para conservarla á medios materiales también. Nada de transacción con ellos, nada de recursos á las influencias morales, á la per- suasión, ni á las simpatías. Ellos han puesto en moda estas frases, en que el miedo revela un carácter feroz: necesario es que tenga la ley fuerza, necesario es usar de la fuerza y menes- ter es dar muerte á las sediciones. Cuando el poder ha caído una vez en sus manos, toma un carácter mas áspero, dcsprcciador é inflee- sible. .La mayor parte de los Estados de Europa han sido desde un principio organizados como mo- narquías; y la libertad, asi como el poder po- pular, no ha sido introducida en ellos mas que gradualmente, como un correctivo de los abu- sos existentes y no como la base, sobre qu<* debía descansar todo el edificio. Las verdaderas dificultades déla organización social no sedic- ión entonces á conocer: el poder estaba ya fun- dado y era muy preponderante. Tratábase so- lamente de contenerlo. La potestad real dispo- nía del ejército, de los arsenales, del tesoro, do la política, del correo y del telégrafo. Dispo- nía también de todos los empleos retribuidos y apenas había en el Estado una familia qne no estuviese interesada en hacerle la córte. Los amigos de la libertad sabían, pues, en donde estaba el peligro, casi único entóneos y no tenían para que inquietarse del empleo de sus fuerzas ó del uso que harían de la victo- ria. La verdadera dificultad del establecimiento de una constitución consiste en crear por me- dio de la ley un gobierno, que no existe aun, y en crearle con tan justa mesura de fuerzas que basten para mantenerlo y no para opri- mir al pueblo. Cuando en la edad media aun no había este nacido en cierto modo, solo te- nían los reyes que luchar con la aristocráfcia de nacimiento, que era a! par una aristocrácia de riquezas porque eran entonces todas las fortu- nas territoriales. Mantenían tos reves en esla lucha el principio de orden y de unidad y ¿el de la libertad los nobles. Todos los verdaderos progresos de la inde - pendencia del carácter, de la garantía de ios de- rechos, de los límites puestos por la discusión ¡i los caprichos y á los vicios del poder ab- soluto, fueron debidos entonces á la aristocrácia de nacimiento porque esta era lo que formaba la oposición. Tenían los reyes por el contrario á su favor la aristocrácia de las maneras entre los cortesanos* la de los talentos en las asambleas y en el clero y la de las riquezas movibles en los hombres de hacienda. Cambiáronse después los papeles, cuando se vio nacer y engrandecer- se al pueblo y una parte de las nuevas aristo- cracias volvió sus ojos hacia este poder que era también nuevo. La nobleza se unió con el Irono, ios talentos con el pueblo: viéronse alternativamente ios ri- cos ya con el poder, ya con la oposición y la misma moda les 'sirvió de balance. Sosteníase sin embargo, el debate entre los miembros de las diversas aristocrácias y aun hoy continua también entre ellos en todas las monarquías. porque los ministros y todos los funciona- rios públicos, los pares y los diputados per- tenecen á cualquiera de las cuatro aristocrácias. No influyan en efecto los individuos sobre las masas mas que porque se dan á conocer, ha- biendo antes adquirido alguna ilustración. En una república y sobre todo en una re- pública de moderno origen es donde se cono- ce la dificultad de la creación del poder y la necesidad de encontrarle un apoyo en la aris- tocrácia, ó un áncora que arrojar sobre un fon- do sólido en el seno de un mar tempestuoso. Mientras es mas libre un Estado, mas di- vergentes aparecen las volúntanos y ¿os sentí- = U2 — miontos de todos los ciudadanos y mas sumisa cada cual de estas partes á una fuerza cen- trífuga, que tiende á separarla de las masas, haciéndole obrar por medio de un impulso pro- pio é independiente. La libertad, tanto respec- to á un pueblo, como á un individuo, es el de- sarrollo de la voluntad y su acción plena y en- tera. Pero ¿quien desconoce el modo con que la voluntad del hombre varia y cuanto di- fieren Jas opiniones hasta sobre las cuestiones mas abstractas? O mas bien ¿quien no sabe que no se encuentran nunca dos enteramente con- formes? Y ¿cuanto no debe complicarse esta va- riedad de opiniones y de voluntades cuando to- dos los intereses mas caros al hombre se po- nen en juego y es llamado cá tomar sobre ca- da uno de ellos una decisión de concierto con los que de él difieren?... La sumisión de la minoría á la mayoría es un sacrificio continuo de la opinión, del ínte- res y de la voluntad de una parte de la na- ción á otra: es un sacrificio que es necesario hacer en el momento, en que la discusión lia confirmado a cada uno en su propia teoría, en que se han inflamado mas las pasiones, en que está en juego el amor propio de todos, en que cada cual adopta la opinión do su parti- do sinó como la opinión pública, al menos co- mo aquella de todos los hombres honrados y ■ en que esta opinión de partido im- pone á los individuos el deber de no ceder un punto. .Puede ademas cambiar la mayoría sobre ca- da nueva cuestión, encontrándose cada cual en oposición con ella, y sin embargo se halla obli- gado á obedecer contra su persuasión intima quejándose de ello y juzgándose oprimido. Y no es esto todo: en los países libres no solo dice cada uno de los individuos su pensamiento, sino que cada cual ahueca su voz por espresarlo y encuentra dia- rios, que hacen una especulación lucrativa en soplar el fuego de las pasiones, dando á to- das las quejas la espresíon mas enérgica y ofen- siva. Elévase de este modo de todos los parti- dos un concierto de quejas, de acusaciones, de letraeciones y calumnias, que persuadirían fre* mentemente que los países libres son los mas nal gobernados, y los mas desgraciados de la erra. Consúltense los periódicos de Inglaterra, de ¿nérica, de Francia, de Suiza, de los Paises- hjos, de España y de Portugal y se encon- tirá en todos la espresion de un descont en- tállenlo universal. Consúltese después la opí- nid pública, tal como puede formarse en los paés absolutos, y se verá que aturdida por es- tos clamores, muestra mas interes en las que- relli estrañas que en los padecimientos del pafcen que se forme. Mohos buenos alemanes que no tienen ga- rantí alguna de que no se les arroje maña- na e los calabozos de una fortaleza, de que no so ddnúrá su fortuna por medio de arbitra- rios tere tos, ni de que no se les agoviaró con i puestos para gastos contrarios al interes pública no piensan en gritar contra la I irania 344 v la Opresión mas que en la ocasión de las de- cisiones de un ministerio Avig en Inglaterra ó doctrinario en Francia. Pava resistir á esta continua tempestad es ne- cesario un vigor en el gobierno nacional, que no es dado á la voluntad. Es necesario el po- der de los recuerdos, que mantiene la ilusión sobre la poca fuerza de la autoridad, cuando exi- ge la obediencia ; es necesario el amor de la pasada gloria, sentimiento instintivo, que des- pierta por ejemplo el nombre de Francia, y que baria que todos los franceses mirasen co- mo sacrilego el proyecto de dividir el país; e* necesario también la ignorancia é indiferenci de las masas, que se adhieren al órden esta blecido sin juzgarlo y que mantienen todo cuar- to existe por su fuerza de inercia. Pero dad el mismo gobierno á una cocor- ea, que no tenga aun existencia política, ti- mo nación; á una comarca, que no tenga u- sado de que gloriarse, ó al menos pasado ?á- logo á la organización que adquiere; y desues ensayad el decirle, como en la constitucio del ano 111: «que las asambleas primarias emu- «nales y electorales no pueden ocuparse erflin- «gun asunto estraño á las elecciones de q3 es- telan encargadas; que no pueden enviar r reci- te bir ninguna correspondencia, ninguna pación, «ni diputación, ni que tampoco pueden nerse «mutuamente de inteligencia.» (párrafos 3y 38.) Desde el momento en que las pasbes se escitan, desde el instante en que los teres es locales ó provinciales se ponen en juegoée ocu - paran estas asambleas en Unios los asuntos, se pondrán sobre todos de acuerdo y se unirán en federaciones, declarándose mandatarios inmedia- i, tos del pueblo soberano y proclamando que el gobierno central por no haber tenido presentes sus miras, ha hecho traición á su mandato, ha vendido á la patria y la depondrán ó le pon- drán al menos fuera de la ley. En branda misma, en donde tintos recuer- dos, tantas costumbres y afecciones mantienen la idea de la grande unidad nacional; en Francia, en donde la preponderancia de París acostum- braba á las provincias á recibir sus ideas, fué ncesaria la sangrienta tiranía del comité de sa- lud pública, la violencia arbitraria del directorio, y finalmente la poderosa mano de Napoleón pa- ra contener sin cesar el haz pronto á desbara- tarse, para eslinga ir golpe á golpe las asam- bleas primarias y electorales y para obligar á los departamentos, á los distritos y á las co- munidades, a costa de su libertad, y con me- nosprecio de sus derechos, á someterse al go- bierno central. En nuestros dias hablan sin cesar algunos in- sensatos tío reunir la Suiza para hacerla fuerte, es decir: para suprimir las instituciones, que en ella se encuentran datadas de vida, y á las cuales hacen estimables respecto á las masas de la nación los mas antiguos recuerdos y cuyo po- der estriba en las afecciones de ¡os ciudadanos hacia su patria. Los imprudentes innovadores qué es por el contrario la división de la Sui- za en cantones soberanos el vinculo que la man- tiene unida , porque esta división substrae á la dieta casi todas las cuestiones, que hubie- ran podido romo ver las pasiones y casi todas hubieran sublevado las localidades contra ia au- toridad local. La Suiza, reunión de poblaciones, á quienes han acostumbrado las montañas que las separan á separar también sus intereses y que ha con- servado, en efecto, la diversidad mas estro fm en sus costumbres, en sus leyes, en su lengua - ge y en sus hábitos se halla demasiado dis- puesta á que cada una de estas poblaciones se considere como independiente y á que cada can- tón se divída como lo ha hecho el de Bale y ha estado para hacerlo también el de Schrv itz. Si los radicales viniesen á apoderarse de ella, si nombraran una asamblea constituyente y sí esta tratase de uniformar las leyes civiles, las religiosas, las comerciales, los impuestos, la or- ganización de la milicia, la de las comunida- des, al otro dia dejaría de existir la Suiza, no volviendo á levantarse si un poder central cual- quiera hiciese una tentativa semejante. En ca- da ensayo serian heridos de muerte en sus cos- tumbres veinte y uno ó veinte y dos canto- nes, del mismo modo que en sus opiniones y en sus mas caros afectos. Cada cual estaría en- vidioso y oíendido de que el sistema de su ve- cino hubiese prevalecido sobre el suyo, y cada cual tomaría las armas para rechazar lo que lla- maría una tiranía, y un yugo estrangero. Si en la lucha que se siguiera triunfaba ei go- bierno central, se vería obligado efectivamente á ser tiránico para resistir todas las voluntades locales: si sucumbía no podría ya ser reempla- zado por otro alguno. Téngase siempre presente que en los países libres hay y debe haber una disposición cons- tante á la resistencia y que bajo la garantía de esta disposición so lian colocado todas las ins- tituciones. Los ciudadanos están cu ellas preo- cupados sin cesar por ia causa pública , que olvidan casi absolutamente en los países despó- ticos , apasionándose á las opiniones que han abrazado y siendo siempre escitados por los ór- ganos de la oposición para hacer consistir su pundonor en no ceder un punto de ellas. Dé- jansé persuadir siempre con facilidad por las calumnias de los partidos que sus adversarios son traidores y malvados. Los (pie no hayan visto mas que pueblos avasallados, doblando la cabeza ante la primera órden 6 mandato, no pueden formar idea alguna sobre esta habitual resistencia. Por esta razón son muy pobres ios publicistas que se figuran que para conducirá un pueblo libre y ardiente , son instituciones suficientes las declaraciones de los príncipes in- geridas en una carta. De cada dia debemos estar mas convencidos de que ios antiguos entendieron mejor que noso- tros la libertad y las condiciones de los gobier- nos libres. Ellos al menos no cayeron nunca en semejantes errores y dieron á sus repúbli- cas por apoyo, en lugar de pomposas frases un espíritu de vida ardiente. Enseñaron á todos los ciudadanos á formar del amor á la patria una US religión, en vez de considerar á osla como una asociación mercantil, en donde se calculan las ga- nancias y las pérdidas y de donde cada uno se esfuerza en retirarse desde el punto, en que no le es ya favorable la balanza. Rodeaban de todos los respetos la magostad del pueblo ; pero el pueblo era pura ellos la reunión de la nación entera con todas las cla- ses de ciudadanos, con todos sus intereses, sus recuerdos, sus esperanzas y toda su glo ría. A I lado de esta grandiosa imagen de cuanto mas caro tedian en el mundo y respetaban mas, sa- bían apreciar perfectamente las fluctuaciones de los sufragios de la multitud á quien decidían ú menudo la ligereza y el capricho, falta de re- flexión y de sentimiento. Conocían muy bien la importancia de ios dos elementos monárquico y democrático y no hubieran creído fundar una constitución libre y durable, sin señalar su liar- te á cada uno. Conocían que no tendrían liber- tad alguna, sino conservaba el pueblo una ac- ción directa en la soberanía, sino unía la ga- rantía de sus derechos el ejercicio de un po- der respetado, sino animaba en fin todas las partes del cuerpo social con su espíritu de vi- da y con su instinto de grandeza y de virtud. Conocieron también que no habría vigor, ni rapidez en la acción del gobierno, sino atribuían á los gefes, que obrasen individualmente, todas las funciones que exigían una vista comprensi- va, una decisión pronta y el sentimiento de una responsabilidad indivisible. Pero no echaron al olvido que perecería su república, sí cí pueblo 34 9 creía poderío hacer todo y deshacerlo por me- dio de sus sufragios. No echaron en olvido que perecería, si el príncipe podía aspirar á perpe- tuar su poder, ni el entusiasmo con que el pueblo se entrega á sus criaturas, y que si le dejaban designar los gefes temporales del lis- iado, debían cuando menos exigir que hubiese dos cónsules por el temor de que, como todos los presidentes de nuestras modernas repúbli- cas, no aspirase un gefe único á la potestad real. Confiaron sobre todo el culto sagrado de la patria; e! sacerdocio de la libci tad, o! espíi i- tu de vida y duración, la custodia de las tra- diciones y de la gloria, la de la fortuna pu- blica y ll constante previsión del porvenir á un senado, en el cuál reconcentraban cuanto bue- no y grande existe en las aristocracias, al mis- mo t iempo que separaban de él cuanto en ellas puede existir de vicioso y perjudicial. Quisieron que su senado fuese el rcpi emen- tante inmutable del espíritu de consei \ ación , igual siempre en las repúblicas. Quisiéronlo in- mortal en cierto modo y evitaron cuidadosa- mente cuantas crisis podían alterar su espíii- tu. Por esto en casi todas las repúblicas de la antigüedad fueron inamovibles los senadores. Elegidos por vida, envejecían en su honroso eni- pléo y se esünguian sucesivamente, siendo reem- plazados del mismo modo sin ruido uno á uno Y en épocas imprevistas. La renovación era in- sensible v ninguna elección general venia a con- mover violentamente el Estado. El elegido nue- yamente entraba en un cuerpo, cuyos usos es- taban sancionados por e¡ tiempo, y cuyo espí- ritu parecia superior al de cada individuo. Ani- mábase bien pronto de los mismos sentimien- tos y fundaba su opinión en la de su asamblea El espíritu de conservación y de duración es el mismo de la antigüedad de raza. Los pa- tricios, que poseían lo posado, se apoderaron en su imaginación del porvenir, é identificándose con sus antecesores y con sus descendientes, so conmovían profundamente de cualquier sospecha tenida de sus abuelos y de cualquier peligro, que amenazase á su mas apartada posteridad! Las repúblicas de la antigüedad se apoderaron de este precioso sentimiento, y tlirigidndolo ha- cia la ciudad eterna , como cada uiía llamaba A su patria, decoraron al senado celosamente con una ilustración nobiliaria ó histórica. Pero no quisieron que ningún ciudadano pu- diese atribuirse su grandeza: todo lo debía agra- decer á la patria, por cuya razón nunca ' ad- mitieron la heredad del poder ni de la magis- tratura. La dignidad de par es una invención puramente monárquica: todos ios senados repu- blicanos han sido electivos siempre, y cuando se han apoyado sobre el paíriciado se ‘ ha verifi- cado por medio de una elección libre* pero cons- tituidos con el pensamiento dominante siempre de la perpetuidad, ha estado en general auto- izados a reemplazarse por si mismos, ya por escrutinio entre todos los miembros, ya por un fl 8 Ufl0S oficiales sacados de su cuer- po, tales como los censores. == 351 = El orgullo nobiliario, que alimenta á cada fa- milia, la pone á menudo en oposición con la na- ción entera. Trata cada raza de aislarse, com- parando su ilustración con la de los dornas, y los que juzgan ser de óptima nobleza miran con menosprecio á los ennoblecidos y á lodos aque- llos cuyas razas no tienen una antigüedad tan remota. El favor real ha ayudado también á aumentar estas rivalidades entre los nobles, con- cediendo á unos títulos diversos, entradas de cór- ies y exigiópdo que hiciese el gentil-hombre sus pruebas, podiendo en claro su nobleza. De aquí tantas rivalidades, envidias y odios entre los no- bles de una nkmarquin. Las repúblicas de la edad media , adoptando ios señores castellanos poderosos ya en territo- rio y en vasallos, no pudieran evitar estas que- rellas de la nobleza, ni las facciones, que esci- taron. Pero las repúblicas de la antigüedad jamas sufrieron que una familia pudiese llegar á ser una facción, ni permitieron tampoco semejantes •distinciones en el cuerpo aristocrático. Todos los patricios fueron del mismo modo elegibles para el senado y todos los senadores iguales. Hicieron pasar sobre estas soberbias cabezas d nivel de la igualdad aristocrático, y apenas per- mitieron, durante el tiempo de las funciones pú- blicas, una dignidad personal; pero hicieron vol- ver á la clase de los demas ciudadanos a los cónsules , que dejaban el carácter de tales y quisieron que sus glorias sirvieran solo pava au- mentar las del senado. De este modo se dedi- caron á desenvolver mas y mas el poderoso es- 352 pírilü de corporación, aquel espíritu que en- señaba á cada senador á olvidar á si mismo y á tu, desear e-rédito, poder ni gloria sino parala asam- blea de (Míe formaba parte; aquel espíritu que unía todas ¡as voluntades en mía, y lodos los esfuer- zos en un solo esfuerzo, y que poniendo su fuer- za gigantesca al servicio de la patria, manto- rna unido el haz del Estado, apesar de la in- dependencia de todas las voluntades y sus es- fuerzos constantes para disolverlo. En las repúblicas antiguas escogían los elec- tores del .senado con preferencia entre las ilus- traciones históricas para reemplazarlo , aunque podían también en general salirse de este cír- culo. La aristocracia de las maneras no le pa- reció menos respetable, porque estas maneras re- v teten en las repúblicas á los hombres públicos de un carácter grave y severo, que es una garan- tía de su duración. Mientras que en las monar- quías son las numeras, que al gran mundo ca- racterizan elegantes y frívolas, en las repúblicas debe ser cuanto atañe á la aristocracia digno, casto y mesurado. La pureza de las costumbres, la moderación de) lengua ge, la modestia en el vestido y la privación del fausto de todo gé- nero, no eran menos enseñadas en los mejores si- glos de Roma por las matronas y por ios cen- sores, que pulas repúblicas de los tiempos me- dios. por las leyes y por los tribunales suntuarios, los consistorios y Lis cámaras do reforma. La, aristocracia de los talentos, menos polí- tica, que las demas, ocupa no obstante la pri- mera ciase en las repúblicas; porque mientras = 333 ^ mas pública es la vicia mas se pone de mani- fiesto la capacidad personal. Allí ni las intri- gas secretas, ni los Servicios vergonzosos tienen empleo alguno, ni abren tampoco el camino ol fa- vor. En el senado, asi como en la asamblea del pueblo, son necesarias del mismo modo la ca- pacidad para comprender, y la elocuencia para persuadir y para convencer. El talento, el genio del general y la ciencia del jurisconsulto tienen por juez al público, y no á un señor engaña- do por la adulación y entregado al favoritismo. El senado piensa sin cesar en no comprome- ter su crédito, en no debilitar en un ápice su acción, delegando su poder á aquellos que lo de- jen mancillar en sus manos. Puede hacer una mala elección por un mal objeto; pero jamas por ignorancia ó por insuficiencia. En vano habrían los patricios romanos hecho ostentación de un gran número y de las imágenes de los antepa- sados: sino hubiesen sido dignos de aquellos, no hubieran llegado á ejercer las dignidades, por que en las repúblicas es el camino de la distin- ción el talento. La aristocracia, en fin, de las riquezas no es- taba tampoco desprovista de influencia, porque en todos los países es la opulencia un poder in- dependiente de la constitución del Estado. Mas por esta razón justamente fueron con ella ce- losas en demasía las repúblicas. No quisieron que hubiera en la patria poder alguno, que no proviniese de la patria. La libertad, el órden y la protección de las leyes Contribuían á aumen- tar las riquezas de todos los ciudadanos ; pero Tomo l.° 23* el espíritu de la aristocrácia en las repúblicas es el de honrar la pobreza, y el de llamar á un Cincinato del arado al mando de los ejércitos, manteniendo la igualdad entre el rico y el po- bre y prohibiendo al primero, si ya nó la acu- mulación de los tesoros, al menos su tren y to- dos los goces del lujo, que deslumbran al vul- go, como todos ios que ablandan el alma ó ener- van el cuerpo del hombre opulento, todos los que le acostumbran á pensar que su fortuna va- le mas que el honor, ó que la patria. DEL PROGRESO DELOS PUEBLOS HACIA LA LIBERTAD. ENSAYO SÉPTIMO. Do ln¡> progresos ¡rraU unios húria la lílicríail. Monarquías cmtstíhiíMiHH'ítis. ■así— iSpi i®^í3sas mir en una sola frase el es- píritu de estos estudios sobre fü r Slla ciencia social, oíos conse- 4«i* nos heraos atrevido á dar a los amantes de la li- bertid y de la dignidad hu- mana, solo nos comí raeríamos á una cxortacion ==g>.-rd para que no desmayasen nunca. La obra de guiar á los hombres bacía el sentimiento de sus deberes para consigo mismos y para con su patria es donde quiera larga y difícil. En todas partes descubre el estudio la extremada complicación de los resortes de la sociedad y la incertidumbre de los destinados á proveer su juego, asi como la vanidad de las reglas que una ciega presunción ha dado, como principios; pero por otro lado siempre que observamos á una sociedad, que sacude la languidez nociva y destructora del des- potismo, siempre que vemos levantar á los hom- bres que la componen sus miradas mas allá del círculo estrecho del ínteres personal, ocupándo- se de los adelantamientos de sus semejantes, nos admiramos de hallar en ella tanta vida y de que los esfuerzos constantes de cada cual, para me- jorar la condición social, corrijan las institucio- nes viciosas, haciéndolas redundar en pró común y asegurando el progreso de la humanidad. Si hay alguna duda sobre alguno de los prin- cipios en particular, si el estado social puede ad- mitir muchas modificaciones estraordinanas, hay certeza de que la cooperación de todos los hombres de un elevado carácter al bien producirá final- mente el buen resultado, que anhelan. Acuér- dense los amigos de la humanidad, los liberales y los patriotas de que tienen á su presencia la duración de los siglos, no olviden que deben tra- bajar para sus descendientes hasta la última ge- neración y que el enemigo mayor del éxito fe- liz de sus empresas es la precipitación. 1 ) Es- ( I) Este es el pecado original de todos los partidos: donde rpiie- ra q y e se consuma un& revolución en bien del p represo de la bu- tudicn lo pasado, consulten la cspcricncia del presente antes de atenerse á una deducción siem- pre dudosa de principios contestables; y se con- vencerán de que la ciencia social no ha llega- do aun á la certidumbre. Causas desconocidas aun deciden de su carácter, de sus progresos, de sus pasiones al par; y á su vez este carácter, estas preocupaciones y pasiones determinan el buen éxito ó la caida de las instituciones. Por estas razones no dirá ningún sabio con anticipada certeza que será acertada una inno- vación, 6 que una práctica coronada por el éxi- to en un pais podrá ser trasplantada con el mis- mo á otro; pero sí que por las vias, que pare- cen mas opuestas el bien apetecido con vehe- mencia, acaba siempre por alcanzarse. No desa- nimen, pues, los amigos de la humanidad, por- que la humanidad ha menester en todas par- tes de su ayuda: en casi todas partes aparece á nuestra vista sufriendo, degradada, oprimida y en todas partes hay que hacer por ella inmen- sos esfuerzos. No olviden tampoco nunca estos amigos de la humanidad en su impaciencia que no reconocen pa- ra ella ningún remedio soberano: ensayen, pe- ro con mesura, con reserva y atendiendo siem- pre á los efectos de una innovación, antes de plantear é intentar otra nueva. Observen y du- maíii&iá, allí viene ¡O momento la impaciencia á fustrar y viciar ol noble fin que se propusiera el pueblo, bastardeando las ideas v los sentimientos de este, con bario dolor de los hombres que no admiten en su nacho otra pasión masque el sentimiento del bien- estar de su patria. Ahí tenemos ú nuestra España para prueba de este aserto. (N. dfx T.) den obrando siempre y recuerden sobre lodo ‘¿6 = 364 = que toda clase de resistencia respecto á uno ú otra es un crimen y de que cualquiera esfuerzo, que se haga para poner límites á una ú otra, es una monstruosidad; pero han cedido, sin em- bargo al imperio de Ja opinión pública y a los principios revolucionarios, que combaten. Se han liberalizado, digámoslo así, á despecho de sí mis- mos y el despotismo se ha hecho mas lleva- dero en sus manos, perdiendo su pureza pri- mitiva é indiana, la cual no recobrará ya, aun que fuese la consecuencia natural de sus prin- cipios. Al contrario, del mismo modo que han he- cho algunos progresos, progresarán aun mas, á menos que su hostilidad contra ellos, asi como contra sus vasallos, no acabe por trastornarlos. Tienen indudablemente mucho que andar aun para conceder solamente á sus vasallos una ga- rantía civil, igual á la que han dado sus ve- cinos; y no pueden aun lisongearsc de que el estado de sociedad y de seguridad cualquiera que mantienen, causa mas bien que mal. Sus vecinos tienen también, por su parte, mucho que adelantar para llegar á las garantios cons- titucionales, que se encuentran en Francia y en Inglaterra; y estas dos monarquías no han i leñado tampoco el objeto, que deben propo- nerse. La ciencia social en los tiempos, á que ca- minamos, se perfeccionará, se aumentarán las garantías de los ciudadanos y la dignidad del hombre: su moral y su independencia en to- das las clases de la sociedad, estarán mas se- guras que ahora. El género humano marcha hacia adelante en masa, y cualquiera que sea la perturbación que en las clases de esta in- mensa colonia se aperciba, se esperimenta una aran satisfacción al conocer que un movimien- to común la dirige y que los mismos reza- gados, que parecen detenerse, que parecen que- rer volver atrás, serán bien pronto arrastra- dos del mismo impulso. En esta progresión de toda la raza europea, no debemos admirarnos de la paralización de algunas naciones, ó de su pereza en seguir la marcha de los demas. Menester es darles el tiempo necesario para ilustrarse por medio de la esperiencia y de salvar los obstáculos que encuentran. Menester es recordar que por ha- ber querido precipitarse, se ha introducido con frecuencia el desorden en la colonia enleia, perdiéndose mucho mas tiempo que el que se esperaba ganar. Indudablemente nos hallamos ahora en una de esas épocas, en que los pue- blos y sus gefes dudan igualmente y la causa incontestable de este retardo es la precipita- ción de los que han querido dar el ejemplo á los de mas. Desde una parte á otra de Europa ha germi- nado el sentimiento de la dignidad del hombre en todas las clases. No hay ya pueblo alguno que se resigne á ser mal gobernado , m que crea carecer del derecho de exigir para sí la luz , la libertad y la virtud. No hay ya pueblo alguno, en donde no hayan abordado las mas altas cuestiones sociales los hombres pen- 366 sadores, ni donde las clases numerosas y entu- siastas no se muestren ávidas de escuchar sus lecciones y empeñados en seguirlas. No hay fi- nalmente, pueblo alguno, en el cual no hayan despertado los grandes acontecimientos de nues- tra época una discusión inquieta, una curiosi- dad activa para conocer no solamente los cri- sis que esperi me ntan sus v ecinos, sino también sus causas. Los reyes han tratado de prohibir esta dis- cusión, de censurar en sus naciones los escri- tos y los periódicos, de rechazar los de ios es- trangeros y de vigilar las conversaciones pri- vados por medio del espionaje: pero la fermen- tación de los ánimos es demasiado fuerte para ser reprimida por estas medidas. Mucho tendrían que castigar, si hubieran de alcanzar á cuan- tos los juzgan severamente: obligados se ven por íanlo^ los rey es á dejar que so hable: pero des- engáñense: los que hablan obrarán desde el mo- mento en que vean claramente del modo que de- ben hacerlo. Empero ¿es estreno que los pueblos y los re- yes se pregunten al par en nuestros dias cuál es el camino y cuál es el objeto? Los pueblos áplaud i eron con júbilo la revolución de Francia en 1830 y ahora están persuadidos, por las de- clamaciones de la prensa, de que la Francia lia retrocedido oesde cnlónces en su carrera de la libertad. Los pueblos acogieron como una «can- de victoria popular, el WL de reforma de In- glaterra y después que este lili ha pasado, no í>c les lia liabiado mas que do ana fermenta- 3G7 cion ascendiente, de odios violentos contra el mi- nisterio y de revueltas inminentes en Irlanda ó en el Canadá. Los pueblos miraron la penínsu- la ibérica oprimida por el yugo del despotismo y de la superstición, como avergonzando á Eu- ropa; y después que este yugo fué roto, Es- paña y Portugal los espantan aun mas por los furores del pueblo en la guerra civil, por la atrocidad de las represalias, por la destrucción de las propiedades y por la ineficacia de en- trambos gobiernos. El ejemplo de las últimas revoluciones lia causado una impresión no ménos profunda y no ménos funesta sobre los reyes, habiéndoles pa- ralizado, como á los pueblos. Y no se crea qne no hubiesen reflexionado estos príncipes sobre las ventajas del régimen constitucional, ni calca- do cuanto podían ellos mismos ganar, establecién- dolo. El brillo, el poder y la opulencia del rey de Inglaterra les habla n llamado la atención y habiéndole visto resistir solo á la revolución fran- cesa, recurrieron á él como á su único apoyo, encontrando para sus necesidades un banquero, que estaba siempre presto á abrirles sus in- mensos tesoros, y sabiendo por espériencia que su trono estaba mas sólidamente establecido que los suyos propios. Maravilláronse de nuevo al ver que, despees de la restauración, se levantaba en Francia con tanto denuedo una monarquía, ago viada por tan largas guerras, por una doble conquista y poi las contribuciones que de ella sacaba la Euiopa. Los poderosos gefes de las monarquías absolutas oten- = 368 z= tifiáronse indudablemente de ver á los príncipes y á sus ministros sometidos en estos dos Esta- dos á la crítica de los vasallos; pero conocieron apesar de todo que la suerte tle un rey cons- titucional de Francia ó de Inglaterra, era bas- tante buena para no causarles mucho sobre- salto. Su juicio lia cambiado y debido cam- biar en el curso de estos seis últimos años so- bre las consecuencias de las concesiones , nue hubieran podido hacer. Han tenido presente el ejemplo de los reinos de España y de Portu- gal, ó quienes no podían tener intención de imitar en modo alguno. Hánse figurado que los tronos de los reyes de Francia y de Inglaterra estaban también sobre un volcan y no han querido co- locar los suyos en el mismo terreno. Hasta el año de 1830 creyeron los prínci- pes de segunda clase tener mas fuertes rozo- nes para apartarse de sus pueblos. No es po- sible imaginar cuantas humillaciones y actos de dependencia cometieron para conservarse en la gracia de las grandes potencias, que los prote- gían. Imposible es averiguar hasta el grado en que Sacrificaban sus derechos de soberanía, obrando á menudo contra sus corazones y sus creen- cias; y agotando sus economías para abastecer los fondos secretos de las empresas, que no se atreven á confesar, ó guerras civiles, que tur- ben el sosiego de Europa. Saben perfectamente los pequeños príncipes absolutos que un gobierno constitucional que- brantaría con su publicidad estas cadenas tan pesadas y vergonzosas. Saben que en la balan- == 369 = za actual de Europa nada significa un rey de dos millones de almas, mientras que un pue- blo de dos millones de almas es alguna cosa. Tienen estos príncipes la convicción de que con el sistema representativo podrían llegar á ad- quirir mas poder é importancia y mas inde- pendencia, ejerciendo tal vez un papel glorioso. Pero ¿cómo podrían resolverse a hacer una ten- tativa, cuando ven que cuantos de entre ellos han ensayado el convocar los diputados del pue- blo, han encontrado en estos, ya una sórdida economía, que ponía trabas á todos sus proyec- tos, ya una oposición sistemática, fundada en principios inaplicables al estado actual de las so- ciedades, ya en fin una pesquisa ávida de la popularidad, que pensaban alcanzar, relevando so- bre todo los escándalos de las córlcs?... Si no se quiere la precipitación en las revo- luciones , necesario es saber caminar hácia la libertad, sin espantar á los príncipes. Si no se quiere turbar los pueblos, haciéndolos incapa- ces de aprovechar los beneficios que se les ofre- cen, necesario es proporcionar los derechos, de que se les pone en posesión, con su capacidad y su educación: necesario es ante todas cosas imponer silencio á los aduladores de la multitud, que se esfuerzan en persuadir á cada pueblo que es el primero entre los demas y que todo cuan- to es otro capaz de hacer, con mas razón lo hará él mismo. Téngase también presente que la libertad es un vino generoso, que turba los cerebros débi- les y que solo por una costumbre no inter- Tomo I/» 24* =3 370 = r límpida pueden soportar una fuerte dosis. No se diga del legislador que ha marchado con el siglo, sino que se lia detenido mas bien con los hombres que conduce ó que ha arreglado su paso por el de ellos. No se diga que ha he- cho las mejores leyes posibles, sino las mejo- res que pódian soportar los hombres, á quienes las destinaba; y recuerden que entre estos hom- bres son los príncipes quienes deban sancionar- las, asi como los pueblos obedecerlas. No pretendemos decidir, entre los franceses y los ingleses, cuales tienen mas capacidad, ta- lento ni virtudes; pero podemos asegurar, aun que atrevidamente, que las costumbres, las opi- niones y los hábitos de los franceses no les dan aun las cualidades propias pura gozar de una libertad, cuya pacífica posesión conservan los ingleses. Un periódico de crédito aconseja- ba recientemente en Inglaterra a todos los pue- blos del continente que empleasen para ade- lantar sus derechos el Sistema, que el orador irlandés O Connel ha designado con el nombre de agitación. No veía que en todo el conti- nente seria esta palabra traducida casi al mis- mo tiempo como espresion de tumultos ó de guerra civil. Los ingleses saben juntarse en las plazas pú- blicas ó en los grandes salones de los conda- dos y tratar allí de todas las cuestiones polí- ticas, animarse por medio de apasionados dis- cursos y separarse después tranquilamente, ha- biendo votado una serie de resoluciones ó de de- claraciones de principios. Los franceses pasan in- 371 mediatamente de la deliberación ó demostración de sus sentimientos á la acción; y el cortejo fúnebre del general La Marque fué el prin- cipio de una guerra civil. Los ingleses han conservado la libertad mas lata ele asociación, de petición y de publicación y no la emplean mas que para alcanzar su ob- jeto, valiéndose de medios legales. Los fran- ceses no participan de un poder público, que tratan de volver desde luego contra el gobierno para trastornarlo. Los ingleses llaman al pueblo á dar su fallo en el jurado, decidiendo de todas las cuestiones de or- den público, de 'garantías personales, de opiniones y de propiedades; pero necesario es ver también el respetó, con que al sentarse el ciudadano en el banco del jurado , se somete á las leyes, á la fé del juramento y á la prudencia del juez. Desde el momento en que son llamados los franceses á ocupar un puesto en el tribunal, se sobreponen á toda clase de autoridad, recha- zando la palabra respeto casi como un insulto y señalando siempre que intentan designar su independencia, su hostilidad. Nosotros esperamos que cuando las instituciones de Francia hayan envejecido, aprenderán los franceses á mirarlas corno su prerogativa y su gloria: cada ciuda- dan ose sen l i rá en! ó aces inte rosad o en defender- las del mismo modo que lo está el mismo gobier- no y no querrá tampoco que el primer uso que hace de sus medios de acción, sea el de destruir cuanto le rodea. M as ahora no puede decirse aun que todo lo * = 372 = que á un ingles es lícito debe ser también á un francés: su posición no es la misma, porque de- trás de las leyes vé el uno el respeto del pue- blo, el amor y las costumbres inveteradas; y el otro no vé detras de la ley mas que ruinas amontonadas por sus brazos en los combates que han precedido á su situación actual. Del mismo modo que los ingleses son ahora superiores a los franceses en su capacidad para soportar una fuerte dosis de libertad, sin em- barazarse, asi también lo son los franceses á los demas pueblos monárquicos del continente; de lo cual no debemos admirarnos, pues que ha- ce ya cerca de cincuenta años que trabajan por acostumbrarse á las practicas liberales. Todos los demas pueblos han esperimenlado al contrario durante estos cincuenta años y tal vez desde el principio de su historia, que entre ellos era la -autoridad enemiga de la libertad. Y por conse- cuencia cuantos esfuerzos hayan hecho para re- bajar las atribuciones del poder y para retirarle la obediencia, todos ios esfuerzos anárquicos, en fin, han sido considerados por ellos como gene- rosas empresas. Esta ilusión era una consecuencia necesaria de la posición en que se encontraban: los amigos de la libertad no tenían entre ellos otro papel que pudieran desempeñar, mas que el de atacar un poder abusivo. Pero con esfuerzos anárqui- cos se destruye y no se funda; luego á fundar solamente deben enderezarse los esfuerzos ver- daderamente liberales. Léjos de nosotros el pen- samiento de desacreditar los generosos comba- 373 = íes, que han sostenido casi todos los pueblos en nuestros dias por la libertad; en todas partes se encontrará que estos hombres ardientes, después de haber abatido al poder enemigo, han ata- cado con un ardor casi igual al poder protector, al poder salvador, que habían creado ellos mismos. Lo han burlado, lo han envilecido, echándole en cara su debilidad al propio tiempo que le li- gaban las manos. De este modo, pues, han sido tal vez la primera causa de los reveses de Po- lonia y de Italia, de las ruinosas insurrecciones de la Bélgica, de la anarquía de la Grecia , de las revoluciones defectuosas de Alemania, de la reacción de una parte dé. los talentos en Fran- cia, en Inglaterra y en Suiza y finalmente de las lamentables guerras civiles de España y de Portugal. Cuando un pueblo adquiere la libertad sin re- volución, cuando llega á poseerla por las con- cesiones que obtiene de su soberano, es nece- sario que sepa contentarse con una marcha len- ta y gradual: necesario es que conozca que no le conviene cuanto desea y que todo lo que le conviene no agradaría al que es aun su señor. Menester es, pues, que limite sus deseos y sus demandas, sinó quiere perder la ocasión y espo- nerse á malograrlo todo. Hemos visto que el doble objeto, que debe proponerse, consiste por una parte en instruir- se é iniciarse en el conocimiento de sus propios asuntos; y por otra en preparar el triunfo de la razón pública, ilustrando la opinión, robuste- ciéndola y dejándole el tiempo necesario para = 374 = adquirir la debida calma. Cualquiera que sea el grado, en que se encuentren los pueblos, que enderezan su marcha hacia la libertad, es siem- pre el mismo osle doble objeto; pero ios me- dios de alcanzarlo, los derechos que han de con- fiarse al pueblo y la forma de deliberación, ba- jo la cual se ilustre la opinión, deben guardar relación con los progresos, que haya hecho ya este pueblo en sus costumbres constitucionales y en la adhension á sus instituciones. La formación popular de las autoridades lo- cales, es como lo hemos visto ya, el primero y el mas seguro medio de acostumbrar al pue- blo á intervenir en sus asuntos propios y de di- rigir sus miradas hácia la sociedad, en lugar de reconcentrarlas sobre sus intereses domésticos. De- be, pues , en los consejos de las comunidades aprender el diputado deí pueblo á conocer los asuntos sociales, á pensar en ellos y á hablar. Los pueblos, que hayan carecido de esta prime- ra educación política, abusarán indispensablemen- te de ios poderes, que se les confien 6 de que se apoderen ellos. Los gobiernos absolutos no se oponen en general casi nunca á la formación de este primer escalón de los poderes sociales. Nada les cuestan los oficiales, que en las co- munidades se emplean y desempeñan mas con- cienzudamente sus negocios que los diputados del poder. Conservan los oficiales del comun la ventaja de servir gratuitamente y si se les ofre- ce pagar: rehúsenlo. Solo por que sus funcio- nes son gratuitas son honrosas é independientes. Si fueran pagadas, no pondría en ellos el pueblo 375 su confianza y el príncipe daría bien pronto sus plazas á sus criaturas. Las autoridades locales no deben, m puchen ser en parte alguna soberanas: la unidad del Estado quedaría rota, sino cstubiesen sugelas á la de- pendencia de la autoridad central. IVio luiy so- bre este punto dos maneras de limitar los pode- res: se puede circunscribir su actividad á un pe- queño número de objetos, sóbreles cuales se les permitirá decidir sin recurso, ó al contrario pue- de permitírseles el que sobre todo intervengan, prohibiéndoles al par qne nada resuelvan defini- tivamente. Hacia e^tc sistema deben, pues, encaminarse las autoridades populares : deben esforzarse en obtener que les sea permitido el solicitar todas las mejoras locales, el revelar todos os a usos, denunciando al propio tiempo (odas las malver- saciones, en cuyo punto debe cesar su pape - Acuérdense que la deliberación y no a decisión es quien forma el espíritu de los ciudadanos ) quien revela su carácter. . , Mucho habrán conseguido, si sobre todas las cuestiones públicas, pueden presentar á la auto- ridad superior su opmion y sus votos. No so inquieten, pues, sitió corresponde el buen éxito á sus demandas. Habrán entonces ti abajado pa ra formar y robustecer la opmion publica y lle- gará el momento cu que esta pronunciará su ^ La segunda prevogativa, que da al pueblo una educación política, que desenvuelve en él la m- tPtfaencia v el respeto de las leyes, es la pai ti- = 37G = cipacion en el poder judicial. Guárdense los pue- blos de quebrantar esla prerogativa donde quie- ra que se encuentre, si bien sea con formas se- mi -bárbaras, bajo protesto del respeto, debido á los principios ó de la división de los poderes. Después de haberla perdido, no será fácil re- cobrarla, Trabájese solamente en ilustrar con nuevas luces el tribunal popular del alcalde, del waywode ó del burgomaestre. Allí donde el pue- blo no tiene parte alguna en la jurisdicción, m ena- rense las leyes y las costumbres para la intnZ- cion del jurado por medio de la publicidad comple- ta de los procedimientos y por el debate general. Estas dos innovaciones son para el auditorio una iniciación en el estudio de las leyes y en la ac- ción de la justicia y para los reos una salva- guardia ante los tribunales. Pero no se in- tente dar el jurado al pueblo, hasta que se ha- ya mostrado digno de él, constituyéndose el de- fensor del orden, Iéjos de ser el aliado de los reos. Lo institución de los guardias nacionales, ó la participación del pueblo en la fuerza pública es que han hecho por su ínteres propio los mismos déspotas. Propálense algunas veces mantener solamente de este mo- do el órde.i y la tranquilidad interior, y otras Jos impele la inquietud, que les causan sus ve- cinos, a preparar recursos para defenderse. El armamento del pueblo Ies parece entonces un medio de abastecerse de fuerza á poca costa. Luego un pueblo armado y organizado de mo- mo r, ( pi1Cda sostcrlcr ej choque de las tro- pas de línea es un pueblo libre. 377 Léjos estamos de proponerle el que vuelva las armas que se le han confiado, contra el gobierno, que se las ha entregado; muy léjos de querer trasportar las deliberaciones de los consejos a los cuerpos de guardia, ni de en- comendar recurso alguno á la fuerza. Pero cuan- do el pueblo está armado y organizado mil ¡i ár- menle, conoce que la fuerza reside en él y el príncipe, lo reconoce al mismo tiempo. Cada ciudadano, que empuña un fusil, aprende á con- siderarse como un guardián del orden ante to- das cosas, asi también como un custodio do la libertad. De vasallo ha llegado a ser ciudada- no: respétase ya, como tal, y el gobierno apren- de á respetarlo también. Este no osaría man- dar á la guardia nacional nada que repugnase violentamente á la opinión pública, ni se atre- vería tampoco á egecutarlo en su presencia. Algunos gobiernos han hecho la culpable ten- tativa de instituir milicias de partido, ponien- do las armas solamente en manos de una l ac- ción odiosa y violenta y permitiéndole actos de venganza contra la bandería contraria. No se alarme en modo alguno al pueblo, sino l reátese al contrario de que neutralice la institución tal como se le lia dado, dándose prisa á entrar en las filas de esta guardia nacional , aunque fac- ciosa. No hay gobierno que pueda persistir por mucho tiempo en escluir á los buenos ciudada- nos de la milicia, admitiendo solamente los ma- los: el espíritu de facción se calma y cobran su ascendiente las reglas y principios de orden. Los hombres moderados adquieren la mayoría en los = 378 = mismos cuerpos, que se habían creado para es- cluir toda ciase de moderación, y el instrumen- to que se había inventado para violentar la opi- nión os e! mismo que asegura su triunfo. Acuérdense los amigos de la libertad de que en los países, que no son libres, debe ser su papel el de la paciencia y la constancia. No se dis- gusten porque el servicio de la guardia na- cional lleve en sí una pérdida de tiempo y de interes innecesario, ni tampoco se alarmen cuan- do este cuerpo se manifieste animado de un mal espíritu, ni cuando baya hecho una mala elec- ción de oficiales. Persistan en presentarse y dar el servicio y estén seguros de que modificarán aquel espíritu, renovando los oficiales, lográndo- se muy luego el movimiento y reconociendo el gobierno, aunque sea realmente nostil á la li- bertad, la necesidad de someterse á la razón v r O tal vez echándose en cara al propio tiempo el haber dado las armas al pueblo, para hacerla prevalecer. En los medios, pues, de formar esta razón de llamarla á que pronuncie sus fallos, y de atraerse después la resolución del príncipe, es- triba sobre todo la libertad política. Ufemos visto que la Opinión pública se ilustraba y robustecía por medio de una deliberación doble, ú saber: la discusión espontánea del público y la discusión oficial de los cuerpos constituidos. No es nece- sario apuntar el que la primera libertad, que de- be obtenerse es la del pensamiento y de las efu- siones de la amistad, ni tampoco que la ti- ranía, que se ejerce aun en diversos países y que somete al espionage, ya los secretos senti- mientos de los hombres, ya sus mas íntimas conversaciones, debe ser rechazada en todas partes con horror y empeño. Solo nos ocupamos del punto en donde co- mienza una acción política, que es en la dis- cusión espontánea, por que despierta la opinión, redobla su fuerza y acaba por darle un po- der irresistible. Esta discusión se ejerce por tres medios diferentes: los libros ó escritos impre- sos, los periódicos diarios y las asambleas po- pulares. Y hablamos de ellos en el grado y or- den en que el pueblo puede demandarlos y ob- tenerlos y en que el príncipe no rehúse el concederlos, según esté la nación mas adies- trada en las cosas, que á las prácticos libres conciernen. No se menosprecie en modo alguno la ver- dadera discusión, la discusión grave, que hace penetrar la luz y la verdad en todos los ce- rebros pensadores y que se sostiene por me- dio de los libros. Prepáranse para osla discu- sión los autores con profundos estudios y refle- xiones dilatadas y ligan á ella su responsabili- dad moral, haciendo al par depender de sus escritos su reputación, y siendo la que se diri- ge á la inteligencia, y no á las pasiones de los lectores, formando su opinión con el estu- dio y no con la costumbre de escuchar siempre una cosa misma. El paso mas gigantesco, que lian dado los franceses hacia la admisión del pueblo en la di- rección de sus negocios, es debido á la ¡uibli- = 380 = cacion del Espíritu de las leyes , de Monlesquieu y á la de la Administración de Hacienda de Necker. La primera de estas obras ensenó a los hombres á juzgar teóricamente de los gobier- nos, conforme á las ventajas alcanzadas por los pueblos: la segunda inició á los franceses en el conocimiento de todas las cargas del gobier- no y de sus recursos. El velo, que había ocul- tado al pueblo por tan largo tiempo los asuntos del Estado , fué descorrido y el empeño con que los hombres de letras y los pensadores se entregaron desde entonces á la disensión de los principios y de los hechos, mostró que la nación comprendía sus intereses; que existía y que muy luego seria la señora. Absurda ha sido en eslremo la prohibición, que los gobiernos absolutos han impuesto á esta discusión grave y profunda. Y sin embargo hay aun hoy muchos que, no podiendo estorbar la introducción de los libros estrangeros, de los libros fútiles y á veces corruptores, prohíben en su nación propia la publicación de cuantos harían adelantar y depurarían la ciencia social. Sepan que sobre todas las cuestiones de ínteres público y de institu- ción del poder ha comenzado la discusión entre ellos mismos; que los elementos de ella se ha- llan en todas partes diseminados; y que todos los talentos tienen una prevención natural. ¿Cuál puede ser, pues, la ventaja que los go- biernos absolutos han obtenido, rehusando al pú- blico el conocimiento de los hechos y no per- mitiéndole la discusión de los principios mas que bajo la vigilancia de la censura? ¿Pueden tal vez 381 haber desconocido que con este método se acredi- tan los errores mas peligrosos para todos los individuos y aun para el gobierno mismo; mien- tras que los razonamientos anti -anárquicos se desvirtúan y deshonran, porque aparecen bajo la autoridad de la censura? La primera libertad de discusión política, que debe exigir el pueblo, la primera que el príncipe debe conceder es la que ejerce por medio de los libros. Sean los au- tores y los libreros responsables siempre de cuan- to al público digan; pero no se someten a una censura anticipada. En una nación tan animada de pasiones po- líticas, como lo es Francia, tan ardiente, tan acos- tumbrada á las guerras periodísticas, la ley de la Restauración, que imponía la censura sola- mente para los escritos que pasasen de veinte pliegos de impresión, llegó á ser luego imposible de ejecutar absolutamente. Había en este país tanta actividad en las discusiones políticas que hubiera si- do imposible el hacer la guerra á fuerza de prefa- cios, ligados á las mas indiferentes publicaciones. No es esto decir que semejante ley fuese ineficaz en todas partes. Al contrario, creemos que en los países, que no son libres, no está aun dis- puesta la masa del público sobre los asuntos polí- ticos para buscar con avidez los medios de ins- truirse ó de alhagar sus pasiones. Las obras graves encuentran un corto nú- mero de lectores y la masa de los ocio- sos se contenta con el primer diario que ha- lla á mano : uno ó dos folletos brillantes por el talento podrán tener un éxito famoso; pero el = 382 = público economiza mucho su trabajo y su di- nero para poner una atención constante en se- mejantes publicaciones y para que estas puedan reemplazar á la prensa diaria, eludiendo ia cen- sura. Ganarían mucho todas las naciones de Euro- pa con la abolición de la censura para los libros en nuestro concepto; y hay muy pocas que pu- diesen sobrellevar esta abolición respecto á los periódicos. Necesario es que los hombres de le- tras hayan aprendido, antes de enseñar al pue- blo; que se hayan ejercitado largo tiempo en todos los ramos de ias ciencias sociales, antes de poder hacer que prevalezcan sus opiniones, repitiéndolas diariamente á los talentos de esca- sa comprensión. En los grandes Estados libres, en donde los mas altos intereses se someten á la discusión, se han visto algunos hombres su- periores descender, armados íí la ligera, á esta arena y entregarse á una lucha periodística, que ha alimentado realmente el espíritu público. Son en estos mismos listados las empresas de los periódicos célebres bastante opulentas para atraer entre la juventudj, que aun escogía una carrera, todos los talentos superiores, ávidos al mismo tiempo de aplausos y do dinero. Asi se han formado en París y en Londres una escue- la de escritores diarios, que reúnen á la pron- titud del trabajo toda la sal del ingenio y toda la elegancia de los maestros del arte. Se ha creido que podían obtenerse estas veri- lajas, sin renunciar á las de la profunda litera- tura. La espericncia parece manifestar en núes- ■ = 383 = tros dias que esta suposision no es exacta. Al- tas recompensas se han ofrecido al fácil genio y á la literatura sin trabajo, para no desani- mar á los hombres estudiosos é ilustrar á todas las clases. Embriagado el pueblo, sobre todo, por la prensa diaria, ha abandonado poco a poco to- da especie de lectura, que exigía aplicación y paciencia. Los libreros de las dos grandes na- ciones, que imprimen el movimiento de la in- teligencia á la Europa, han convenido en que el público no quiere ya libros y en que solo en- cuentran salida para las obras que dan á luz, en los paises, en donde están prohibidas. La prensa diaria dá, al menos en Francia y en Inglaterra, la idea de ser todos los escritores maestros en el arte de la esgrima , los cuales se ven combatir frente a (rente. Pero en los paises en que han ejercitado pocos pensadores su talento sobre las cuestiones de la alta política; en que casi todas las ciencias sociales son aun ig- noradas tanto de los escritores, como de los ciu- dadanos; cuando de repente se abre la can ei a periodística á cuantos saben tomar la pluma, asombra la avenida de lugares comunes, de ideas falsas y de pasiones bajas, que inunda súbita- mente al público. Y para producir al menos al- guna impresión sobre este público, por medio de un libro, es menester siempre que haya una masa de conocimientos, un fondo de ideas y una dosis de talentos; porque de otra manera se cae- rá el libro de las manos del lector ó quedará por siempre en poder del librero. Pero se suscribe ei público al mismo tiempo á un = 384 = periódico antes de saber lo que contiene, lo lee para entretener los ocios entre el sueño y la vigilia, y lo arroja sin reflexionar en él, y con- cediéndole muy poca confianza. Y sin embargo la repetición diaria de las mismas aserciones, de los mismos dogmas ó de las mismas calumnias, deja en las mentes una impresión mas profun- da que la que hubiera podido producir quizá una Opinión sometida á un examen grave y un estu- dio concienzudo. Recórranse no obstante, los dia- rios que se publicaron en la época de la supre- sión de la censura, en los países que se encon- traban revueltos; aquellos, sobre todos, que te- nían muy poca circulación y nos admira rétaos de la ignorancia, de las prevenciones y de las pasiones odiosas, que a cada línea se revelan; nos avergonzaremos de la degradación de las le- tras, que produjeron semejantes literatos; y si se reflexiona que los mas distinguidos folletos no pueden sostener la lucha con los periódicos mas miserables, se conocerá, en fin, que 3a in- fluencia, que sobre el público se les habría de- jado adquirir, influencia que ahoga la de los ver- daderos talentos, seria la destrucción del pro- greso intelectual, y de las discusiones ilustra das,, que parten de la libertad verdadera. Si solamente pueden los pueblos, que han he- cho grandes progresos en el espíritu y las cos- tumbies de. la libertad, soportar la guerra dia- ria de periódicos esentos de censura, con mas razón pueden admitir estos mismos pueblos so- a mente, como medios del desenvolvimiento mo- ral y de la madurez de la opinión, las asam- bleas del pueblo, que sobre la política discutan. Una prerogaliva semejante debe estar reserva- da ó aquellos, entre quienes seán universales el amor a la constitución y el respeto á las leyes; a aquellos que conocen perfectamente que no han menester ya do combates violentos pa- ra alcanzar lo mas mínimo; y á aquellos, en fin, que temen tanto una revolución como pudiera temerla el mismo gobierno. Todas estas condiciones se hallan reunidas en Inglaterra y por esta razón ha podido este rei- no dejar su completo desarrollo á un órgano de- mocrático desconocido por las demas monarquías. Siempre que una gran cuestión política se agi- ta en Inglaterra, se dirige una esposicion al shériff para que convoque una asamblea del con- dado, y si rehúsa el hacerlo, se reúne la asam- blea sin su autorización en cualquiera plaza pú- blica. lodos los habitantes, todos los varones, concurren á ella indistinta y libremente; habién- dose reunido algunas veces mas de treinta mil personas. Levántase una tribuna provisional so- bre un tablado ó sobre una carreta, y ocupan- do un puesto preferido un presidente, nombra- do sobre la marcha, sucédense en ella los ora- dores, siendo tratadas todas las cuestiones fun- damentales del orden social con la mas ente- ra libertad del debate. La elocuencia popular de Demóstenes, vehe- mente, apasionada ó viva é ingeniosa, pero siem- pre en relación con la inteligencia de la mul- titud, solo se escucha en Europa en estas asam- bleas; pues que aprueban ó desechan por raa- Tomo l.° 25 * = 386 = yoria , levantando las manos, las resoluciones que le son presentadas; ó bien firman una pe- tición dirigida á una ú otra cámara, después de lo cual se disuelven tranquilamente. Existe al! mismo tiempo, sobre lodo en Jos momentos críticos de fermentación política de las socie- dades de discusión, débatimj soeieties, formadas únicamente con el objeto de ejercitarse en ha- blar en público. Cada ciudadano, mediante una corta retribu- ción, puede hablar allí ante una asamblea for- mada por la casualidad, sobre los puntos mas animados y que le parezcan prestarse mas fácil- mente á la elocuencia, y ni la policía intervie- ne, ni la autoridad pone algún reparo, con tal que la tranquilidad pública subsista inalterable. Los que nos diceti ahora que la Inglaterra no era mas que una aristocracia, y que hasta la reforma parlamentaria era gobernada solo por aquella clase , no la ha observado cierta- mente con la detención debida. Semejantes fran- quicias son la mas alta prueba, que puede dar- se, de la libertad del pueblo ingles, de un pue- blo independiente de todas las aristocracias. Nin- guna otra nación podría soportar una acción po- pular tan inmediata y que tan pronto dejara de cambiarse en provocación al poder establecido Los clubs franceses estaban en un estado de conspiración permanente: todas las reuniones pú- blicas, en que se hablaba, si bien sobre las tum- bas y con el aparato solemne del dolor esta- ban siempre prontas á degenerar en alarmas. Cualquiera gobierno, que .hubiese permitido una = 387 = asamblea de muchos millares de ciudadanos, que en la plaza pública deliberasen y agitaran las mas irritantes cuestiones de la política, hubie- ra sido trastornado en el mismo instante. Aun será necesario que el espíritu constitucional ha- ga grandes progresos en Francia; que el pue- blo llegue á vanagloriarse de su constitución y de sus leyes y á tener por atentado de lesamngestad cualquiera tentativa, que se endere- zo á destruirlas por medio de la violencia, antes que puedan hallar acogida en ella costumbres tan libres como las de Inglaterra. Las demas monarquías que en la carrera de la libertad van á branda muy en zaga, no pue- den pensar en permitir asambleas, que en aque- lla nación serian peligrosos. Ninguna lia dado aun á su pueblo el derecho de estar contento y orgulloso de su constitución, acostumbrándolo á mirar con horror los actos de violencia. Las concesiones han sido por el contrario arreba- tadas á sus monarcas por medio del temor y la tentación de exigir otras del mismo modo seria muy fuerte, estando demasiado arraigada la costumbre de creer que existe una continua guerra entre la autoridad y el pueblo, para que se puedan sin un peligro inminente ordenar en batalla los dos ejércitos, uno al frente de otro. Pero las costumbres de los pueblos libres de la Suiza están mucho mas cercanas á las de In- glaterra. En este pais se encuentran también sociedades formadas especialmente para las dis- cusiones políticas. Hay en cada ciudad asociacio- nes permanentes, conocidas con el nombre de círculos , que representan casi siempre una opi- nión determinada y que en los momentos de fer- mentación lian ejercido con frecuencia una ac- ción pública. Hay también asambleas de cuerpo, de milicia y de barrio, en donde se reúnen algunas ve- ces muchos millares de personas y en donde se dirigen libremente discursos á la multitud so- bre las cuestiones del momento. Y estas asam- bleas distan mucho de los / andsfjemehidí , en que el pueblo soberano de los pequeños cantones de- libera. Pero tanto en Suiza como en Ingla- terra pertenece el patrimonio de la patria á cada ciudadano y se miraría como un insulto personal ia tentativa de violentarla. Puede también aprenderse por el ejemplo de ía Suiza que en los pequeños Estados, enteramen- te libres, debe formarse la opinión pública por medio de las asambleas populares y no por medio de la prensa diaria. Cuando fuó abolida en Sui- za la censura, se creyó sobre la fó de los grandes Estados, que se verían nacer en aquel paii perió- dicos que harían circular rápidamente entre el pueblo Jas ideas progresivas, que ponían a! alcan- ce de todos el resultado de Jos estudios de los pen- sadores mas j>ro fundos, como habían hecho en America el Pcría'ühstci y en Francia el (Jorreo ríe Ptoven^ct) al principio de la revolución de en- trambos países. iNo se pensó cu que los hombres verdaramenlo superiores de la Suiza , contaban con medios mas inmediatos para influir en el ánimo de sus conciudadanos y que preferirían el hablar al cs- 380 criblr; olvidóse al contrario, que aquellos que la dirección de sus estudios ó tal vez la lentitud de sus talentos reten ia en sus gabinetes, querrían di- rigirse, cuando escribieran, á un publico mas nu- meroso que podía serlo el de un periódico de Cantón y finalmente que lodos los hombres que tenían al- guna reputación ó ya se negarían á escribir en los diarios de un país reducido ó ya se retira- rían, d espadé de una corta csperiencia. Todos estos hombres superiores se hán presentíais en las asambleas populares y allí comedio de sus conciudadanos, de los cuáles eran conocidos, es- cuchados y estimados, lian ocupado el puesto que debían señalarle sus conocimientos, el ingenio, el talento ó las virtudes; mientras que Aperiódi- cos de Cantón han caído poco á poco en manos de aquellos que apenas son capaces de escribir. A juzgar por la impudencia déla mayor par- te de estos diarios, se ere# i a que la nación Suiza había caído en la embriaguez de las re- voluciones , en tanto que sus asambleas popu- la-’GS dan la mas patente prueba de que aun es sabia, grave y respetuosa de las leyes. La in- fluencia de todos los individuos no puede ser en parte alguna igual de hecho; pero en las asambleas populares se vé en medio de la mul- titud distinguirse frecuentemente la aristocracia del talento; mientras que los periódicos de los lis- iados pequeños, periódicos , que solamente se disputan algunas suscr ¡clones de taberna , se vén poco á peco abandonados á i a aristocracia de la ignorancia, de la invectiva y de la presunción. El mas eminente, en fin, de los privilegios, — 390 — que reclaman las naciones libres, es el de que se discutan ios asuntos del Estado por sus represen- tantes oficiales para ilustrar y alimentar la opi- nión y hacer que la razón pública pronuncie sus fallos. Todas las naciones de Europa han go- zado en otro tiempo de este privilegio, cuyas huellas se encuentran hasta en los países, que son ahora dominados por el despotismo. Pero la representación nacional ha perdido su impor- tancia, ya reduciéndose á la clase de represen- tación provincial, ya reduciendo la asamblea de diputados ti un corto número de miembros, y ya en fin, esciuyendo por las exigencias del pueblo, las órdenes privilegiadas de la representación. Cada uno de los pueblos de Europa tuvo en la edad media sus cámaras, sus estados, sus die- tas, sus córtes, ó su parlamento. Pero los gran- des monárcas reunieron bajo su cetro muchos pueblos diversos, y aun cuando suprimieron sus dietas, bastóles el reunirías separadamente pa- ra reducirlas á la clase de dietas provinciales. Estas asambleas provinciales han prestado indu- dablemente inmensos servicios. Antes de la re- volución, se reconocían fácilmente los países de Estados en Francia, tales como e; Langucdoc, la Bretaña, la Provenza y el Del fin ado por ía superioridad de su administración, asi como se dis- tinguieron también los hombres nacidos en es- tas provincias por su espíritu público é inteli- gencia en ios negocios. Los alemanes deben también probablemente á las costumbres contraídas en sus estados provin- ciales el progreso, que han hecho en la cien- = 391 = eia ^ de la administración. Sin embargo, la pros- peridad, la existencia misma de una nación es- tan ligadas á su política eslerior. ¿De qué sir- ve á un pueblo el buen mecanismo interior de su administración, si su fuerza colectiva se em- plea después en la opresión de los demas pue- blos , háeia los cuales esperimenta simpatías. Los monarcas han contraido también abier- tamente una alianza para circunscribir siempre mas los derechos de los pueblos , bajo el pre- testo de defender sus propias prerogativas. Se- ria absurdo, por tanto, para ¡os pueblos libres el que sometiesen sus fuerzas sin exámen algu- no á semejante alianza. El primer derecho, asi como e! primer interes de una nación, es el de hacer que sea escuchado su consejo sobre la ac- ción que se le hace egercer en el csterior. Recla- me, pues, cada una en toda las ocasiones, en que pueda levantar su voz, como una necesidad de su existencia, como un derecho, que no aban- donará jamas, la convocación de una asamblea, que represente toda la monarquía, sometida al mismo soberano. El número de los diputados, que componen una asamblea determina su carácter y su ca- pacidad para la deliberación. En nuestros dias se han visto adherirse á relaciones numéricas los autores délas constituciones éntre los represen- tados y los representantes, que no tienen tra- bazón alguna con la inteligencia. Tal nación de- be tener un diputado por cada treinta mil almas: tal otra uno por cada cincuenta mil. Estos legis- ladores hubieran debido curarse mas bien de in- = 392 = vestigar de que número debe componerse una asamblea, para que sus deliberaciones sean bue- nas y redunden en beneficio común. Hubieran debido ver que siempre una asam- blea es poco numerosa para que se ocupe de los individuos que la componen y no del público; y siempre que por ejemplo es inferior al número de doscientos miembros, es mucho mas accesible á las intrigas personales, á las seducciones de la córte y á todas las influencias del dinero ó de la vanidad; y está mucho mas espuesta á la citar, latonería de ios hombres de mediano talento, que se intimidarán ante el público y que se encuen- tran cómodos en un comité ; y finalmente partici- pa mucho menos del sentimiento de su dignidad y de su importancia en el Estado. Cuando por otra parte, es una asamblea de- masiado . numerosa, cuando pasa de seiscientos á ochocientos miembros, no se le puede hablar ya mas que desde la tribuna por medio de arengas: entonces el debate se encuentra limi- tado á aquellos que tienen una voz estentórea y una firmeza, que no quebrantan los tumultos. } uo son esfos siempre los medios mas recomen- dables. Para dirigirse ademas al vulgo lian me- nester de la elocuencia mas bien que del ta- lento de discusión y tratan de despertar las pasiones en vez de dar á conocer la razón pro- fundamente. 1 En los países, en donde el monarca es casi omnipotente» si todas las clases pudiesen espre- sar al mismo tiempo su voluntad, se coloca- rían en las filas de la oposición. Se ha visto = 393 ya e nudos antiguos Estados de i' rancia ; la no- bleza y el clero no eran menos 'liberales que los diputados! del pueblo, esocdiei violes frecuen- temente en entusiasmo. La aristocracia halda que- dado del mismo modo dueña en Inglaterra de uu gran poder, porque se * bahía colocado á la cabeza; del pueblo en torios- los combates por la libertad y ícente á frente del trono nece- sitaban ios pequeños el se i' apoyados por los grandes. Sin ellos hubieran sido fácilmente mnte- i n ¡dados ó seducidos y cual qu iera* represen! ación nacional, que se priva voluntariamente de los hombres eminentes, que habrían podido diri- giría, . no larda mucho en verse reducida á la mas silenciosa impotencia, .Bien sabia Carlos Y, lo que hacia, cuando eu 1548, después de haber, derrotado á los comu- neros, alejo de las cortes no á los procurado- res de las ciudades, sino a los diputados de los grandes y prelados, que osaban solos hacerle frente. Desde entonces las asambleas naciona- les de España, divididas en provincias, reduci- das en número, en dignidad y en energía no se atrevieron mus á defender ninguna de sus libertades. (1) ' ; Lo que las naciones , que progresan h.ácin la libertad deben exigir de sus soberanos, lo que tienen derecho de obtener es que la re- presentación nacional sea el gran consejo de la (!) Cs tern osada la observación do Síamomlí que habiendo pre- tendido algunas provincias tener voto en cortes se opusieron tenaz- mente ú su demanda los ra presentantes de las ciudades que goza- ban de eslu prcrogativa. (fi. del T.) = 394 = nación, el consejo que mas tarde ó temprano debe intervenir en todo , y dar sobre todo su dictámen. Esto no impide que el poder eje- cutivo pueda tener necesidad y tenga una ente- ra independencia para el buen éxito de sus ope- raciones, ya dentro, ya fuera del reino. El mi- nisterio debe tener el derecho de rehusar al gran consejo de la nación el conocimiento de una transaeion no terminada, que declare ne- cesitar del secreto. Pero no puede declarar en ningún caso que no entre en las atribuciones de los representantes del pueblo un negocio, ni que les sea rehusado para siempre su conoci- miento. Los pueblos no pueden contar con otra ga- rantía mas que con esta inspección nacional, que es la publicidad de los asuntos. Se ha estable- cido, como principio, que debe restarles aun otro poder, el cual les sirva de arma defen- siva, á saber: que á los diputados del pueblo debe pertenecer esclusi va mente el derecho de conceder las contribuciones. Es indudable que este derecho no perteneció originariamente á to- das las dietas, pero también lo es que los so- beranos lo concederán siempre de mala voluntad y que siempre se mostrarán celosos de tal pre- rogativa. Si no es posible el obligarlos á que lo restituyan, no debe esto afligir á los pueblos en demasía; por que este derecho es mas apa- rente que real. Los diputados conocen, en efec- to, por sí mismos, que la negociación de los sub- sidios trastornaría la fortuna del Estado, y lo = 395 = precipitaría en una revolución espantosa. Asi, pues, luego que el parlamento de Inglaterra ó las cámaras de Francia se han asociado real- mente al gobierno, no han hecho jamas uso de un medio tan estrerno. En los siglos prece- dentes rehusaban, en efecto, los Estados gene- rales y los parlamentos los subsidios; pero era frecuentemente por una sórdida economía y una completa ignorancia de las necesidades del Es- tado; Y como es necesario que la máquina ca- mine; era seguida cada una de estas negacio- nes de alguna leva de dinero hecha irregular- mente por la corona, ó de alguna concusión, que comprometía al par la paz pública y ia fortu- na privada. ( Lo que pone la hacienda de las monarquías constitucionales al abrigo de las dilapidaciones es la discusión pública y profunda de los pre- supuestos y de ios gastos del Estado y el de- recho concedido á los diputados de la nación de intervenir en todo, examinando y exigien- do cuentas al par. Ningún ministro osaría pre- sentar á una asamblea de diputados nacionales, si es al menos bastante numerosa para inspi- rar respeto, una lista de pensiones de favoritos ó de tesoros prodigados á las damas, de estable- cimientos fundados para hijos ilegítimos, ni de suntuosos edificios levantados para satislacer el capricho del príncipe. Ningún ministro osaría anunciar al mismo tiempo el establecimiento de nuevos impuestos, para atender á estás prodigalidades, aun cuando la cámara no tuviese el derecho de rehusar estas 3 r. ni ocursos h evolucionamos hacia l a ubrhtad T l>íí SI’ EtITO: GOBIERNO FEDERATIVO. í iiPÉt^fitaí^ntre los amigos de la líber - tad encontramos hoy un gran lllimprn /UTO flor.lnrnn efín p v 11 ^ m e r 0 ’ ( 1 u e declaran alta- SS 1$ mente su amor por las re- (§f m Evoluciones y sus esfuerzos ^ a í a I )r °d ll c irlas. Y no su- cede esto solamente en los países, que gimen bajo una ¥ f j ~w _ „ Í^C7>ff M _ _ | ^ J^VL ^ ^ v „ w pesada servidumbre, sino en todas partes. No hay país alguno por adelantado que esté en la carrera de las libertades políticas , Inglaterra, Francia y Bélgica por ejemplo, en donde son tan recientes las revueltas, España, Portugal, en don- de fermenta aun la revolución, la Suiza republi- cana, y los mismos Estados-Luidos de Améri- ca, después de aparecer separados de la Fran- cia; en donde la prensa republicana no concite nuevos trastornos. No nos sorprendamos ni in- dignemos. Hemos oido decir siempre á los jó- venes que amaban la guerra, que deseaban ¡a guerra, y muchos reyes, asi como muchos pue- blos, han ligado su gloria á esta disposición be- licosa. Luego la revoluciones la guerra y la guer- ra puesta al alcánce de cada ciudadano. Es ía guerra con las violentas emociones, que excita las esperanzas ilusorias las mas veces, que á to- dos ofrece la energía sobrenatural que desen- vuelve los goces, que hace encontrar á cada cual en su propia importancia, en el ejercicio de to- das sus facultades, y en la pasión del juego en que aventura su existencia. Pero también es la guerra con las espanto- sas calamidades á que somete los países que son su teatro, también es la guerra con la muer i c, que á todas las cabezas amaga, el trastorno de las fortunas, la incerlidumbre de todas las exis- tencias, y la amenaza del deshonor para aquel que no sabe mostrar cu la ocasión virtudes, para que rio le haya preparado su vida precedente. La revolución asi como la guerra es la fil- ma razón de los pueblos y de los reyes, el úl- timo recurso de los oprimidos y algunas veces también el último medio de despertar el carác- ter envilecido de un pueblo, liria revolución pue- de ser legítima, feliz y gloriosa; pero los que la promueven no deben olvidarse minea de que 405 se arrojan y con ellos todos sus conciudadanos en una calamidad horrible , en una calamidad cierta; de que dan un adiós por mucho tiempo á torios los goces de la libertad, de la unión y del buen gobierno ; de que sacrifican todo el porvenir y de que los frutos que se prometen de este futuro están sugetos á cambios y riesgos, cuyo cálculo solamente hace estremecer cí cora- zón mas animoso. Hemos tratado en toda esta obra de com- batir la inclinación á las revoluciones, de poner en claro su ceguedad y sus peligros y de em- peñar á todos los pueblos en la investigación de los progresos graduales, esforzándose para obtenerlos de consuno con los gobiernos; aun- que sean los mas malos, antes que lanzarse á la guerra intestina de las revoluciones, que te- jos de progreso solo les ofrecen un gran movi- miento retrógado. Pero a pesar de estos consejos, que juzga- mos ser los de la prudencia, que creemos justi- ficados tanto por la teoría como por Ja histo- ria del universo, hay y habrá aun revoluciones: porque hay gobiernos, que no quieren ver sus peligros, que no quieren tomar en cuenta el poder de la opinión y del descontento de sus pue- blos. Hay gobiernos que no escuchan mas que la cólera y el espíritu cíe venganza y que no contentándose con rehusar á sus vasallos las ga- rantías debidas á los hombres, quieren ademas humillarlos y castigarlos. Hay gobiernos que des- de su origen llevan el sello de la violencia es- trangera, de la humillación nacional y cuya exis- tencia es una revolución continua. — 406 — También hay pueblos, cuya impaciencia no es- cucha consejo alguno. Y es indudablemente útil el considerar á su vez al pueblo, que acaba de esperimenlar una revolución y el investigar cual ha de ser la vía que debe seguir este pueblo, para recobrar el órden y la libertad perdidos. La revolución, como hemos indicado, es un estado de guerra. Cambiando la sociedad su go- bierno, se vé obligada á combatir de una par- te los enemigos interiores, á quienes acaba de arrebatar el poder, y de otra los enemigos es- tenores, aliados del gobierno vencido, y todos cuantos en razón á su igualdad de circunstancias esperimentan hacia él simpatías. Así, pues, la primera necesidad de un pais en revolución es la de crear un gobierno tuerte para que esté en estado de dirigir útilmente la energía na- cional Los revolucionarios tienen una idea ele- vada del poder del pueblo; pero es necesario ademas que el pueblo sea uno para ser fuerte, y por tanto es una figura de predilección en sus discursos la de que la nación se levantará como un solo hombre. Menester es ante todo or- ganizar la voluntad que ha de dirigir este es- fuerzo común. Eu semejante momento es un peligro toda clase de equilibrio, oposición y garantía de los derechos de cada cual El objeto nacional es entónces solamente la unión y la fuerza. Dos medios se presentan desde luego á la imagina- ción para conseguirlo: el primero es la elección de un hombre, al cual confie la nación todas sus fuerzas, haciéndole dueño de un poder casi = 407 = ilimitado, y esta es la revolución real; el segun- do es la reserva del poder eu manos del pue- blo para dirigirlo por una voluntad sola, por la voluntad de la mayoría y esta es la revolu- ción democrática. AI primer golpe de vista que se echa sobre la historia habría motivo para creer que las levoluciones reales han tenido, generalmente ha- bando, éxitos brillantes. Preséntense á la me- moria muchos nombres como los libertadores de los pueblos, tales como los reyes, que sa- cudieron los primeros el yugo de los árabes en España, de los daneses en Suecia, de los in- gleses en Escocia, y de los castellanos en Por- tugal Un príncipe fué el que se puso á la ca- beza de la revolución de los Países-Bajos con- tra los españoles y de la que elevó á los estuar- dos al trono de Inglaterra, Pero, es necesario convenir en que las revoluciones , que tienen por objeto la independa nacional, mas bien que la libertad, son abrazadas con mas unanimidad por las naciones, tomando estas mas pronto un carácter militar y sometiéndose mas fácil- mente á la disciplina y ó la subordinación de un ge fe. El estado de violencia habitual en todas las relaciones de los hombres, que dominó durante la edad media , había acostumbrado á los pue- blos a estrecharse en torno de algunos ge fes, para demandarles su protección. Ningún ciuda- dano estaba seguro de su fortuna ni de su vida, sinó formaba parte de alguna asociación pri- vada, organizada casi militarmente y obediente en es tremo á su capitán. Una de las formas mas determinadas y conocidas de estas asocia- ciones para la defensa mutua, es la que ha lle- vado el nombre de feudalismo. Pero el mismo principio se encuentra en todas las sociedades semi-bárbaras: en todas se compone la nación de sociedades mas pequeñas, organizadas para la defensa y para la obediencia al mismo tiempo, * siendo otras tantas monarquía?, que han creído hallar su fuerza en el poder de un solo individuo. Cuando uno de los ge fes de estas pequeñas sociedades presta su apoyo á una revolución, cuando llega al poder, rodeado ya de su pe- queño ejército adicto y disciplinado; cuando di- rige su voz á otros hombres, cuyas costum- bres son de antemano monárquicas; cuando po- ne al servicio del pueblo su fuerte castillo, sus armas y sus vasallos, no es estrado que en- cuentre á sus conciudadanos dispuestos á apelli- darse bajo su bandera y á reconocerle por su rey. Tal es la historia de los libertadores de Es- paña, de Suecia , de Escocia y de Portugal y de otros muchos países, de que pudiéramos ha- cer mérito. La mayor dificultad de una revolución es siem- pre la primera organización del poder: un pue- blo que de pronto se encuentra libre de sus antiguos lazos,, no quiere ser gobernado mas que por ía persuasión. Siempre demanda la razan de cu afilio se le ordena y desconfía de todo lo que no comprende. Por tanto es una gran fe- licidad para él el encontrar un poder organi- zado que le preste su apoyo, poniendo á su ser- 409 vicio un arsenal y un tesoro y sobre todo hom- bres, que obedezcan en lugar de mandar. Gui- llermo, príncipe de Oran ge, no contribuyó sola- mente con sus talentos y con su carácter á la revolución de ios Paises-Bajos; puso al servicio de su patria sus fortalezas, su fortuna patrimo- nial y sobre todo los ejércitos que él y su her- mano levantaron con m dinero y su constan- cia en Alemania. Su viznieto Guillermo íll dio cabo á la revolución de Inglaterra con la ayu- da de sus tesoros, de sus ilotas y de los solda- dos holandeses, que formaron el centro de su nuevo poder. Si un príncipe se pone francamente á la ca- beza de una revolución, si uno de los pequeños soberanos, entre quienes se halla dividido un gran país, quiere establecer la libertad yin in- dependencia de éste y si pone con este objeto al servicio de la nación su propio Estado, sus fortalezas, sus arsenales, su crédito y el cua- dro de su ejército, segunda indudablemente la revolución de la manera mas terminante, pre- parándole el mejor y mas feliz éxito. Nadie pu- diera tener un título mas respetable para llegar á ser el monarca constitucional de la gran na- ción, á quien habría salvado. Cuando del mismo modo el monarca absolu- to de una nación se resuelve por las circuns- tancias á echarse en brazos de su pueblo, re- conociendo y aumentando sus derechos y exi- giendo en cambio su apoyo, ya sea que un con- quistador estrangero 1c amenace desde afuera; ya que un usurpador 1c disputé sus derechos == 410 — dentro del reino; ora que paralice durante su minoría una regencia sus fuerzas; ora que las disminuya el desorden de su hacienda ú otra calamidad semejante; adquiere este monarca un justo título á ser el gefe constitucional de su nación. Pero entónces lia sido obtenida la victoria sin guerra, esto es sin revolución; los verda- deros amigos de la libertad deben trabajar con todas sus fuerzas en que no tenga lugar a- quella , en que todos los progresos sean le- gales y graduales y en que el ' pueblo no pier- da el sentimiento del orden, del respeto y de la obediencia á las leyes; curando al mismo tiempo de que ninguna de las costumbres que forman la vida de las naciones sea violentamen- te interrumpida, y de que el príncipe, en fin, no se arrepienta de haber prestado su podero- sa ayuda ¿la libertad de su patria. El cambio político, que acabamos de suponer es uno de los mejores que pueden presentarse á las naciones, que no son libres todavía: nece- sario es guardarse de malograrlo, abusando de sus efectos. Mas en nuestros dias hemos visto revolucio- nes monárquicas en muy diversas circunstancias. La revolución era algunas veces la conquista del pueblo, debida únicamente á la fuerza ; y este pueblo victorioso después de haber procla- mado sus derechos después de haber hecho re- conocer en una carta constitucional los poderes, que guardaba para sí, se ha dado prisa á co- locar de nuevo la corona sobre la cabeza del = 411 = mismo príncipe, á quien la había quitado, obli- gándole solamente por medio del juramento á ejercer para en adelante en beneficio común el poder, que antes ejercía en contra de todos los individuos. Hemos visto en otras ocasiones verificada igual- mente la revolución por la fuerza del pueblo solo y que cuando ha obtenido la victoria, lia diferido el poder, no á aquel á quien lo había arrebatado , binó á cualquiera otro príncipe es- tro ño á la revolución , que no le había pres- tado asistencia alguna, ni ofrecido ningún apo- yo, y á quien buscaba frecuentemente en una raza eslrangera entre hombres de otras costum- bres, de otra religión y que usaban de otro lenguage. Solo se le exigía el título y las con- sideraciones , que á su ilustre sangre debían los demás reyes de Europa. Semejante conducta de los pueblos es digna indudablemente de estima; porque procede del misino respecto hacia las formas establecidas, las costumbres y las preocupaciones, que he- mos tratado basta ahora de inculcar. Pero se halla igualmente contrariada por otras preocu- paciones y costumbres, que están implantadas en el corazón humano y que han hecho casi siempre producir malos efectos á las revolucio- nes monárquicas. Es bastante raro que los so- beranos absolutos comprendan debidamente ios derechos de los pueblos, para admitir como un principio, que puedan estos limitar los suyos; y no lo es menos que abriguen mas recono- cimiento liácia la magnanimidad, que les ha co- roñado que resentimiento hacia la violencia que los había arrojado del trono, ni tampoco que se juzguen obligados por juramentos , que les parecen siempre arrebatados por la violencia. Algunas veces piensan, ademas, que los mu- chos peligros ó el camino de las circunstancias los dispensan de lu cumplimiento: otras encuen- tran cortesanos, consejeros y antiguos servidores que Ungiéndose adictos, les persuaden que la na- ción entera ios releva de sus promesas; y otras, en fin, aseguran que el director supremo de sus conciencias, el mismo pontífice romano ios ha absuelto de sus obligaciones, autorizándolos al perjurio. ^ Nos abstendremos de irritar aun mas la opi- nión pública, presentando aquí la lista de to- dos los soberanos, que han violado en nues- tros dias las mas solemnes obligaciones contraí- das con sus vasallos. Los pueblos engañados concebirían una indignación tan profunda, si viesen de nuevo las declaraciones, los discursos, ios juramentos prestados, las muestras de a fcc- í íí)n y de confianza trocadas, los tratados pues- tos bajo la garantía de toda Europa, como com- pensación del sacrificio de una antigua naciona- lidad, violados del mismo modo; que solo pen- sarían en tornar venganza. Nuestro deber es al contrario el de calmar este resentimiento, preparando, si es posible, una reconciliación completa, y esplieándo por conse- cuencia como era natural á su posición, y como dedo de su educación tal vez inevitable la ilu- sión, en que han caido los reyes sobre el valor de los juramentos constitucionales. Pero la mis- ma consecuencia de estos principios de mode- ración enseña que no se debe confiar en los re- yes. Si en las futuras revoluciones, son arroja- dos rio su patria otros soberanos, como lo fué Carlos X, no acusen mas (pie al ejemplo funes- to y casi universal, que han dado desde el prin- cipio de este siglo los reyes, que habían contraí- do obligaciones con sus pueblos, violándolas escan- días moderación había y mas prudencia á Jo que parece, en llamar á un príncipe es ira lige- ro para confiarle los frutos de una revolución consumada En lugar tic quitarle una parte de sus prerogativas, se le daba aquello, á que sabia no asistirle derecho alguno. Su reconocimiento para con el pueblo, su amor á la revolución pa- recían ser puros, pues conocía las condiciones, con que se ie había conferido la corona y las ha- bía aceptado libremente. Mas no debe creerse sin embargo, que sea fácil en tales circunstan- cias el fundar una monarquía constitucional. No mantiene una nación solamente á un rey, porque ha proclamado en una asamblea cualquie- ra, que confiririá á un hombre solo la corona. 1 n rey es el representante y el defensor here- ditario de ciertos intereses, de ciertas afecciones y de ciertas preocupaciones al par: un rey es un ge fe, cuyo título, cuyo derecho al poder es, según los realistas, indisputable y que no pue- de ser enagenado, ni serle conferido por nadie: pero á los ojos dé estos mismos realistas os un rey creado por una revolución un , usurpador. 411 Niegan el que pueda ser roto el contrato con el antiguo gobierno; niegan que la asamblea que ha proclamarlo al nuevo haya tenido el dere- cho de nombrarlo rey y niegan finalmente que este haya podido aceptar lo que á otro! pertenece, sin mala fé y sin cometer un gran crimen. Y estos enemigos del nuevo poder, estos hom- bres que se glorian de serle opuestos, son jus- tamente los que deferían ser el apoyo del tro- no, los que mantienen las antiguas leyes, las antiguas costumbres y todas las tradiciones del poder con todas las posesiones hereditarias. Estos hombres son los defensores notos de la autori- dad contra las pretensiones populares, los queco- locados en eminentes situaciones, dan el ejem- plo que ha ele ser seguido hasta de aquellos que no participan de sus principios, y cuya oposición pondrá de moda toda clase de oposición; no pu- diendo ser castigada su conducta sediciosa y sus continuas conspiraciones, sin arrancar un grito universal á la tiranía. Primera dificultad: los de- fensores naturales del trono son los enemigos del nuevo rey. Pero este rey nuevo ¿podrá tener mas confian- za en los que le han dado ia carona? Llenos aun del resentimiento que alimentan contra aquel, á quien han desposeído, acostumbrados á com- batir la potestad real, á desconfiar de todos sus procederes, á temer y á restringir todas sus prerogativas, compararán estos últimos lo que vean hacer diariamente á su elegido cori lo que su predecesor practicaba. En todos sus actos, que tiendan á las costumbres monárquicas verán oíros — 415 = tantos designios de contra-revolucion; y supon- drán que se endereza á la usurpación, siempre que sean despreciadas sus propias miras y des - atendidos sus proyectos. Criticarán con amargu- ra su conducta tanto por que han contraído se- mejante costumbre en los combates precedentes contra el trono, como por que les parecerá mas conforme con su carácter usar de un lenguage, que siempre ha sido suyo, y traspasarán en fin los límites de sus propios principios por la turba de los partidarios, con cuyo auxilio se llevan á cabo las revoluciones siempre; gentes bravas pe- ro impacientes, que se arrojan enmedio del com- bate por amor de la acción , mas bien que por amor de las ideas, que gozan de importan- cia momentánea, durante una revolución, y que quisieran volverla á comenzar el día que termi- nase; gentes buenas para destruir; pero con quie- nes es imposible levantar una sola piedra en el edificio de las sociedades. Segunda dificultad: los factores de la revolución llegan á ser los ene- migos del rey que lian nombrado. Asciende últimamente al trono este rey con las preocupaciones de la raza real , entre la cual ha sido elegido. Y no son los sufragios ni la aprobación de los revolucionarios lo que ambiciona, sino los de los hombres adictos al antiguo régimen de cosas, de los cortesanos y depositarios del buen tono anterior. Y no es la alianza de I05 gobiernos libres lo que Ies lisongea, sitió la de las antiguas monarquías, la de aquellas, que al espíritu del siglo resisten. No olvida un punto que en la asamblea de los reyes es un aven- 41 G tu rom y Se parece necesitar de exagerar todas las cualidades reales, para darse á conocer ven- tajosamente. IS T o hay una prerogalivgt, ni una etiqueta siquiera de la corte tío sus predeceso- res, que no' intente revivir enaste concepto. El talento y el genio mismo no sabrían po- nerle á cubierto de estas pequeneces, como se ha visto en Napoleón. Este rey nombrado por el pueblo, lia aprendido al misino tiempo á co- nocer mejor que ningún otro rey el poder del pueblo y del espíritu revolucionario y sabe muy bien del modo que cafó su antecesor, para no pensar en que puede caer de la misma mane- ra. Su desconfianza está sin cesar excitada, v su trabajo para afirmarse, para embotar las armas, cuyo uso teme, y para arrebatar al pueblo las prerogativas, cuya eficacia conoce, es intermi- nable. Tercera dificultad : el rey, que ha sido fruto de la revolución es el enemigo crias vigi- lante de las revoluciones. Cuando se estudia el reinado de Guillermo III de Inglaterra, se observa cuán resbaladizo fue el trono para él, hasta el final de su imperio y cuánto trabajo tuvo este hombre de un carác- ter noble, de un buen talento y de una gran- de reputación militar para sostenerse entre los realistas, que no le querían y los republicanos que no querían sus prerrogativas. Tal vez no hubie- ra podido acertar á mantenerse, sin la constan- te y fiel asistencia, que encontró en Holanda; y sin embargo no solamente era Guillermo el restaurador de la libertad política; sino también el defensor de la religión nacional § el cam- peón del equilibrio de Europa. = 417 s Respecto a los reyes, que tienen otra reli- gión, que son de otra raza y que hablan otro idioma distinto del que usan los pueblos que los han asentado sobre el trono, tales como en nues- tros dias los vemos en algunos paises, si acier- tan á mantenerse en tan elevado puesto serán dignos ciertamente de elogio por su moderación y su habilidad. Pero el papel, que son llamados á representar es muy diíicil y ofrece muy pe- ligrosos riesgos, para que las naciones que se echan en brazos de una revolución no duden colocar- se con sus ge íes en una situación tan inquieta. Por esta razón los factores de las revolucio- nes, los que muestran mas vigor en la lucha, que les hace acertar, se inclinan mas bien á una revolución democrática que á una revolución real. Esta inclinación ha sido confirmada generalmen- mente por la esperiencia de los últimos años; y todo el partido que se llama revolucionario y la prensa, que lleva igual título, no consienten nunca en reconocer ha jo este nombre mas que á los revolucionarios democráticos . Pero aun hay mas: como estos factores saben perfectamente que una revolución, tal como ellos la desean, encenderá al propio tiempo una guer- ra interior y esterior; como conocen que su na- ciente Estado tendría que defenderse contra los mas temibles enemigos, quieren que este Esta- do sea fuerte desde su cuna y que en su día primero se lance armado al combate. Y como les parece que la fuerza no puede pertenecer, últimamente, mas que á las grandes naciones con numerosos ejércitos, grandes flotas, poderoso» Tomo 1. a 27 * = 418 = arsenales é inmensos tesoros, sueñan siempre en la creación de una república única é indivisi- ble, de una democracia gigantesca , que por medio de una sola voluntad, la voluntad de to- dos los individuos, ponga en movimiento millo- nes de brazos. Más si las Revoluciones reales están rodeadas de dificultades y de peligros, que aparecen co- mo insuperables, las revoluciones democráticas, verificadas con la esperanza de conservar la in- tegridad de una gran nación, parecen venir á estrellarse contra la imposibilidad. Hasta ahora no nos presenta la historia el ejemplo de una gran democrácia existente, ni mucho menos el de una gran democrácia establecida de pronto. Cuando calculamos de una manera abstracta, los riesgos del éxito de semejante empresa y las resistencias, que se han de oponer á su lo- gro, no entrevemos medio alguno para asentar los cimientos. La revolución democrática no a- parece á nuestra vista mas que como un gran disolvente de la nación, que rompe su lazo pri- mitivo y con él toda clase de deberes y toda idea de sacrificio y de obediencia. Solo deja subsistir en el suelo, que ocupaba la gran mo- narquía, sus elementos primitivos, á saber: in- dividuos en todo independientes entre sí, ó cuan- do mas las asociaciones locales de las ciudades y de las villas, ya sea que estas no hayan si- do envueltas en el naufragio universal, ya sea que la necesidad perentoria de la población las haya hecho renacer tan pronto como fueron di- sueltas. Cuando para obtener fuerza y poder con estos elementos esparcidos, se hacen esfuerzos para anudar de nuevo los desatados vínculos, no es cier- tamente una república indivisible lo que puede formarse, cuando mas es solo una federación. Téngase presente que cuando una revolución ha roto el lazo de una constitución antigua se han visto caer, como era debido, con el rey espe- sado todos los funcionarios, que merecían su con- fianza: no resta ya cuerpo alguno constituido, ni autoridad legítima, ni leyes, ni regías, á no ser las que sancione un nuevo ejercicio de la ra- zón pública; nada mas resta que el pueblo, pero el pueblo antes del contrato social. La mayoría no tiene, ademas, derecho alguno, ninguna sombra do derecho sobre la minoría de este pueblo, siuú es ya el que esta minoría consienta en darle. Si con mayor razón se inten- ta ligar este pueblo por la ficción moderna de la representación; si so quiero considerar como su voluntad la que es presa la mayoría de sus elegidos, aunque no la haya antes demostrado; es necesario que haya comenzado por convenir uná- nimemeníe en que nombraría sus diputados por ía mayoría y en que se sometería á ío que es- tos determinaren por mayoría, como si ío hu- biesen querido todos unánimemente. Si todos los individuos de la nación pudieran reunirse de común acuerdo en la pinza pública, á menos que no empezasen por convenir por una- nimidad en que las decisiones del mayor número eran obligatorias del menor, ci voto de la mayo- ría no pudiera ser una ley, ni la obediencia ele = 420 = R la minoría tendría otro carácter mas que el de la esclavitud. Y si todos estos individuos se encuentran di- seminados sobre un vasto territorio, sinó hay po- sibilidad alguna de reunirlos en una asamblea, necesario es exigirles una abnegación mas pro- funda de su voluntad y que renunciando desde luego á tomar por sí mismos una decisión , se resignen á limitar todos los derechos á la elec- ción de una diputación, reconociendo como su voluntad propia cuanto sus diputados en su re- presentación dispusieren. Menesteres que pro- metan ademas el reconocer como voluntad suya lo contrario de lo que hubieran querido ellos mis- mos y sus diputados, si otros diputados que no conocían, nombrados por electores, que tampo- co les eran conocidos, asi lo determinasen. No solamente no ha dado ninguna nación este con- sentimiento unánime, sinó que si le fuese exi- gido, es probable ó que seria rehusado por una- nimidad, ó que después de algún tiempo de es- periencia seria retirado , asi que la nación se apercibiese de que las órdenes de sus delegados eran opuestas á sus voluntades. Sabemos que los que consideran solamente como legítima á esta nueva institución de la soberanía, habiendo echado en cara amargamen- te á la revolución francesa de 1830 el no ha- berse sometido á esta sanción, creen que en un momento de convulsión general y de peligro, no seria difícil conducir á una nación al térmi- no de proclamar estos dos principios, del poder de la mayoría sobre la minoría, del poder de = 421 = los representantes sobre los representados, de- clarándolos al mismo tiempo irrevocables. Creen que estos principios podían reunir, sino la una- nimidad, al menos una mayoría tan considera- ble que la minoría pudiera ser tenida en na- da; pero, en nuestro concepto, la voluntad voluble y mal ilustrada de una nación no es su voluntad verdadera, no es un acto sobre el cual pueda reposar todo el edificio social; y la de- claración de que un contrato semejante es irre- vocable no es mas tampoco que una sorpresa hecha al pueblo. Si una sanción de este género hubiera sido dada, de otra parte, por el pueblo á una revo- lución, le darían ampliamente ocasión de revo- carla las ilegalidades patentes y las faltas de for- malidad de todas clases, si se tomaba el tra- bajo de investigarlas. La sociedad no ha podi- do, en efecto, hasta el establecimiento de la cons- titución permanecer sin autoridad protectora, pues que desde su nacimiento ha debido defender- se de inminentes peligros. Sin embargo estas autoridades ilegalmente constituidas vician todas las operaciones en que toman parte. Y ademas no puede considerarse como concluido un con- trato hasta que es aceptado recíprocamente por las portes contratantes ; por lo que no podría ser simultánea en un gran pueblo aceptación se- mejante. La obligación contraída en un lugar de someterse á la mayoría y á la autoridad de los delegados es anulada, si en otro lugar se vé rechazada ó es admitida con corta pizas. Nada decimos del absurdo de plantear las ba- = 422 — S63 üe una constitución nueva, de esta obra de la meditación mas profunda y de la mas alta fi- losofía en el momento, en que están excitadas todas las pasiones: en que el peligro diario es- torba el pensar en el porvenir y en que las le- yes son obra de las circunstancias y no un mo- numento levantado á la esperanza de lo futuro. Nada dirémos de la rareza de pedir á una nu- merosa asamblea ó á una convención una obra del genio, que surta de una sola concepción y forme un todo completo y proporcionado en to- das sus partes; mientras que por la prueba mas sencilla no se encontraría á esta asamblea en es- tado de compilar una inscripción, según el em- barazo que las concesiones mutuas, que estos miembros deben hacer á las opiniones divergen- tes, ponen no solo en el pensamiento; sino tam- bién en :1a redacción. Solo queremos establecer que en el sistema de aquellos, que no admiten mas soberanía que Ja del pueblo, no puede recibir distinción alguna de un grande imperio legítimamente la sanción de la mayoría de la nación. ¿Qué dirémos, por lo demas, de la mayoría y de los derechos que puede ejercer ó delegar? Después de una revolución no queda mayoría en nación alguna para la constitución del gobierno; pero sí un gran número de minorías que sirven para sostener entre sí eí equilibrio y que son ineficaces del mismo modo en derecho é incapa- ces en el poder, para fundar una constitución ó un gobierno. Cuando se pregunta á un pueblo. « lEsíás descontento de tu qoMemol» es bastan- te probable que se encuentre una gran parte de ciudadanos, que respondan: sí. Pero si se añade otra pregunta mas: ¿Por qué? ya esta mayoría se dividirá en un gran número de minorías, cada una de las cuales presentará un agravio diferente, mientras disculpará lo que la otra condena. Si se hiciera al pueblo una tercer pregunta: ¿Qué quie- res poner en su puesto? Tal vez se encontrarían tantos consejos como cabezas, sobre todo si cada individuo se viera obligado á esponer los porme- nores de su proyecto. Y ciertamente ninguno reunirá al menos el asentimiento completo de la mayoría, un asentimiento que no sea violentado, ni hijo de una ciega confianza. Cualquiera que piense de buena fé debe re- conocer, ademas, que una constitución nueva, un nuevo gobierno no puede nunca proceder de la voluntad soberana del pueblo por la senda re- gular y legítima que algunos teoriistas han tra- zado en su cerebro. La casualidad, una fuerza su- perior, circunstancias que no se podrían proveer de antemano, colocan momentáneamente el po- der en las manos que le conservan 6 le des- truyen. Así, lo que nos parece oer el grande obs- táculo del buen éxito de úna revolución democrá- tica no es ciertamente su falta de autoridad le- gítima para crear una gran república, sinó su falta de hombres y de medios para constituir el poder definitivamente. • . c Antes de la revolución existia, en efecto, ana autoridad pública sancionada por la costumbre, á la cual rendían todos los ciudadanos la obedien- cia, sin reflexionar y sin disputar con ella. Des- = 424 = de el pimío, en que esta desaparece solo queda la confianza de que pueda fundarse otra nueva. A nadie se le reconoce el derecho de mandar; pero se obedecerá seguramente á aquellos que aparezcan animados de seniimien tos patrióticos; que sean tenidos por ilustrados con el estudio y la esperiencia y que sean mirados como dispues- tos á procurar la felicidad pública: se íes obe- decerá, repetimos, mientras que dure esta con- fianza. Para inspirar, pues, confianza, es necesario ser conocido. En un país libre, en un país en que cada hombre eminente anhela las distinciones y sigue con esta esperanza una carrera pública, obra en presencia de todo el pueblo, habla á puerta abierta y sus acciones ó sus escritos son comentados por los periódicos. Entonces se pro- nuncia cierta especie de opinión pública con an- ticipación sobre las capacidades. Esta opinión pue- de ser á menudo engañosa y engañada y sin em- bargo prepara á los ciudadanos á dar sus sufragios. De un estremo al otro de ía Union america- na, cuando se trata de nombrar un presiden- te, despierta el nombre de un candidato al me- nos una idea. Costaría tal vez mas trabajo el encontrar: nombres conocidos de todos, si se tra- tase de qué votará del mismo modo toda la Union sobre la formación de un consejo ejecuti- vo, y no obstante son tan públicas las acciones de iodos los individuos y sus pensamientos rea- les ó afectados proclamados tan altamente, que ninguno de aquellos que mereciese concurrir al poder podría ser desconocido enteramente por la fama. 425 Pero ensáyese una elección pública en un pais que acaba de hundir una revolución en el des- potismo; ensáyese solamente en un país que ha- ya visto derrocarse el gobierno débil y sospe- choso de las modernas monarquías, que temen el ruido, que quieren ahogar la opinión y que exi- gen que hasta el bien se haga silenciosamente. ¿Cómo se hallará en él una gran reputación, un nombre popular, ni un personage que re- presente por sí solo una serie de ideas? Son nuestros lectores gente que hallan algún atrac- tivo en el estudio déla ciencia social, y esto basta para que conozcan mejor las celebridades eu- ropeas que las masas de los pueblos, las cuales no conocen en una monarquía las celebridades de su nación. Ensaye, pues, cada individuo de ios que á ollas pertenecen el nombrar por sí solo los miembros del gobierno , que quisiera dar al Austria, á la Prusia, á Dinamarca ó ó otra cualquiera de las monarquías de Euro- pa : probable es que no se ocurra á su ima- ginación ni un solo nombre. Y no estriba todo en esto: se ha soñado, se ha deseado una revolución democrática en los países, que están ahora divididos en gobiernos independientes, tales como Italia ó Alemania, con la esperanza de aprovechar esta grande conmo- ción para reunidos en una sola y colosal repú- blica democrática. Menester seria, pues, que en estos países, en donde todo camino, que á la celebridad política endereza se halla cerrado, en donde esta prohibida ahora toda clase de dis- cusión pública, una elección popular, una elección ±± 426 = líbre y racional pudiese designar á aquellos á quienes conviniera confiar la soberanía, y que los ciudadanos de la mayor parte do estos pe- queños Estados los fuesen á escoger, si se quie- ro alcanzar una mayoría , entre los ciudadanos de otros Estados pequeños, en los cuales solo ven ahora estrangeros y rivales. Recuérdse que es necesario una larga práctica de la libertad, un largo ejercicio de los derechos políticos antes de que los ciudadanos llamados á una elección popular vean en ella otra cosa mas que una vana forma, en la que toman parte sin reflexión antes de que liguen con ella ninguna voluntad, ni pensamiento. Efectúansé, generalmente hablando, las revo- luciones en las capitales; allí es en donde se ha encontrado al monarca y se le ha vencido, allí en donde se ha encontrado una población numerosa y pronta á inflamarse por las pasio- nes políticas y allí en fin, donde están reunidos todos los hombres que por su costumbre en los asuntos, sus talentos 6 m celebridad son propios para componer el nuevo gobierno. Si la capital es la de una grande monarquía, acostumbrada á dar por mucho tiempo el tono y el impulso d la nación que la mira como su gloria, dispondrá esta capital del poder, nombrará el nuevo go- bierno ¿imprimirá su movimiento d todas las rue- das de la administración, porque casi todas están en su seno. Él pueblo obedecerá y esto es pro- bablemente lo mejor que debe hacer. Enténces se tendrá tal vez la democrácia de una gran ciu- dad gobernando una gran nación; pero no una nación libre y soberana. = 427 = París, comparado con todo lo demás de Fran- cia, está en posesión de una superioridad tal de ilustración, de riquezas, de luces -y de cono- cimientos en los asuntos públicos que; las reso- luciones tomadas por esta capital encuentran po- ca oposición por parte de las provincias. Estas están acostumbradas á recibir del centro la mo- da del pensamiento, asi como la de sus tragos y sus muebles. . r > • • - l. i ■ Pero fíjense las miradas en cada una de las grandes monarquías de Europa, y no se encon- trará ninguna, en donde la capital ejerza la mis- ma influencia. El Austria, formada del conjunto de Estados independientes, no tiene, una lengua común, cada uno de los reinos, de que se com- pone, se envanece con su lengua nacional y está resuelto á conservarla; cada una de sus capitales tiene opiniones propias, ilustración propia, afec- ciones y celos, á los cuales no quiere renunciar en modo alguno. La Prusia es una amalgama, mas reciente y ménos homogénea aun* de partes — i * ■ . I / Las guerras civiles de España nos ponen en claro que el carácter nacional de los pueblos dir Ycrsos, reunidos bajo el mismo cetro .por Fer- nando Y é Isabel 1, se reproduce aun hoy con tanta obstinación como vigor; por lo que Bar- celona recibe siempre, por ejemplo, con descon- fianza los decretos impresos por el espíritu de Madrid. .(1) *,í ¿Como, pues, los que sueñan una república, for- • • ’ 1 * - ’ ’ , ‘ * 4 r > (i) Esta era la gratule obra, que concibió el cariíenal Jimé- nez: ile Cisncrosj y el punto á domlp hubieran debido encaminar- = -428 = mada de todos los pequeños Estados de Alema- oía, ó los de Italia, han podido persuadirse de que las rivalidades y las desconfianzas entre tan- tos pueblos independientes serian olvidadas, no por algunos pensadores ó entusiástas, sinó por la masa del pueblo, que escucha sus afecciones sus recuerdos, sus preocupaciones mas bien que sus razonamientos? ¿Cómo no han previsto que todas estas antipatías locales se despiertan con amargura en el momento, en que la legislación general viene á decidir de las cuestiones, so- bre las cuales tiene formado cada pueblo un jui- cio diferente? Menester es haber asistido á una discusión de de la dieta de Suiza , para formar una idea de la prodigiosa variedad de las voluntades populares sobre cada una de las cuestiones de legislación y de administración. Las veinte y dos repúbli- cas de Suiza, celosas de sus derechos de sobe- ranía cantonal, han restringido singularmente pa- ra toda la Suiza el campo de las decisiones obli- ga Lorias que pueden ser tomadas por ía dieta; las cuales, emanando de una sola autoridad fede- ral, llevan el nombré de conclusa. 4 Pero en cuanto á los objetos, que dependen de la autoridad soberana de los cantones, seria de desear ó menudo que estos adoplasen una marcha común. Con este objeto esta encarga- ' ‘ ■ - . j * - t r vj ' te los esfuerzos de los gobiernos, que 1c sucedieron; poro por na error, que es imperdonable de lodo punto so creyó que el redu- cir á nnó solo todos los caracteres y hábitos de ios antiguos rci~ nos do Es pañas era obra dol tiempo y este ha probado después t e h jjunos sifjlos cuan fuera de camino iban los qne asi pensaban y cuán acortado entubo Cisneros, cuando trató do crear entre nuc*' tros abuelo* únasela nacionalidad, {s, DEL ss 429 — # da habitualmente la dieta de negociar concorda- tos, los cuales son tratados para arreglar solo en- tre los cantones concordantes, los puntos de le- gislación, sobre que necesitan mas bien po- nerse de acuerdo. Estas dos clases de proyectos forman los tracianda, que se someten anualmen- te á la deliberación de la dieta. Cuéntase comun- mente un centenar en cada reunión; pero es muy raro que la dieta llegue á tomar una resolución so- bre mas de diez ó doce. A menudo se deja el negocio para el año siguiente; porque ha sido im- posible el obtener mayoría á ninguna de las pro- posiciones, que en sentidos opuestos se han pre- sentado. Otras veces se determina la dieta á desechar una cuestión ó á declarar que no sea para en adelante objeto de las deliberacio- nes, habiendo demostrado la esperiencia que no había medio alguno de tomar sobre ella un partido seguro. Entre estas cuestiones, que es casi imposible resolver, se hallan algunas ligadas ó los progre- sos de la economía política: tales como la libre circulación de las mercadurías de uno á otro can- tón, la supresión de ciertos impuestos, la regu- laridad, que debe obtenerse en los pesos y me- didas, la uniformidad de la moneda y Ja supre- sión del vellón de cobre, la fidelidad y respe- to de los correos á las cartas y su independen- cia del estrangero. Otras tienden ó los progre- sos de la jurisprudencia, tales como la reforma del código federal de la milicia, la legislación de las bancarrotas, la de los secuestros á los pri- vilegios, que se han atribuido los acreedores can- = 430 r= tonales sobre los bienes de sus deudores con pre- ferencia á los estimaos y á los demás suizos. Otras son, finalmente, medidas destinadas á restringir los ogérizas locales y á refundir para en adelante los veinte y dos pueblecitos en la unión de la patria común. Tai es el derecho de establecimiento reclamado por todo suizo de uno á otro cantón, ó la legislación sobre aque- lla cíase de hombres tan numerosa que llevan el nombre de hcimathloses; porque afinqúe na- cidos en Suiza, no pertenecen á cantón alguno ni comunidad, rii forman, según la significación de la palabra alemana ninguna parte entre ellos. Cuando ia relación de los trabajos de la die- ta es sometida anualmente ai consejo soberano de cada república y se sabe allí que ha sido imposible alcanzar decisión alguna sobre cues- tiones vitales 6 sobre aquellas que parecen es- tar completamente ilustradas por la ciencia, se manifiesta casi siempre en el referido consejo una viva impaciencia; se acusa de impotente á la dieta, se siente que no sea soberana y que cada diputado se encuentre con las manos ata- das por las instrucciones de sus comitentes. De aquí las demandas renovadas con tanta instancia para la revisión del pacto federal; de aquí las proposiciones para que los diputados concurran á la dieta sin instrucciones' de sus Estados so- beranos, para que puedan votar con plena li- bertad sobre todas las cuestiones y para que sus votos liguen á toda la Suiza. ¿Se ha reflexionado, no obstante, sobre el al- cance y estension de estas demandas?.. .¿Se ha — 431 — calculado bien cual seria el efecto de la pro- mulgación que trastornaría sus antiguos usos, que chocar i a con sus preocupaciones y que seria re- chazada por su voluntad casi unánime, sobre un pueblo libre y soberano? En una nación homo- génea como la francesa, hay indudablemente so- bre cada cuestión legislativa opiniones diferen- tes, y por consecuencia una mayoría y una mi- noria, no solo en el Estado, sinó en cada pro- vincia. La mayoría en cada provincia puede es- tar de acuerdo con la decisión del legislador ó rechazarla; pero en este último caso está acos- tumbrada á someterse á la decisión central, tie- ne pocos medios de contarse ó compararse con las mayorías de las demas provincias y sus vo- tos se encuentran rara vez ligados á las costum- bres ó preocupaciones locales y nunca á los re- cuerdos de soberanía. El sentimiento de los pueblos poco numero- sos, reunidos en una sola nación por un gobier- no, ya federal ó ya unitario, es en estremo di- ferente. Cada uno de ellos ha pronunciado ya, como nación independiente, su fallo sobre las cuestiones, que han de someterse á la común le- gislatura y, como tal nación, ha formado y es- presado su voluntad. Poco importa que sea es- ta conforme ó contraria á los principios de la ciencia; es la suya y antes de que se conven- zan de otra cosa solo puede la tiranía lograr que la abandonen. Si se trueca en efecto el pacto fe- deral, si se concede á la dieta una soberanía ab- soluta, todas las cuestiones podran verdadera- mente ser decididas todos los años; pero lo serán = 432 = contra la voluntad de los pueblos soberanos, que ahora las rechazan. Serán decididas con mengua de sus intere- ses, de sus costumbres, de sus afecciones, de sus creencias y probablemente también á des- pecho de los principios de. la ciencia; porque sobre todas las cuestiones, que á esta atañen, si contamos en la dieta, no las voces soberanas, sinó el número de las poblaciones que represen- tan, halíarémos que siempre son abrazadas por las mas numerosas mayorías las ideas mas hundi- das en la ignorancia. Mientras mas libre es un país ó tiene al ménos el renombre de tal, mas debe repugnar el ser gobernado en con tradición con sus opiniones y sus voluntades. Si la legislación, no obstante, violenta las afecciones ó las crencias de una con- dición ó de una persuasión , cuyos miembros se encuentran diseminados sobre toda ja haz del pais, no encuentra generalmente mas que una re- sistencia moral. Pero cuando choca con las afec- ciones ó las preocupaciones de toda una provin- cia, debe producir indudablemente una rebelión. Las clases diversas de la población en la locali- dad herida, se escuchan y escitan mutuamente: las fuerzas se encuentran tan unidas como las voluntades, la antigua organización de pueblo in- dependiente prepara medios de acción y de re- sistencia; y uniéndose siempre la idea del de- recho á la de la antigüedad, léjos de creerse un faccioso ó un rebelde cada ciudadano, que toma las armas para sustentar la soberanía de lo que fué un pueblo, se halla animado de todas las virtudes del patrióla ó del héroe. 433 Estudíense atentamente las guerras civiles de España y se verá que si los decretos de las cór- íes no hubieran herido mas que á individuos, estos individuos cualquiera (pie fuese su número se habrían sometido indudablemente. Pero las corles chocaron con provincias y estas provin- cias se acordaron entonces de que se llamaban reinos, de que estaban dotadas de vida y se han defendido. Acuérdense los que tratan de hacer una re- volución democrática que su primer principio, asi como la condición necesaria de su éxito, es el de no violar la voluntad del pueblo; porque el pueblo mismo en los momentos de entusiasmo re- volucionario, en que es mas general la influencia sóbrelas masas, no tiene mas que un corto nú- mero de voluntades comunes. A este número re- ducido debe , pues , limitarse la legislación por estar verdaderamente conforme con el principio democrático. Hasta en medio del contagio moral de una revolución subsisten en el pueblo muchas voluntades independientes y opuestas: si el legis- lador quiere someterlas á nombre del pueblo, se espone á que este le resista por todas partes á ma- no armada. Bebe al contrario abandonar todas las cues- tiones, en que no está apoyado por el asentimien- to general, á las costumbres y voluntades locales. Aun cuando descansasen solo sobre preocupaciones, no son por esto menos sagradas, estando ademas dotadas de tanta vida, que se levantaran con- tia el. Quemase tal vez fuerza para la nueva re- pública y su gobierno, y se creería obtenerla cen- Tumo l.° 2.S* === 434 = tralizando los poderes, suprimiendo i odo límite á la soberanía de los representantes del pueblo, y aboliendo todos los privilegios provinciales, con los recuerdos de listado, independiente en otro tiempo. Pero no se crea un podei, autoi izando á ciertos hombre! para dar ordenes: al contiario, solo se alcanza de este modo la debilidad, si pro- duce cada drden una resistencia y si la soberanía debe ocuparse constantemente en la represión de las revueltas. En un pais, en donde cada localidad tiene sus recuerdos, sus costumbres, sus preocupaciones y sus voluntades, es el único poder fuerte aquel que como la dieta suiza, jamas puede estrellarse con- tra semejante resistencia; en donde no puede or- denar mas que aquello que están obligados á eje- cutar todos los ciudadanos. Asi, pues, en nuestro concepto cuando tiene una nación la desgracia de hallarse empeñada en una revolución democrática no tiene ante sí mas que dos riesgos para lograr buen éxito. Si acostumbrada a formar la nación un todo, ha ligado á una ecsistencia centralizada por mucho tiempo su gloria y todas su? ideas de felicidad, pue- de entregarse á la democracia de su capital; mas solo tendrá entonces una falsa libertad y una falsa soberanía; pudiendo sin embargo salvarla enmedio de la borrasca la energía de las pasio- nes populares, centralizadas en una ciudad po- pulosa. Si al contrario esta nación se compone de ele- mentos desemejantes; de pueblos que tengan re- cuerdos y afecciones, de que no nazcan rivalida- des; de pueblos, en que cada ciudad tenga una opinión y un carácter propio, que se apoya aun sobre un principio de organización municipal ó provincial: esta nación no puede caminar, á me- nos que no adopte francamente el sistema fede- rativo. \ sobre todo no debe quejarse de su des- tino; porque este sistema le promete mas liber- tad real, mas concierto entre sus voluntades y sus leyes, mas tranquilidad, mas garantías con- tra la ambición belicosa de sus gefes, y mas fuerza, no obstante, y resistencia, si se vé aca- tada en el interior, que pudiera presentarle nin- guna otra. En todas las crisis, que trastornan las nacio- nes, se vé sobrevivir á la revolución ó renacer en el instante mismo la garantía común, la aso- ciación municipal. Hay un no sé qué tan espan- toso en la creación absoluta del poder protector de la sociedad, en la suspensión del gobierno, de los tribunales y de la fuerza pública, que los hombres, que habitan dentro del muro mismo de una ciudad, se reúnen siempre inmediatamen- te para ponerse á cubierto de semejante peli- gro. Yéselcs ante todas cosas formar una guar- dia nacional, porque conocen que la fuerza y la obediencia son para ellos necesidades mas ur- gentes aun que la libertad misma. En este crítico momento cuanto artificial exis- te en las distinciones sociales queda suspenso y brillan solo las distinciones naturales con un es- plendor tanto mas vivo, cuanto se reconoce aun mas la necesidad de ellas. Cada ciudadano llega á la plaza pública con el poder de su representa- = 436 = don y de iodos sus recuerdos. El Yulgo amedren- tado pide gefes, mas bien pronto los elige por sí mismo entre las eminencias sociales, entre las aristocracias. Aprecia en unos la larga esperien- cia y en otros los servicios prestados por ellos mis- mos ó por sus mayores. Tal es elegido por los talentos, que ha desenvuel- to recientemente: tal otro por su magnanimidad ó su riqueza, que le proporcionará los medios de ser benéfico. ¿Cuántas guardias nacionales no lie- mos visto en los cincuenta últimos años y cuántas municipalidades improvisadas en una noche? Re- pasémoslas en nuestra memoria y encontrarémos que siempre ha sido confiado el poder al mas dig- no. Verdad es que en semejante momento nadie piensa en tomar una máscara para alcanzar el po- der, la riqueza ó la popularidad. Una clase eminen- te promete entonces muchos mas peligros que re- compensas. Si mas adelante fuese el mismo pue- blo convocado para enviar legisladores á la capi- tal ó miembros de un consejo ejecutivo, los can- didatos, que se ie ofrecerían, no serían tan puros y su elección no podría ser tampoco tan perspicaz. Necesario es que una nación esté muy degra- dada para que el estado de crisis y de peligro, que hiela los corazones en el aislamiento no des- pierte el patriotismo en una gran reunión de hom- bres. Cada cual se infiama con el ejemplo de su vecino. Los conciudadanos, en el verdadero sen- tido de la palabra, los miembros de una misma ciudad se conocen todos y todos juzgan también del mejor empleo, que pueden hacer de las facul- tades de cada uno. Asi, pues, es necesario buscar = 437 = en la historia de las ciudades libres los ejemplos mas eminentes de patriotismo y de desprendi- miento. En otras partes piensa el vasallo casi siempre en defender su libre alvedrio y su fortu- na contra el gobierno, que quisiera emplearlo: allí se apresura el ciudádadano, por el contrario, á ofrecer sus servicios personales y su dinero. Al pri- mero se le exige la obediencia, mientras el segun- do lleva la libre concurrencia u.e su voluntad y tal vez de su pasión propia. Solo cuenta la Suiza dos millones de habitantes; pero sabe que estos dos millones pelearán y sa- crificarán cuanto poseen en defensa de la única cosa sobre que están de acuerdo, que es su inde- pendencia. ¿Qué otro pueblo podría ó querría ha- cer una resistencia semejante? 1 láse estendido generalmente en nuestros días la opinión de que las federaciones son débiles pa- ra la guerra; porque no se vé en ellas ninguna parte de autoridad poderosa, ni de mando ilimita- do y por que no podrían evitar las divisiones y la irresolución de los consejos, ni la pereza en la eje- cución, siempre que se tratase de formar un plan de ataque y de conducir al esterior las fuerzas. En efecto, de todas las formas de gobierno es la federación la menos propia para una guerra de invasión, para una guerra ofensiva. Esta incapa- cidad es quizá una ventaja, por que son las repú- blicas naturalmente belicosas y les conviene que la forma de su gobierno sirva de prenda á la con- servación de la paz. Pero consúltese la i istm ia y apenas se hallará una guerra de emancipación, una guerra de brillante resistencia popular, que = 438 = no haya tenido el carácter de una guerra de fe- deración. Para que un pueblo presente una resistencia enérgica es efectivamente necesario que esté do- tado de vida, no solamente en su gefe, sino tam- bién en todos sus miembros. Menester es que ca- da ciudad se defienda como una república, que co- noce que todas sus fuerzas están en acción y que el combate, que va á aventurar, es prueba de vi- da y de muerte para ella. Las guerras mas antiguas, que nos dá á co- nocer la historia, son las del Asia: en el a vemos invadirse mutuamente los asirios, los babilonios, los medos y los persas. Disponían sus reyes de grandes tesoros y de grandes ejércitos, y conta- ban los hombres, que obedecían á una voluntad sola por centenas de millares. Asegúrase que se encontraban entre ellos talentos militares y has- ta patriotismo; y sin embargo eran destruidas sus monarquías por una ó dos batallas. Nunca resis- tía la nación después de caer en manos de los enemigos la capital, aunque supiese cuán amarga era siempre la suerte de ios vencidos. Tratábase para ellos del saqueo, de la esclavitud y de la ma- tanza. Llegó por fin el tiempo, en que el progreso de las conquistas del gran rey puso sus armas en contado con las ciudades libres de los griegos. Estas no tenían que oponerles ni numerosas hues- tes, ni fortalezas construidas con un arte superior, ni grandes tesoros, ni armas desconocidas ó una mas sabia táctita. Pero eslaban pobladas de hombres libres, que querían serlo. Los únicos vínculos que = 439 == las ligaban mútu ámente eran el lenguaje, los re- cuerdos de raza y las alianzas temporales; la ver- dadera alianza estaba en los corazones, porque lodos querían una misma cosa, cual era la inde- pendencia. Había en todas partes vida, porque en todos partes se hallaba consejo, prudencia y fuerza pública. Fueron detenidos os ejércitos del gran rey por su federación; su orgullo, pues, vió- se humillado ante aquellas ciudades y conservó la Grecia al género humano la noble herencia de la libertad, de los progresos intelectuales y de la civilización al mismo tiempo. La ciudad de Roma fué al contrario funda- da en medio de confederaciones guerreras y po- derosas. Animada, como ellas, la república ro- mana del espíritu de libertad, pero admirable- mente organizada para la guerra ofensiva, triun- fó con el tiempo de estas confederaciones. In- corporóse la de los sabinos y los latinos y ven- ció la de los etruscos, samnitas y brucios. Pe- ro cada uua de estas luchas fué para ella tan larga como obstinada y peligrosa. Guando hu- bo sometido estas confederaciones tan vivaces, no le cosió la conquista del Asia, del Egipto y del Africa, casi fatigas ni peligros. En la larga série de triunfos, que alcanzó Roma, fueron las guerras mas peligrosas y obs- tinadas las que aquella república colosal, señora ya de la mitad del mundo, sostuvo contra las mas lejanas confederaciones; tales como las de los iberos, de los gaulas ó galos y délos germanos. Los dos sistemas de la centralización y de la división de! poder aparecieron por largo tiempo en las revueltas de las partes del mundo, que eran entonces conocidas. La centralización pro- dujo, en fin, el despotismo y este después de gigantes esfuerzos fué causa de la destrucción de la civilización entera. Por hábil, civilizada y rica que fué la unidad romana, no pudo de- fenderse contra la hidra de las mil cabezas de la barbárie libre y dotada de vida. Las confe- deraciones de los suevos, francos, alemanes y borgoñeses, destruyeron el grande imperio de los Césa res. El amor do la unidad, asi como el ciilto de los recuerdos de liorna sobrevinieron largo tiem- po á la caída de su dominación. Las parles de aquel gran todo, aun antes de ser separadas, no conservaban ya un sentimiento de vida: no se deseaba ya la independencia local y se creía tener necesidad de órdenes para defenderse: demandábase un gefe y los divididos miembros del imperio solo mostraron un síntoma de vitalidad, cual era la necesidad de reunirse. Viéronse formar bien pronto grandes mo- narquías: rheodorico , Glotario , Dagobcrto y Cárlo-magno parecían haber dado ai mundo la imagen del imperio de Moma. Pero en estas nueva monarquías, asi como en este nuevo im- perio, las ciudades y las provincias no creían te- ner el derecho de curarse de sí mismas y es- peraban órdenes para defenderse; mientras que los bandos de los normandos, los sarracenos y los húngaros, obedeciendo á una pasión común, aunque no á ordenes comunes , confederados solamente por el odio de la unidad, destruye- ron también estas monarquías, y mostraron al mundo el espectáculo de un nuevo triunfo de la serpiente de muchas cabezas sobre la serpien- te de muchas colas. El renacimiento de Europa hacia el año 1000 debe señalarse como la época, en que debili- tado el imperio, invitó á todos los pueblos que le reconocían, á defenderse por sí mismos y permitió á todas las ciudades, á todas las vi- llas á todos los señores de tierra levantar mu- - ros y edificar fortalezas. Con las nuevas mu- rallas vióse nacer el verdadero espíritu muni- cipal, el espíritu de la asistencia mutua, de pa- triotismo local, de independencia y de confe- deración. Antes tenía necesidad de tocar la tierra para recobrar su vigor. Menester era que los imperios cayesen de nuevo en el polvo, que la sociedad se viese reducida á sus elementos primitivos, al aislamiento de los ciudadanos que se conocían y se amaban, para que los pueblos se sintiesen en estado de resistir las invasiones estradas. Desde entonces, deí siglo XI al XV, que duró la gran federación feudal, hubo pocas con- quistas. Sin embargo, la lucha entre la plura- lidad de los consejos y la unidad de un gefe no tardó en comenzarse de nuevo. La federa- ción de las ciudades de Lombardia humilló al grande Federico Barba-roja; la liga de las Sui- zas humilló á la casa de Austria: la liga an- seática humilló alternativamente todas las coro- nas del Norte y la liga de Suábia puso tér- mino en la alta Alemania á les actos de van- = 442 ~ daiismo, que no había podido reprimir eí em- perador. En el siglo XYI llamó la gran cuestión del derecho de examen en materia de religión á los hombres para poner bajó la común defensa su individualidad, aliándose en lugar de someter- se. La unidad del imperio se apoyaba sobre la unidad de la iglesia. Los partidarios de Cárlos Y y de sus descendientes lian repetido siempre ¡mía fe', una ley y un rey 1 Pero en la prueba se en- contró mas vigor en la individualidad de los pen- samientos y de los sentimientos. La liga de Sma - kalde obligó á Cárlos Y á conceder por la vez primera la libertad de conciencia. Es verdad que dejóse muy luego sorprender, vencer y disolver; pero volvió á aparecer en Inspruck con nueva vi- da y arrancó á Cárlos Y, cercano ya á abdicar la corona, la paz pública de Passau. La resistencia de la liga de las provincias uni- das contra Felipe II es aun mas maravillosa: la desproporción de las fuerzas era tan grande, tan aterradores los reveses, que si los insurgentes de los Países- bajos hubieran sido conducidos por una voluntad sola, esta voluntad se habría induda- blemente sometido. Pero no solo había dado cada ciudad su féá la unión de Utrecht, sino que ardía también en patriotismo propio. Yertía lá- grimas de sangre por la suerte de sus confede- radas, cuando las veía invadidas por los españo- les y entregadas al furor de los soldados. Pero es- tas lágrimas iban mezcladas con gritos de ven- ganza. En vano Elisabct Ies daba prisa para que Ira- = 443 = tasen la paz á la aproximación de la armada in- vencible; en vano Enrique IV los abandonaba por la paz de Yervins: los confederados jamas se so- metieron, porque no habían diferido á su gobierno el derecho de tratar sobre su libertad, ni su in- dependencia. En todas las guerras de los hugonotes , que a- caecieron en Francia , se reconocieron tam- bién los esfuerzos heroicos de un poder confede- rado contra un poder central. Cuando llegaron á contarse, entonces reconocieron que soio forma- ban una minoría reducida, muy reducida en la na- ción. Pero esta minoría, que no tenia capital, ni arsenales, ni tesoros, ni ejércitos se defendió glo- riosamente durante el curso de siete guerras ci- viles, porque en todas partes estaba dotada de vi- da, porque el asesinato de un gefe no la anonada- ba y por que una derrota no entregaba su capi- tal al enemigo, ni llegaba una invasión hasta los sitios, en que tenían asiento sus consejos. Hacia el final de estas guerras el partido hu- gonote fue conducido á estrecharse entorno de Enrique ÍV y á cubrirse con las banderas realis- tas, haciendo triunfar el dogma de la legitimidad que bajo su protección se habia puesto; pero per- dió la existencia con su victoria, El abandono del espíritu de una confederación 1c fué mas funes- to que veinte derrotas. En el último siglo sustrajo una confederación la América del norte al imperio británico, dando la victoria á tres millones de hombres sobre diez y ocho. Todas las guerras de España contra el imperio francés, y de la Polonia contra el ruso = 444 = han tenido et carácter de confederaciones; es decir: que la autoridad estaba diseminada, que los consejos estaban en todas partes como lo es- taba la resistencia, y que la soberanía no se en- contraba en parte alguna. También han sido confe- deraciones las que han sustraído las colonias espa- ñolas á su metrópoli: es verdad que en estas co- lonias continua luchando el espíritu de la unidad con el de la localidad. Quisieron ser grandes des™ de Ja cuna y en lugar de constituirse aisladamen- te, en cada puerto, en cada ciudad, en donde se hallaba una población reunida, quisieron las colo- nias españolas levantar colosales repúblicas de to- dos los espacios señalados sobre la costa, como un solo gobierno, espacios en que las ciudades y las selvas aisladas de trecho en trecho no tenían co- munidad alguna de espíritu, ni de interes. Estas repúblicas desmesuradas, que carecían de homogeneidad y de patriotismo triunfaron, no obstante, de España, como confedlracion, por que un amor común de independencia las unfe No han podido después ni constituirse, ni evitar las guerras civiles, porque él poder centra! de cada una se ha puesto en lucha con todas sus partes; p< rque se habia querido robustecerlo, como se quisiera fortalecer a la Suiza, aumentando las atribuciones del gobierno; y porque al contrario se le ha debilitado, como se debilitaría la Suiza, provocando sobre todas las cuestiones la resisten- cia. En suma, como federaciones quebrantaron as colonias españolas el yugo de la península ibé- rica y como repúblicas unitarias y des mensura- das no pueden verse libres de la guerra civil y de la anarquía. A vista de tantos ejemplos es ostra ño que se ha- ya podido dudar el reconocer en el sistema fede- rativo el sistema de la resistencia, el único siste- ma por medio del cual puede libertarse de la opre- sión una nación, que no se encuentre aun orga- nizada. Guando se ha constituido ya una gran na- ción, sea en monarquía, sea en república; cuando tiene arsenales, ejércitos, tesoro, crédito, contri- buciones regularmente percibidas, y un gobierno temido de todos y de todos obedecido, puede sin- duda, no solamente defenderse, sinó alcanzar gran- des victorias, sacando todo el partido posible. Una nación, que por el contrario es sorprendida en medio de una revolución sin tesoro, sin arsenales, sin ejército ysin autoridad legítimamente constitui- da y umversalmente reconocida, perecerá casi in- defectiblemente, sinó se vuelve hacia las únicas autoridades municipales y si no confia su salva- ción al patrio! ism o de las localidades. Nada tenemos que decir sobre la constitución de estas federaciones: la casualidad casi tanto como la necesidad las hará nacer y dictará las condiciones de su asociación. Los elementos so- ciales, los elementos indestructibles, como he- mos insinuado, existen en las municipalidades; mas no diremos, sin embargo, que no haya mas confederaciones que las de las ciudades ó de las comunidades. Intereses locales, relaciones eco- nómicas, la comunidad do leyes, de religión, de lenguage, de costumbres y sobre lodo la his- toria y sus recuerdos y la gloria pasada dan á una reunión de hombres ó do poblaciones el sentimiento, que forma de ellos un solo pueblo. Este puede ser grande ó pequeño: puede es- tar contenido en un valle, como el de Uny 6 en una ciudad, como el de líale, ú ocupar un dis- trito poderoso, como el de Bérne, ó un duca- do como los Estados de Italia ó un reino co- mo los de España. Basta que haya vida, uni- dad, organización política, amor á su indepen- dencia y á su individualidad para ser apto y poder llegar á ser miembro de una confede- ración. La tendencia de la civilización en ge- neral es la de reunir y si se formara aho- ra una confederación, se compondría de esta- dos mucho mas considerables que lo eran los que en la edad media se aliaban. El país, dividido en pueblos diversos, que rechazan el yugo, debe organizarse conforme á una sola idea, la independencia. La nación que ha menester de un esfuerzo generoso llama en su ayuda la individualidad de los pueblos y su patriotismo. Guárdese de ofender esta individua- lidad, de helar este patriotismo, poniendo en cierto modo su voluntad en el puesto de la vo- luntad de cada pueblo. En tiempos mas tran- quilos y dichosos se esforzará cada uno de es- tos pueblos, aplicando á sí mismo Jes princi- pios de la ciencia social, en equilibrar su cons- titución, poniendo en armonía la preservación dr» todos los intereses con los derechos de todos ligando los tiempos presentes con los recuerdos mas gloriosos de lo pasado y colocando, en fin la patria al abrigo de las revoluciones, bajo las garantías de las virtudes públicas, del respeto de la ey y de las antiguas tradiciones de la libertad y ÍTPI rirHün J Fin de la obra. DE LOS PUEBLOS LIBRES. rvjmoiíucciore. Pagin . Definición de ias ciencias sociales, sus diversos ramos. li El hombre nacido para la asociación, cuyo instrumento es eJlenguage. 12 La constitución es el conjunto de las condi- ciones, bajo las cuales existe la asociación. 14 El amor y e ! miedo, móviles de las constitu- ciones liberal y servil. 15 El celo por Jas constituciones liberales ha sido resfriado por ios malos y contrarios sucesos, fliiina de las antiguas repúblicas: estado de Holanda y de Suiza. Paralización eu lnglal tenía, Francia, Alemania é Italia. Estado desastroso de España y de Portugal después de sus revoluciones. Anarquía de la América española, democra- cia triunfan le en los Estados-Unidos. (tozo que causan á Jos Estados serviles los errores de los Estados liberales. Pero los Estados serviles han sido también mo- dificados por Jas opiniones liberales. Comparación entre el Austria, la Prusia y 3 a Eos ei 101 es de los Estados liberales exigen ^ nuevos y mas graves estudios. ° Todas las teorías políticas que se espolien alió- la, están í lindadas en el bien-estar común. Mas cada hombre concibe de diverso modo el soberano bien de las naciones. Invocando la soberanía de la razón, sabemos que no es uniforme. La vei dad es uoa solamente para el único ser que la ve en su entereza. Las constituciones debía producir tanto el bien-estar común, como la perfección de ca- da individuo. Nueva divisa de los realistas: todo para el pueblo, y nada por el pueblo: su falsedad. Jodo para el pueblo y por el pueblo: divisa de Jos demócratas, igualmente falsa. L1 legislador no puede dar la vida i las so- ci edades: debe temer el privarlas ele ella. Debe prestar su garantía a todas las partes de Ja sociedad, en donde encuentra vida. El legislador debe conservar lo que existe y preparar Jo cjue debe existir. El ínteres monárquico cu los hechos: el ele- mentó monárquico en la teoría. 17 18 id. 21 23 24 25 27 id. 28 id. 30 32 33 40 = 449 = mis . m ° m0t, ° se ofrecen para comí, mar- los, el elemento y el Ínteres aristocrático. Asi también el ínteres y el elemento demo- cráticos. Aunque el interes democrático exista solo en los recuerdos, puede ser reanimado. 42 Electo dei poder delúocrá tico sobre el pueblo como educación . 1 ¿a El pueblo abusa del poder absoluto lo mis- mo que otro cualquier soberano. 45 No puede haber mas constituciones libres que las mistas. 1 Limites cjel poder abandonado á la sociedad por cada ciudadano: Ja conciencia. 47 La constitución debe convocar Jos elementos del poder y no balancearlos. 4g En ninguna carta se halla escrita mas que la parte mas pequeña de las constituciones. 49 UbjeLo y división de esta obra. 50 ©E 1,4» 1»4»1»E!5ES EJ, PUEBSÍ,® puede y delic conservar. ensayo primero. =• De las pretensiones de la de moer acia d la soberanía y del sufragio universal. ^7 No podemos observar en su origen las socie- dades humanas. 53 Remítesenos sin razón alguna á este origen para establecer 3 a autoridad de la mayoría. id. Divergencia de Jas opiniones, que se aumen- ta con todos los progresos de la sociedad. 55 Objeto doble de la sociedad: sabiduría en Ja conducta de torios los individuos, garantías de cada uno, |g Este objeto es despreciarlo por Jos que exi- gen ahora el sufragio universal- 57 Tomo l. ú * 29 * Variedad infinita de los conocimientos, qucexi- ge el gobierno. La nación comprende en sí á cuantos poseen estos conocimientos y tiene derecho ;í la in- teligencia de cada individuo. Pero estos conocimientos son de la miñona: del piloto, no de la tripulación. El sufragio universal produce Ja opinión de las masas, la cual es retrógrada, hasta en una nación progresiva. El sufragio universal hace pronunciar su fa- llo á aquellos que carecen de voluntad. Asegura la mayoría á la ignorancia y < i {^in- diferencia. Acostumbrados a la hostilidad del poder con- tra la opinión , ignoramos como se forma esta , Juicios de los antiguos sóbrelos cstravios de ♦ O í.i democracia. Espíritu retrógrado de las masas en España, Portugal e Italia. ( Cómo puede ia educación reformar las ma- yorías? Democracias de Suiza: espíritu retrógrado de las democracias de las montañas. Los pequeños cantones mantienen obstinada- mente todos los ohusos. Democracias ciudadanas, adheridas a los pri- vilegios de te.ndage. Democracias nuevas: tiranía de los que nada saben. La igualdad de los bienes solo produciría la igualdad de la ignorancia. La educación general no dejaría la mayoría á los mas ilustrados. Ventajas del gobierno representativo: su ver- dadero carácter. Error de los que, basándole sobre la demo- cracia, lo prefieren á ella. Ventaja de la elección popular, cuando no depende todo de ella. Derecho que [¡ene el ciudadano á ser bien gobernado y a conservar su dicnidad de iiombre, ° La minoría puede ser oprimida por la nin- y oria y debe por ta n l d es ta r ga rn n t izad a . La voluntad de los representantes no es idén- tica á la de los representados. Las clases pobres no saben en donde buscar representantes capaces de defenderlas, acepción de las asambleas constituyentes- el pueblo no lia trasmitido ideas, que no l 1 ti 1 1 0 , La verdadera soberanía nacional consiste en alimentar y robustecer Ja opinión publica antes de obligarla á que pronuncie fallo al- guno. Incer tu lumbre y ambigüedad de los f ranees es - elección de representantes por tres grados. Elección directa, que obliga á limitar el nu- mero de los electores. Elección inglesa por títulos é intereses opuestos. La rebaja del censó hace adquirir a las cam- piñas mucha preponderancia sóbrelas ciu- dades. Como podían ser represen tadas en Francia las campiñas, las ciudades y Ja inteligencia. INo deben ponerse las partes en oposición y si solo cu discusión los intereses. 3.t>s con tra-rc volucionarios caminan á su ob- jeto cuando exigen el sufragio universal 83 id. 84 85 86 88 89 90 91 93 95 97 98 UííI pudila» y «le Eos poderes c|8bc c la deliberación nacional: medio.* -de flirt samr Bo> rtuon pública ú la soberanía. Importancia del poder concedido al pueblo en las comunidades. Pero importa que el poder central se sobre- ponga al de las comunidades en luces. La razón nacional pronuncia su Tallo, des pues de haber dejado nutrirse á la opinión pii - Mica. La Opinión robustecida por la discusión espon- tánea y la discusión oficial. Ventajas de una y otra discusión. Necesidad de que cada Ínteres esprese ofi- cialmente sus deseos. La libertad exige continuáis transacciones en- tre los intereses ó las opiniones. Representación de las localidades-modo de asegurar al diputado el espíritu de los re- presentados. Representación de los sentimientos religiosos, de las facultades literarias. Representación de los in tereses industriales. ¿Puede esta ser entregada á Ja casualidad? Dignidad de un representante directo de las clases pobres. Llamamiento de las celebridades nacionales eti lugar de las de distritos. Mas importante es el derecho de todos los ciu- dadanos á la ilustración que el derecho de cada cual á la elección. Mas importante es la f unción de deliberar pa- ra una asamblea que la de decidir. La luz debe nacer del choque de Jas opinio- nes contrarias: protección deluda á la mi- noría. El choque de las pasiones destruye la luz que el de las opiniones escita. Es conveniente el contener las pasiones tanto cu la discusión espontánea conloen la oficial. Mas intci esa á la libertad de la discusión que poder, el alejar de aquella Jas pasiones. Urbanidad de las antiguas discusiones: hoy se escita el odio sin esperimentarlo. Error de aquellos que piensan servir á la lt- 150 151 1 56 id. 158 160 161 id. burlad por medio de una prensa irritante. El tumulto de una asamblea le quita su as- cendiente sobre la razón pública. Belleza del papel del speaker en Inglaterra, para mantener la calma del debate. Sabiduría de fas reglas para mantener el or- den en la cámara de los comunes. Aun en la misma Inglaterra debía el speaker redoblar su severidad. Dificultad de establecer el orden en las nue- vas asambleas: respeto necesario á la li- bertad. La violencia de ¡a imprenta no es menos fu- nesta que la del debate parlamentario. Es necesario contener la prensa, sí se quiere salvarla, aplicándole el regimen parlamen- tario. Todo lo que no se permite en el debate in- gles, debe estar vedado á los periódicos. Modo de establecer un tribunal de honor bas- tante imparcial para la prensa. Táctica de las asambleas: no son propias pa- ra compilar leyes. . Trabas puestas á las asambleas para obligarlas á pensar antes de querer. El pueblo se ilustra y persuade lentamente por medio de ía discusión de la asamblea. Causas para que concurran á la legislación los elementos aristocrático y monárquico. La soberanía no pertenece esclusivamente á ellos tres, sino á ia razón nacional. 166 168 170 id. 17 i 175 id. 181 185 id. F©©0ÍE0I§ SIWES*1Eí* 1MJE:^T ai» cid jmdBEO. Dejamos ya espuesto cuales son Jos poderes que puede el pueblo conservar para sí. IV 189 Poderes que ei pueblo no debe egércer: po der dei príncipe: poder de la aristocracia. Del príncipe y «leí peder cgccuiSvo en lítus Bíaa&aiiaríigasñiis. Grande ínteres que el estudio de las ciencias sociales dá á la historia, qc)Q Esperanza de perfección para la raza europea. Ventajas de que goza esta raza en las co- lonias de América* ¿cyj Aquello que debe conservarse en un estado antiguo corno bueno, puede no serlo para que se establezca. jn¡“ La institución del poder del principe lia sido objeto de pocos estudios. 499 Y sin embargo es el poder, sobre que mas dis- crepa la esperiencia. 2C0 Pero basta en los países libres se lia sustraí- do á la discusión. *>q j Este poder crecería aun mas, silos hombres no tuvieran que desconfiar de sus principes. 203 El pueblo no puede conceder una confianza completa, ni á su propia mayoría. '>0! Con menos razón puede conceder esta con- lianza á sus pretendidos representantes. 205 Ea sociedad confia su defensa al príncipe con- _ t ra todo aquello que le es hosdl. 207 No es, pues, conveniente considerarlo como un enemigo, que debe combatirse sin cesar . 20S cisterna de aquellos que quieren una oposi- ción y un príncipe mas fuerte y poderoso que ella. * 9 0 ¿) ¿Debe desearse un príncipe obediente siempre a la voluntad nacional? oíi El sistema de equilibrio entre los poderes, de- »e abandonarse durante una revolución. 212 Cuando el Estado se ve amenazado de lucra, aumenta la oposición sus peligros. Los pueblos recurren ú la monarquía en los peligros de la guerra ó de las revoluciones. La revolución crea un poder tiranteo; por- que la guerra es una tiranía. En los pequeños Estados puede el príncipe depender dei pueblo. En Jos grandes Estados ha puesto ln liber- tad de imprenta al príncipe en contacto con e! pueblo. Per o puede liaber en ellos tiranía del pueblo respecto al príncipe y de este respecto á los ciudadanos. Desconfianza que debe escita r la publicidad, espío tada con el objeto de hacer de ella logrería. Formas diversas que se han dado al poder ejecutivo. La potestad real fue desde un principio en todos los pueblos electiva y 110 absoluta. Queriendo hacerse hereditarios solo alcanza- ron los reyes el ser desposeídos: origen de las repúblicas. Numerosos principados electivos y sacerdo- tales de la edad media. Estos estraños gobiernos han sido desechados por sus súbditos. La capital de un príncipe obispo llegó a' ser casi siempre una república. La Europa defendida contra los musulmanes por tres monarquías electivas; A^enecia, Hungría y Polonia. El imperio era también electivo, si bien los electores eran hereditarios. Monarquía electiva y hereditaria, compara- das en Francia y Alemania. En cinco siglos cuarenta y tres años de guer- ras de elección; sesenta y tres guerras de de sucesión. 214 216 217 218 220 222 223 224 220 id. 229 id. 251 232 2.10 En e! misino espacio treinta años de locura, noventa y dos de minoridad de los reyes he- reditarios. Id. trece años de guerra de elección en Po- lonia y diez en Hungría. Toda lev real de succesíon debe ser impres- criptible. Numerosas violaciones de estas leyes, gérme- nes de guerras civiles. El monarca hereditario jamas gobierna por si mismo. El monarca electivo es siempre el alma de su gobierno. Pero es también mas temible respecto a la libertad que el hereditario , si conspira contra ella. La potestad real electiva esta con frecuencia próxima á su ruina, por lo mismo que ha tenido buenos resultados. Imponderable ventaja que se obtiene en con- servar la constitución del príncipe, ú la cual se ha acostumbrado el pueblo. Oposición que debe emplearse en que un pre- sidente se haga nombrar como tal por vi- da y á que un rey electivo llegue á ser he- reditario. Id. á que un rey, cuya succesíon es mascu- lina, llame ú sos hijas a la herencia de Ja corona. Algunos pueblos sin embargo están aun ad- heridos á la succesíon femenina. Estos deben cuando menos rechazar la suc- cesion testamen tai'ia . 256 257 258 259 241 242 244 216 Del príncipe ó del poder ejecutivo en Jas re- públicas. 253 El mas importante de los poderes sociales, para alcanzar la felicidad común, es el del príncipe. Violencia del gobierno, cuando el pueblo se halla acostumbrado á la resistencia. Organización de la sociedad, cuando el pue- blo se apodera del poder ejecutivo. En la mayor civilización de Atenas, era el príncipe el mismo pueblo. El Ínteres de la conservación del Estado no es tan vivo en el pueblo príncipe. Cada ciudadano vola en razón de su interes propio y no en bien del Causas de la instabilidad pe en sus resoluciones. Aduladores, que en Atenas corrompieron al pueblo príncipe. Los antiguos filósofos reprobaron de consuno este sistema- del pueblo prínci Otros quisieron que un solo hombre mirase los asuntos delosdemas como suyos propios. La idea fundamental del despotismo era ver- dadera, aunque el sistema fuese falso. El egoísmo del déspota es solo una débil ga- rantía del cuidado, que empleará eu los a- suntos del Estado* Las mismas democracias han querido templar ó moderar la acción del pueblo por medio de )n de los ancianos; de aquí nació el senado. Para formar un cuerpo semejante es menes- ter combinar la edad con ht elección. Pero siempre ha sido difícil el mantener a este senado independiente del pueblo: la aristocracia. Origen enteramente diverso de la aristocra- cia republicana y de la nobleza feudal. La aristocracia republicana tiene un caiactei d la metríd mente opuesto al de Ja democracia. El amor de la patria se exalta en los sena- dos de las repúblicas aristocráticas. Celo infatigable de ht aristocracia, su econo- mía, su prudencia. 260 264 272 La aristocracia de elección so corrompe en el momento en que degenera en aristocra- cia de raza. Los senados aristocráticos cuidan de los in- tereses materiales mas bien que de Jos in- tereses morales. Error de los que rechazan de los Estados li- bres el elemento aristocrático. Los tres elementos deben concurrir á la forma- ción de una constitución para que sea buena. Proclamando la igualdad, se hace imposible la ecsistencia de la república: palabras de Napoleón. Ventajas de la introducción del elemento mo- nárquico en el gobierno. Necesidad de la autoridad de uno solo para la guerra y la justicia. Mas también es necesario defender la libertad contra el poder monárquico. Como el poder de la república, se ha limitado el monárquico. Se lia dividido entre dos funcionarios ¡-'Líales e independientes, que han llevado ef nom- bre de cónsules. La elección ha sido del pueblo. Esta es una de las funciones de las que mas agradan y satisfacen al pueblo. La duración del oficio del príncipe se ha li- mitado conforme á la es tensión de la repú- blica. r En Eiancia se ensayo la supresión del elemen- to monárquico y nació el directorio. Un fundador de dinastía es un rey electivo. En todas las monarquías hereditarias reina el re y> pero no gobierna. La unidad monárquica conservada en Ingía- tei ra y no en Francia, por el primer mi- nistro. Un rey electivo reina y gobierna , aunque funde la dinastía. 279 280 282 285 284 id. 285 288 id. == 461 ~ Circunstancias que pueden decidir a una na- ción á darse un principe hereditario. 505 La potestad real hereditaria necesita una opo- sición constante. id. El grande inconveniente de la potestad real es el de corromper á la aristocracia. 506 Objeto final del legislador en la constitución ti el gobierno. 507 Del elemento nrlstrocátieo ó del poder eonservrtdor. Los antiguos repúblicos invocaban á ía aristo- cracia, que rechazan los modernos. La aristocracia es un poder ilustrado: su fuer- za estriba en el espíritu de cuerpo. Poder del espíritu de corporación hasta en las clases inferiores de la sociedad. Cuatro aristocracias: de nacimiento , de ma- neras, de talentos y de riquezas. Poder de la aristocracia de nacimiento: ori- gen de la de !as maneras. La aristocracia del talento no puede ser un poder político. La a r i stocrácia de las riquezas se combina con todas las demas. Su poder se ha aumentado, a' medida que el de Jas demas lia ido desapareciendo. Ni las leyes, ni la opinión pueden destruir estas cuatro aristocracias. La democracia somete los hombres ilustra- dos á los ignorantes. El poder ha sido siempre confiado á una dis- tinción cualquiera ó á una aristocracia. El pueblo no es soberano de derecho en el punto en que no aparece unánime. La constitución proiege á la minoría : la so- 310 511 512 514 515 522 id. id. r- i"* " ó2;j 524 r- f jlo 462 beranín (i el pueblo la sacrifica. Y destruye la subordinación de las autorida- des 'locales á las centrales, perdiéndose así el equilibrio del gobierno. Es menester que procedan de la aristocracia solamente algunos poderes sociales*. La aristocracia de nacimiento es el custodio de las ideas de duración y dei pundonor n{ mismo tiempo. La de las maneras guardia na délas miras de gobierno en la vida publica. La aristocracia de lus talen Los no forma cas- ta y se divide entre e] gobierno y la opo- sición de la misma manera. Modo de bailarse alternativamente cada una de estas aristocracias en la oposición. Dificultad de crear el poder en una repúbli- ca: divergencia de voluntades. Descontento constante de los partidos; el go- bierno ha menester de fuerza para conte- nerlos. Un haz , que no esta contenido por las cos- tumbres antiguas, está pronto á deshacerse. Un gobierno unitario baria en Suiza estallar en todas partes la guerra civil. Disposición constante á la resistencia en los países libres i # antiguos en la consli- H JgOypon de sus repúblicas. El senario es el representante inmutable del espíritu ríe conservación. Modo de aprovecharse el senado del espíri- „■ ta nobiliario, modificándolo. Corno se aprovecha también de la aristocra- cia de las maneras, de los trdentos v de las riquezas. id. 550 003 id. 536 511 54o id. 5-17 id. 3 i 9 55 O 5 52 9 ©Ei?, PS&OCRSO BE PUEBLOS Ssáetsft Em libertad. De los progresos graduales hacia la libertad: monarquías constitucionales. La fundación de la libertar! es una obra len- ta; pero sus amigos no deben desanimar- se por esto. Mucho hay que hacer aun por el puebla; pe- ro una voluntad constante puede dar cima á todo cuanto ha menester. Motivo único, en nuestra opinión, para adhe- rirse á fas monarquías: existeu. Por el contrario no tenemos ninguna gran república, á quien imitar. Las noventa y nueve partes de los habitan- tes de Europa obedecen las monarquías. Estado abyecto é insufrible de los pueblos ba- jo el yugo de las monarquias despótica; el oriente. Los mas tiránicos déspotas de Europa son mas benéficos y liberales para sus pueblos que los orientales. Toda la raza europea progresa hacia la liber- tad; aunque parece detenerse. Los mismos pueblos se lian espantado del mal éxito de sus últimos esfuerzos. Antes dei año de 1850 estaban inclinados los grandes monarcas á admitir el régimen cons- titucional en sus dominios. Mas lo estaban aun los pequeños príncipes; pero todos se han arrepentido de ello y han tratado de que el luego revolucionarlo no 555 556 557 558 560 561 562 obo f 1 f- iíijj 566 368 prenda en sus Estados. Necesario es acostumbrarse á la libertad an- tes de que se pueda sopor Lar una fuerte dosis. Los ingleses pueden soportar una dosis mayor que los franceses y estos también mayor cjue otros pueblos. Para adquirir Ja libertad sin revoluciones, de ben los pueblos limitar sus deseos y sus exigencias. Primera exigencia del pueblo: autoridades lo- cales que puedan participar de los demas poderes. Segunda: participación en la justicia, cuando menos por la publicidad de Jos procedi- mientos. Tercera: participación en la fuerza pública por medio de la guardia nacional. Cuarta: participación en la discusión pública por medio de los libros, sin previa Censura, La verdadera discusión limitada á las obras graves y concienzudas : influencia deMon- tesqui eu y de Necker. Los libros no pueden dañar á ningún gobier- no, los fol etos á muy pocos. Pocas naciones pueden soportar la prensa diaria, sin censura. Los hombi es de talento solo trabajan en los periódicos diarios de los grandes Estados, Los pueblos mas adelantados pueden sola- mente tomar parte en las asambleas popu- lares. 1 Sorprendente libertad de las asambleas del pueblo en Inglaterra. Estas asambleas bastarían para trastornar la Fiancia, y mas aun Jas de mas monarquías. La Suiza, las asambleas populares con vi ene u mejor á los Estados pequeños que Jos pe- riódicos. Quinta: participación en la discusión política 369 570 575 57-1 576 id. 579 v 590 por medio de representantes oficiales. Las asambleas provinciales no cumplen á es- te objeto; porque abandonan la políLica es- terior. ■ 59 1 Número de diputados necesarios para una buena deliberación y para la dignidad de la asamblea. pj. Las asambleas serán avasalladas muy pronto, si las clases eminentes de la sociedad son esc luidas de ellas. 393 El poder de disentir sobre todo y no el de votar las contribuciones es el derecho que garantiza la libertad. 394 Una discusión pública, aunque sin voto, es un freno poderoso para el poder absoluto. 595 Para obtener esta garantía, es necesario re- nunciar á cuanto pueda contribuir á alar- mar á los príncipes, 397 Menester es que conozca la nación los mo- tivos que tiene la minoría para pensar ríe diverso modo que la mayoría, asi como también los que á esta asisten para sepa- rarse de aquella. 398 l\e-s limen de todo aquello que deben conce- der los monarcas absolutos y pedir los pue- blos. 399 Progresos ulteriores de las monarquías cons- titucionales: Francia. 400 Progresos futuros de la Inglaterra, sin cam- biar su constitución. , . 401 Cuanto ha querido la opinión pública ha sido en Inglaterra, después de mucho tiempo, la ley del Estado. 402 I 4 ' J n r * Tomo í. ,; 466 De los progresos revolucionarios Náeln la libertad y de su 6sl(o: gobierno flr federativo. Los amigos de la libertad, ó mas bien de la guerra, quieren eu todas partes revoluciones. 40?) Una revoiucion lleva siempre consigo el sa- crificio del presente al porvenir. 405 Siendo la revolución un estado de guerra se propone siempre crear un gobierno fuerte. 406 Las revoluciones son reales ó democráticas: éxito de algunas de las primeras. 407 La revolución real es muy fácil, cuando un poder organizado la segunda. id. Mas fácil es aun, cuando un monarca abso- luto la hace de acuerdo con el pueblo. 400 Pero si un pueblo da la corona al rey, cu- yos poderes ha cercenado , enseña la es- “periencia que se debe Gar poco de sus ju- ramentos. 410 Sí dá por el contrario la corona á otro, se- rán los defensores naturales del trono los enemigos del nuevo rey. 4J5 Los autores de la revolución llegarán a!; ser también sus enemigos. 414 El rey que la revolución ha creado es cimas vigilante enemigo de las revoluciones. 415 Las revoluciones democráticas presentan en las grandes naciones multÍLud de dificulta- des de gran 'tamaño. 41S La revolución destruye hasta el contrato so- cial que ha podido ligar ú la minoría por la mayoria. 419 Este contrato y el de la representación solo podrían ser aceptados por sorpresa. 421 La sanción de una nueva constitución por = 467 = una convención envuelve una superchería. 422 Y seria ademas tachada siempre de ilegal. id. Después de una revolución no hay mayoría, siuo muchas minorías opuestas entre sí. id. En un pais que no es libre,, no conoce la opi- nión á los grandes ciudadanos, 425 Menos los conoce aun , si estaba dividida la nación en estados independientes. id. La democracia de una capital puede algunas veces gobernar una gran nación, 426 Pero no podrá conseguir este objeto , si el imperio es una aglomeración de estados in- dependientes. 427 Variedad de las voluntades populares, que se manifiesta en una dieta Suiza. 428 IjOS cantones no pueden ponerse de acuerdo sobre la mayor parte de las cuestiones, que se someten á su deliberación. 429 Muchos exigen ahora que decida la dieta de todo por mayoría de votos. 450 Pero cada decisión contraria á la voluntad del pueblo causaría una guerra civil. 452 Los individuos ultrajados se someten: los pue- blos ofendidos se sublevan. 435 Ün gobierno, cuyas órdenes producen otras tantas resistencias, carece ele poder ente- ramente. 454 Después de una revolución, no hay recurso alguno mas que el de una federación. 435 Rapidez y sabiduria con que se forman las autoridades municipales en medio de una crisis. m. De ellas debe esperarse tan solo que des- pleguen un grande patriotismo. 456 Las federaciones no son conquistadoras: pero se defienden bien. 4.)/ Las grandes monarquías del Asia desapare- cen con una batalla : la federación grie- ga Jas contiene y arredra. ^ 438 Roma solo espcrimenló guerras peligrosas con- tra las federaciones. -i5‘d La unidad romana, destruida por ias federa- ciones bárbaras. LIO Los que quisieron levantar de nuevo la uni- dad de ios romanos, cayeron también. id. El poder de la resistencia renació ha'cía el año de 1000 con las autoridades locales. 441 Resistencias de las ligas á Ja unidad en to- da la edad media. id. Resistencia federativa de las provincias uni- das y de los hugonotes en Francia. 445 Resistencia de las dos Amtíricas: centraliza- ción imprudente de las colonias españolas. id. La unión debe ser creada por ios pueblos y no los pueblos por la unión. 445 La fed e rae ion debe tener cuidado con no ofender su individualidad, ni de helar su patriotismo. 446 FIN D!$ LA TABLA. - » j ■ j r | ERRATAS. V UilN UNE Vá. mc% LEASE. — tari — 20 énentra cu cuent r a 46 20 dá la palabra de la palabra 1 tG 5 sus propio beneficio sus propios beneficio» 124 o 4 do todo nacional del todo nacional 1 65 1 para Catalina para fialilina 217 4 ordenado en vano ordenando en vano 221 15 lo límites los límites 240 o> —r u inspiración conspiración 2 4 6 5 í Precava mée Precavámonos A i' u 28 un parece no pareen _ a m i, 288 54 catre las repúblicas. entre las repúblicas 280 2 divido también dividido también 202 53 ni para que ni porque 305 12 desí ribu¡da$ distribuidas 521 52 cxclmsivos excluidos 525 23 presentan presenta , | * | i 1 526 1 iín los países l n los países libre» i.!. 6 i lisiado instalada